Resistencia

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

La ciencia ficción es un género narrativo ambientado en realidades espacio y tiempo imaginarios, en donde se trazan mundos ficticios, con sus propias reglas operativas, pero en los que se hacen presentes los avances científicos y tecnológicos que conocemos del mundo real, enriquecidos por las posibilidades del propio universo creado y la imaginación que se construye alrededor de ellos. La ciencia ficción permite imaginar sociedades deseables, criticar al sistema social existente, proponer líneas de investigación científica, sugerir ambientes socioculturales negativos para el bienestar humano o comparar prácticas vigentes en el mundo con sus posibles derivas autoritarias y sus contrapartes de resistencia.

En el ambiente cinematográfico este género está lleno de oportunidades reflexivas por su capacidad para reflejar el contexto actual y plantear, desde la ficción, realidades contradictorias del hoy y ahora, gracias a paralelismos, referencias, metáforas, analogías y mucho subtexto que combina la fantasía, la distopía y la utopía, a partir de un análisis del panorama sociocultural de las sociedades contemporáneas.

Un análisis que a veces acierta pero que en ocasiones también falla, como sucede con la película  Resistencia (EUA, 2023), que se ambienta en un futuro imaginario en que los humanos están en guerra con las máquinas y donde un agente recibe la misión de encontrar y aniquilar a una inteligencia artificial con el poder suficiente para destruir a la humanidad. La presencia de androides, robots y máquinas ha dividido al mundo, entre aquellos que piensan que son un peligro latente que acabará con el humano y otros que defienden el derecho de los robots de sobrevivir, de existir, al servir a las personas incluso más allá de las funciones de programación para las que fueron creados, debido, claro, a un mundo automatizado donde hay multitud de cosas que sólo el robot o el androide es capaz de hacer.

Dirigida por Gareth Edwards, quien coescribió el guion con Chris Weitz, la película está protagonizada por John David Washington, Gemma Chan, Ken Watanabe, Allison Janney, Ralph Ineson, Sturgill Simpson, y Madeleine Yuna Voyles. En 2055,  la guerra contra la inteligencia artificial inicia por una detonación nuclear que destruye Los Ángeles, que, según explican las máquinas, se debió a un error humano, el cual fue encubierto al catalogarse como un intento de rebelión y guerra, sirviendo como pretexto para eliminar a las androides; los cuales, se insiste, son pacifistas, aunque en la narrativa se muestre lo contrario.

El principal problema con la historia es que nunca aborda seriamente el tema de la inteligencia artificial, la dependencia tecnológica o la presencia de las máquinas y el control y dominio que ejercen en una sociedad donde, en efecto, toda función digitalizada representa la sustitución del hombre por la máquina.

La película no se detiene a hablar de las leyes de la robótica o de la ética en la exploración científica, específicamente en temas de tecnología e inteligencia artificial. El mundo futurista y distópico creado da por sentado la presencia ‘incuestionable’ de robots, máquinas o androides pensantes, a quienes se asume y trata como humanos, porque se les dan derechos, facultades, obligaciones y responsabilidades como si fueran seres que razonan y sienten. 

En algún punto se establece el hecho de que el grupo que quiere eliminar a las máquinas justifica su idea en que finalmente se trata de objetos, no personas, que por tanto no pueden tener derechos humanos, pues son ‘cosas’; sin embargo, la idea no se explora más allá y se limita a convertirse en muletilla, no motivación, del porqué este grupo hace lo que hace, dado que en realidad no buscan la aniquilación de la inteligencia artificial por razones humanistas, sino por una actitud de supervivencia, para comprobar o reafirmar su superioridad como especie. Digamos que los humanos perciben a los robots como una especie distinta con la que disputan el control del planeta; no pretenden convivir, sino exterminar, repudiando a las máquinas por ellos creadas, ante la imposibilidad de control.

En el campo científico actual real, mucho se debate sobre las máquinas y su papel en la vida del humano: la inteligencia artificial que es creada por el hombre, entendida como un programa, un código, un algoritmo, que, por ende, no es humano, ni ser pensante, ni tiene emociones; frente a la inteligencia artificial programada para emular al humano, acumular y procesar información para generar directrices (conocimiento) que le permita modificar sus funciones. 

El punto medular es la diferencia entre el humano y el robot, así como el saber qué nos hace seres vivos pensantes y no objetos, para diferenciar entre uno y otro. Pero el universo ficticio de esta película asume todo lo contrario, o más bien echa por la borda toda opinión científica que se vive en el mundo contemporáneo sobre el papel de la tecnología y cómo impacta en el desarrollo del ser humano y en sus actividades, incluso en sus relaciones sociales, para limitarse a celebrar que haya máquinas a las que un gran sector de la población trata como personas. ¿Por qué? Ni siquiera la película lo sabe; porque narrativamente le conviene plantearlo de esta manera para añadir drama a la historia.

