Ellas hablan

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Hablar es importante sobre todo porque invita al diálogo, la comunicación y la expresión de lo que sentimos y pensamos. Las leyes, reflexiones sobre crecimiento personal, dudas, relaciones, desarrollo humano y hasta cambio social, entre otras cosas, sólo son posibles si las personas intercambian ideas y opiniones a fin de llegar a acuerdos, consensos y decisiones que han sido sopesadas, ya que así se colabora en favor de todos, no de uno o unos cuantos.

La película Ellas hablan (EUA, 2022) ahonda en lo vital que es una conversación honesta y analítica entre personas, especialmente en temas que a veces son evitados o minimizados por la imposición social de un pensamiento autoritario, extremista o tajante. Escrita y dirigida por Sarah Polley, a partir del libro homónimo de Miriam Toews, la cinta está protagonizada por Rooney Mara, Claire Foy, Jessie Buckley, Ben Whishaw y Frances McDormand, entre otros. Polley además recibió el premio Oscar por mejor guión adaptado y la cinta fue por su parte nominada al galardón de mejor película.

La historia se ambienta dentro de una comunidad menonita aislada, en donde en 2010, a partir de los sucesos reales en que se inspira, las mujeres de la comunidad deciden hacer frente a una realidad de abuso sexual y violaciones que algunos hombres de su colonia cometieron en contra de ellas durante años. Luego de atrapar a uno de los agresores, que fue más tarde llevado ante las autoridades de la ciudad más cercana, los hombres de la comunidad les dan dos días a las mujeres para perdonar a los atacantes y recibirlos de vuelta, lapso que se utilizará para recaudar dinero para pagar la fianza de los violadores. 

Si cumplido el periodo ellas no aceptan la orden sobreentendida de silencio y sumisión, las mujeres serán excomulgadas, lo que implica ser expulsadas de la colonia pero, además, según su fe, esto quiere decir que tampoco se les concederá paz y perdón ‘en el más allá’, un castigo que pesa entre estas personas tan arraigadas a su religión, como es el caso.

Analfabetas y en ese sentido incultas, pero no por no estar interesadas en aprender sino porque su comunidad no considera importante que desarrollen su mente e intelecto, en parte como forma de control y sometimiento, eso no significa que las mujeres no sean capaces, perspicaces y analíticas, de forma que organizan una votación para decidir cómo proceder, con tres opciones a elegir: no hacer nada, quedarse y pelear o irse. Cuando la segunda y tercera opción quedan en empate, un grupo representativo de las tres generaciones afectadas lleva a cabo una reunión para elegir el mejor plan de acción, apoyadas por August, el maestro local, a quien le piden tomar nota de las minutas que sirvan a futuro como registro de lo debatido.

En general, la opinión en que todas coinciden es que no están dispuestas a no hacer nada, porque saben que es necesario decir y hacer algo al respecto, cambiar su realidad, denunciar, alzar la voz y dejar de callar injusticias de todo tipo, no sólo los abusos físicos y violaciones, sino el mal trato de los hombres hacia ellas, físico y psicológico, dentro de una comunidad que las relega e ignora, o simplemente no las toma en cuenta porque no las valora ni las respeta. El autoritarismo de la sociedad patriarcal las ha acostumbrado a acatar y obedecer sin cuestionar, excomulgando a cualquiera que intente un cambio sustancial cuestionando el orden, pero ello, se dan cuenta ahora, las ha convertido en presas dentro de una jaula de cristal, sometidas y humilladas ante los varones, padres, esposos e incluso hijos mayores, siendo tratadas como simples objetos o semiesclavas. Ante la exigencia de perdonar a quienes saben culpables, sienten que es el momento de cuestionar el sistema patriarcal para aspirar al cambio, en busca de mejor trato en su condición de parejas o hijas, en particular pensando en las generaciones futuras.
 
Si la estructura actual no sólo no las beneficia, sino que inclusive las afecta directamente, porque haber denunciado los abusos sexuales ha derivado en que se les reclame, tache de mentirosas y responda con amenazas de destierro, lo único posible, de ahí en adelante, es tomar las riendas de la situación, enfrentar el conflicto seguras de su verdad y de sí mismas. No obstante, no todas están convencidas del camino a transitar, pues saben que los riesgos son inmensos y, desde luego, carecen de experiencias vitales fuera de su sociedad cerrada y de experiencia o vocación de lucha. 

