Prometeo

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

En la mitología griega, Prometeo fue un titán que traicionó a los dioses, robándoles el fuego para dárselo a los humanos. Este acto, por el cual Prometeo es considerado protector de los mortales, fue castigado por Zeus enviando a un águila a comerse su hígado, pero como ser  inmortal, el órgano volvía a crecer y el águila se lo volvía a comer una y otra vez.

A Prometeo se le veneró por un acto que fue considerado un sacrificio que hizo posible el progreso de la humanidad, pero, desde otro punto de vista, su acción es malinterpretada como un intento por igualar a los humanos con los dioses. Desde ese otro punto de vista, Prometeo puso a los humanos en el mismo plano que los otros, al grado que el mortal comenzó a preguntarse cómo ser más que su creador.

¿Por qué ser igual a los dioses, cuando se puede ser más que ellos? ¿Por qué no ‘jugar a ser dioses’?; Crear, dar vida o quitarla, alcanzar la inmortalidad, hablar con los muertos, dominar a la naturaleza, someter a seres inferiores; todas se han cultivado como acciones que los humanos pueden hacer porque son igual o más que dioses. Llegó un punto en que el humano olvidó que el acto de rebeldía de Prometeo era un sacrificio y tenía un fin que no iba destinado a su propio beneficio, sino al de otros. Por lo tanto, esa búsqueda del ser por conocer, evolucionar y crear, a través de la ciencia y el conocimiento, corrompió a las personas, llevando a que sus propios inventos y/o creaciones provocaran destrucción, muerte, incluso la suya propia.

Humanos que se creen deidades, seres que harían todo en nombre de ser o saber más, guiados no por el conocimiento sino por su soberbia, o cómo todo esta lleva de vuelta a la pregunta eterna que aqueja a la humanidad: ¿de dónde venimos y por qué existimos? Este es el tema que se plantea en la película Prometeo (Reino Unido-EUA, 2012) dirigida por Ridley Scott, escrita por Jon Spaihts y Damon Lindelof, y protagonizada por Noomi Rapace, Michael Fassbender, Charlize Theron, Guy Pearce, Idris Elba y Logan Marshall-Green. Ambientada en 2093, la historia sigue a la tripulación de la nave científica Prometeo en una misión financiada por la Corporación Weyland para viajar a la Luna de un planeta distante donde, según los antropólogos Elizabeth Shaw y Charlie Holloway, podrán encontrar a los seres que ellos denominan ‘Ingenieros’, es decir, los creadores de la vida en la Tierra.

Elizabeth y Charlie están movidos por la curiosidad y la posibilidad de conocer a sus creadores (a los creadores del ser humano) bajo la creencia de que ellos les dirán su propósito, lo que a su vez les ayudaría  a entender el origen y destino de la humanidad. El punto es, ¿por qué el propósito de una persona, ser o especie tiene que estar determinado por su creador?, y ¿por qué tiene que existir un “creador” en específico? ¿No pueden ser más que aquello para lo que, supuestamente, fueron concebidos? ¿No acaso en parte de eso se trata cuando se habla de ‘evolucionar’? ¿O es que a nivel del conocimiento científico y dada la persistencia y arraigo del pensamiento religioso, en el fondo se cuestiona la teoría de la evolución?

Aunque científicos, es decir personas guiadas por la investigación, la observación, la comprobación y los datos duros, la pareja no ve la misión o la experiencia desde el mismo punto de vista; Charlie es más práctico y pragmático, en ese sentido más frío y lógico, mientras que para Elizabeth tiene que ver más con la fe y las emociones, o en específico con la religión. Cuando el humano se pregunta cómo comenzó la vida en el universo, busca respuestas concretas, una explicación comprobable, racional y lógica, pero cuando se pregunta su propósito, busca más allá de la ciencia, busca en lo emotivo una conexión con esa ‘fuerza creadora’, para Elizabeth sustentada en un Dios cristiano. Ella quiere ponerle un nombre a su creador y un adjetivo o verbo a su existencia para asimilarlo, para encontrar seguridad y reforzar su fe, para darle un sentido propio o razón de ser a su existir, a nacer y a morir.

Entonces la frustración se presenta cuando al llegar al planeta prefijado la expedición no encuentra más que restos, vestigios y extraterrestres, o “ingenieros”, muertos. Por deducción Elizabeth y Charlie ya presentían que esos supuestos ingenieros habían creado al humano, y lo que querían era no sólo confirmarlo, sino tener la oportunidad de confrontarlo, es decir, preguntar por qué lo habían hecho, o para qué propósito.

