Madame Curie

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Marya Salomea Skłodowska-Curie, mejor conocida simplemente como Marie Curie (1867-1934), fue una física y química polaca que descubrió junto con su esposo, el físico francés Pierre Curie (1859-1906), dos elementos químicos, el polonio y el radio. Fue además pionera en estudios de radiactividad, término que ella acuñó para explicar el proceso en el que el átomo inestable libera energía a partir de la radiación.

La película Madame Curie (Reino Unido, 2020) es un relato biográfico que aborda su vida personal e investigación científica a partir del momento en que conoce a Pierre Curie y él le propone colaborar en su trabajo con el uranio, otro elemento químico del que, al separar cada uno de sus componentes, ella detecta las posibilidades de que su estructura esté conformada por otros elementos que se están pasando por alto. Dirigida por  Marjane Satrapi, con un guión escrito por Jack Thorne a partir de la novela gráfica ‘Radioactive: Marie & Pierre Curie: A Tale of Love and Fallout’ de Lauren Redniss, la cinta está protagonizada por Rosamund Pike, Sam Riley, Aneurin Barnard y Anya Taylor-Joy, entre otros.

A pesar de que la historia también insiste en adentrarse a la vida sentimental de la científica y la relación afectiva, muchas veces también tensa, con su esposo, a raíz del problema de discriminación a la mujer que la comunidad especializada llegaba a hacer en su dirección, producto del pensamiento machista que imperaba, ignorando el aporte de Marie Curie a la investigación que realizaba con su pareja, la narrativa también esboza de manera relativamente interesante la importancia del conocimiento, del uso responsable de la información y de los conflictos sociales que se generan como resultado del inventado derecho de patente, específicamente una vez que se descubre el potencial de uso del radio. 

En la narrativa, por cada aporte reflexivo que la cinta otorga en cuestiones de ciencia y conocimiento, igualmente inunda, con demasiada parafernalia, su tono melodramático, o lo que es lo mismo, se trata de una biografía que por momentos prioriza desde una perspectiva muy banal la vida personal de Marie Curie, por encima del aporte científico a la humanidad por parte del personaje que explora, toda vez que lo segundo es lo verdaderamente memorable para analizar, dada la importancia de su investigación en el campo en el que trabajaba y que le validó reconocimiento internacional.

Una vez descubierto el radio y luego del largo recorrido (a través de la experimentación científica y el ensayo-error) para aislarlo a partir del uranio hasta dar con este nuevo elemento químico, Marie Curie se cuestiona, y luego planta la misma reflexión en su esposo, sobre el poder de comprensión, o falta de ella, que tienen los humanos respecto a la naturaleza, sobre cómo aprovecharla de manera productiva y significativa o, en todo caso, qué significado tiene hacer un uso responsable de los avances científicos, especialmente cuando éstos pueden llegar a manos de todos.

Pierre Curie no está interesado en tramitar la patente de sus descubrimientos bajo la idea de que el conocimiento es algo que debe estar al alcance de cualquier ciudadano, pero Marie se pregunta si esto no significa abrir camino hacia el uso irresponsable, al ser accesible para cualquiera, incluidas personas que no tienen idea de lo que científicamente representa, porque no son químicos ni físicos, ni expertos en la materia. En una sociedad, además, en donde la mercantilización de cualquier bien está latente.

Según Pierre, cualquiera con las habilidades para manipular el elemento químico, tiene la libertad de experimentar con él todo lo posible. Sin embargo, poder hacerlo y hacer con responsabilidad son dos cosas muy diferentes; Marie llega entonces a plantearse si las demás personas toman el descubrimiento con la misma seriedad que ella, o en todo caso, con la suficiente responsabilidad científica, o si sólo están motivadas por la fama, la novedad o la comercialización; es decir, quizá ni siquiera sepan manipular o trabajar con el elemento químico, o ignoren sus beneficios y los riesgos que implica su uso, pero lo hacen porque muchos otros lo están haciendo también para obtener utilidad o lucro.

Interesado en entender qué harían las personas con las oportunidades que ofrece el radio por sus propiedades y luminiscencia, aunque más bien motivado por la curiosidad, Pierre Curie lleva a su esposa a una sesión espiritista en que una supuesta vidente asegura hacer contacto con seres fallecidos por medio de sus ‘habilidades’ paranormales. En realidad lo único que hace esta mujer es aprovechar la luminiscencia del radio para plasmar una imagen en una plaqueta, como una fotografía o una radiografía y así engañar a la mente humana, alimentando de esta manera la creencia de que la magia y la clarividencia son reales, cuando todo es sólo fantasía.

