
Ser creativo implica imaginar, idear, preguntar, aprender, construir, pensar y hacer las cosas diferente, fuera del molde establecido, con propuestas y opiniones que planteen nuevas formas de ver el mundo. Si bien todas las personas son únicas, no todas se atreven a ser pioneras, con iniciativa, porque ser creativo también requiere disciplina, ingenio, autenticidad, orden, organización, audacia y valentía.
Esto es algo que idealmente se incentiva y trabaja desde pequeños y no deja de nutrirse o no debería dejar de hacerse con el paso de los años, ya que también conlleva desarrollo, tanto personal como social. ¿Qué pasa entonces cuando hay indisciplina, libertinaje y falta de búsqueda por respuestas, soluciones e ideas? Si los niños de hoy son el futuro del mañana, ¿cómo pinta la realidad en adelante para la sociedad?
La película Charlie y la fábrica de chocolate (EUA-Reino Unido-Australia, 2005) es una adaptación del libro homónimo de Roald Dahl, que habla, entre otras cosas, de imaginación, disciplina, creatividad e ingenio como motores para la vida en un mundo en construcción, de constante cambio, no de conformismo o estancamiento, porque ello conduce a la frustración y amargura. Escrita por John August, dirigida por Tim Burton y protagonizada por Johnny Depp, Freddie Highmore, David Kelly, Helena Bonham Carter, Noah Taylor y Christopher Lee, entre otros, la historia se centra en Willy Wonka, el excéntrico dueño de una fábrica de dulces que un buen día invita a cinco niños a conocer y recorrer sus instalaciones, bajo la promesa de un premio especial para uno de ellos.
El legendario chocolatero lleva años recluido, en parte como medida de autoprotección, luego de que competidores hicieran todo por robar y copiar sus ideas, esperando reproducir su éxito y explotando, sin reconocer su autoría, el potencial de su visión. Desde entonces Wonka trabaja por su cuenta, distanciado del mundo por temor a la actitud deshonesta de aquellos a su alrededor.
Sin embargo, ahora está ávido por compartir opiniones, visión y futuro mismo, una vez que se ha dado cuenta que si muere, o más bien cuando lo haga, alguien tiene que continuar con su labor. Es por eso que pone en marcha su plan y esconde cinco boletos dorados en sus famosas barras de chocolate, para que cinco ganadores, para efectos prácticos elegidos al azar, lo visiten, a fin de encontrar entre ellos uno digno de seguir sus pasos.
Por supuesto al principio nadie sabe cuál es el objetivo de Wonka; la emoción principal gira en torno de poner pie dentro de su fábrica, ver y conocer sus inventos y deleitarse con sus dulces, caramelos, chocolates y demás sabores que se asocian con felicidad, el buen ánimo, alegría infantil y, en cierta forma, libertad. Qué es un dulce sino un alimento que se come por gusto y se disfruta por el ánimo y deseo de poder hacerlo.
Los cinco niños afortunados son: 1. El glotón Augustus Gloop, tan ávido e impulsivo, especialmente con la comida, que no muestra autodisciplina. 2. La malcriada Veruca Salt, consentida y solapada por su padre a un grado tan extremo que no entiende lo que es esfuerzo, dedicación o trabajo. 3. La arrogante y competitiva Violet Beauregarde, a quien sólo le interesa ganar y sobresalir, porque a eso se ha limitado su vida, a empujar de su camino al de junto para ser siempre la vencedora. 4. El antipático y violento Mike Teavee, quien descifra la logística de las entregas de barras de chocolate para asegurarse de conseguir un boleto ganador, no porque anhele golosinas o conocer a Willy Wonka, sino porque le gusta hacer su voluntad y salirse siempre con la suya, creyéndose más listo que los demás de una forma insolente y arbitraria. Y finalmente 5. Charlie Bucket, un niño de pocos recursos que vive con sus padres y abuelos, quien por suerte, persistencia, un poco de fe y mucho ánimo, descubre el último boleto ganador en una barra de chocolate que compra con dinero que encuentra en la calle, luego de dos intentos fallidos por conseguir algo que parecía inalcanzable: ganar.
