Una vida en siete días

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

El futuro se construye a partir de las decisiones que se toman, de las acciones que se eligen, no ‘está escrito’ ni predeterminado; así que esa idea de que hay un destino previsto o previamente trazado es más bien una forma de ver la vida, para no tener que lidiar con decisiones y asertividad, para eludir responsabilidad y consecuencias. No se puede conocer lo que va a suceder y no se puede tampoco elegir la estática a fin de evitar el miedo a la incertidumbre. La vida transcurre, se avanza en ella de cualquier forma; se avanza o se avanza, no siempre como se espera, no siempre con los resultados deseados, no como quisiéramos, pero siempre a partir de las decisiones.

“Si supieras lo que va a suceder,  ¿elegirías algo diferente?”, se pregunta reflexivamente Lanie, la protagonista de la película Una vida en siete días (EUA-Polonia, 2002), y la frase es clave pues la historia habla de reinvención, redención, cambio, transformación, espontaneidad e incertidumbre, todo como forma de crecimiento, evolución o maduración, no como motivo de indecisión o frustración.

Dirigida por Stephen Herek y escrita por John Scott Shepherd y Dana Stevens, la cinta está protagonizada por Angelina Jolie, Edward Burns, Tony Shalhoub y Stockard Channing. Aquí la idea es que Lanie tiene que aprender a valorarse en función de si misma y no de los demás, para rebasar ese plano superficial en que ha convertido su vida; una careta con la que esconde el miedo a ser fiel a su identidad, creyendo que encajar es sinónimo de la aceptación de otros y que la fama es sinónimo de éxito. 

El problema no es anhelar cosas o tener sueños, y tener ambición realmente no es un ‘pero’, más bien el punto es que estos ideales de éxito que la motivan son tan concretos --en el sentido de que construye en función de prototipos más que realidades--, que en el proceso de llegar hasta su meta Lanie ha escondido todo lo que es, su esencia personal y lo que le agrada, a fin de ser lo que cree ella que los demás esperan que sea, moldeando así su personalidad a partir de banalidades y la pose, privilegiando una imagen que asume la hace ser reconocida y aceptada.

La vida de Lanie es frívola porque tiene una idea predeterminada de que sentirse realizada se encuentra en ser exitosa y popular, midiendo su felicidad en función de su pareja, los lujos que pueda darse, la envidia de sus compañeros o la posición de rango dentro de la pirámide estructural de su empleo, al grado que tiene todo controlado, todo arreglado, todo planeado tan meticulosamente que no se da espacio para evolucionar, ni para “sentir su vida”, disfrutarla.

Se casa con la idea de algo y luego es inflexible para cambiarlo, de forma que llega un punto en el que cree que para ser feliz tiene que hacerlo todo perfecto, no porque lo sea, sino porque ha cubierto todas esas casillas de lo que ella considera ‘bueno’, útil o importante. Pero ese mapa con que ha trazado lo que considera ‘valioso’ y único se derrumba el día que un clarividente le informa que morirá en menos de una semana, hasta darse cuenta que todo eso que considera reflejo de sus logros es más bien el molde al que se ha apegado para brillar, sobresalir y ser reconocida.

Lanie ha planeado todo en su vida hasta el mínimo detalle, sin dar espacio para la espontaneidad o la improvisación, para de verdad vivir y disfrutar eso que le llena, la anima y la hace feliz. Vive en un molde cuadrado o inflexible, pensando que eso es lo que hace especial a alguien: fama, dinero, belleza física y ‘perfección’. Espera la aprobación de otros en lugar de reconocer el valor de sí misma, porque pone primero los cánones sociales que le establecen una idea predeterminada de felicidad o éxito. Vive en el mundo de las apariencias y quiere ser reflejo justo de lo que el medio mercantil, el universo de los medios masivos de comunicación exaltan como el ideal de perfecta felicidad.