Para Marie Curie se trata de un engaño hecho sin ética, porque se nutre de una creencia que se aprovecha de las emociones y debilidades humanas, apoyándose para ganar credibilidad en la ciencia, avalando su propia práctica con una de las muchas formas de uso del radio, la luminiscencia que ocurre al manipular el elemento químico. Una especie de engaño a partir de la sorpresa y teatralidad a lo que tanto recurren prestidigitadores, defraudadores, mercadólogos y políticos de los más variados tipos.

Por su parte, Pierre Curie cree que esto permite tener una perspectiva más amplia de las vastas posibilidades tanto del radio como de la ciencia y la inventiva, la creatividad e ingenio del ser humano, puesto en marcha en la vida diaria. A su forma de ver, lo que sucede en la sesión espiritista no es un uso ‘equivocado’, ‘incorrecto’ o ‘erróneo’, porque lo que importa es cómo que se aprovecha más allá del principio científico mismo.

Pero para Marie Curie la sola idea ya desacredita a la ciencia, la hace banal, trivial e insignificante. Para ella hay tanto que se puede hacer con el radio, hay tanto que entender de la naturaleza, la humanidad, la historia, el átomo, los seres vivos y demás, como para ser reducido a algo tan simple como un truco de magia. Y eso, aunque ella nunca lo expresa muy explícitamente, al menos en la película, es una de las contrariedades que la atormenta, el no poder tener control sobre cómo va a usarse un elemento químico que ella descubrió, uno que sin su capacidad intelectual de investigación científica, nunca habría llegado a manos de nadie.

¿Puede el radio usarse para algo más que la banalidad del ser? ¿Puede usarse médicamente, funcionalmente, por alguien más que los científicos que pasan toda su vida estudiando e intentando entender al átomo y las reacciones que hay en la energía de los elementos químicos? “Uno se pregunta si la humanidad se beneficia al conocer los secretos de la naturaleza, si es madura para disfrutarlo y si este conocimiento no será perjudicial para ella”, expresa Pierre Curie en un punto del relato, cuando asiste a recibir un premio por el descubrimiento. 

Ese es el punto del asunto, el elemento químico ya descubierto conlleva muchas cosas que no pueden ser reguladas porque las personas a cargo no están preparadas para ello, se adentran a terreno desconocido sin ningún soporte para enfrentar adversidades. Cómo se use y si se utiliza para destruir en lugar crear, por ejemplo, es algo que no está en control de nadie. El problema es cuando la ambición y la ignorancia convierten a la ciencia en una medida de comercialización, una opción más que al manipularse para convertirse en mercancía se vuelve una fuente de ingresos.

Esa es la terrible realidad en todo aspecto de la vida y con todo invento o descubrimiento que ha habido a lo largo de la historia; una cosa es el aporte que significa para la comunidad científica, médica o social y el papel que puede jugar para favorecer a la comunidad, pero otra es el valor comercial que se le otorga y cómo se convierte en moneda de cambio; sucede con los recursos naturales, con la tecnología, la ciencia, el arte y con todo.

Entonces un invento o nuevo descubrimiento puede usarse a favor del progreso y de la vida de las personas, pero igual puede usarse en su contra, porque siempre existirán las dos caras de la moneda. No puede preverse hasta dónde se llegará o cómo es que se hará uso de él, porque esa es la naturaleza del hombre: explotar, avanzar, utilizar, todo en nombre del progreso de la civilización. Lo grave es que en la historia de la humanidad numerosos inventos y/o descubrimientos han sido destinados, al margen de la intención  de los creadores, para fines militares, para la guerra o represión, por ejemplo.

Por toda la frustración que hay en Marie Curie al saber que los espiritistas se aprovechan de su descubrimiento para profesar el engaño sobre sus ideas de que hay vida después de la muerte, hay también esperanza y alegría al saber que hay médicos experimentando con el uso del radio para el tratamiento contra el cáncer en busca de una cura.

Como científica, Marie Curie anhela utilidad, funcionalidad, practicidad y adaptabilidad en todo caso, es decir, que sus aportes a la ciencia y a la humanidad misma sean significativos para un progreso a favor del individuo; si ya descubrió el polonio y el radio, qué mejor sería para ella que su uso fuera benéfico en lugar de banal o nocivo.

