La boda de mi mejor amigo

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Existe aún un peso enorme en la cultura tradicional del siglo XX en Norteamérica que dice que a cierta edad las personas deben casarse, formar una familia y tener hijos. No es que esto esté mal, es sólo que, sobre todo, en la actualidad y bajo un pensamiento más libre, inclusivo, proactivo y abierto, lo que se valora es que esta idea no tiene que convertirse en la única opción de vida.

Los estándares impuestos privan de la libertad y la autonomía, orientan a que sobre todo la mujer destine una etapa no pequeña de su vida al cuidado de la familia, en especial, la atención a los hijos. Así que cuando alguien no seguía estas imposiciones, era mal visto. Lo que se ha buscado en el presente milenio es aceptar que quien sigue esa ruta de vida la elige porque quiere, porque está convencido que ese rol le permite realizarse como persona, lo cual, sin duda está bien, pero quien elige otra forma de vida, una diferente forma de dinámica familiar, también está en lo correcto. Esa otra puede, por ejemplo, ser una vida en pareja en unión libre, o la soltería, o la vida en pareja pero sin hijos, o padres y/o madres solteras. En esencia se trata de que cada quien elija por sí mismo lo que mejor se adapta a su forma de ser.

No es que antes no existieran este tipo de realidades, es más bien que, en cierto sentido, eran socialmente poco aceptadas, incluso mal vistas, y entonces las personas sentían presión social por cumplir con el molde tradicional. Ahora bien, esa sensación de que hay que casarse va mucho más allá de una boda, una vida en pareja o una vida de casados, pues lleva inmersa otra cuestión muy importante para la plena satisfacción: el amor.

Si bien hay seguramente todavía muchos matrimonios por conveniencia o beneficio de las partes, también hay matrimonios por amor, pero, ¿cuántas personas no se casan porque quieren ser amadas, porque esperan al hombre o la mujer de sus sueños? Entonces entra el tema de la soledad, de la inseguridad, del temor a no ser validados, apreciados y queridos o, al menos, el anhelo de una vida feliz como sinónimo de una vida con amor.

Este punto es clave en el desarrollo de la película La boda de mi mejor amigo (EUA, 1997), dirigida por P. J. Hogan, escrita por Ronald Bass y protagonizada por Julia Roberts, Dermot Mulroney, Cameron Diaz y Rupert Everett. La historia sigue a Jules Potter, quien a semanas de su cumpleaños 28 recibe la invitación a la boda de su mejor amigo Michael, con quien había pactado que si para los 28 no habían contraído aún matrimonio, se casarían entre ellos.

Jules viaja a Chicago, donde Kimmy, la prometida de Michael, le pide ser su dama de honor, pero, al reencontrarse con él, Jules se convence de que sigue enamorada de quien asume como su mejor amigo y se propone hacer todo por detener la boda, incluyendo provocar celos en Kimmy a través de su propia buena amistad con el novio, a quien conoce desde la universidad, hasta plantar discusiones a partir de presionar por separado a cada uno sobre lo que quieren para el futuro, algo que de alguna forma ellos en realidad no habían platicado seriamente, sea la posibilidad de que él trabaje para el papá de Kimmy, algo que no quiere que suceda, o que ella tenga que abandonar sus estudios universitarios para convertirse en ama de casa, algo que ha aceptado por inercia pero en que en el fondo no quiere.

Como película de comedia romántica esta serie de enredos que dan forma a la trama sigue una estructura narrativa muy concreta que termina en lo que se podría esperar que concluya la historia una vez que se proponen todas las cartas sobre la mesa, sin embargo, más allá de sus giros y desenlace, plantea con sus escenarios varios temas interesantes sobre las relaciones de pareja: incomprensión, malentendidos, inseguridad, desconfianza, despecho, celos y el amor.

Por un lado, Jules reacciona celosa y presa de la envidia. ¿Ama realmente a Michael o sólo detesta la idea de que Michael ame a alguien más? Aplica el dicho que dice que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde y Jules sabe que Michael la tiene en un pedestal, la idolatra, la quiere y haría todo por ella; entonces, en el momento en que él ama a alguien más, es inevitable preguntarse si Jules reacciona hostil sólo porque esto ha dado un golpe a su propia vanidad.

Cómo saber si ella realmente está enamorada de su mejor amigo o si solamente no quiere que él se encariñe con otra persona porque, entonces, ¿quién la amará a ella? Y aquí hay más que vanidad, pues está también el miedo a la soledad, porque a Jules le invade la sensación de que nadie podrá quererla, de que nadie querrá nunca casarse con ella, de que pierde a su mejor amigo, asociando todo esto con su ‘felicidad’, producto en parte de los cánones tradicionalistas.

Los enredos propios de la narrativa cómica la llevan a hacer una cosa tras otra para intentar separar a Kimmy y a Michael, pero lo único que consigue es unirlos más, porque en realidad lo que hace al plantear pequeños detonantes es obligarlos a que se conozcan mejor y hagan más sólida su relación, su lazo, creando una distinción clara entre el amor, aparentemente verdadero entre los futuros esposos, y el aprecio que existe entre él y Jules.