Peor aún, la cinta no expone las dos caras de la moneda de manera precisa, porque aborda desde el sentimentalismo teatral. Es decir, las personas a favor de los robots sólo están a favor desde el punto de vista empático, como si esa solidaridad los hiciera ‘más humanos’, aunque sí se expresa que hay quienes lo hacen en “agradecimiento” al apoyo y solidaridad para subsistir, para realizar tareas fatigantes. Es claro que esta actitud es expresión de un estado de confusión mental (enajenación) resultante de la ignorancia cultural de la masa sometida que acepta ser guiada y controlada por máquinas, como por cierto sucede ya con millones de personas que se suman gustosas al consumismo digitalizado, pero son ignorantes de los mecanismos tecno-científicos que hacen funcionar a las cosas, lo mismo que desconocen los procesos de mercadotecnia individualizada útil para inducir conductas, gustos, consumo. Parece obvio que director y productores también lo ignoran.
 
Por otra parte, aquellos en contra de las máquinas tampoco tienen un argumento convincente de por qué hacen lo que hacen, como si el odio fuera mero impulso de desdén: aseguran que las máquinas quieren destruir a la humanidad, pero después se sabe que esa es una mentira plantada; así que el humano es el ‘malo’ sólo porque se necesita un ‘villano’ para la película, cuando bien pudo haber explorado precisamente esa maldad humana, la de la conveniencia, manipulación y control a través de la distorsión de la información; sin embargo la cinta poco se preocupa por desarrollar a sus personajes, en especial, curiosamente, a los humanos.

Asimismo si la cinta quería adentrarse al terreno político y asumir a los robots como migrantes, en forma de analogía, tampoco juega mucho a su favor el hecho de que la fricción cause guerras en las que unos tienen que ganar y los otros tienen que perder, porque eso es exactamente lo que sucede en el mundo real, destrucción por el mero odio al foráneo. 

Sin embargo ese es el punto más lógico si se quiere aterrizar la cinta, la analogía hacia la migración, con reflexión hacia ese grupo de la población que hace las labores que las personas con mejor posición y privilegios no quiere realizar, que es repudiada y desterrada una vez que comienzan a crecer, a tomar consciencia de su situación, a exigir derechos, a participar en las decisiones y a buscar espacios de poder. La respuesta autoritaria, represiva, excluyente, es el destierro, la marginación, la segregación hacia territorios lejanos y bajo control militar. Se entiende que luego esas máquinas son acogidas, respaldadas y defendidas por un grupo concreto poblacional que no los ve como un peligro, sino como aliados. Aquí la narrativa incluye un sesgo ideológico discriminatorio con tinte de manipulación política, porque justamente los territorios donde se refugian los robots son en oriente.

Personajes diciendo que los robots son más humanos que los humanos, por su empatía y solidaridad, habla de un mundo imaginario en el que se intenta criticar a la sociedad que se guía por la avaricia y el egoísmo, pero este mensaje está tan escondido entre la acción y los efectos especiales que no queda suficientemente claro; porque a lo mejor esta analogía no es intencionada, sino forzada.

Otro punto importante es que la historia habla de máquinas, robots y androides estratégicamente ‘humanizados’ porque parecen personas, que tienen el cuerpo y la cara de algún ser humano al estar construidos a imagen y semejanza de individuos que donan su apariencia física para que la adopten las máquinas. Aquella dichosa ‘arma letal’ que el héroe debe destruir resulta ser un robot en forma de niña, detalle suficientemente conveniente para tentar su corazón porque, aunque sea una máquina y no una persona, la percepción de ‘matar a una niña’, además ‘inocente’, resulta impensable. Se supone que quien creó a ésta y demás maquinas lo hace intencionalmente para manipular las emociones de los humanos que pretendan destruirla, pero también porque, para mayor similitud con los humanos, en la medida que “crece” aumenta su potencial destructivo.

La niña-robot incluso ha sido programada y construida a imagen y semejanza de la hija del militar asesino, hija a la que nunca conoció, pues se supone falleció antes de nacer. Joshua, el protagonista, se la pasa buscando a Maya, su esposa, a la que conoció y de quien se enamoró, por cierto, al infiltrarse en la resistencia con la finalidad de identificar al cerebro, que se supone humano, creador del arma letal y jefe de la resistencia robótica. Después de que Joshua da a Maya por muerta, comienza a verla por todas partes, porque Maya había donado su imagen para que fuera reproducida al antojo de la inteligencia artificial en uno y otro y otro androide. La película lo romantiza porque se aferra al elemento ‘historia de amor’ para sostener el relato en una intento por conectar con la audiencia.  Cuánta manipulación para el personaje principal pero, sobre todo, cuánta manipulación para el espectador. 