Su visión de las cosas cambia radicalmente ante la afirmación de que todo aquello que construyó creyendo que le daría la vida que siempre soñó, parece un ‘sacrificio que no valió la pena’. Si está a punto de conseguir el trabajo de sus sueños, tiene el novio que cree es el hombre con el que será feliz en una larga vida y tiene más éxito profesional y personal que su hermana, con quien siempre ha rivalizado, es evidente que si alguien le dice que pese estar en lo que considera la cima del éxito, su vida finalizará en muy breve plazo, Lanie sin duda entra en crisis, porque su proyecto de vida desaparece, pierden sentido sus logros, sus metas igualmente se esfuman en paralelo con su hipotética muerte. Surge en este momento la necesidad de “vivir el momento”, de no pensar en planificar su vida sino aprovechar cada instante.

Sólo entonces comienza a preguntarse qué significa ser feliz, sentirse realizada o estar a gusto consigo misma. “¿Tiene sentido tu vida?”, le pregunta a otra compañera de profesión al hacerle una entrevista en vivo a una aclamada reportera, Deborah, una mujer cuya vida es una a la que Lanie aspira tener. Deborah es exitosa, celebrada, buena en lo que hace y por eso reconocida, pero Deborah tuvo que decidir con consciencia que esa era la vida que quería y que habría muchas otras cosas en el proceso que elegía también dejas atrás o de lado.

Para Lanie esa es la cuestión; ha puesto el trabajo por encima de sus relaciones interpersonales y entabla un romance con  alguien con quien más bien le conviene, en lugar de amar y sentirse amada, haciendo de esas interacciones una transacción profesional o laboral, más que personal. Ha puesto el trabajo por encima de cualquier otra cosa y, aunque la ambición no es mala por naturaleza, no tiene claro qué la motiva. Se ha aislado del mundo persiguiendo una forma de ser específica que ahora ya no está tan segura de que sea sinónimo de su felicidad.

Quizá Lanie ha conseguido todo lo que quiere pero ante la perspectiva de su ‘inminente’ muerte, se da cuenta que todo eso que consiguió, nunca la hizo realmente feliz, porque no se es feliz de por vida, sino se está feliz en momentos de plena satisfacción y bienestar. Entonces la pregunta es qué nos hace ser felices, cómo alcanzamos momentos de satisfacción personal. ¿Cuál es el sentido de tu vida?, pregunta Lanie, y sin duda se lo pregunta a ella misma. Pues ella tiene todo lo que cree daría sentido a su vida; sin embargo, no lo tiene. Su novio es alguien que la quiere, pero a quien no ama, con quien no conecta; su trabajo es una constante lucha por ser la mejor al grado que se ha vuelto una competencia que no siempre tiene que ver con talento o capacidad profesional, en donde el egoísmo prevalece y se trata de pasar sobre las personas a su alrededor para aparentar ser superior; y su distanciamiento familiar no es más que la inhabilidad por comprender y valorar a las personas que la aprecian, a su familia; es incapaz de ponerse en los zapatos de su hermana Gwen, por ejemplo, a quien envidia y rechaza porque piensa que su vida sí es ‘perfecta’, ignorando las vicisitudes de la vida ajena.

La vida de ninguna de las dos hermanas (y de nadie en general) es perfecta, porque perfección es un concepto trazado en función de un ideal. La realidad de vida para Lanie y su hermana son muy distintas, pero eso no la hace a una mejor, o peor, que la otra. Gwen también tiene sus problemas y preocupaciones, como toda persona en el mundo. La rivalidad es producto de no poder, saber o querer ponerse en el papel de la otra, con empatía.

En general la película cuestiona lo que significa realmente realización y felicidad. Tener una familia y ser ama de casa, perseguir una carrera profesional y nunca casarse o tener hijos, ser la mejor en su área profesional y vivir priorizando necesidades propias primero; todo esto ‘está bien’, ninguna realidad de vida es ‘mejor’ que la otra, pero cada una contempla preguntas diferentes, opciones múltiples y decisiones de vida particulares, específicas, que tendrán desarrollos diversos y consecuencias impensadas. Se trata de ser feliz consciente de la decisión que se toma, con sus riesgos, responsabilidades y consecuencias.