Algunas se muestran reacias a enfrentar a los hombres a los que han aprendido a seguir y obedecer a ciegas; otras se desilusionan de la propuesta de lucha, ya sea porque no la ven viable, como algo posible de alcanzar, o porque no están dispuestas a aceptar el sacrificio que conlleva -sea ante el temor de ser condenadas por su Dios o por el esfuerzo físico y mental que significaría ganarse el propio sustento en un mundo que desconocen-;en breve, están tan acostumbradas a la sociedad conservadora en la que existen que prefieren callar antes que intentar avanzar.

Esta es una realidad irrefutable, la de una sociedad siempre dividida aunque la meta por la que pelean sea la misma. El problema se evidencia, en este caso, cuando las mujeres que participan en el debate no pueden ponerse de acuerdo sobre aquello que podría ser la mejor decisión; y es que hay muchas cosas a tomar en cuenta: la posibilidad de independencia y liberación, pero también la incertidumbre, el temor a no saber qué hacer con la libertad anhelada. Incluso el sentimiento de protección y apoyo por parte del sector masculino y la inseguridad sobre la pertinencia o no de llevar consigo a hijos varones menores o adolescentes. ¿Cómo llevar a sus hijos sabiendo que ya tienen bien aprendido el ejemplo machista de sus padres? Y si la decisión fuera enfrentar a los hombres dentro de la comunidad, ¿con que fortalezas cuentan para esa tarea? Porque es claro que ellos no se quedarán cruzados de brazos y recurrirán muy seguramente a la violencia física, como además acostumbran hacer en el trato familiar. 

Proponen entonces enlistar los pros y contras, conscientes de que cualquier decisión traerá consigo responsabilidades y sacrificios pero también transformación y evolución. Una de las mujeres también plantea además considerar el propósito o fin último que desean alcanzar. ¿Qué es lo que quieren conseguir o lograr con sus acciones? Tienen que preguntarse qué implica quedarse y qué implica irse, o cuáles son los retos primordiales que necesitan enfrentar ante cada escenario posible. ¿Quedarse quiere decir que perdonan lo sucedido? ¿Irse significa que no aceptan esto? ¿Quedarse significa que ‘tienen’ que perdonar a los violadores? ¿Es válido este perdón si se les obliga a darlo? O, en todo caso, ¿son las acciones de los hombres producto de la ideología de la sociedad en la que viven, también víctimas y presas, sólo que en diferente medida que ellas? Y vale la pena también preguntar cómo, independientemente de lo que suceda, pueden los hombres tomar responsabilidad de sus actos.

La situación no es tan sencilla. En la vida las cosas importantes no se pueden simplificar; en este caso, por ejemplo, todo va ligado directamente a los acontecimientos que llevaron a este punto de inflexión: la violencia de género, la sociedad machista y la injusticia social que condona comportamientos inaceptables a partir de una estructura sistémica que beneficia a unos cuantos. 

Perdonar los acosos y la violencia no significa olvidar, pero sólo se aprende de la experiencia si se decide asimilar los hechos y reconstruir a partir de consecuencias justas para todos los implicados, sean ellas, los agresores y hasta los hombres de la comunidad, sus esposos entre ellos, que han permitido, directa e indirectamente, los ataques físicos, los abusos y la violencia sexual.

Si las personas dentro de una comunidad no entienden por qué quienes exigen justicia y cambio hacen lo que hacen, por qué piden respeto y equidad, entonces el cambio real nunca podrá ser posible. Si las mujeres decidieran quedarse no significa, forzosamente, ignorar lo sucedido, sino todo lo contrario, la solución va ligada a encontrar conciliación pero exigiendo una reforma en el orden social, asumir responsabilidades y consecuencias, restablecer respeto, comprensión y trato justo. La pregunta clave es si eso es posible, porque de no serlo, estarían peleando una batalla perdida de antemano, estarían anhelando algo que nunca podrá ser, en cuyo caso lo mejor para ellas sería irse, no huir sino comenzar algo diferente, más justo y equitativo en un lugar diferente, donde su voz sí sea escuchada y tomada en cuenta, tanto como la de los hombres.

