¿Y qué tendrá que ver el amor?

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Los matrimonios arreglados, o concertados, fueron una práctica común en todo el mundo por lo menos hasta el siglo XVIII. En ellos se decide la unión marital entre dos personas pactada a través de un tercero y, en muchas sociedades, era una forma de organización que permitía tener un control en cuestiones monetarias, religiosas y hasta de estatus social. Así que no importaba tanto el amor en sí mismo como la conveniencia de la relación a favor de ambas partes interesadas, que usualmente eran las familias directas. El matrimonio operaba como un contrato para beneficio de la familia, a criterio del padre o tutor que ejercía las funciones de jefe ‘a cargo’.

Existen dos tipos de matrimonios arreglados; los consensuados, en que los novios permiten a personas externas que les busquen pareja, o lo forzados, en donde los involucrados no tienen poder de elección y se ven obligados a cumplir lo que se les manda: casarse con la persona asignada. Ambas prácticas siguen sucediendo incluso en la actualidad, si bien los matrimonios forzados están condenados por organizaciones como las Naciones Unidas, mientras que los consensuados son una realidad común en varios círculos culturales y sociales, en cierto sentido, para preservar creencias y descendencia. 

El cine ha abordado ambas caras de la moneda, reflexionando analíticamente sobre lo que significan, incluyendo su relación con libertad, autonomía, identidad, romance, enamoramiento y procreación. Una de estas películas es la comedia romántica ¿Y qué tendrá que ver el amor? (Reino Unido, 2022), escrita por Jemima Khan, dirigida por Shekhar Kapur y protagonizada por Lily James, Shazad Latif, Shabana Azmi, Emma Thompson y Sajal Aly. Trazada como un relato en realidad estándar y hasta predecible, aunque suficientemente entretenido, lo verdaderamente interesante de la historia es el contexto que propone y que permite reflexionar sobre el tema de los matrimonios arreglados, en este caso, aquellos consensuados, desde su impacto en la vida de quienes los experimentan, hasta los pros y contras que representan.

Zoe es una joven documentalista incapaz de mantener una relación sentimental estable, quien no obstante no cree que su vida esté incompleta porque no tiene un novio, o que valga menos porque no vive una vida en pareja, porque sabe que tiene mucho que ofrecer al mundo más allá de la persona con la que mantiene una relación sentimental; aunque su madre parezca irremediablemente centrada en encontrarle un compañero de vida, en realidad bajo las mejores intenciones, preocupada en que su hija no llegue a sentir nunca la soledad que teme para Zoe, pensando en un futuro cercano a la vejez.

Adicta a las aplicaciones de citas y los romances pasajeros, Zoe en realidad lo que hace cuando conoce a un hombre es crear una barrera en forma de autoprotección, bajo el temor de ser vulnerable y entonces sentirse débil, maleable e infravalorada por alguien de quien esperaría la tratara como un igual, lo que no siempre sucede. De esta forma sus relaciones sexuales no derivan a lo afectivo y acentúan su aislamiento emocional, incluso respecto a su madre.

Alguien que sí la mira con respeto, porque la conoce de toda la vida, es su vecino de la infancia, Kazim (Kaz), un médico musulmán de ascendencia pakistaní, si bien nacido en Londres, que ha aceptado entrarle a la dinámica de los matrimonios arreglados consensuados, o como su familia y cultura los llama, matrimonios asistidos. 

En busca de una idea novedosa pero socialmente relevante para su siguiente proyecto profesional, y a partir además de los prejuicios de género e interés cultural e intelectual de sus empleadores, Zoe propone filmar este proceso o recorrido prematrimonial a fin de dar una perspectiva cultural, social, con objetividad sobre la realidad que viven tantas personas como Kaz, que aceptan las normas más tradicionales de sus culturas.

Él insiste que más que ceder a las presiones o querer complacer a sus padres, que también le exigen cumplir con los cánones sociales en cierto sentido tradicionalista (casarse y tener hijos llegada cierta edad), decide aceptar el proceso porque cree que hay algo positivo y útil en la dinámica, ya que no se trata de un acuerdo en que se obligue a dos personas a una unión que ninguno quiere, sino de encontrar a la persona adecuada contando con la sabiduría y los consejos de las personas mayores de la familia. Aquí, el matrimonio asistido tiene el objetivo de encontrar a los novios su otra mitad ideal, es decir, la persona más indicada según una serie de parámetros concretos.

