
Las personas inevitablemente buscan anclas (metafóricas) en sus vidas, porque esto les ayuda a tener estabilidad, enfoque, seguridad, concentración o fuerza emocional, entre otras cosas. A veces se trata de seres queridos o aquellos con quienes usualmente se convive, pero también pueden ser momentos, lugares, objetos y hasta recuerdos. Todos son, en esencia, pilares simbólicos que nos sostienen y mantienen firmes; o anclados, retomando la metáfora.
El problema es cuando el ancla ya no permite avanzar; cuando, en lugar de ayudar, evita que se siga adelante. ¿Cómo progresar en la vida si hay algo o alguien que no nos deja cambiar, evolucionar, superar el pasado o dar el siguiente paso? ¿Qué pasa cuando somos nosotros lo incapaces de soltar las riendas o levantar anclas? De esto trata la película Fantasmas del pasado (Francia-Alemania-Bélgica-República Checa, 2016), que habla, ente otras cosas, sobre soledad, dolor, miedo a la muerte y a dejar ir el pasado y a las personas.
Escrita y dirigida por Olivier Assayas y protagonizada por Kristen Stewart, Lars Eidinger, Nora Waldstätten y Sigrid Bouaziz, la historia sigue a Maureen, una joven estadounidense que trabaja en Francia como asistente de compras de una celebridad famosa, Kyra. Su labor o actividad profesional no le es particularmente interesante, cumple su función pero el fin último no le apasiona, dado que lo que realmente le motiva es algo muy diferente: Maureen se encuentra en Paris porque ahí es donde murió hace poco su hermano gemelo, Lewis, y ambos hicieron un pacto de que quien falleciera primero, regresaría del más allá, o se comunicaría de entre los muertos, a través de una señal, en parte para así confirmar al otro que están en paz y, en parte, para con ello dar fe de que hay, en efecto, un ‘más allá’.
¿Cuál es esa señal? Ni Maureen misma lo sabe, pero está segura de que la reconocerá, porque tanto ella como su hermano son médiums, es decir, personas sensibles a las energías del universo que les da la habilidad de percibir, para fines prácticos, espíritus o fantasmas, lo que implica creer tanto en lo sobrenatural como en un plano existencial después de la muerte. Puede llamarse tanto fe como pensamiento mágico, lo importante es creer en ello. Nada tiene que ver con la religión, insiste Maureen, sino más bien con espiritualidad y con dar un significado o propósito a la vida, a las cosas, la naturaleza, las energías, los lugares y las personas, incluyendo relaciones de conectividad, empatía y entendimiento entre ellas.
La película, claro, puede analizarse desde dos, quizá más, diferentes perspectivas. La primera es verla y aceptarla como una historia de fantasmas y eventos sobrenaturales, una en la que Maureen tiene la habilidad de conectar con los espíritus y por eso regresa constantemente a la casa de Lewis, porque percibe y persigue su presencia, aparentemente honrando ambos el pacto que hicieron años atrás, como una búsqueda además simbólica por cerrar un ciclo con él, despedirse y permitirse seguir adelante.
La otra es abordarlo desde un punto de vista racional, plagado de alegorías, cuyo fin último curiosamente es exactamente el mismo, sanar para poder continuar delante. Maureen no se está permitiendo pasar página porque la muerte de su gemelo continúa siendo un duro golpe, anímica y emocionalmente hablando, en especial por lo que significa la muerte en sí, dado que ambos nacieron con una condición que afecta su corazón y que podría matarlos en cualquier momento, que es lo que le sucedió a Lewis.
En este escenario, o bajo este enfoque, los fantasmas son una analogía, una manifestación de su propio sentir, especialmente el duelo. Maureen se sugestiona y ansía un contacto real, una señal o un último indicio de comunicación, porque ‘quiere creer’. Ese deseo, casi necesidad porque su hermano siga de una manera u otra a su lado, incluso después de muerto, se ha convertido en una obsesión, reflejo de su inhabilidad para dejarlo ir. Los fantasmas simplemente son manifestación de lo que ella siente o teme.
