
En este mundo actual, el del dinero, la propiedad privada, las pertenencias y los títulos, tener algo no es lo mismo que ser dueño de eso. Vivimos en un mundo donde todo se comercializa; las ideas lo mismo que las cosas, de forma que de todo se busca sacar provecho y se explota, incluyendo a las personas, en nombre del capital y la ganancia. Tener algo, por tanto, se confunde con la ilusión de ser dueño de algo, en lugar de un mero intermediario atrapado entre las fuerzas que realmente deciden (eligen, dictan, imponen, regulan, determinan) el valor de las cosas.
Si alguien compra una casa pero lo hace a través de un crédito, que no es más que una promesa de pago a futuro, ¿es realmente dueño de esa casa? Si alguien compra un auto pero solicitando un préstamo a un banco, que se finiquita cuando se liquide la deuda, que continúa creciendo a raíz de los intereses que se acumulan, ¿se es realmente dueño de ese auto?
La película 99 casas (EUA, 2014) es una historia que habla sobre la ambición detrás del dinero, la explotación humana y la fragilidad económica de la que se saca provecho beneficiándose de la desgracia de otros. Escrita por Amir Naderi y Ramin Bahrani, dirigida por este último y protagonizada por Andrew Garfield, Michael Shannon, Tim Guinee y Laura Dern, la historia se centra en Dennis Nash, un padre soltero que trabaja en construcción y mantenimiento, recién desalojado de la casa que comparte con su madre e hijo pequeño, luego de que el pago de su hipoteca se vence y se dicta una orden de embargo.
Recientemente desempleado y por ende incapaz de mantener al día los pagos de su préstamo bancario; confundido por los mensajes contradictorios tanto del banco como del juez que lleva su caso, cuyas instrucciones son ambiguas, precisamente para deambular en la imprecisión de tecnicismos difíciles de sortear, lo único que Dennis quiere es recuperar algo que considera suyo, cuando, para fines prácticos, lo único que puede hacer es luchar por no ahogarse en un sistema diseñado para aprovecharse de él, especialmente al quedar en un estado de indefensión ante el aparato burocrático judicial y bancario diseñados para favorecer a quien ya tiene el poder.
Su casa no es realmente su casa mientras siga pagando al banco por ella, sin embargo, reaccionando al sentido común de pertenencia, considera que tiene un derecho implícito porque vive ahí, paga las cuentas, disfruta de los espacios y los ha convertido en lo que llama su ‘hogar’. En efecto tiene derechos, sobre todo si cumple con sus obligaciones, sean pagos de servicios, impuestos o de su préstamo; no obstante, la realidad es que aunque viva ahí, la pertenencia legal de la propiedad es un documento que pasa de una mano a otra sin llegar nunca a las suyas.
En muchos sentidos es su casa y la de su familia; en otros, es de quien posee el título de adquisición y ese es el banco. Y en medio el inmueble es una mercancía a explotar, un producto del cual sacar dinero, administrado por quien es dueño. El banco aprovecha su ventaja aumentando los intereses en sus cobros, mientras que contadores, abogados, agentes de bienes raíces, empresas privadas u otro tipo de profesionistas contratados para reparar o dar mantenimiento a la edificación, todos buscan espacio y oportunidad para sacar dinero de la situación.
A veces esto puede favorecer a Dennis y su familia, en otras, la mayoría, el beneficio que se obtiene es a expensas de su persona, como hace Rick Carver, el asesor inmobiliario que supervisa su desalojo como representante del banco, para quien una casa vacía no es sinónimo de una familia a la que ha dejado sin hogar, sino lo equivalente a una oportunidad para ganar más dinero, renovándola y revendiéndola, o simplemente haciéndose de sus partes: cocineta, tuberías, muebles, aire acondicionado, electrodomésticos abandonados y hasta material para construcción, que después pueda usar en otra propiedad.
El verdadero problema para Dennis y muchos como él, no sólo es haber caído en las trampas del sistema, algo inevitable una vez que, si no se acepta entrar en la dinámica, simplemente no se puede vivir; sino además ser absolutamente indefenso ante ellas, en este caso, una tasa de desempleo creciente que lo alcanza, una crisis financiera que atraviesa la economía a su alrededor y un sistema judicial corrupto al servicio de quien puede comprarlo. Si tiene dinero lo usa para cubrir las necesidades básicas de su familia; luego, erróneamente, confía en que el aparato gubernamental, político, social y jurídico entienda su situación y le permita mantenerse a flote, valorando los pagos que ha hecho hasta ahora, respetando la situación familiar en que se encuentra y el hecho de que al ser desalojado se queda, concreta y literalmente, sin dónde vivir, recordando que la vivienda es un derecho humano universal.