No ayuda que en aquella época, principios del siglo XX, comienzan a aparecer productos que utilizan el radio de manera indistinta sólo porque es la novedad. Polvo de maquillaje para mujeres, con radio entre sus ingredientes, chocolates, fósforos y demás productos que sólo añaden un poco de radio para estar ‘a la moda’. ¿Aporta en algo la presencia del elemento químico para mejorar el producto mismo o los resultados para lo que se usa? No, pero eso parece no importar, mientras el vendedor pueda promocionar que lo que vende contiene radio, la ‘novedad’ del momento.

Así de banal es la sociedad que presiona a Marie Curie y así de banal es realmente el descubrimiento mismo para miles de personas que tal vez sólo pecan de no entender la relevancia misma de los logros de los Curie. Para alguien que no tiene estudios en química o física o en las ciencias médicas y afines, el radio en sí no significa nada, porque no entienden de dónde viene o hacia dónde puede orientarse su uso. Es una ignorancia pero no totalmente por la ignorancia misma, sino porque es un conocimiento muy especializado que no es parte de la vida diaria; no les interesa entenderlo y menos cuando es algo que se ha vuelto tan trillado que puede ser comercializado con tanta facilidad.

En cambio, para Marie Curie es su vida y legado, la trascendencia de su existencia y sus estudios e investigaciones. Entra eventualmente en una especie de conflicto consigo misma que la película ejemplifica exponiendo todo lo que ha sido posible con el tiempo, sobre todo en la era más moderna a partir de los descubrimientos de la científica. Esto incluye no sólo el tratamiento contra el cáncer que ayuda a miles de personas, sino también la radiactividad operando como mecanismo de destrucción: la bomba atómica, la bomba nuclear y el incidente en Chernóbil ocurrido a partir de la presencia de un reactor nuclear.

Irene Curie (1897-1956), la hija mayor de Marie y Pierre Curie, también física y química, galardonada en 1935 con un premio Nobel junto con su esposo Jean Frédéric Joliot-Curie, es quien impulsa a Marie a buscar soluciones proactivas, a hacer algo más con el radio para aprovecharlo de la forma como debió hacerse todo ese tiempo. Durante la Primera Guerra Mundial madre e hija estuvieron a cargo del servicio de radiología en ambulancias militares, radiografías realizadas al momento en unidades móviles que salvaron a miles de pacientes gracias a su diagnóstico con rayos X para evitar amputaciones innecesarias.

La simpleza narrativa de la cinta no logra capturar realmente todas las dimensiones surgidas a partir de algo tan relevante como los descubrimientos científicos de Marie Curie. Más que las vicisitudes de su vida personal, la historia debería haberse concentrado en esas reflexiones casi filosóficas que hace la ciencia sobre la trascendencia del ser humano, su anhelo por crear y destruir y su búsqueda por la que cree su verdad.

Los aportes de Marie Curie son trascendentales para la humanidad, pero la radiactividad, históricamente hablando, es quizá más trascendental que ella. Era imposible prever que la belleza de la naturaleza, además de la capacidad de la científica para entender el átomo y los elementos químicos, desembocara en algo como, ejemplifica la película, una bomba atómica, elemento simbólico de la posible extinción del ser humano. 

No hay un punto final, no hay un momento en que se agoten las ideas, los descubrimientos, las propuestas y las teorías. La ciencia sigue avanzando; Marie Curie lo acepta cuando su hija le plantea sus propias investigaciones sobre la radiactividad inducida o artificial, que le ganaron años después el premio Nobel. Si la ciencia no se detiene, tal vez son las personas las que en un punto deben tomar un momento para pensar en las propias consecuencias de sus acciones.

"No veo que la tecnología esté ahí afuera, haciéndonos cosas malas a la gente... nosotros estamos fabricando la tecnología, y es una manifestación de cómo pensamos", dijo en una entrevista en 1985, para la revista Compute, Michael Crichton, escritor de libros como Congo, La Esfera y Parque Jurásico, así como guiones de películas entre las que se encuentran Parque Jurásico o Westworld. Él habla más de la ciencia ficción y la tecnología, sus áreas de interés, pero su reflexión bien puede aplicar para todo lo que tenga que ver con la ciencia y los avances científicos, pues es justo lo que sucede aquí con el radio, la radiactividad y otros elementos químicos.

Ficha técnica: Radioactive - Madame Curie

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