¿Qué tanto el espectador ve lo que Maureen quiere ver o, qué tanto más bien esta analogía sirve para entender cómo a veces es tan difícil dejar ir aquello que tanto importa? ¿Por qué en lugar de avanzar la gente se estanca aferrada al pasado? Para Maureen su hermano era su ancla y ahora que él se ha ido no sabe cómo soltarla, ni sanar, ni definirse a sí misma, ni reconstruir su vida; se aferra a él a través de fantasmas que sólo están en su cabeza.
En un punto del relato, en la casa de Lewis, Maureen percibe una presencia o energía que, según la protagonista, tras enfrentarse, eventualmente se va. “Tal vez tenía cuentas que ajustar. Creo que estaba perdida”, dice ella sobre el fantasma, pero esto bien podría aplicar para describir a Maureen misma, alguien deambulando por la vida, perdida, sin un rumbo fijo u objetivo concreto, centrada en algo pendiente que no la lleva a nada ni plantea algo concreto a futuro.
En corto, Maureen está tan perdida como ese fantasma. Su trabajo es impersonal, se comunica con Kyra prácticamente sólo a través de mensajes escritos, no interactúan y la mayoría del tiempo ni siquiera se ven, además de que la monotonía e insignificancia de su labor la lleva a sentir que lo que hace no importa, ni para ella ni para el mundo. Pero así es todo, todos los días, ya que en general no tiene un contacto significativo con nadie, ni con amigos, ni con conocidos, ni con familiares, a veces ni siquiera consigo misma.
Es irónico que el contacto que más ansía sea con alguien que no está vivo, pero esa soledad es la pieza clave del relato, ya sea que se concuerde con que Maureen realmente ve fantasmas, o que esto se tome como una mera metáfora de su interior quebrantado. Todo y todos en su vida son simples espejismos, fantasmas simbólicos a su alrededor: su novio está en Omán por trabajo y sólo hablan a través de videollamadas; Kyra apenas hace eco de su existencia; la ex novia de Lewis, Lara, y otros amigos que tienen en común platican con ella esporádicamente, pero siempre recordando a Lewis.
Maureen no tiene con quien hablar, compartir, dialogar o debatir, así que cuando alguien anónimamente le escribe, dando muestras de que la conoce y comienza a hacerle preguntas personales, ella cede, irónicamente buscando contacto humano a través de un aparato tecnológico impersonal de por medio.
Inicialmente, a raíz de esa necesidad de mantener presente a Lewis, Maureen se imagina que la persona al otro lado del teléfono es él, como si un fantasma pudiera haberse metido a la red de comunicaciones para enviarle mensajes de texto. Quien realmente le escribe aprovecha esta debilidad para usarla a su favor y en contra de Maureen, lo que se deduce al final de la película cuando se descubre quién es el autor de esos mensajes: el novio, o más bien el amante de Kyra, quien tras asesinarla pretende inculpar a su asistente de compras.
Lo interesante del intercambio escrito con él es que sus preguntas son suficientes para que Maureen revele el disgusto que siente consigo misma, con lo que hace y por qué lo hace. “¿Te gustaría ser otra persona?”, le pregunta este sujeto. “Sí”, responde ella, para más tarde verse tentada por la idea de ser alguien más y probarse la ropa que ha comprado para Kyra, lo que a su vez es simbólico porque representa no sólo ponerse otra ropa, sino también ponerse otra piel, otra actitud, otra forma de ver la vida, de soñar, de hacer las cosas, de pensar y de vivir.
La acción, por tanto, implica algo más que rebeldía, ya que Maureen de alguna manera se plantea la posibilidad, o el imaginario, de una realidad que no es la suya, un presente que no es el que vive y una existencia muy diferente a la que ha elegido. No es que aspire a la fama, el dinero o la agenda social de Kyra, es que anhela ser alguien totalmente diferente a quien es, lo que idealmente, aunque no sucede sino hasta el final de la historia, la lleve a cuestionarse qué tan insatisfecha está consigo misma o qué tan estancada está a partir de no poder dejar ir algo o a alguien, de no querer aceptar que se ha ido.