Sin embargo, el sistema no es empático ni benevolente, porque no se guía por la caridad sino por la ganancia; no se valora si una familia tiene dónde dormir o no, sino si una deuda bancaria es liquidada o no y cuánto se gana o pierde a partir de ello. El orden legal establecido dicta que si alguien no puede seguir pagando por la casa en la que vive, esa persona debe desalojar la propiedad, para que ésta misma sea ofertada a alguien más, quien partirá exactamente del mismo punto: el anhelo de conseguir vivienda a través de endeudarse con un préstamo con altos intereses, que no sabe si podrá terminar de pagar o no.
Lo que la película expone en su narrativa es cómo esta realidad afecta a miles de personas de diferentes maneras, algunos con tan pocos recursos que no pueden mantener el ritmo del acelerado encarecimiento de la economía, otros, erróneamente cegados por la ambición o la mala administración de sus recursos, que aspiran a más de lo que pueden costear o pagar. El resultado es el surgimiento de colonias o aglomeraciones de familias que viven en condiciones de hacinamiento o en vehículos automotores.
Esta es una dinámica tan frecuente como actual dentro del mercado capitalista y mercantil, donde el consumo y la apariencia son objetivo constante para simular estabilidad, progreso o felicidad. Mover dinero, consumir, acumular bienes a veces inservibles o de mala calidad, sirven para desviar la atención de lo que realmente está sucediendo: el rico se vuelve más rico y el que no tiene mucho, cada vez más se va empobreciendo.
Una sociedad donde además de lo que se trata es de simular, aparentar, fingir, porque tener bienes materiales, opulencia y exclusividad en servicios y mercancías se han convertido en sensación de éxito. No es tener una casa sino tener la mejor y más grande; no es tener un auto sino tener el más nuevo y vistoso; no es tener un celular, sino tener el más exclusivo y brillante. Estilos de vida en los que la gente hace todo por alcanzar el mayor número de bienes y servicios, careciendo de los suficientes recursos para respaldarlo y, por tanto, endeudándose para conseguirlo, sin mirar las consecuencias que esto pueda traer.
Incluso aquellos que aparentemente sólo intentan sobrevivir se ven envueltos en esta dinámica, porque el orden social así lo exige, entre burocracia, control y mañas sistemáticas para atraparlos sin poder de decisión. Poco a poco parece como si ya no se pudiera tener nada sin que el gobierno o alguna institución privada exija tener registro de ello, ni se pudiera comprar nada sin caer en las estructuras bancarias y gubernamentales inundadas de cuotas, tasas de interés e impuestos; porque la meta es rentabilidad, no funcionalidad ni bienestar individual.
¿Qué pudieran haber hecho Dennis y su familia? ¿Mudarse antes de ser desalojados? ¿Luchar por mantener su hogar, apelando por medio de un abogado (que además no pueden pagar) a recursos legales que reconozcan lo que han invertido en la propiedad? ¿O quizá aceptar que, dadas las circunstancias, no pueden ser dueños, ni ocupar algo que, legalmente, no han adquirido en propiedad?
Luego de verse obligados a mudarse a un motel, convenciéndose de que será algo temporal, el mismo Carver le ofrece a Dennis un empleo, inicialmente reparando casas que, como en su caso, han sido desalojadas tras el incumplimiento de pagos por parte de los inquilinos, para, más tarde, sabiendo que Dennis anhela ingresos que se traduzcan en estabilidad, convertirlo en su asistente, enviándolo a supervisar desalojos en otras propiedades administradas por Rick.
Rápidamente, en parte motivado por la desesperación y la ambición (conseguir lo más rápido posible dinero para recuperar su casa), Dennis se convierte en aquello que detestaba, de lo que renegaba y quería combatir: el abusivo que atropella y se aprovecha del menos privilegiado, del débil, del más necesitado. Dennis se vuelve una pieza más dentro del modelo económico que encuentra ganancia en la pérdida o mala fortuna de alguien más.
Esta es la cruel realidad que propicia la estructura del capital, de la búsqueda de la máxima ganancia, donde hay maña, oportunismo, trampa y explotación, porque se lucra con la necesidad ajena y se manipula el derecho universal a la vivienda. No se le vende a una persona una casa, se le vende la sensación de que tendrá una casa, sólo si puede pagar por ella; de lo contrario el prestamista, el banco, inmobiliaria u otro facilitador, se queda con el dinero y con el derecho de propiedad, para continuar explotándola, vendiendo o rentando a otras personas.
