Mujer bonita

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

El complejo o síndrome de Cenicienta, es un fenómeno psicológico reforzado por los roles tradicionales de género, en que la mujer se valora a sí misma en función o, dependiendo de, la opinión de su pareja, en la idea de que esta persona le dará sentido a su vida y proveerá lo necesario para sobrevivir y ser feliz.

Fue descrito por primera vez por la autora estadounidense Colette Dowlin, quien propone que las mujeres con complejo de Cenicienta están en una constante búsqueda por su ‘príncipe azul’, como en los cuentos de hadas, porque no saben ser independientes y relacionan su felicidad con la presencia de esa pareja que ‘se haga cargo de ellas’.

Esta idea de ser cuidadas, rescatadas y protegidas viene precisamente del clásico cuento folclórico de ‘La Cenicienta’, que creó el arquetipo de una mujer que pese a ser bella, capaz, inteligente y amable, parece que no puede salir adelante por sí misma, si no es con la ayuda de un hombre, pareja o ‘príncipe’ protector.

Para contrarrestar esta idea, se ha enfatizado cómo es que la mujer sí puede caminar sola y ser feliz en su relación sentimental, lo que no significa que dependa de ella, porque es capaz de trazarse su rumbo (personal, profesional, sentimental o de cualquier tipo) por su cuenta, con ideas y acciones que generen cambios, así que incluso a veces son ellas las que rescatan al príncipe y no al revés.

Curiosamente en el cine, muchas películas dan en el clavo con este mensaje más actualizado y contemporáneo, aunque algunas aún se estancan en el planteamiento conservador rutinario. Varias más, a su vez, se pierden en la contradicción entre una cosa y la otra, pues a pesar de que ejemplifican que la mujer es libre cuando se valora a sí misma, y nada tiene que ver la soltería en el proceso, eventualmente no logran escapar de un final feliz ‘tradicional’ en el que todo se resuelve en el momento en que el ‘príncipe’ les declara su amor a las protagonistas, cumpliendo con los cánones del género y repitiendo patrones convertidos en cliché que regresan al molde genérico.

Este es el caso de Mujer bonita (EUA, 1990), película que por un lado enfatiza la fuerza que tiene una mujer segura de sí misma, pese a que es pisoteada por los prejuicios sociales, pero que, por otra parte, no escapa de no poder matizar a su personaje principal más allá del rasgo de personalidad que da título a la historia. ¿Es más que sólo una ‘mujer bonita’? La respuesta es sí; entonces ¿por qué en su mente prevalece únicamente su interés romántico y, al final, sólo es feliz cuando es ‘rescatada’ por ese príncipe?

Se puede argumentar que él no la rescata a ella, más bien, aprende a valorarla; así que terminar juntos no significa que ella sea una Cenicienta cualquiera, sino que el hombre ha entendido que ella tiene mucho más que ofrecer que sólo carisma y atractivo físico. Y pese a todo, la cinta pasa la mayor parte de la historia reforzando la idea más básica y controversial del cuento folclórico de ‘La Cenicienta’: las diferencias de clases sociales y cómo el dinero lleva a la felicidad.

Escrita por J. F. Lawton, dirigida por Garry Marshall y protagonizada por Julia Roberts, Richard Gere, Héctor Elizondo, Jason Alexander, Laura San Giacomo y Ralph Bellamy, la película obtuvo una nominación al premio Oscar, el de mejor actriz. La historia se centra en Vivian, una joven con convicciones y opiniones propias, que para sobrevivir trabaja como prostituta. Un día conoce a Edward, el adinerado hombre de negocios que, interesado por compañía más que nada afectiva, la contrata para acompañarlo durante una semana mientras realiza negocios en la ciudad.

La decisión de Edward se sustenta en varias cosas; una, que su propio socio y abogado, Phil, le propone que será mejor recibido y percibido por los clientes si llega a las reuniones, que consisten en cenas y eventos sociales, acompañado de una mujer, de una pareja, ya que eso ‘suaviza’ su imagen. No es lo mismo verlo como un hombre de familia, alguien con una pareja, que como un empresario solitario y consumido por sus ambiciones.

Esa es, no obstante, la realidad de Edward; él busca compañía, sí, ante un interés sexual, pero sobre todo busca compañía en general, es decir, alguien con quien hablar, con quien compartir lo que piensa, con quien cenar, dialogar y ver películas. Esto es lo que inicialmente le pide a Vivian, estar ahí, estar con él, para, en términos prácticos, no estar solo. El punto es que esa es la vida que Edward se ha construido para sí mismo, más interesado en el dinero que en crear relaciones, o más bien, conexiones interpersonales.

