Vivarium

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Un vivero, del latín “vivarium”, en jardinería, es un espacio controlado donde se cultivan plantas hasta que alcancen un estado adecuado. En corto, son instalaciones en las que se hace propicio el ambiente para que, en este caso las plantas, resulten de la forma como el criador desea, es decir, un estado ideal o idóneo según lo que necesita: la ‘mejor’ planta.

Esta es una de las analogías con crítica social de Vivero - Vivarium (Irlanda-Dinamarca-Bélgica, 2019), película dirigida por Lorcan Finnegan, escrita por Garret Shanley y protagonizada por Imogen Poots, Jesse Eisenberg y Jonathan Aris. Trata sobre una joven pareja que acepta ir a ver en persona una de las casas en venta de un complejo de bienes raíces, pero una vez entrando a la zona residencial, donde hay hileras e hileras de casas, todas idénticas, ya no pueden salir; no importa qué tanto conduzcan en su auto o qué tanto caminen alejándose, siempre terminan en la misma casa, la número 9.

En forma de relato de terror y ciencia ficción, los temas centrales de la película son el ciclo de la vida, la monotonía y las decisiones que definen tu propio destino. La zona residencial se convierte, en efecto, en una especie de vivero, en donde en lugar de plantas, están Tom y Gemma, la pareja protagonista, a quienes se les entrega para cuidar y criar un bebé, bajo la consigna de que si lo educan hasta que se convierta en adulto (algo que sucede en un lapso de meses, 9 aproximadamente), podrán ser ‘liberados’.

Su situación es un claro ejemplo de un ‘ciclo de vida forzado’, en relación a ese canon social conservador que les repite a las personas que las parejas: se conocen, se enamoran, se casan, se van a vivir juntos, tienen familia y mueren. Un ciclo de vida humano, tradicionalista y monótono, que responde a la ley de la naturaleza: nacer, crecer, reproducirse y morir; pero que olvida todo lo que significa el desarrollo humano, intelectual, social y personal que hay en el proceso.

Gemma y Tom terminan en una especie de vivero (para humanos) gigante, encerrados en un espacio concreto, viviendo una rutina día con día, hasta el hartazgo, porque se convierte en una monotonía sin retos, emociones o realización, porque el fin último no es su felicidad, sino lo que requiere de ellos la entidad (o seres extraterrestres) que los pusieron ahí; justo como la sociedad consumista y autoritaria actual exige ciertas conductas que aseguren la reproducción del sistema, al margen de lo que esto signifique en cuanto a nuestra realización individual. 

Lo que la película reflexiona, a partir de la analogía, es que muchas personas viven su vida exactamente así, repitiendo, por decisión propia, un patrón o modelo de vida que avanza por inercia, porque eso es lo que la sociedad necesita (repite, promueve y propicia), humanos que cumplan funciones, no humanos que disfrutan la vida. El vivero mismo y la presencia del niño que se les asigna a los protagonistas a cuidar, es, además, una forma de hablar de las decisiones y del modelo de crianza actual, en el que la persona a cargo o la autoridad asignada, sean padres o, como en este caso, cuidadores, no asumen responsabilidades, porque muchas veces no están preparados para entender las necesidades de un ser que depende de ellos para todo.

A pesar de detestar al niño por lo que éste representa, pues es la razón por la que viven presos en esta especie de jaula de cristal infinita (porque no importa a dónde quieran huir o hacia dónde quieran ir, todo es exactamente igual), Gemma llega a mostrar cierta empatía con el pequeño, porque por mucho que no sea su madre y le exaspere su actitud, Gemma sigue siendo una persona con valores éticos y morales que se guía por hacer lo que ella considera correcto. El niño es irrespetuoso, pero sigue siendo un niño, alguien que todavía está en proceso de entender normas y si no las aprende correctamente, la falla está en el sistema,  el orden social y las normas inculcadas; todo de lo que este vivero carece, por cierto.

La actitud de Tom es diferente; no es ‘mejor’ o ‘peor’ que la de Gemma, es sólo que lo mira desde otro punto de vista, quizá más individualista, quizá más impulsivo y visceral que lógico. Tom comienza a ignorar al niño, resintiendo las atenciones de Gemma para con él y luego dándose cuenta que ha entrado a una dinámica en la que su existencia ‘no es nada’, o más bien, para él, deja de tener valor. Llegará el momento en que en su contexto ya no le encuentre una ‘función’ y lo desechará. ¿Cuál es su propósito, qué lo motiva cada mañana, qué hará hoy que sea diferente de ayer? Nada; el encierro le hace entender que sin metas, interacción social y desarrollo personal, su vida carece de sentido. Necesita encontrarlo, el problema es que no sabe cómo; así que a diferencia de Gemma, que mira el cuidado del niño como un camino hacia una meta, salir libre y/o escapar de este lugar, Tom lo asume como su sentencia final y se da por derrotado antes de seguir peleando.

Cuando se da cuenta que nada cambia, porque está siguiendo un ciclo de vida monótono, aburrido, sin sentido, homogéneo como las casas a su alrededor, Tom entiende que su vida no es lo que él quiere que sea. Sin embargo, Tom no busca soluciones, como Gemma en su momento sí lo hace, sino que en su lugar se enfrasca en cavar un túnel, un hoyo en el jardín; y termina cambiando una monotonía por otra, hasta que lo consume por completo.

Un hueco hacia la nada, una acción de repetición motora, que le hace perder la cabeza, simbólicamente hablando, al enfrascarse en esfuerzo físico que no requiere pensar, que es en sí mismo la perfecta analogía sobre la vida vacía, esa en que se repite lo mismo esperando que el resultado sea diferente, pero que además no tiene intención, ni lógica,  ni razonamiento. Es mera repetición automática. Tom cava y cava a diario, muy literal y metafóricamente, su propia tumba.

