La propuesta

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Que una película sea dramática no significa que no pueda hacer reír, lo que pasa es que hay una tendencia a encasillar géneros cinematográficos con la intención de ser fieles al mensaje. Entonces cuando un relato es muy serio se tiende a evitar chistes o momentos narrativos ligeros para evitar distraer de la historia. Esto no es incorrecto, acierta en su enfoque; lo que hay que entender es que hay también otro tipo de relatos que aprovechan la integración de diversas corrientes narrativas para nutrir la trama. Esto es particularmente útil e interesante cuando se quiere hacer crecer una idea, es decir, cuando se quiere dar dimensión para evitar una narrativa plana. 

¿Cómo enriquecer la historia? ¿Cómo hacerla atractiva y llamativa? ¿Cuál es la mejor forma de contarla?; son las preguntas clave de las que parte el concepto para convertirse en argumento y de ahí en guión y luego película. Por ejemplo, el clásico relato de William Shakespeare, ‘Romeo y Julieta’, ha sido contado de innumerables formas porque esa base encuentra muchos caminos como puede desarrollarse; es un argumento clásico bien planteado, sí, pero sus muchas variantes traducidas en películas, series, anime, videojuegos, otros libros y demás formas de expresión artística, reflejan cómo una misma idea encuentra su propio camino, mensaje y estilo, conforme a la forma como se cuenta.

Ha  habido adaptaciones de esta historia ambientadas en la época antigua tal cual dicta el texto original, pero también en la era moderna, en el espacio, bajo el género de la ciencia ficción, películas animadas, dramas, comedias, musicales, en el contexto de la industria musical incluso, el deportivo, con énfasis en la lucha de clases sociales, el romance, la política, algún personaje en especial y mucho más.

Todo esto demuestra que la historia lo es todo, el punto de partida, la estructura; porque cada relato se adueña de una idea que después desarrolla de una forma en particular. Con ello en mente, el género de la comedia no se limita a ser una narrativa alrededor de muchos chistes, sino una historia contada de forma amena y divertida, es decir, el género cómico no puede solamente ser una serie de momentos graciosos, tiene que ‘contar’ algo. Hay cintas que sólo se sostienen en la intención de divertir y van una escena cómica tras otra y, aunque cumplen su función, provocar risa, ¿no es mejor algo más sustancial que lo simplemente banal?

Una película de comedia que se sostiene en la gracia ingeniosa de su género narrativo, aunque también peca en recaer en generalidades y clichés, ejemplificando ambas caras de la moneda, es La propuesta (EUA, 2009), escrita por Pete Chiarelli, dirigida por Anne Fletcher y protagonizada por Sandra Bullock y Ryan Reynolds, Betty White, Mary Steenburgen y Craig T. Nelson. Aquí, una exigente y distante editora canadiense trabajando en Nueva York está a punto de ser deportada a su país, Canadá, porque su visa expira, por lo que inventa la mentira de que conseguirá la ciudadanía estadounidense muy pronto dado que está comprometida con su asistente, Andrew.

Él acepta este matrimonio por conveniencia, incluso si la propuesta viene de una mujer que lo ha menospreciado por años, porque lo asume como una transacción a su favor o de la que puede sacar algo en su beneficio; reproduciendo por cierto en pleno siglo XXI la realidad de los matrimonios por conveniencia efectuados con frecuencia en siglos pasados, pensados a partir de beneficios económicos, políticos, sociales y otras formas de poder que se conseguían de alianzas arregladas para ello.

Andrew por eso exige a cambio algo que cree se ha ganado por mérito propio, con esfuerzo profesional pero que Margaret ha ignorado por conveniencia (y más tarde ella confiesa que en efecto no le daba un ascenso porque no quería perder a un buen asistente): una nueva dinámica de trabajo, un ascenso y más oportunidades para demostrar que tiene mucho que ofrecer como profesionista, más allá del empleo que actualmente tiene y para el que está sobre-calificado. 

Para cumplir con los requisitos del visado y hacer que el plan funcione, Margaret y Andrew deben demostrar una relación de pareja ‘real’, palpable, tangible y documentada, ‘pruebas’ de su amor ejemplificadas en fotografías y mensajes de texto, por ejemplo, y por ello viajan juntos a la ciudad natal de él, en Alaska, para la fiesta de cumpleaños de su abuela. 

La premisa es básica, predecible y de alguna forma trillada, a partir de un argumento que se ha convertido en la fórmula de varias otras comedias románticas similares: lo opuestos que se atraen, personas que se descalifican mutuamente para atraer la atención, que aparentemente se detestan pero que en realidad se dan cuenta en la convivencia cotidiana que aquella opinión que tienen del otro son sólo prejuicios y desconocimiento del carácter y atributos de su antagonista. Sin embargo, es cómo todo esto se desarrolla a través de la comedia lo que hace interesante a la película.

En este caso a raíz de dos personalidades opuestas que deben fingir tener una relación sentimental y que al final se dan cuenta que se aman de verdad. La chispa cómica funciona porque la trama se concentra en desarrollar a estos personajes en las circunstancias fuera de su elemento a las que los expone, para, a partir de ahí, construir las dinámicas humorísticas.

Margaret tiene una meta concreta, aceptar las exigencias de Andrew con tal de proseguir con la boda y así poder conservar su empleo y permanencia en el país, sin embargo, esto la lleva a varias situaciones cómicas al entrar en convivencia con una dinámica para ella desconocida, la de una familia unida, la de Andrew, que choca totalmente con todo lo que ella es, una persona solitaria, lo que al mismo tiempo la conduce a bajar la guardia, esa barrera que solía levantar entre ella y las demás personas con el fin de mantener una posición de control y poder.