Ahora bien, acepta específicamente a Vivian por dos cosas también. Una, que le es físicamente atractiva; es bonita, agradable, amena y amable. Pero esa atracción puede desvanecerse y es entonces donde entra el segundo punto: Vivian destaca entre cualquier otra mujer o pareja que Edward haya tenido, porque no vive de las caretas; más bien es real, espontánea, directa y decidida.

Parece como si Edward trazara una línea entre las mujeres con las que está acostumbrado a convivir y mujeres como Vivian; independientes, seguras, definiendo su propio camino en lugar de buscar un marido. La película no lo plantea de forma explícita, pero sí hace una marcada referencia en la idea de que esto tiene que ver con la diferente realidad económica y cultural de las clases sociales. Ella ha tenido que luchar sola y salir de cualquier apuro por su cuenta, lo que no siempre es igual para aquellos que tienen todo tipo de recursos a su disposición. Si bien esto, una vez más, recae en muchos aspectos en el mero cliché.

El mundo de Edward, el de la clase adinerada, está marcado por las poses y las pretensiones, la ambición y la ostentación del dinero. Se muestra al principio de la película, cuando, durante una fiesta organizada por Phil y su esposa, Edward prefiere irse luego del reclamo de su entonces novia por ser tratada no como su pareja sino como su objeto o ‘accesorio’. Al mismo tiempo, para Phil, las adulaciones, opulencia y excesos son parte del prestigio para alimentar su ego; vive y disfruta de momentos como este, que antes o hasta ese momento son también el incentivo de Edward.

Phil actúa siempre de esta manera, arrogante, prepotente, despectivo, especialmente cuando descubre a qué se dedica Vivian y asume que la relación de ella con Edward es una ‘transacción’, un contrato, algo impersonal, algo que se sustenta en el beneficio del dinero y, por consiguiente, se le insinúa, olvidando que, independientemente de quién sea o a qué se dedique, las personas merecen respeto. Subestimarla, incluso menospreciarla, es algo en lo que caen en ese momento ambos Edward y Phil; el primero por no respetar la privacidad de Vivian al contarle todo a su amigo, y el segundo por degradar a la otra con un trato de humillación y abuso, asumido con prejuicios al saber que ella es una trabajadora sexual.

El tema de la discriminación es algo que la película puntualiza de forma constante, con énfasis reflexivo en una de las escenas más famosas del filme, cuando Vivian va de compras a una zona exclusiva de Los Ángeles y las vendedoras la rechazan por prejuicios y menosprecio. Asumen su profesión, o al menos perciben que no es una mujer de la ‘alta sociedad’ e inmediatamente la humillan.

En ese momento Vivian lo dimensiona como un ataque específicamente dirigido hacia ella, pero en realidad es una situación de pose y dinero. “En las tiendas no son amables con la gente”, se queja Vivian más adelante. “Nunca lo son, lo son con el dinero", le responde Edward, explicando así que no se trata de algo en contra directamente de Vivian o de su apariencia. Lo que él dice es que en el fondo no importa quién seas, mientras tengas dinero, porque así la gente te tratará mejor, te adulará o respetará y responderá de manera servicial. Una realidad cruda del capitalismo, pero realidad al fin.

Esta idea básica es el trasfondo importante, porque en efecto, ese es el mundo que la historia critica, o lo intenta, un mundo en el que Vivian hace lo  que hace para sobrevivir, o para tener dinero, porque es lo que la sociedad le permite: comercializar su cuerpo, aprovechar su belleza y juventud ante la ausencia de oportunidades de educación y trabajo; una sociedad marcada por el egoísmo, en donde la mayoría de las personas sólo responden a la idea de costo-beneficio, lo que conduce a la avaricia sin escrúpulos, al menosprecio del otro, a abusar y despojar a los demás miembros de la sociedad.

En el mundo de sus negocios, eso es a lo que Edward se está orillando, al quedarse de forma oportunista con un negocio que no necesita, que sólo quiere porque puede representar una ganancia mayor. Ganar, tener, poseer, comprar; actitud que alguna forma, eventualmente, se da cuenta e intenta corregir. La influencia viene de su relación con Vivian, en ese punto en que el amor comienza a surgir como consecuencia de una conexión afectiva y emocional; el problema es que parece artificial, ‘comprada’, toda vez que él la contrató y le pagó por pasar la semana a su lado. 

Luego comete el mismo error cuando, ya enamorado, propone darle una vida mejor a fin de que ella pueda estar ahí, ‘disponible’, cada vez que él visite la ciudad. Sus intenciones son procurarla, darle seguridad económica, estabilidad y prestigio social, pero no se fija que con ello, lo que hace es humillarla, porque actúa como el que la ‘rescata’, como el que, finalmente, paga por tenerla a su lado, en referencia directa a ser una trabajadora sexual, pero sobre todo, al ser tratada como un objeto o posesión.