Preferencias religiosas, de profesión, personalidad y hasta físico, todo esto le preguntan a Kaz en la ‘agencia’ (o empresa contratada) encargada de realizar encuentros y reuniones entre personas de la misma cultura regidos bajo las mismas tradiciones, que buscan el amor a través del matrimonio asistido. Zoe se muestra escéptica: casarse y enamorarse de alguien a quien apenas acaba de conocer, o que conoce el día de la boda, ¿cómo puede llamarse amor verdadero? Desde luego otra historia sería definir el amor verdadero, la existencia o no del amor a primera vista o la importancia de la seducción en el proceso de enamoramiento.

Ella entonces cuestiona en qué parte de la ecuación entra el peso de la atracción, la compatibilidad humana, la intimidad entre dos personas y hasta el futuro deseado. Kaz insiste que no hay un orden ‘correcto’ o único en temas del amor; algunas personas se enamoran y se casan, otras se casan y después se enamoran, dice él. Lo que ninguno reflexiona sino hasta después es que también hay personas que se enamoran y no se casan, o que se casan y luego se separan, o que se casan pero nunca se enamoran.

En efecto el amor no puede ser un molde único, o seguir una fórmula; los matrimonios arreglados (asistidos) pueden funcionar para algunos, como lo hizo para los padres y hermano de Kaz, como pueden no hacerlo para otras personas. Y el enamoramiento ‘tradicional’, es decir, conocer a alguien, iniciar una relación, enamorarse, comprometerse y casarse, también es a veces exitoso, pero no para todos.

Kaz sostiene que un punto positivo de esta dinámica a la que ha accedido es que se trata de  una decisión de compromiso que no se basa exclusivamente en la atracción física o la impulsividad emocional, porque los novios analizan y consideran todas las variables y ponen desde el principio claro sobre la mesa qué es lo que buscan de una pareja y qué esperan de una vida en familia a futuro.

No sales en busca de alguien, sales en busca de alguien con características concretas que sabes te interesan; es lo que quiere decir Kaz. El problema es que el amor no es estático y la compatibilidad existe por atracción física pero también por gustos e intereses, objetivos en común y equilibrio en cuestiones de carácter, personalidad y modo de vida, lo que no siempre es posible conocer basándose en una lista de ‘requerimientos’, sino que se logra a través de la convivencia. Las relaciones humanas se dan y crecen en el cara a cara cotidiano, no pueden ser substituidas sin consecuencias cuando son mediadas o a distancia.

De alguna forma Zoe está en ese proceso de análisis, cuando Kaz conoce a alguien que le interesa, mantiene contacto con ella y se convence de que es la indicada. Para Zoe la duda es: ¿cómo puede serlo?, ¿cómo saber que con esa persona tendrá una vida feliz duradera?, ¿cómo puede ser amor y no sólo amabilidad, acato y conformismo, cuando se acuerda un matrimonio basado en una interacción mínima, hecha además a través de los aparatos digitales? Pueden haber dicho al otro cómo son o qué cosas les interesan, pero ¿pueden haber mostrado si verdadero ‘yo’ si toda esta interacción está ’supervisada’ por sus familias?

Lo que la cinta reflexiona es que a veces se cae en el error de idealizar el amor. Amor es amor y no puede embotellarse; el matrimonio consensuado es una vía posible para llegar a encontrar a la pareja ideal, pero no es la única vía ni es infalible, en el sentido de que no va a funcionar siempre el 100% para todos.

La práctica está sustentada en preservar ideales, cultura y herencia étnica, a partir de arraigadas creencias y tradiciones de hecho muy conservadoras. Los matrimonios arreglados de todo tipo finalmente tienen todo eso en común, no dejan de poner las cuestiones culturales, políticas y sociales primero. Entonces ¿qué pasa cuando a pesar del respeto y honor que hay por la familia y las raíces, no se encuentra el verdadero amor por esta vía y se busca otro camino para ser feliz?

Exclusión y destierro son el precio a pagar por romper el molde y la norma; una reacción más de castigo que de entendimiento, que es lo que le sucede a la hermana de Kaz, una joven que encontró el amor fuera de las tradiciones más arraigadas y decidió unirse a alguien que no cubría los requisitos de su familia, comenzando porque no era musulmán. El problema no es que Jamila, la hermana de Kaz, se haya enamorado, sino que lo hizo rompiendo las tradiciones. Ella lo resiente y Zoe misma lo cuestiona: ¿por qué se le juzga por lo que no hizo en lugar de por lo que hizo? ¿Por qué se le rechaza por no ceder y aceptar las reglas del matrimonio que no estaban finalmente asegurando lo mejor para ella y su felicidad (la de ella, no la de su familia)?