Charlie pronto se da cuenta que el dinero y la ambición prácticamente mueven al mundo, o al menos, a gran parte de éste. Cuando varias personas le ofrecen dinero por su boleto dorado, se debate entre disfrutar el pequeño lujo que ha caído en sus manos o venderlo para conseguir recursos con que ayudar a su familia.
El dinero, le dice uno de sus abuelos, es algo banal e insustancial comparado con lo que está a punto de vivir. “Hay mucho dinero allá afuera. Imprimen más todos los días. Pero este boleto, sólo hay cinco iguales en todo el mundo y no va a haber más. Sólo un tonto renunciaría a esto por algo tan común como el dinero”, insiste el abuelo George, haciendo hincapié en que el privilegio que se le otorga no es algo a lo que se le pueda poner precio; es una oportunidad única, irrepetible e invaluable que se ha ganado él, para aprovecharla, vivirla y sobre todo disfrutarla.
La forma de ver las cosas por Charlie dista mucho de la actitud individualista del resto de sus compañeros, porque su vida, contexto, expectativas y posición socioeconómica los ha llevado por caminos muy distintos y es esta formación lo que va moldeando su carácter. No es que la vida de uno u otro sea mejor o peor, es que las circunstancias para Charlie lo han empujado a aprender la importancia y el valor de ser solidario, soñador, astuto e ingenioso, alguien libre de soberbia o protagonismo, porque no hay cabida para ello en su día a día, en una casa donde todos los que pueden colaboran, pues de lo contrario no sobreviven, y en donde hay que hacer mucho con poco y, por tanto, cualquier pequeña idea vale demasiado.
Si Charlie consigue un boleto dorado no es porque haya pagado por él o haya amañado las cosas para que así suceda. En contraste, por ejemplo, el padre de Veruca es tan rico que es capaz de pagar a cientos de empleados para pasar horas revisando dulces en busca de un pase ganador. Incluso el resto de los niños, quizá sin la opulencia y privilegios en que vive Veruca, tienen los medios y recursos para, tranquila y holgadamente, comprar todas las barras de chocolate necesarias para conseguir su objetivo o facilitar que se logre.
La familia de Charlie apenas tiene para sobrevivir y confía en que la ‘oportunidad’ no está ligada a privilegios. Por eso es tan significativo que le obsequien un chocolate, porque comprar la golosina implica un esfuerzo colectivo, casi un sacrificio que se hace con la esperanza de darle esperanza. Quieren hacerlo sentir especial, porque no tienen otra manera de demostrarle que esto nada tiene que ver con dinero, posición socioeconómica, propiedades, opulencia o riqueza. Él tiene tantas posibilidades de ganar como cualquier otro, porque, para fines prácticos, es como cualquier otro.
La diferencia es que Charlie ha experimentado lo que significa esfuerzo, trabajo, dedicación e iniciativa, algo que muchos de sus similares no parecen comprender porque en general sus padres les han dado todo, hasta malcriarlos. Visto de manera positiva, se trata de padres que pueden proveer a sus hijos de lo necesario para cubrir necesidades básicas y luego darse uno que otro lujo. Pero por otra parte, buscando proteger, a veces los padres caen en la sobreprotección que, al menos en estos casos, deriva en niños caprichosos, individualistas, acaparadores y ambiciosos que se han acostumbrado a tenerlo todo, a hacer su voluntad, sin medir consecuencias, razonar, realizar sacrificios o aceptar reglas.
Así, el recorrido por la fábrica se convierte en una especie de prueba para determinar quién de los cinco tiene algo que ofrecer, en lugar de sólo tomar o arrebatar de los demás. Uno a uno, los niños se van quedando en el camino; primero Augustus, tan tentado por un río de chocolate que es incapaz de resistir y respetar, dado que su meta es comer y saciarse, sin importar sobre quién pase.
La segunda en sucumbir es Violet quien, igualmente, al no acatar reglas, opta por la codicia, la pretensión y el narcisismo, al comerse un chicle que explícitamente le dicen que no lo haga, porque sus efectos secundarios aún no están probados.