Ahí es el momento en que Vivian decide cambiar las cosas; no tiene problema con lo que hace, sino cómo esta situación con Edward la ha hecho sentir.  Y entonces decide cambiar, porque si hay algo más que pueda hacer con su vida, ¿por qué no hacerlo? Independientemente de Edward y dando un giro a su propio destino. Al final eso es lo importante, no si Edward entiende que ama a Vivian por cómo es: sus opiniones, su pasado, su compañía, su simpatía o su espontaneidad; sino que Vivian ama a Edward, pero se ama más a sí misma, sin renegar de dónde viene ni a qué se dedica y mucho menos aspirando a una vida en opulencia. Y tal vez ese es su verdadero final feliz.

En un punto de la historia Vivian se pregunta si lo que está viviendo con Edward, que parece tan perfecto, de verdad puede eventualmente serlo. Su amiga Kit le dice que sí, porque esa es la historia de Cenicienta. Ello plantea la pregunta de por qué, culturalmente hablando, hay tanta fascinación con el arquetipo de Cenicienta. La mujer ‘rescatada’, la princesa moderna, la persona con capacidades, cualidades y aptitudes, que puede sola contra el mundo y tiene los medios para alcanzar sus metas, sin embargo, al final, lo que importa es si su príncipe puede proveerla. 

Ese final romántico tan icónico de esta película debería ser lo de menos, porque lo importante es cuándo y cómo Vivian se elige primero a sí misma. El problema es que no importa cuál sea su desenlace, el final va a ser problemático al chocar con su propio discurso; si no terminan juntos, si terminan juntos, ¿quién busca a quien y quién cede?  El discurso plantea la pregunta de si el dinero compra el amor, pero al final, la historia no se arriesga y termina siendo, reflexivamente hablando, demasiado ligera. Una prostituta sin maldades ni vicios, un cuento de hadas moderno; una contradicción entre decir que la mujer puede sola y luego no permitirle explorar esta faceta de sí misma.

Se ha dicho críticamente que la historia degrada a las mujeres y enaltece el materialismo, que es machista en ese sentido y conservadora en su mensaje. Se ha dicho también lo contrario, que tiene énfasis en el ideal de un amor con base en el respeto mutuo, la confianza y la empatía, porque al final así es como terminan los personajes, valorando a la persona que tienen enfrente, al margen de su posición de clase.

También se ha dicho que romantiza o hace ver más glamurosa la vida de la trabajadora sexual, pues parece desdibujar a personas que creen que no pueden o no saben hacer otra cosa; sin embargo, en la realidad hay muchas mujeres que se dedican a ello por necesidad económica, producto de la marginación, el desempleo, las condiciones socioeconómicas desiguales y la discriminación. Aunque igualmente en la profesión hay niveles de ingreso, ambientes sociales diferenciados y trabajadoras de tiempo parcial que concilian su vida personal con otras actividades.

Vivian es ’diferente’ porque no es ambiciosa ni drogadicta; pero no por eso Vivian debe ser percibida como ‘mejor’ que otras mujeres que se dedican al trabajo sexual, pues muchas son sobrevivientes del ambiente en el que viven y al enaltecer la actitud y circunstancias ‘convenientemente favorecedoras’ para la protagonista de la cinta, parece criticar indirectamente al resto de las mujeres que representa, como si ellas no ‘merecieran’ una vida mejor, cuando todas son resultado de una realidad social sin justicia, ni equidad de oportunidades.

Los que defienden la historia recalcan que Vivian es inteligente y audaz, decide lo que quiere y cómo lo quiere, valora el amor y su independencia por sobre el dinero. La otra cara de la moneda dice que refuerza el énfasis social que hay hacia el dinero, el consumo, la vida ‘soñada’ de la sociedad de élite y opulencia, dejando enterrado el mensaje de ‘empoderamiento femenino’ que ya había en efecto planteado.

Una cinta que continúa dividiendo opiniones; algunos prefieren quedarse con el mensaje de una mujer que no es dependiente, que marca sus límites y que exige ser tratada como una igual, no sólo en cuestiones de género, también desde el ámbito social y bajo la idea de que aquí: ‘la princesa rescata al príncipe, tanto como él a ella’. 

La pregunta queda en el aire: si ella lo rescató a él de sus ideales obsesivos, como la codicia del dinero o la autodestrucción en soledad, ¿cómo es exactamente que él la rescató a ella? ¿Quién es Vivian al final de todo esto? Tal vez ella lo rescató a él y de paso se rescató a sí misma; todo es cuestión percepción.

Ficha técnica: Mujer bonita - Pretty Woman

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