No todo es ético ni moralmente correcto y Dennis corrompe su integridad por ambición a cambio de dinero. Carver le enseña cómo aprovechar, explotar y tergiversar tanto las regulaciones gubernamentales, bancarias e inmobiliarias, como las tácticas para obligar desalojos y sacar el mayor beneficio de ellos. Por ejemplo, elevando los pagos del adeudo para que las personas no puedan seguir cubriéndolos y se vean forzadas a irse; después Carver contrata a personas como Dennis, mano de obra barata que acepta cualquier salario por necesidad, para remodelar o componer la propiedad y luego revenderla a un precio más elevado.
Carver se guía bajo la idea, práctica y no emotiva, de que no se gana con tener una casa, se trata de tener las más y mejores, para administrarlas jugando a la constante especulación de compra-venta que modifica engañosamente su valor en el mercado. Es una apuesta basada en aprovecharse del que menos tiene, de forma que los clientes que Carver persigue no son individuos adinerados que puedan comprar y pagar a su antojo, sino aquellos que no pueden hacerlo, precisamente para quedarse él con un producto que a la larga puede comprar y vender indefinidamente, en un permanente proceso de acumulación de capital vía la especulación comercial.
Su estrategia funciona no sólo a pesar de la crisis financiera sino gracias a ella, transgrediendo a la par el orden legal de las cosas: plantando evidencia falsa, mintiendo en sus reportes, comprando jueces, abogados y policías para que hagan lo que él necesita y consiguiendo que personas como Dennis, su empleado, den la cara ante la ola de injusticias y arbitrariedades que pone en marcha.
La pregunta que Dennis eventualmente tiene que hacerse es qué tan lejos es capaz de llegar, con el peso de su consciencia reclamándole una falta de ética; especialmente cuando ya no sólo se trata de desalojar personas que no cumplieron su promesa de pago, sino el desplazamiento de familias que son obligadas a irse por coerción o amenazas, para que personas como Carver puedan conseguir contratos más redituables con constructoras privadas que ganan más demoliendo los espacios para crear proyectos inmobiliarios de élite y zonas residenciales exclusivas.
Si quien trabaja y se esfuerza no es acertadamente recompensado, lo que la persona termina haciendo es convertirse en ese mismo ser que le explota, para entonces explotar él a alguien más. Ser el cazador y no la presa, es la lógica de Carver. Sin embargo, esto implica cruzar líneas morales hacia un mundo de codicia del que es difícil regresar. ¿Qué pasa si ésta se convierte en la única opción: ‘comer o ser comido’?
Parece inevitable que, para que alguien gane otro tenga que perder, o para que alguien se enriquezca otros se empobrecen. Para personas como Dennis, el ciudadano promedio, su casa significa un hogar; no cuatro paredes sino un espacio seguro donde vivir, crecer y soñar. Para personas como Carver, el banquero, el inmobiliario o el administrador, se trata de una construcción que debe servir para ganar el mayor dinero posible, no importa quién viva en ella o quién esté pagando para conseguir legalmente el derecho de propiedad.
La película lo ejemplifica con objetos tangibles como propiedades o casas; pero bien podría tratarse de bienes muebles u objetos menores, como autos, electrodomésticos, obras de arte, herramientas de trabajo, equipo de cómputo, incluso servicios. Cuando la meta es capitalizar, a veces no importa cómo o a expensas de qué o quién.
“Estados Unidos no rescata a los perdedores. Estados Unidos rescata a los ganadores”, le dice Carver a Dennis, enfatizando un punto clave de la película, que se trata del ‘sueño americano’, visto y vivido desde los ojos del explotado, del oprimido, el que anhela ganar pero vive en el límite de la marginación, el que pierde todo porque está a merced de ese sueño que finalmente existe para mantenerlo pasivo, ‘soñando’ y, por ende, controlando a un estrato social desfavorecido que difícilmente podrá alcanzar algo mejor, pero aun así se endeuda creyendo que puede lograrlo.
Lo curioso es que a pesar de todo y de la contrariedad de la situación, lo que todos quieren es sobrevivir. Lo que separa a unos de otros es la división de clases sociales, el derecho de propiedad, la economía excluyente, el sistema legal diseñado para favorecer al poderoso, la pirámide social y la ambición y pretensiones de una comunidad que valora más riesgo que estabilidad, acumular que compartir. Ser cazador, no presa. ¿Y la ética? ¿Y el respeto y la generosidad? Bien gracias.
Ficha técnica: 99 casas - 99 Homes