
Herejía significa negar o estar en desacuerdo con las normas, costumbres y creencias establecidas y aceptadas, ya sea por una religión, institución, autoridad, academia o grupo social. Más que no creer en nada, que sería un ateo o un agnóstico, aquí se refiere a cuestionarlo todo, rechazando la opinión popular o de la mayoría.
El hereje se aparta, disiente, disputa y objeta, pero aunque el pensamiento crítico es oportuno y dudar implica sopesar la información desde todos los ángulos, en lugar de creerla ciegamente, eso no quiere decir que sólo por contradecir, sus palabras o afirmaciones sean las correctas.
La película Hereje (EUA, 2024) plantea diversas reflexiones alrededor de esto, la alienación, la duda y el control, o la diferencia entre cuestionar el entorno objetivamente y solamente negarlo en favor de imponer ideas o voluntades propias. Escrita y dirigida en conjunto por Scott Beck y Bryan Woods, la cinta está protagonizada por Hugh Grant, Sophie Thatcher y Chloe East. La historia se centra en dos jóvenes misioneras mormonas, Paxton y Barnes, que visitan a un hombre, el señor Reed, con la intención de predicar sus creencias para convencerlo de unirse a su iglesia cristiana, el Movimiento de los Santos de los Últimos Días. Sin embargo, pronto se dan cuenta que han caído en la trampa de un hombre que las retiene contra su voluntad, con el fin de aparentemente obligarlas a cuestionar su fe, pero en realidad de empujarlas a dejarse influenciar por él, con el argumento de que creer en algo es lo mismo que no creer en nada, porque lo importante no es qué es real o no, sino qué tanto se está convencido de que lo es, o no.
Toda religión o doctrina es una copia de su antecesora; todas se basan en los mismos principios y promueven las mismas ideas, afirma Reed, y su objetivo, en todos los casos, no es sanar o ayudar al prójimo, ni guiar espiritualmente a sus seguidores por un camino de buena voluntad, solidaridad y armonía, sino el beneficio propio, el control de las consciencias y el enriquecimiento de la estructura institucional a la que pertenecen.
En otras palabras, según Reed, ninguna religión es única porque todas pretenden adecuarse a las necesidades del entorno ajustando normas, límites o principios con el fin de seguir vigentes y convincentes. Reed insiste que las religiones improvisan, mienten y se adaptan, no en favor de sus simpatizantes ni la fe o ideales que plantean, sino a partir de cómo pueden sacar provecho de esto, sea dinero, propiedades, dominio, prestigio y hasta popularidad, que conlleva influencia.
Reed esconde sus propias intenciones poco honorables bajo la manga, pero también plantea preguntas resonantes respecto a la fe, las religiones como instituciones de poder y la forma cómo sus doctrinas moldean a las personas y a la sociedad misma. La existencia de una variedad tan vasta de religiones parece obedecer a motivos de conveniencia; las propias Barnes y Paxton aceptan que el fundador de su iglesia la creó porque no estaba totalmente de acuerdo con lo que predicaba la religión a la que ya estaba afiliado, así que absorbió aquello que le interesaba, desechó lo que no y propuso una nueva forma de organización, con reglas, jerarquía, estructura y directrices nuevas. Una de las jóvenes incluso menciona haberse acercado a varios templos antes de encontrar aquel que mejor le convencía.
Objetivamente esto parece adecuado, la libertad de elegir en qué creer, sopesando qué rige a la institución o religión en cuestión, qué profesa y cómo se organiza. Sin embargo, la otra cara de la moneda presenta un escenario más bien oportunista, abriendo el debate a cuestionar si la existencia de tan variadas y numerosas religiones no responde entonces a una cuestión de conveniencia combinada con individualismo, como si, en lugar de dialogar con el fin de cambiar para mejorar, ya sea principios, doctrina o religión, se decidiera negar lo existente para crear un nuevo movimiento, similar pero encabezado por su creador. El resultado: grupos sociales intransigentes, fanáticos, ignorantes, manipulables, intolerantes y cerrados al diálogo, que se dejan guiar con fe ciega por sus líderes.