Veruca, la tercera en fallar la prueba o más bien en demostrar por qué no es apta para continuar con el legado de Wonka, cae presa de su propia prepotencia; su actitud demandante y acostumbrada a que la consientan la lleva a cruzar los límites, queriendo quedarse con algo que no le corresponde, que no es su propiedad ni su derecho.
El último es Mike, un niño tan enfrascado en la tecnología, los videojuegos y la intolerancia que hace uso de un invento que todavía no estaba listo, queriendo ser él quien saque provecho de algo que no tiene por qué estar manipulando.
Niños, en esencia, mimados y mezquinos, que no escuchan ni obedecen órdenes, que no entienden las consecuencias de sus actos porque no quieren; y que parecen pensar que por ser menores de edad no tienen responsabilidades. Niños aun aprendiendo, sí, pero sin dimensionar lo que significa esto y, por ende, incapaces de comprender la importancia de la disciplina, la reflexión y el autocontrol.
Lo que Wonka busca es iniciativa e inventiva, mentes que pregunten, cuestionen, imaginen, vean el mundo con curiosidad y busquen cambiarlo, en lugar de conformarse con lo que tienen a su alrededor. Personas que no exigen resultados sólo por demandar a forma de berrinche, sino que hacen algo para que las cosas sucedan. Charlie es así, se maravilla con la fábrica de chocolate pero también se interesa en conocer y entender cómo funciona y por qué; le ofrece a Willy Wonka respeto y valoración, además de que sopesa el potencial de los inventos que hacen posibles los dulces más originales.
Lo más importante en su vida es su familia, porque ahí encuentra toda la diversión, afecto, apoyo y chispa que necesita; no lo hace a través del dinero, la tecnología, los videojuegos, la competencia, la rivalidad o las pretensiones, como de alguna forma hacen los otros. Es bondadoso porque con quienes convive también lo son; pero más importante, porque ello trae consigo valores que le indican que no es correcto manipular o abusar del de junto.
Charlie está tan lleno de valentía como de buenos deseos; espera lo mejor, no lo peor de la gente, haciendo que su espíritu sea más difícil de quebrantar, porque las bases que forman su carácter están bien plantadas. Sabe quién es, qué es lo más importante en su vida, en qué cree y bajo qué valores se comporta. Lo que la película ilustra con esto es cómo el comportamiento de los otros niños, no tanto traviesos como sí malcriados, desemboca en castigos, o lecciones que inevitablemente son producto de sus malas acciones, tal como sucede o debiera suceder en la vida real, a fin de construir a la larga cimientos sólidos, tanto para cada individuo como para el conjunto social.
Así como estos niños hay muchas personas que sólo piensan en sí mismos, que no son capaces de notar y agradecer aquello o aquellos que hacen al mundo funcionar; personas tan centradas en su yo que se olvidan que existen en un plano social y cultural mucho más grandes que ellos. Antes que asombrarse por la fábrica, lo que estos niños hacen es jactarse del hecho de estar en ella, como hay gente que, antes que apreciar cualquier vivencia o momento, se centra en presumir, explotar y adueñarse del escenario a su alrededor, sacando un provecho individualista por encima de considerar por qué es importante y para quién. Sociedades que explotan recursos en lugar de administrarlos de forma que ayude a todos sin riesgo de extinción; gente que vive de los logros de otros, no de los suyos; individuos incapaces de respirar el hoy y ahora, porque primero hay que publicitarlo a cambio de reconocimiento masivo.
La lección básica, significativa, es que un acto de generosidad siempre será remunerado, una acción noble y bien intencionada será, de una forma u otra, recompensada, pero se hace por iniciativa, no por el halago. Asimismo, un poco de creatividad, ingenio e inventiva se traduce en soluciones y respuestas; la antítesis de la desidia, el engaño, la falsedad y la antipatía. Innovadores, no conformistas; reflexiona la película que debemos ser. Independientes y propositivos, pero de la mano de solidaridad, esfuerzo y compromiso colectivo. Personas creativas, no que vivan subsumidas por el ruido en su ambiente (sea la tecnología, el consumismo o la autocomplacencia). Mentes que hablen, no que callen. Niños que sueñen, no que sueñen por ellos.
Ficha técnica: Charlie y la fábrica de chocolate - Charlie and the Chocolate Factory