Lo que la distingue característicamente es esa presencia como figura de autoridad, exitosa, reconocida, independiente y autosuficiente, pero que ahora y ante las circunstancias, un contexto en el que ella no tiene el control, no puede más que depender de la disposición de Andrew para seguir adelante con el plan y por lo tanto atenerse a fingir una relación, aprecio, amor y solidaridad, a fin de convencer también a su familia de que su compromiso es verdadero. 

Pero cuando Margaret deja de tener en sus manos el poder de las decisiones, ya que finalmente no puede dictar qué es lo que piensan y hacen los demás, comienza a dejarse llevar por la espontaneidad y, eventualmente, muestra una actitud más relajada. Ya no es Margaret la jefa, sino Margaret la invitada, la novia de esa persona cuyos familiares aprecian y cuidan, respaldan y procuran; actitudes que, conmovida por esa unión solidaria que nunca ha tenido en su propia vida, Margaret misma no quiere ni puede desafiar, en parte porque le interesa su meta, en parte porque comienza a darse cuenta cómo es no tener que estar sola todo el tiempo, porque ser una mujer independiente o exitosa, no significa ser insensible o incomprensiva.

Entonces Andrew se da cuenta de esas otras facetas de Margaret que no suelen salir usualmente a la luz, porque ella está acostumbrada a esconderlas ante la idea de que no puede mostrarse accesible ni agradable porque eso la hace parecer vulnerable y, por lo tanto, débil. La historia juega en este sentido con el estereotipo, con la idea de que la mujer empoderada, en una posición de autoridad, tiene que aferrarse a ese cliché de disciplina intransigente, rígida y fría para que la respeten. 

Así es como Andrew y todos los demás perciben a Margaret: implacable, firme, agresiva, al grado que más que respetada es temida; y así es como la historia misma inicialmente la plantea, hasta que Margaret se convierte en un ‘pez fuera del agua’ y se muestra como alguien que es más que sólo la ‘jefa exigente’. Una mujer que ha sobrevivido casi toda su vida sola, que ha escalado profesionalmente sin ayuda de nadie y que dada esa soledad sólo quiere ser amada. 

Claro que quiere agradar y ser aceptada, sólo que está acostumbrada a aprovechar esto como debilidad en lugar de como fortaleza, en función del mundo competitivo en que se desenvuelve. No es sólo una editora, tiene que ser la mejor editora y conseguir que las cosas se hagan, o la gente no la tomará en cuenta, no porque no sea buena en lo que hace, sino porque hay muchas personas que quieren demostrar que también pueden hacerlo, lo que es, en corto, la definición de competitividad laboral.

Con Andrew sucede de alguna forma lo mismo, una persona competente y capaz, accesible y responsable que parece tener una vida perfecta y sin problemas, baches o sinsabores; pero las cosas no son lo que parecen. Al igual que Margaret, Andrew quiere sobresalir para demostrar ‘que puede’.

Él carga con el peso de la desaprobación y presión de su propio padre, que, en realidad con la intención de protegerlo, desaprueba que no haya seguido sus pasos, o elecciones de vida, la vida ‘segura’ o asegurada que pudo tener en Alaska, como su heredero, en un lugar tranquilo, en comparación de la gran urbe que es Nueva York, y al lado de una familia que puede procurarlo en todo momento. 

El padre de Andrew cree que el carácter de su hijo es demasiado débil como para darse a respetar en el contexto en que se desenvuelve y que no hacer valer el respeto que se merece, específicamente en su ambiente laboral y, sobre todo, de parte de su jefa, Margaret; en un empleo al que además huyó con tal de demostrar que no tenía que depender de nadie, especialmente la buena posición socioeconómica de su familia, para poder construir su propio camino.

Así que mientras Margaret es una persona que ha tenido que salir adelante por cuenta propia (sus padres fallecieron cuando era una adolescente), Andrew es alguien que siempre ha contado con el apoyo de su familia, pero con la presión de las altas expectativas de la gente a su alrededor, por lo que decidió salir adelante por cuenta propia. 

Dos personas completamente diferentes que viven escenarios indudablemente parecidos y que pasan por un conflicto existencial similar a su propia manera: se enfrentan al temor de ser y hacer algo que rompa con el paradigma que hasta ahora han seguido o les han trazado, precisamente porque cambiar la rutina implica enfrentar la incertidumbre, misma que siempre recrea temor.

Personajes buscando realización a partir de la decisión de hacer algo al respecto y, por ende, dejando atrás la rutinaria zona de confort que tanto limita a las personas, sobre todo sin que se den cuenta de ello. La historia podría sonar y ser demasiado seria, pero no lo es, porque toma todo esto y lo transporta hacia un guión ligero y ameno que juega con una premisa que se ha visto repetidas veces, pero que funciona porque le pone su propio giro alegre y divertido.

¿Hay comedias similares a ésta? Sin duda, pero ahí es donde entra la magia del cine: cómo una misma historia se diferencia de otras gracias a las particularidades en el salto del papel a la pantalla; es decir, la puesta en escena, ese chiste, esa actuación, esa imagen o situación graciosa, nunca será igual a la película de junto.

Ficha técnica: La propuesta - The Proposal

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