Las religiones como instituciones suelen ser así, más adoctrinadoras que promotoras de valores que animen a las personas a actuar correctamente. De forma que, según Reed, el gran problema para la humanidad no es tener o no fe, sino tenerla pero depositarla en un sistema de organización social que limita su individualidad, identidad, libertad y desarrollo.
Las preguntas que Reed hace a Paxton y Barnes son importantes: qué opinan realmente de su religión, cómo la cuestionan, en qué creen y por qué o qué tanto influye en su vida, sus relaciones sociales y su propia visión del mundo. Las respuestas de Barnes son más reveladoras, especialmente una vez que se da cuenta que Reed las tiene, para fines prácticos, secuestradas y que su objetivo es, potencialmente, matarlas. Barnes se convence que su supervivencia recae en retar la mente de Reed tanto como él lo hace con las suyas, haciéndolo racional, ecuánime y argumentativo. Enfrentar a la razón con razón, porque sólo entonces se convierten en oponentes dignos y capaces, ante un Reed que parece percibirlas, muy misóginamente, como inferiores.
Barnes se niega a verse como víctima, como alguien maleable, incapaz de pensar, decidir, cuestionar, razonar, entender y cambiar. En el fondo el dilema no recae en que alguien crea o no, profese una religión o no, cuestione o siga fielmente aquello que se le inculca, sino en no darse cuenta de cómo esto sucede todo el tiempo y en todas partes, en los medios de comunicación masiva, la mercadotecnia, la política, las instituciones sociales, las religiosas, escolares, deportivas, incluso en la familia.
Todos profesan tener las respuestas, enfatizando que se trata de ‘las respuestas correctas’; todos quieren ser líderes, tener seguidores, ganar, desplazar al competidor, eliminar al de junto y conseguir devota lealtad de aquellos a quienes han persuadido en la idea de que son ‘la mejor opción’ por sobre cualquier otra. Lo hacen las religiones, los partidos políticos, los equipos deportivos, las marcas comerciales, las celebridades, la tecnología, etcétera.
¿Cuál es la diferencia entre catolicismo, cristianismo, budismo, hinduismo, islamismo o cualquiera de las muchas variantes de cada una de estas disciplinas? Los detalles cambian, pero las bases son las mismas, explica Reed, añadiendo que todas las doctrinas de fe son variantes de la misma idea, los mismos principios o relatos y el exacto mismo fin último, enfatizando cómo el envoltorio, vistoso, llamativo y camaleónico permite engañar, embaucar o engatusar a las personas, para que no se den cuenta que se trata de una simple competitividad entre partes contrarias alrededor del mismo producto.
Aunque su sustento se concentre en desacreditar toda ideología por el mero propósito de debilitar anímicamente a Paxton y Barnes, lo que Reed dice tiene argumentos convincentes a favor, aunque también en contra. Si toda religión profesa en el fondo los mismos ideales, si todas hablan de amor, solidaridad, redención, perdón, amabilidad, superación y demás, si lo único que las diferencia es cómo predican todo esto, ¿cuál tiene la razón?, ¿cuál es la verdadera o la correcta? En todo caso, ¿si el individuo elige en función de aquello que mejor le acomode, no es más una elección basada en la comodidad que en los principios?
La trampa que Reed despliega para confundir, para quebrantar en lugar de orientar, es que no pregunta con ánimo reflexivo ¿para qué sirve la religión?, ¿por qué la gente se acerca a ella?, ¿en qué ayuda o perjudica? o ¿cuál es el propósito de la fe, desde la perspectiva personal? Es decir, no invita a Paxton y Barnes a cuestionar aquello que su iglesia les inculca como un acto crítico, racional y científico, sino que las obliga a dudar para alejarlas de toda creencia previa y así imponer sus ideas en la mente de estas jóvenes.
Es tan débil quien cree ciegamente en todo como quien no cree absolutamente en nada, porque entonces se es incapaz de pensar, de argumentar y de decidir por sí mismo. Tener fe en una religión no es lo mismo que tener fe en su iglesia; ni creer en su dios es igual que creer en las personas que predican su palabra. Cómo detectar la mentira de la verdad; ¿creemos en algo sólo cuando estamos convencidos de que es cierto, o a pesar de las dudas seguimos creyendo, porque nos hace sentir bien con nosotros mismos?