Esta es una reflexión importante porque la comunidad menonita en que sucede la historia es un ejemplo simbólico que puede extrapolarse al resto del mundo real. La cinta no ambienta en un espacio o época específica para permitir entender que estas conversaciones entre mujeres, e incluso entre los miembros todos de la sociedad, deben tenerse incluso en el contexto posmoderno del siglo XXI. Los ataques que dan pie a la movilización femenina no están ligados en exclusiva a un contexto cultural o religioso concreto. Los problemas sociales son provocados porque no hay imparcialidad ni equidad ni justicia y sí, por el contrario, abuso, prepotencia masculina, injusticia y marginación. Irse no se traduce en ‘huir’, según apuntan durante su plática, sino la posibilidad de dejar atrás ese espacio tóxico que no pone ideales de igualdad y honestidad al frente. Se trata de imaginar la posibilidad de que un mundo distinto es posible.

Estas mujeres han sido condicionadas toda su vida a callar, se les ha enseñado a no hablar, ni reclamar ni opinar, se las ha amenazado si deciden denunciar o cuestionar, se les ha incluso limitado a través de la manipulación religiosa, empujándoles a creer que pelear por lo que creen justo será asumido por su Dios como pecado y por tanto sancionado, como si el deseo por una vida libre y autónoma fuera una forma de ofender a un ser supremo. La religión operando en el subconsciente como mecanismo para reprimir sentimientos íntimos y aspiraciones de libertad e igualdad. Un fenómeno social hoy todavía presente en las iglesias y religiones que proliferan en el mundo.

La fuerza de la historia en pantalla recae en que sus reflexiones rebasan el escenario específico en que se desarrolla, pues expresan realidades palpables en pleno siglo XXI, donde grupos sociales y minorías vulnerables son desestimados y arrinconados por un poder al mando con el control suficiente para marginar a través de normas sin equidad o de ideologías patriarcales y autoritarias que se aprovechan de los que creen más débiles para favorecer a sólo un puñado de la población, la élite que se beneficia del sistema de dominio.

“Mantenerse en silencio es el verdadero terror”, dice una de las mujeres, reflexionando en que no hacer nada, literal y simbólicamente, es lo que permite que la injusticia continúe sucediendo, o lo que permite que las cosas se mantengan estáticas, porque si no se hace un llamado al cambio, o si no se señala todo aquello que no funciona correctamente para todos dentro de la comunidad, entonces no hay forma de que la realidad deje de ser injusta. 

Las conclusiones de las mujeres coinciden en su derecho a tres puntos primordiales: “Queremos que nuestras hijas estén seguras. Queremos ser fieles a nuestra fe. Y queremos pensar”, algo que no sólo ellas anhelan, sino que la sociedad como tal debería procurar también. Seguridad de vida es un derecho para cualquier ciudadano y una obligación de la autoridad darla; ser fiel a nuestras propias creencias en una conducta ética fundamento de la convivencia pacífica. Y pensar para interpretar y conocer es una capacidad cognitiva que conduce a la superación personal, de ahí que la educación es también un derecho social. Para lograr cambios en este sentido no hace falta imponer reglas ni aceptar imposiciones, sino hablar sobre cómo mejorar el presente de cada individuo y el futuro de cada generación venidera.

Pero una cosa es lo que anhelan y otra lo que pueden conseguir, una cosa es la reflexión filosófica y lo que se aprende de ello y otra la practicidad de las soluciones que proponen. Esa es la importante lección de la película, entender que estas preguntas existenciales no sólo son vitales para las mujeres sino también para la sociedad misma, a la que le hace falta dialogar sobre temas como orden, patriarcado, libertad, denuncia, equidad, cambio y desarrollo, pues son problemas sociales vigentes, a veces silenciados, que aún suceden en distintos contextos del mundo contemporáneo. Que ellas hablen es importante, que todos escuchemos sería mejor. Una batalla que todavía hay que enfrentar.

Ficha técnica: Ellas hablan - Women Talking

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