La nueva Cenicienta

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Hay personajes icónicos, históricos o ficticios, que trascienden de tal forma que se instalan en el imaginario social, la comunidad se los apropia y, mediante el lenguaje, los vuelve símbolo de una forma de ser o de comportamiento. Maquiavélico es una palabra que tiene su origen en la astucia y habilidad de persuasión, capacidad estratégica de Nicolás Maquiavelo (1469-1527), por ejemplo. Cenicienta es otro caso similar; se trata de un personaje que surgió de un cuento literario y la palabra ahora ya es reconocida por la Real Academia Española que define como “persona o cosa injustamente postergada, despreciada”.

La definición es sólo una parte de la idea que encierra, dado que el concepto se usa coloquialmente a partir del arquetipo del personaje de ficción y de la historia literaria que ha convertido a la palabra en un adjetivo. De manera general, Cenicienta trata de una joven que se enamora de alguien en una posición social más privilegiada que la suya y a pesar de las barreras que los separan, deciden seguir a su corazón y desafiar el orden o canon en nombre del amor.

Las ideas que se desprenden, el curso narrativo y arco de los personajes, llevan a que el concepto ‘Cenicienta’ sea una especie de prototipo; que es como la palabra se interpreta en el lenguaje cotidiano siendo referente en múltiples expresiones artísticas. La historia misma ha sido reproducida y emulada innumerables veces, en el cine, la literatura, la música y mucho, mucho más.

El cuento base se ha modernizado en distintas ocasiones, dando una nueva perspectiva al panorama general del curso del relato, para adaptar a los temas más actuales que aquejan a la sociedad moderna y una de esas adaptaciones cinematográficas es la cinta La nueva Cenicienta (EUA, 2004), protagonizada por Hilary Duff, Chad Michael Murray, Jennifer Coolidge, Regina King, Dan Byrd, Julie Gonzalo, Madeline Zima y Andrea Avery; además escrita por Leigh Dunlap y dirigida por Mark Rosman.

En esta versión contemporánea, el padre de Sam fallece en un terremoto cuando ella es una niña y por tanto queda al cuidado de Fiona, la mujer con la que su padre acababa de casarse. Fiona es una mujer banal y superficial para quien lo único importante son las apariencias, egoísta y narcisista, sólo se aprecia o valora a ella misma. Vanidosa, espera que los demás la alaben, le sean serviciales y pueda sacar de ellos algún beneficio a su favor.

Fiona no trata mal a Sam pero tampoco bien, porque en su forma de ver, Sam ‘se tiene que ganar’ su favor o cualquier cosa que parezca una oportunidad de vida, sobre todo si requiere el mínimo de esfuerzo, sacrificio o solidaridad de Fiona misma. Así que Sam soporta todo lo que su madrastra le pide, como ayudar en la casa y el restaurante de su padre, del que Fiona ahora es dueña, con tal de recibir el apoyo económico suficiente para poder pagar la colegiatura de la universidad, a la que desea asistir en próximos meses.

La preparación y el conocimiento son lo menos importante para Fiona, porque no cree en el progreso de alguien a través del esfuerzo o de los estudios, dada su mentalidad oportunista, gandalla, frívola y trivial. A ella no le importan ni sus hijas; primero es ella y sus lujos: autos, tratamientos estéticos, ropa y comodidad en el hogar. 

Así que Fiona piensa que el éxito es cuestión de suerte, de aprovechar las pequeñas oportunidades, de sacar a los demás del camino y de actuar como si se fuera un ganador, aunque no lo sea realmente; un mundo de apariencias. Por tanto, no tiene el mínimo interés de apoyar a Sam en sus metas y sueños, especialmente tratándose de la universidad. No es porque la odie, es que para Fiona, Sam es intrascendente; importa que esté ahí para preparar el desayuno, o para trabajar en el restaurante como mesera, pero lo que haga con su vida y cómo, la tiene sin cuidado.

La cinta hace hincapié en la superación a través del conocimiento, de perseguir metas, de ser consciente de que para conseguir algo se debe trabajar porque suceda. Sam tiene sus objetivos y acepta las condiciones y sacrificios para llegar a ellos, consciente de que las cosas no llegan así como así a su vida, tiene que hacer algo por conseguirlo; una lección de vida que ha aprendido, dado que así ha sido el mundo para ella: esfuerzo y sacrificio. 

Pero Sam también es una adolescente preparatoriana viviendo las experiencias propias de su edad, el enamoramiento. Gracias a las redes sociales mantiene comunicación con una persona con quien puede ser ella misma, porque comparte y empatiza; si bien el espacio digital es también ese escudo que la anima a no tener miedo de mostrarse como es, porque el anonimato le permite una barrera para la auto-preservación. Sin embargo, la misma forma de comunicación impersonal significa que no se conocen realmente, cara a cara, en sus respectivos ambientes sociales, por mucho que vayan a la misma escuela, porque incluso ahí hay diferenciación social, cultural. Ella es su verdadero yo con ese chico con quien habla por medio de las redes, pero, ¿puede ser su verdadero yo cuando lo conozca, sin ese escudo protector? La incertidumbre es lo que desencadena toda la trama.

Sam puede ser vulnerable y honesta, pero a través de un medio (el digital) que supone ya una distancia impersonal. Como es de esperar, Sam teme que él la rechace al descubrir que, según su percepción de sí misma, ella no es ‘nada especial’. Conectan en ideas y pensamientos, pero ¿podrán conectar en persona? Ella no se siente especial porque vive una fuerte influencia de la presión social por ‘encajar’ y seguir un estereotipo. Fiona la desanima, sus hermanastras la recriminan y el propio ambiente escolar y social la margina porque impera el marcado prototipo de belleza y la exclusividad y división de las clases, en este caso grupos sociales escolares.