“Mientras más sabes, menos sabes”, menciona Reed, en relación a que al indagar más a fondo sobre aquello que se nos impone, no sólo en el terreno religioso sino respecto a cualquier idea, afirmación o información compartida, presentada y circulada, más propenso se es a desenterrar aquello que contradice lo que creemos saber. La clave es valorar qué hacer con esto, algo que Reed no pone en práctica; en cambio niega, culpa y reprocha, olvidando que conocimiento, análisis y pensamiento crítico no significa cuestionar para destruir, sino hacerlo para esclarecer ideas, adaptar nociones y adecuar conceptos.
“Cada secta, culto, credo o denominación aclamaba ser la única doctrina verdadera y sin embargo, ninguna parecía verdadera al examinarla bajo el microscopio”, reclama Reed. “¿Cuál es la única religión verdadera?”, pregunta frecuentemente, hasta concluir que todas son sistemas de control. Sin embargo, la religión también existe para darle sentido al mundo y esto es lo que Reed no acepta porque está convencido que toda institución, religiosa o no, está tan corrompida por su hambre de poder e influencia que poco importa lo que la sostenga, mientras tenga poder, control y dominio sobre sus seguidores y, con ello, propiedades y beneficios.
Si no se entiende, se juzga; si no gusta, se desecha o censura; si no sirve, se elimina; y si incomoda, se niega o borra de la historia. Esto sucede con las personas, acontecimientos, movimientos sociales, normas, doctrinas, creencias y estructuras que conforman el todo. Cuando Reed persiste en que toda religión no es más que un conducto para aprovecharse de las personas, de sus debilidades, inseguridades, incertidumbre o vacío emocional y personal, lo que dice es que en el fondo todo esto tiene que ver con la naturaleza humana de supervivencia y destrucción. Las religiones son meras historias, transmitidas de generación en generación, creadas y compartidas por individuos que por naturaleza mienten, se pervierten y compiten.
Supervivencia y control mueven al ser humano, pero esto puede fácilmente también volverlo un villano, como sucede con Reed, alguien que inicialmente indagó en la teología en busca de repuestas para eventualmente imponer las suyas propias. Lo hace con Paxton, Barnes y las muchas otras mujeres que ha atrapado por medio de engaños y manipulación, presentando sus dudas sobre fe y religión, aunque de una manera más radical que objetiva, preguntando si un milagro significa magia inexplicable o sólo coincidencia de un hecho que se resuelve de la forma más inesperada o ideal. ¿Existen los milagros o adjudicamos sucesos difíciles de explicar al pensamiento mágico?
Cuando alguien pregunta si sirve de algo rezar, no debe analizarse desde el mero enfoque práctico y funcional. No es que rezar haga que las cosas sucedan, ya que eso sería un anhelo supersticioso, sin fundamento; más bien rezar puede ser una forma de canalizar un deseo en positivo. “Rezar no funciona”, confiesa Paxton, explicando que si ella lo hace, convencida y en paz consigo misma, es porque sabe que es un medio para encontrar tranquilidad y conciliación, porque para ella rezar significa poner a alguien más primero, solidarizarse, desear armonía y bienestar, compartiendo buenos deseos en lugar de amargura o rencor.
Con Paxton y Barnes atrapadas en un laberinto de engaños, Reed asegura que para salir deben elegir entre dos puertas que representan ‘creencia’ e ‘incredulidad’; y tras exponer sus argumentos de por qué toda doctrina religiosa está plagada de cimientos cuestionables, lo que les pide no es elegir entre creer ciegamente en algo o dudar de su entorno como respuesta analítica de su sociedad, lo que les pide es negar quienes son, ya que la presión proviene de qué tanto las ha convencido de sus propias creencias, demostrando que con persuasión e intimidación suficientes cualquiera dirá, negará o asegurará lo que le digan que tiene que hacer, se esté seguro de ello o no.