A partir de los restos encontrados Elizabeth determina que el ADN del extraterrestre y el del humano son compatibles, por no decir idénticos, y que, por tanto, su teoría era correcta: estos seres sí fueron los que crearon a la humanidad. Cuando ella le expresa su frustración a David, un androide <un robot creado por la raza humana>, por no poder conocer más a fondo esta conexión, o si existe en un plano más simbólico y empático, el robot le pregunta a ella, comparando, por qué es que el hombre creó a las máquinas.

‘Porque pudimos’, le dice ella y David le explica lo decepcionante que sería para ella escuchar esa respuesta de sus ingenieros. David es un ser que conoce a sus propios creadores, que convive con ellos, pero no los considera realmente extraordinarios; al contrario, parece convencido de ser igual o superior que ellos, los imita, los estudia, pero no cree encontrar más respuestas por el hecho de estar en contacto con ellos. Por tanto, David se pregunta por qué los humanos buscarían con tanto interés conocer a sus creadores, cuando en su experiencia, el acto no es trascendental o más revelador en ningún sentido.

Todo esto desata varios puntos importantes en la historia que vienen con varias reflexiones inmersas. Lo que David plantea es substancial por esa inquietud de encontrarle un sentido a la vida, la muerte y la existencia. El ser vivo quiere respuestas, pero sobre todo quiere respuestas que le satisfagan y le acomoden, es decir, quiere escuchar algo específico, quiere escuchar lo que quiere escuchar o no se sentirá a gusto consigo mismo ni con la respuesta.

Esto lleva a poner sobre la mesa también el tema de la ética científica: crear, querer dar o quitar vida y decidir cuál será el rumbo concreto de la evolución. El problema es que el experimento no siempre sale como es esperado y muchas veces se sale de control o el resultado es algo contrario a lo que se quería lograr. ¿Por qué dictar lo qué tiene que suceder en lugar de dejar que la naturaleza siga su propio curso? 

¿Por qué el humano crea lo que crea y cuál  es la diferencia entre crear vida (la reproducción de la especie, por ejemplo) y crear arte, una herramienta, una máquina o cualquier objeto material? ¿El hombre realmente podrá llegar a dominar a la naturaleza para condicionar su evolución? ¿Por qué el hombre creó a las máquinas, a los robots, a otros seres vivos? ¿Por qué manipula y experimenta con seres, incluidos los de su misma especie? ¿Y qué pasaría si su creación adquiere conciencia y quiere respuestas sobre su  existencia y el humano no puede dárselas?

Eventualmente parece evidente que los extraterrestres en cuestión no eran más que científicos simplemente experimentando con diversas combinaciones de ideas; sus investigaciones crearon vida en la Tierra y en otros planetas y ahora tienen la intención de seguir sus experimentos para crear nuevas especies, enviando parásitos que muten hasta destruir al humano tal como lo conocemos, para crear otra especie totalmente nueva. Hay una escena en donde se observa que, igual que los humanos, experimentan con ellos mismos y crean seres que incluso pueden ser un peligro para su especie. Tal y como se hace en los laboratorios de investigación militar para crear las llamadas armas químicas y biológicas.

Si el humano quiere respuestas, ¿qué es más importante, sobrevivir sin alterar su realidad o permitir que sus creadores den el salto hacia otro tipo de evolución planeada? Es aquí cuando David toma la decisión de intervenir, que puede ser asumido desde diversos puntos de vista: su interés por dar a los científicos y por ende a los humanos y a sus creadores lo que cree que quieren, es decir, respuestas, o su interés por jugar él a ser un dios creador, a intervenir en la evolución y decidir sobre el objeto de estudio, en este caso de los extraterrestres y los humanos.

Entonces David decide poner en práctica la misión de los ingenieros y comienza a experimentar con el humano, dando a Charlie el elemento químico-biológico que aquellos transportaban a la Tierra, experimento que asimismo se salió de su control y terminó con ellos, es decir, que fue lo que los mató antes de que su nave pudiera despegar de esta Luna a la que Prometeo ha llegado.

Las acciones de David a su vez esconden otro propósito, investigar, conocer y saber desde un punto de vista ambicioso y soberbio, para controlar el resultado de la investigación, movido por la instrucción de su propio creador, y en este caso ‘dueño’, Peter Weyland, quien ha viajado en secreto en la nave convencido por las investigaciones de Elizabeth y Charlie, aunque más bien con el objetivo de ver sus ambiciones idealizadas y su sueño por alcanzar la vida eterna hechos realidad, en la idea de que encontrarse con sus creadores es su oportunidad para convencerlos de curarlo de la enfermedad mortal que lo aqueja, en un acto meramente egoísta e individualista. Él únicamente persigue su beneficio, su codicia y su ambición, apoyando el proyecto científico por los resultados que espera le permitan perpetuar su vida.