Habría que señalar que la inteligencia artificial está construida con algoritmos y con base en información acumulada y seleccionada por la misma humanidad. La inteligencia artificial es incapaz de pensar porque no puede combinar lo racional con lo afectivo y emocional. La idea de crear conciencia artificial más bien debería entenderse como una manipulación de ideas, creencias y emociones de las personas para inducir actitudes; lo vemos todos los días a nuestro alrededor, no sólo en las salas de cine. La comunicación digital ha destruido y transformado profundamente las relaciones humanas. Pero el pensamiento cambia al mundo, induce resistencia de los críticos ante el sistema. Si en la analogía los robots son seres marginados y excluidos, la sociedad que deberían construir está obligada a generar nuevos valores y creencias, formas de organización social distinta a la que los excluyó. Lamentable que la única salida sea la “fuerza del amor”, por cierto individual, no hacia la comunidad, deja la lección al aire.

En temas de inteligencia artificial, la sociedad actual ya no sólo debate cómo la máquina vuelve obsoletos tantos trabajos humanos, o cómo es que, efectivamente, se prefiere tanto a la tecnología sobre las personas, por ejemplo, cuando se elige conversar a través de dispositivos electrónicos en lugar de hacerlo en persona. En el mundo del espectáculo digitalizado se disfrutan experiencias en simuladores, o viendo a otras personas y/o máquinas  tener esas experiencias. 

Actualmente también se habla de los peligros de la inteligencia artificial sustituyendo al humano en todo, incluyendo tomar su imagen. No tiene nada de ‘romántico’ o solidario donar la propia apariencia e intelecto a una inteligencia artificial o robot, pues en este proceso el donador pierde identidad, se suma al mundo de las no-cosas, se convierte en un dato más, en un objeto manipulado y comercializable.

En 2023 la actriz Scarlett Johansson demandó a unos creadores de anuncios generados con inteligencia artificial por un comercial en que se usaba su nombre e imagen, sin que la actriz hubiera dado autorización para hacerlo. El anuncio de 22 segundos había sido creado por una aplicación de generación de imágenes de inteligencia artificial llamada Lisa AI: 90s Yearbook & Avatar. En esencia se ganaba dinero explotando la imagen e identidad de alguien, en este caso una actriz famosa, hecho que significa una apropiación privada con fines financieros de la personalidad de otro ser humano. El problema es que la información, imágenes, datos y demás pormenores de la vida privada de las personas se la apropian las grandes empresas que dominan ese mercado digital. El exhibicionismo que alientan las redes sociales digitalizadas termina con el derecho a la privacidad.

En este mismo año 2023, sólo unos días antes del caso con Scarlett Johansson, el actor Tom Hanks también advirtió a sus seguidores que estaba circulando un comercial aparentemente protagonizado por él, pero en el que él no tenía nada que ver. El anuncio publicitario había sido creado a través de una inteligencia artificial usando su imagen, sin que él diera permiso. Una copia artificial no autorizada, que en corto funge como una suplantación de su persona. "Hay un video por ahí promocionando algún plan dental con una versión mía de IA. No tengo nada que ver con eso", dijo el actor en una publicación en redes sociales.

Así de fácil es en esta era posmoderna suplantar a una persona sin que ella se entere, tan fácil hacerse pasar por alguien más y tan sencillo engañar, tanto a los humanos como al algoritmo, para tomar control de todo lo que tenga que ver con la huella digital de una persona. ¿Cómo saber si ese contacto al otro lado del teléfono es realmente quien dice ser?; ¿cómo saber si esa videollamada no está modificada con filtros para que la imagen sea algo muy diferente a la realidad?; ¿cómo estar seguros que la autorización ‘digital’ en asuntos oficiales y legales, realmente la hizo la persona cuyo nombre viene escrito?

El mismo año en curso fue testigo de dos huelgas importantes en el medio artístico: la de los escritores y la de los actores de Hollywood, en las que ambos exigían precisamente algún tipo de respaldo concreto para combatir la presencia de la inteligencia artificial que amenaza la fuente de su trabajo y simula su creatividad, toda vez que sus trabajos estaban siendo desplazados y/o  sustituidos por completo por programas de computadora. Cuando las huelgas terminaron parte importante de lo que se concretó fue un acuerdo, que algunos definen como histórico, que regula el uso de la inteligencia artificial en su área de trabajo.

No puede uno dejar de preguntarse si será casualidad que el mismo año en que sucede todo este conflicto sobre IA y su impacto en el mundo del trabajo, Hollywood mismo lanza una película en la que celebra el poder y control que está ganando la inteligencia artificial a expensas del humano, distrayendo al espectador con una historia de amor para dejar encubierto el mensaje de que la máquina puede hacer lo que quiera mientras favorezca a aquellos estratégicamente escogidos, a la élite en el poder, en los gobiernos; en el entendido de que esa misma élite puede utilizar a otras máquinas (y desde luego también a humanos domesticados) como armas para destruir robots, androides, humanos y a la naturaleza, siempre y cuando refuerce sus privilegios y ganancias. 