Aquí pesa el orden social, la tradición familiar y las arraigadas formas de pensar y hacer las cosas. Zoe  se da cuenta de esto, de las dos caras de la moneda, que Jamila es rechazada por su familia por haberse enamorado de alguien que no es ‘igual’ a ellos, mientras que Kaz está aceptando un amor asignado para cumplir con los parámetros de una sociedad tradicionalista que repite costumbres para perpetuar creencias y estilos de vida.

Durante su documental Zoe entrevista a varias parejas pakistaníes que aceptaron un matrimonio arreglado y fueron felices. Estas parejas insisten que encontraron el verdadero amor porque sus esposos fueron elegidos por aquellos quienes se supone los conocen mejor, sus familias. ¿Pero qué pasa si sus padres en realidad no los conocen tan bien como pensaban?

Qué pasa si eso que buscan en una pareja no es lo que sus padres o familiares creen que buscan. Eventualmente esto es algo que afecta directamente a Kaz, quien se da cuenta que si sigue la corriente terminará el resto de su vida junto a una mujer que al parecer es compatible con él, cuando en realidad no lo es, porque esa novia aparenta cubrir los requisitos y parámetros de su familia, pero en el fondo tiene gustos, deseos y afectos que oculta a su familia, y a Kaz; fenómeno creciente a nivel mundial por la comunicación de masas y digitalizada que permite la influencia intercultural. 

Esta forma de prejuicio y presión social también le sucede a Zoe, a través de la insistencia de su madre porque salga con un veterinario que conoce, un hombre que, a los ojos de ella,  ‘es perfecto’ para Zoe. Siempre bajo la presión de que ser soltera a determinada edad no es bien visto socialmente. La pregunta es si este hombre es realmente ‘perfecto’, entiéndase compatible, para Zoe, porque hay afinidad real, no porque su madre diga que la hay. El conflicto demuestra que la intención de influir en la vida y comportamiento de los hijos no es exclusivo del mundo musulmán, sino que existe con diferentes matices en todo tipo de sociedad.

Ambos personajes principales se tienen que cuestionar y sopesar las tradiciones culturales de sus contextos y decidir si cumplir esos anhelos de sus padres vale el sacrificio, y/o si no están haciendo lo que están haciendo con tal de complacer y evitar el conflicto, o la madurez de la responsabilidad para tomar una decisión. Viven en una sociedad tradicionalista, especialmente para Kaz, con prejuicios culturales profundos, por lo que su cultura mantiene vivas sus tradiciones con el fin de enfrentar prejuicios y rechazo de otras culturas, aunque en el fondo contribuyen a más prejuicios raciales.

¿Casarse por amor, por compromiso, por miedo a la soledad, por necesidad o por costumbre? Lo que los personajes reflejan con su actuar es también la realidad de una sociedad donde no se terminan por abandonar prejuicios y roles tradicionalistas, en los que la mujer llega a quedar marginada, sujeta a decisiones de sus padres o maridos, porque de cierta forma aún son vistas como objeto sujeto a una ‘transacción’. Y para el hombre esto se traduce en la función del protector que toda mujer necesita. Entre el mundo musulmán, católico o protestante en el fondo no existen muchas diferencias en este terreno.

En la historia el choque cultural pesa, pero el impacto va más allá de la  huella social creada por el intento de diversidad. Quizá Zoe hace mal en juzgar las tradiciones musulmanas (y lo contrasta con objetividad periodística al entrevistar no sólo a Kaz sino también a Jamila, los polos opuestos en la búsqueda por el amor verdadero a través de los matrimonios arreglados), pero ella misma no está libre de los mismos prejuicios en su contra, incluso dentro de un mundo occidental y moderno. 

La película así termina demostrando que pese a todas las diferencias culturales y étnicas, siguen pesando para la sociedad actual los roles y las tradiciones, incluso en temas como las relaciones interpersonales, incluyendo las románticas, en donde los estereotipos de género siguen teniendo influencia todavía en la era actual en que supuestamente se busca más equidad, inclusión y aceptación. La narrativa deja abierto el debate entre atracción y compatibilidad, estabilidad y felicidad, en el entendido que parece pertinente revalorar las relaciones humanas en el importante tema de las relaciones afectivas de pareja.

Ficha técnica: ¿Y qué tendrá que ver el amor? - What's Love Got to Do with It?

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