Los personajes poetizan su encuentro con sus creadores imaginándolo como un paraíso, un sueño idílico, un lugar maravilloso, mágico y unos seres que asumen estarían encantados de ver qué tan lejos han llegado sus creaciones. “Estábamos muy equivocados” son las palabras de Elizabeth al darse cuenta que el planeta es sólo un lugar donde se ha estrellado la nave de los alienígenas que iban camino a la Tierra para destruir a su propia creación; una nave llena de parásitos que conviertan a los humanos en algo más bien monstruoso.

La idea general que se tiene de la creación, de la creación de la vida o de crear vida, pensando por ejemplo en una madre que da a luz a un bebé, es la de belleza, no sólo en la noción de fertilidad sino en la de una nueva oportunidad de dicha y felicidad. Cualquier tipo de concepto que tenga que ver con creación está asociado a esta idea. ¿Entonces qué pasa cuando lo que se crea es ‘bello’ para su creador en el sentido de que es algo que éste construye o manufactura con orgullo en sí mismo, pero que no es bello en el sentido de agradable o bienintencionado, sino que su propósito son los horrores y la destrucción?

Esto es lo que estos alienígenas finalmente están haciendo; el por qué no queda claro; tal vez porque no conciben belleza o propósito creativo forzosamente de la misma manera como lo hace la especie humana. Sabiendo que Prometeo es una precuela de la saga cinematográfica de Alien, o que es pues una historia ambientada en este universo ficticio previo a los eventos de cualquiera de las películas de Alien, está claro que esos seres o parásitos mutan en el cuerpo de su huésped y lo harán hasta convertirse en criaturas de aniquilación.

Weyland se cree un dios, no sólo por financiar la expedición científica y los proyectos previos en la tierra, o por haber creado a David, no él directamente pero sí con su tecnología, la tecnología de la que es dueño, igual que de la nave en que viajan y el personal a su servicio. Así que en toda su arrogancia, Peter Weyland quiere ser eterno, como los dioses, vivir más, vivir para siempre. Peter no sólo se mira como la figura del nuevo dios al tener el poder, económico, político y tecnológico que hace al mundo moderno girar, sino que quiere lograr más de lo humanamente posible, lo imposible: la inmortalidad.

En este sentido Weyland no busca el propósito de su existencia en el mismo sentido que los antropólogos, por ejemplo. Quiere trascender pero no le interesa saber para qué existe; él ya tiene un propósito que anhela, que ansía, para asegurarse la vida eterna y trascender más allá de la vida y de la muerte, para, en paralelo, capitalizar ese saber y acumular riqueza y poder.
 
“¿Por qué nos odian?”, pregunta Elizabeth, hablando de estos ingenieros que tienen en sus manos un arma biológica de destrucción (los xenomorfos en una forma aún primitiva, no evolucionada), pensada para ser llevada a la Tierra. La pregunta resuena una y otra vez de una forma interesante porque si esos seres creadores, crean monstruos, ¿quién es el monstruo más grande, ellos, los aliens o los humanos haciendo todo por salvarse y para destruir a sus propios creadores? Cada especie buscando sobrevivir, experimentando a su alrededor para transformar al mundo natural, manipulando la evolución sólo porque pueden hacerlo. ¿Acaso no es esto lo que hace David con ‘sus’ propios creadores, infectando a Charlie?

Criaturas de codicia, arrogancia, ignorancia, vanidad, ineptitud, necedad y sentimiento de superioridad; así son la mayoría de los personajes principales que viajan en Prometeo y todos ellos son científicos o expertos en su área de las ciencias duras, es decir, investigadores de la vida y la creación, creadores en sí mismos. SI el ser humano es reflejo de la especie que los creó, es posible que los tripulantes de esa nave a la que llegan sean iguales a ellos. No pretenden una evolución en favor de la humanidad, sino una evolución que pueden inducir y controlar, como expresión de su propia soberbia y vanidad.

Y esto es lo que se plantea en la película, no importa si hablamos de genética, de inteligencia artificial, de un Dios o de lo que sea. La humanidad desafiando a sus creadores por mera arrogancia, pretendiendo ser dioses, ignorando el sacrifico y generosidad que debería acompañar el deseo de saber y comprender, tal como sucede en el mito de Prometeo.

Ficha técnica: Prometeo - Prometheus

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