Paxton se inclina por ceder a la imposición y elegir la puerta de la incredulidad. Barnes difiere, sospechando que lo importante no es el lugar en que desemboque la puerta, sino qué opción elijan como reflejo de lo que realmente creen, no desde el punto de vista de la fe religiosa, sino de sus propios valores. Barnes sostiene que no deben elegir la incredulidad pensando que es lo que Reed quiere que hagan, pues si su destino ya ha sido elegido por él, la respuesta ‘correcta’ no debería ser complacerlo, sino decidir conforme a lo que realmente creen. Escoger ‘creencia’ no implica, obligatoriamente, ser ingenuos o ignorantes, sino ser fieles a sí mismas. Al final, en efecto, la decisión no importa, pues ambas puertas van al mismo lugar, una prisión de la que la única salida es aceptar el sometimiento.
Reed traza un laberinto que en lugar de acercarlas a la razón o la redención, un renacimiento reflexivo y filosófico en cuerpo y mente, hacia donde las conduce es a una oscuridad tan metafórica como real. ¿Qué aceptaríamos o estaríamos dispuestos a creer con tal de alcanzar la salvación, aceptación, liberación o el ascenso (personal, profesional, laboral o social)? La fe y la religión pueden ser guía, pero también prisión; pueden ser salvación, pero también destrucción. ¿Se puede creer lealmente en una religión aunque se tengan claras sus fallas? ¿Aplica lo mismo a las personas, los cánones sociales y las normas de las instituciones en que se construye la sociedad actual? ¿Qué significa realmente cuestionar, debatir, analizar y valorar el entorno, o a la gente, a uno mismo y a la sociedad?
Creencia, curiosidad o duda; la respuesta ‘correcta’ es desafiar al sistema y rebelarse, visto como el camino para no caer en la manipulación y el culto devoto que no tiene argumentos, teniendo claro que seguir una ideología o un líder no es forzosamente incorrecto, mientras no se deje de cuestionar y sopesar lo que se hace y cómo se hace. La religión no puede ser ‘mala’ o ‘buena’, pero las personas sí; las religiones en su esencia no manipulan y controlan, son las personas que se sirven de sus incoherencias, huecos, fallos o medios para someter a través de ellas a aquellos a su alrededor.
La sociedad, en su organización y orden actual, promueve y facilita el sometimiento, alienación, enajenación y dominio a través de su estructura e instituciones, medios y formas sociales, entre ellas, inexactitudes legales, redes sociales, gobiernos autoritarios, mercadotécnica, limitación de la cultura, ideología individualista, privatización, automatización, hermetismo, desinformación, falta de educación y demás.
¿Por qué creemos en lo que creemos? ¿Cómo formamos nuestros valores y creencias? ¿Por qué estamos acostumbrados a que alguien más nos diga lo que tenemos que hacer? ¿Por qué aceptamos, tal vez sin darnos cuenta, lo que imponen padres, escuela, religión, gobierno, figuras populares, medios de comunicación, entre otras instituciones? ¿Acaso no es esencial, como parte de la naturaleza humana, creer en algo o en alguien, una idea, principio, religión, un dios, político o cualquier figura de autoridad? ¿Somos quienes queremos ser?
Nuestras ideas, pensamientos, opiniones y convicciones se moldean desde las relaciones que establecemos con los demás, en el seno de las organizaciones creadas por el ser humano. El asunto es, ¿qué tanto permitimos que terceras partes, agentes externos o estructuras que deberían servirnos, en lugar de nosotros servir a ellas, dan forma a nuestros ideales?
La película plantea más preguntas que respuestas, incluso respecto a la narrativa y sucesión de hechos dentro de la trama, pero porque de eso se trata la vida misma; no es ‘creer’ frente a ‘no creer’, más bien es preguntarnos por qué creemos o no creemos en algo, especialmente en el mundo actual, tan distraído por el ruido exterior, el consumo obsesivo, la indiferencia y la apatía, al grado que se ha dejado de cuestionar aquello que Reed llama la ‘religión verdadera’, sin que literalmente se refiera a una religión, sino a lo que ella representa: control, vigilancia, dominio, enajenación.
Ficha técnica: Hereje - Heretic