Para Lanie la clave es cuestionar el camino que ha trazado para su vida y darse cuenta que no ha estado viviendo para sí, sino en función de otros. No se permite ser espontánea, no se arriesga a tomar las riendas de su destino ignorando el “qué dirán” y, al final, descubre que eso de cubrir expectativas y vivir bajo los cánones sociales preestablecidos no la va a hacer feliz, porque cubrir esa perfección idealizada es, por una parte, imposible, y por otra, significa vivir cubierta tras una máscara, con la imagen que de ella se exige.

La vida no puede ser perfecta y Lanie no puede tenerlo todo planeado siguiendo una fórmula, porque no va a querer lo mismo ayer u hoy que mañana. La gente cambia, se adapta y aprende y eso es lo que ella obtiene con la experiencia de tener que revalorar su vida ante la fuerte posibilidad de una muerte que trunque todo, ante la idea del fin de su existencia, que es cuando se pregunta por el camino que la llevó a ese punto y se da cuenta que lo que tiene enfrente no es precisamente lo que quiere, sino lo que creía que todos los demás esperan.

Saber que la posibilidad de morir es grande la hace darse cuenta que necesita aprovechar la vida y que no puede seguir un molde o una fórmula para lograrlo, porque eso que estaba priorizando hasta ahora quizá no es lo que tendría que haber estado haciendo con su vida. Lanie reevalúa las cosas, sus decisiones, su relación con su novio, su familia, su trabajo y sus metas, incluso su relación consigo misma.

Su sueño era trabajar en Nueva York, pero al tener frente a sí la posibilidad de materializarlo, y luego recibir la predicción de que morirá pronto y que, por tanto, no lo conseguirá realmente, Lanie se pregunta ‘por qué y para qué’. Quizá porque ese sueño deja de ser importante, cuando otras prioridades llegan tras una evaluación analítica que le dicen que hay más en la vida que ese trabajo soñado en Nueva York.

El trazo de la película es romántico y quizá predecible, pero más allá de entretenimiento ligero, propio dentro de su género cinematográfico, la cinta reflexiona sobre las segundas oportunidades como vía al crecimiento personal; a no tropezar dos veces con la misma piedra, a pensar la vida como algo que sucede todos los días y a lo que tenemos que enfrentar con entusiasmo, propiciando la convivencia solidaria y la conversación con uno mismo.

‘La vida te lanza bolas inesperadas y hay que aprender a batearlas, porque quizá no siempre se le pegue a la pelota, pero una de estos días será un home-run’; es la reflexión que Lanie intenta tomar de una interacción con su novio, una que le deja claro que él no la entiende y no son tan compatibles después de todo: él por ejemplo nunca vio este subtexto al llevarla al estadio de béisbol a batear; él sólo quería batear para relajarse. Y sí, ciertamente su intención y visión también es correcta, sin embargo, son dos perspectivas muy diferentes sobre la vida y la resolución de problemas, que los hace incompatibles como para funcionar como pareja. 
 
En muchas ocasiones, casi siempre en realidad, las metas cambian; en general por ley natural, porque los objetivos se van modificando conforme las cosas van avanzando; nuevas experiencias que modifican la perspectiva de la vida. La transformación es una constante en la naturaleza, en la vida social, las contradicciones siempre están presentes, de ahí los cambios de perspectiva y de anhelos, incluso de afectos.

Así que nuevas vivencias implican crecimiento, que conlleva a su vez a otra forma de ver el mundo y trazar lo que se quiere. Eso va a implicar decisiones y sacrificios, mismos que deben asumirse con madurez. Lanie puede perseguir lo que sea que crea que la hará feliz, mientras lo haga convencida de su decisión. Así que no, la Lanie de hoy no es la misma de ayer, ni la de mañana, porque en eso consiste la vida misma, en revivir y renacer con cada nueva etapa y decisión que se toma, mirando a futuro ese presente que es vivir hoy.

Ficha técnica: Life or Something Like It - Una vida en siete días

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