La joven mira a su alrededor y siente que la sociedad tiene una idea muy concreta de belleza, éxito, expectativas y metas respecto a personas de su edad, así que piensa que si no cubre esa fórmula, no puede ser aceptada y entonces esto crea inseguridades, que proyecta en su temor por conocer e interactuar con la persona con quien mantiene contacto de forma cibernética. 

El temor crece una vez que se entera que ese chico al otro lado de la computadora o el celular es Austin, el más popular de su escuela, precisamente porque cubre un arquetipo socialmente aceptado, el de un joven conocido por todos, bien parecido, venerado por su presencia en las actividades deportivas de la escuela, con una novia que cubre los mismos parámetros de percepción social de belleza y aceptación que él, con una carga fuerte de perspectivas de éxito. 

Sin embargo, Austin es más que una fórmula; es alguien con matices, con ideas propias, harto de tener que cubrir las expectativas de los demás, cansado de vivir en su propia jaula, como Sam. Austin tiene un sueño propio: ir a la Universidad de Princeston y se escritor. Pero se conforma y acata ante la presión de su padre, que quiere que vaya a la universidad en la que él estudió y que, al graduarse, Austin se haga cargo del negocio familiar de lavado de autos.

Ambos chicos cumplen lo que se les pide y cubren las expectativas que se les exige, para encajar, complacer, no romper el orden y ser aceptados; en corto, atienden más las necesidades de otros que las suyas. 

Idealmente, esa persona que puede entender, por empatía, lo que están pasando, es el otro, es mutuamente. El problema es que, justo como Sam temía, él la rechaza una vez que se revela públicamente la identidad de esa ‘chica misteriosa’ a quien Austin ha estado buscando, lo que sucede en un acto de humillación orquestado por Brianna y Gabriella, las hermanastras de Sam, y Shelby, la exnovia de Austin, motivadas todas por la envidia, los celos y el desdén. La humillación sucede porque enfatizan la burla hacia Sam por su situación personal, económica y familiar, como si tener un empleo en un restaurante, haber perdido a sus padres o no ser popular en la escuela, fuera algo negativo.

Las cualidades de Sam son muchas; es una persona que quiere aprender y crecer intelectual, social y personalmente; es alguien con resiliencia, que reconoce la importancia de esforzarse por lo que quiere, porque para conseguirlo se necesita tanto preparación como sacrificio, que es algo que ha vivido en carne propia desde que su padre falleció. Pero esto no significa que no le afecte el rechazo, especialmente porque influye en su autoestima y autopercepción.

Como cualquier adolescente Sam está encontrando su voz y su identidad, pero aunque se niega a ser víctima de sus circunstancias no es insensible a las presiones sociales. El estudiante modelo, el hijo perfecto, la novia ideal, todos son clichés de la sociedad, unidimensionales, no reales. Nadie es perfecto y nadie consigue lo que quiere por arte de magia, como de alguna forma el relato de cuento de hadas original pueda hacer pensar.

Esta versión cinematográfica es simple y genérica, pero capta la idea de que no se puede vivir en una burbuja de sueños; el mundo no es una historia en la que todo se resuelve con magia y hechizos, al contrario, sólo avanzas una vez que tienes claro en lo que crees y lo defiendes. El padre de Sam le dice, cuando ella es pequeña, que espera que algún día ella pueda construir su propio castillo, es decir, no llegar a uno, no llegar a la cima circunstancialmente, sino haciendo que suceda por mérito propio, sin depender de nadie para hacer realidad su propia felicidad. 

Sam y Austin también comparten palabras que hablan sobre su preocupación por la presión de seguir órdenes o el temor de mostrarse al mundo tal como son y no ser aceptados. “No dejes que el miedo a fracasar te impida jugar el juego”, era el lema del padre de Sam.

Esa sensación de ‘insuficiencia’, de tener que seguir un camino previamente trazado en lugar de poder marcar su propio ritmo, no es una preocupación exclusiva de los adolescentes. Temer perseguir un sueño viene del temor a transgredir el orden social. Cenicienta habla de eso, aunque paradójicamente se haya convertido en un molde mismo para la cultura popular que parece dicta lo contrario. “Los cuentos de hadas no tratan sólo de encontrar a un apuesto príncipe. Hablan también de realizar los sueños y luchar por lo que crees”, dice también el padre de Sam.

Esta película no rompe barreras narrativas, pero permite reflexionar sobre las presiones de esos mismos clichés en los que de alguna forma sus personajes caen. Fiona, Brianna y Gabriella no son madrastra y hermanastras ‘malvadas’, son más bien personas insoportables que viven envueltas en su propia presunción y egocentrismo. Mientras que Sam no es sino una adolescente cualquiera aceptando la imperfección de su existencia pero fiel a sí misma, que quiere lograr realmente sus sueños, sin importar el qué dirán.

“Vine a decirte que sé lo que es tener miedo a mostrarte cómo eres. Así era yo, pero ya no más. La verdad es que ya no me importa lo que piensen de mí, pues creo en mi misma y sé que van a estar bien las cosas”, le dice Sam a Austin, una vez que lo confronta por el miedo de él a la crítica y al rechazo, incapaz de romper con la corriente, renuente a enfrentar las expectativas de los padres, o el molde social.

Personajes arquetípicos sí, pero que reflejan un mundo real en que, en efecto, como sucede en la historia, viven de apariencias, expectativas, cánones socialmente aceptados y redes sociales que facilitan la comunicación al tiempo también de crear desinformación y barreras para la interacción real. 

Ficha técnica: La nueva Cenicienta - A Cinderella Story

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