¿Cuál es exactamente la señal que busca, en el sentido de que, cuando la identifique, qué significado tiene para ella? ¿Podrá seguir adelante? ¿Cuántas señales serán suficientes para que Maureen deje ir el pasado? “¿Creíste que sentiste algo o estás segura?”, cuestiona a su vez su novio respecto a estas supuestas ‘señales’, planteando una vez más la cuestión de si lo que ve y lo que cree que ve son lo mismo o están relacionados.
Uno de los peligros con el estancamiento y la soledad es que pueden convertirse en un círculo vicioso autodestructivo. Maureen asegura que cuando su hermano haga contacto ella, se sentirá lo suficientemente lista como para que cada quien siga su rumbo. Pero luego de que él aparentemente hace contacto, quizá en más de una ocasión, ella de todas formas no supera el pasado ni lo suelta a él.
“No me interesa el duelo. El dolor y el sufrimiento ya son suficientemente duros. Ahora quiero vivir”, menciona Lara, la exnovia de su hermano, una vez que le confiesa a Maureen que tiene nueva pareja sentimental y que está preparada para continuar con su vida.
“Ya sabes lo que dicen, que los muertos cuidan de los vivos”, razona un amigo de Lewis, el mismo con quien ahora Lara tiene una relación romántica. Ninguno desecha el recuerdo, más bien lo mantienen presente sin convertirlo en una atadura, pues le dan un valor a favor de lo que es y lo que viene, no de lo que fue.
Es curioso que una vez que Maureen visita a Lara para despedirse, ya que ha decidido viajar a Omán para estar con su novio, finalmente recibe una señal y ni siquiera la nota, más bien la descarta dándole la explicación más lógica dadas las circunstancias, un vaso que se cae, según ella, por la fuerza del viento. Por un lado, el espectador ve lo que Mauren querría ver: a su hermano a su lado; por el otro, teniendo presente que todos los fantasmas son producto de su imaginación, se entiende que, a veces, un vaso que cae simplemente es un vaso que cae.
Hacia el final de la historia, Maureen lo valora, entiende y acepta, cuando en Omán cree volver a ver un fantasma. Estableciendo que un golpe significa ‘sí’ y dos ‘no’, ella pregunta: “¿Lewis? ¿Estás aquí?” Golpe. “¿Me has estado esperando?” Golpe. “¿Estás en paz?” Golpe. “¿No estás en paz?” Golpe. “¿Estás jugando conmigo?” Golpe. “¿Quieres hacerme daño?” Dos golpes. “No te conozco. ¿Quién eres? ¿Lewis, ¿eres tú?” Silencio. “¿O soy sólo yo?” Golpe.
De esta manera la cinta confirma que querer o creer ver fantasmas es la forma como Maureen mantenía vivo y presente el recuerdo de su hermano, ante la esperanza de que él estuviera ahí, aferrándose a ella como ella a él. “Esperar”, es lo que siempre respondía cuando le preguntaban qué estaba haciendo o qué seguía en su vida; existiendo en la inexistencia, exactamente como hace un fantasma, folclóricamente definido como un ente sin rumbo, que deambula porque no ha podido cumplir o completar aquello que quiere, por ende, incapaz de avanzar por esa ancla que ahora le ata.
Maureen estaba siendo un fantasma en su propia historia de vida, sin poder definirse, trazar su propia identidad, descubrir su individualidad o aterrizar necesidades y anhelos, en un mundo donde, además, todo es cada vez más impersonal y por eso la conectividad humana se va perdiendo, más aún cuando casi todo parece mediado por la tecnología. Bajo esta descripción, el mundo está lleno de fantasmas, seres errantes, muertos en vida, metafóricamente hablando, para quienes la respuesta, como para Maureen, es tan sencilla como compleja: vivir.
Ficha técnica: Fantasmas del pasado - Personal Shopper