Resulta también interesante como la historia expresa la naturaleza humana de sumisión, docilidad, ignorancia y mediocridad, pues son incapaces de distinguir entre máquinas y hombres, son temerosos e inseguros; los militares de ambos bandos obedecen sin chistar; los marginados y excluidos son incapaces de defenderse solos o de protestar, recurriendo a las máquinas para que les resuelvan sus necesidades y, una vez conseguido esto, proceden a expresar temor, admiración y respeto hacia ellas; la convierten en su nuevo Dios.

La máquina es una herramienta, no es posible que le quite su lugar al humano, salvo que otros humanos así lo decidan, así organicen la información con que alimentan a las máquinas; lo dijeron los propios guionistas entre los puntos que se consiguieron tras la huelga histórica. Lo dijeron también los actores, que consiguieron, gracias a la huelga,  protección contra el uso de la inteligencia artificial utilizada para ser reemplazados por ésta en futuras producciones. El problema es que este objetivo se diluye cuando se invade a las personas con mensajes como el de esta película, en la que la máquina merece más lugar, más espacio, más ‘respeto’; en donde ya no es considerada una herramienta,  sino que es tratada como un humano más, sin serlo realmente. Es el efecto del mundo saturado de información, manipulado por redes informáticas que guían el comportamiento, que excluye a quienes no se suman a los medios electrónicos de comunicación y trabajo. Lo cual se construye desde el sistema educativo, que sigue dividiendo instituciones y programas destinados a la élite intelectual de expertos frente a los deficientes y banalizados sistemas educativos destinados a la masa amorfa de los desplazados y trabajadores de todo tipo.

Se supone que la premisa de la película parte de la idea de retratar el conflicto entre humanos y máquinas, cuando al final parece que más bien habla del conflicto del humano contra el humano, y del hombre consigo mismo, pues es el individuo el que crea a la inteligencia artificial y escribe su código de programación; siendo también el hombre el que hace todo por deslindarse de sus errores, actuando sin ética ni responsabilidad moral. 

Así que la película habría sido más interesante de no centrarse tanto en celebrar lo grandioso que es el invento en sí, la inteligencia artificial, sino en cómo el humano la toma como un chivo expiatorio para culparla de todo lo que puede salir mal en este mundo. Es como si los hombres en verdad creyeran que las máquinas, producto de ellos, se independizan y comienzan a actuar en forma autónoma, lo que en última instancia sólo reflejaría la inmensa ingenuidad e ignorancia de la mayoría de los habitantes del planeta. 

Si se cae el sistema, si fallan las redes, si se va la señal de internet o de telefonía, si se le da clic a algo y sucede totalmente lo contrario, se culpa a la tecnología. Pero al final, ¿no es realmente culpa del humano por permitir a la máquina ‘tener’ tanto poder? Y entonces, ¿no es erróneo hacerle creer a las personas, con este tipo de historias, que las máquinas son la solución a sus problemas? La respuesta posible es que tal vez la ideología de los creadores apunte a reforzar esa actitud pasiva que se fomenta desde la escuela, se reproduce en el espacio familiar y laboral y se cultiva desde los medios masivos de comunicación y las “benditas” redes sociales. Después de todo el mundo del espectáculo, incluido el cine, están pensados para distraer y divertir a las masas mientras, en paralelo, se producen ganancias para los dueños de los medios.

En todo caso, lo analiza mucho mejor un diálogo de la serie ‘Mrs. Davis’ (2023), que aborda también el tema de la inteligencia artificial pero puntualizando que las máquinas simplemente son máquinas, códigos, programación, directrices limitadas incluso cuando puedan ‘crecer’ o ‘aprender’, porque no pueden rebasar esas condiciones restringidas y encapsuladas en un mero diagrama de flujo, por mucho que se les quiera ‘humanizar’ para creer que sí: “Los algoritmos no tienen subconsciente, tienen subrutinas. Y no tienen madres, tienen programadores […] Los algoritmos malinterpretan las cosas como no te puedes imaginar. Los algoritmos son tontos”. 

Si la tecnología es una programación por códigos, ¿por qué el humano insiste tanto en ‘humanizar’ todo; objetos, animales, cosas y, ahora también, las máquinas? Será posible que en el fondo, ante el egoísmo generalizado en que se convive en este mundo de la búsqueda de la máxima ganancia y el disfrute del momento, el ansia desesperada por la felicidad, ha llevado a los hombres a sentirse realmente solos y anhelar con quien estar, pero también algo o alguien a quien mandar y manipular sin posibilidad de réplica. ¿A esta realidad hemos llegado?

Ficha técnica: Resistencia - The Creator

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