Así que la zona residencial es un laberinto, en donde todo es igual, superficial, aparentemente perfecto por fuera pero inestable y decadente a puerta cerrada. Ese laberinto fácilmente se convierte en un reflejo de la sociedad donde, a veces de manera idéntica, también hay filas y filas de casas, filas y filas de vidas, filas y filas de personas que han perdido su identidad. Construcciones iguales, espacios homogéneos, limitación creativa, empleos donde todo es automático y automatizado y cada acción se vuelve monótona; vida repetitiva y mensajes masivos que sólo se hacen aparentemente personalizados para manipular.

Tom y Gemma sólo mantienen la esperanza y un dejo de felicidad y ánimo al principio de su estadía cuando la radio de su auto sigue funcionando y la música les permite ocio, entretenimiento y distracción que pone un poco de dinamismo a su encierro. Cuando esto se acaba no queda nada, no quedan libros, sonidos, conversaciones, distracciones o recreación. Sólo trabajo y rutina y, por ende, sólo desgana.

Martin, el agente de bienes raíces, en cuanto los conoce comienza a imitar sus gestos y acciones. El niño a su cargo también los imita, lo que dicen, hacen, sienten y hasta anhelan. ¿Personas que copian conductas; personas que no saben cuál es su identidad y se limitan a imitar la de alguien?; ¿niños que moldean su carácter a partir de los adultos que les rodean?; ¿o nuevas generaciones que repiten las mismas carencias que las anteriores, porque no saben cómo evitar cometer los mismos errores? Toda posible analogía es acertada y ello es lo que hace a la película enriquecedora, si bien para algunas personas quizá demasiado surrealista.

Asimismo, la cinta también critica la vida suburbana, pero esa que se vende como el ideal de ‘perfección’; específicamente, la idea de que hay un modelo idóneo para la felicidad: la casa perfecta, el vecindario ideal, la familia soñada y todo a partir del mismo molde conservador irreal. Esas hileras de casas idénticas donde todo es simetría casi en un plano absurdo, pero también moldeado a partir del pensamiento capitalista: casas, propiedades, construcciones y urbanidad convertida en vehículo de apropiación de los espacios y motor para el flujo del capital.

Lorcan Finnegan, el director, tiene un cortometraje llamado ‘Foxes’ inspirado en las casas abandonadas de complejos residenciales en Irlanda. Filme que funge como punto de partida para este largometraje. Hablando el respecto, él comenta: "Son manifestaciones de avaricia capitalista. Para esta película nos sentimos particularmente inspirados por lo que estaba sucediendo en Irlanda con las propiedades fantasmas, pero también en todo el mundo: España tiene el mismo problema, al igual que Grecia, que los Estados Unidos cuando se produjo el colapso económico en 2008. Cuando era adolescente, Garret [Shanley – el guionista] tuvo una experiencia tratando de encontrar la manera de salir de un complejo de viviendas donde todas las casas parecían iguales, y eso lo asustó”.

“Así que probablemente ese miedo residual allí influyó en nuestro miedo a conformarse, a subir a la escalera de la propiedad, obtener una hipoteca, comprar un sitio demasiado caro y dar un paso predeterminado para ti, lo cual es muy extraño. Estos pasos son en realidad cosas hacia las cuales las personas prosperan, son metas reales en la vida. A veces pueden terminar atrapándolos en una vida en la que realmente no pensaron para nada. Pero la niña al comienzo de la película dice: 'No me gusta cómo son las cosas, es horrible'. Ella es la única que representa la posibilidad para una alternativa".

‘Vivero’ comienza con la escena de unos cucos (aves), como organismos parásitos. Son especies que no crían a sus crías, así que éstas encuentran su forma de sobrevivir en otras especies. Este es justo el resumen de la película, aplicado a otra especie que se aprovecha de los humanos (y en la ciencia ficción son extraterrestres, pero en la realidad son humanos aprovechándose de otros humanos) convirtiéndolo así en una tesis casi existencialista: ¿Cuál es el significado de la vida?; ¿se puede balancear responsabilidad con libertad?

Esa esperanza por tener ‘la vida perfecta’ que el colectivo tanto promueve, el colectivo capitalista falta apuntar, el que repite que hay que tener una casa, tener hijos, tener sueños, que no es lo mismo que realizarlos, porque para controlar masas es necesario que el humano sueñe pero sea algo tan lejano que nunca lo alcance, se convierte eventualmente en la desdicha; vidas frustradas, libertad irreal, esperanza envuelta en la idealización de algo inexistente y el aburrimiento provocado por la monotonía. Todo un molde que al final se vende como sinónimo de éxito.

Esa es la sátira aquí, porque esa es la existencia humana que la cinta analiza de manera crítica; un mundo en espiral donde las personas creen que pueden huir, pero es imposible porque el mundo está controlado y pensado para conseguir lo que la que la entidad por encima de ellos ‘necesita’.

En este caso, visto desde de la ciencia ficción, una entidad alienígena o extraterrestre, que funge como representación del parásito, que toma, explota, usa a su favor y luego desecha. Pero en la vida real esa entidad no necesita ser alienígena. Un mundo efímero, convertido en un mundo frustrante. Un mundo controlado a partir de aquello que se supone es el camino hacia la realización y la felicidad; o lo que es lo mismo, la habilidad del sistema para convertir tus propios sueños en pesadillas. Granjas humanas, diría la ciencia ficción (género narrativo que puede servir como reflejo del mundo real), a partir de la alienación cotidiana y casi imperceptible, pensada para mantener a la sociedad en un estado pasivo y controlado. 

Ficha técnica: Vivero - Vivarium

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