George, otro amigo cercano de Jules, le insiste que deje de darle vueltas al asunto y plantar tantas telarañas y recovecos en un intento por reconquistar a Michael, porque en efecto no lo tiene que conquistar ni convencer de sus propias virtudes, porque él la conoce bien; sólo tiene que dejar de intentar separar a Kimmy por medio de engaños y cizañas y enfrentar el asunto directamente. Así que George propone dejar esta especie de juegos infantiles y escenarios de cuentos de hadas y actuar con madurez; hablar con Michael de frente, decirle la verdad y, sobre todo, conocer primero qué quiere él, cuáles son sus sentimientos hacia cada una.

Si bien Jules está convencida de que separar a Michael de Kimmy significaría que él se enamore de vuelta de ella, esto no está asegurado. Cómo puede Jules estar segura de que él la elegiría a ella si las cosas fueran diferentes, si no hubiera una Kimmy. Una amistad de tantos años no tiene que forzosamente traducirse en un enamoramiento, ni noviazgo y casamiento, sobre todo cuando fue Jules la que en su momento cerró esa posibilidad.

Es por ello que el planteamiento de George resulta más honesto y realista; él no le da esperanzas a Jules de que su plan de detener la boda tenga éxito, más bien propone que Jules diga la verdad sobre sus sentimientos y luego asuma las consecuencias de forma madura, o lo que es lo mismo, con inteligencia emocional ante una verdad que existe pero que ella se niega a ver: Michael de todas formas elegirá a Kimmy, porque fue a Kimmy a quien le pidió matrimonio, no a Jules.

Expresar sus sentimientos, hablar con honestidad, enfrentar sus propias emociones y aceptar las cosas, es el proceso para ‘dejar ir a Michael’. En el fondo no es tanto ‘dejarlo ir’, porque la amistad podría perdurar, aunque sí implique respetar sus decisiones de vida, porque Michael no es de su posesión, como Jules lo plantea en algún momento a partir del vicio que es la competitividad, los celos y la envidia; aceptar la situación, la boda y el que su mejor amigo elija a alguien más como pareja amorosa es lo que obliga a Jules a aceptar que no siempre será el centro de atención, que la vida no se trata de ‘tenerlo todo’.

“¿Realmente lo amas o sólo se trata de ganar?”, le pregunta George a Jules, porque la conoce y sabe que no se atreve al compromiso por miedo a dejar de ser ella, o dejar de lado su independencia; pero también porque George es testigo de la insistencia impulsiva fuera de toda lógica de Jules por ‘tener’ a Michael, como si fuera un objeto y no una persona. Ese afán competitivo al que obliga el sistema midiendo el éxito por lo que se posee y por las personas sobre quienes influyes o controlas.

Tanto Michael como George en ocasiones separadas le plantean a ella el hecho de que suele inclinarse por las relaciones sentimentales pasajeras, amores transitorios, novios de los que huye antes de que se dé la oportunidad de formalizar una relación que concluya en casamiento. Lo traen a colación no para descalificarla, sino como ejemplo de que su actitud siempre es poner una barrera como medio de autoprotección, de supervivencia. 

Sin embargo, si nunca permite que nadie la conozca, si no crea relaciones interpersonales significativas, en efecto se quedará sola, no sólo sin esposo o sin pareja y sin hijos, también sin amigos. Aislada porque desconfía, prefiere mantener a Michael cerca porque se siente admirada, valorada; pero cuida tanto no ser lastimada, que no se permite tampoco ser amada. Así que entra en pánico cuando la única persona a la que se ha atrevido a dejar entrar en su vida y conocerla de verdad, Michael, está a punto de seguir su propio camino lejos de ella. ¿Intentaría casarse con él si no supiera de la oferta de matrimonio? Parece dudoso.

Jules se queja de que Kimmy parece perfecta y que en realidad no puede odiarla porque en el fondo la admira, la respeta y la aprecia. Kimmy es perfecta porque no es perfecta, ese es el punto; se permite ser vulnerable y si tiene que decir lo que siente, lo hace. De ahí vienen la envidia, los celos, el despecho y el resentimiento, porque Jules quisiera ser más como Kimmy. Pero no en el sentido de que quisiera ‘ser ella’ o ‘copia de ella’, sino desde la perspectiva de permitir expresarse, llorar, amar, reír o lo que sea, sin miedo a lo que suceda, al qué dirán, al qué pasará.

El arrepentimiento de Jules es que, cuando tuvo la oportunidad de confesar a Michael su amor y  hacer crecer su relación, años atrás, cuando eran pareja, no lo hizo. Tal vez ni siquiera tiene claro por qué; miedo al compromiso, temor a que esto la llevaría a dejar sus propios planes de crecimiento personal, necesidad de protagonismo y de tener todo bajo control, o todo junto. Ahora es demasiado tarde y el pretexto de que se acerca el cumpleaños 28 es evidentemente infantil, así que el plan de detener la boda no es tanto por detener el casamiento de su mejor amigo y su nueva novia, sino el anhelo de regresar el tiempo a fin de tomar decisiones diferentes.

El punto es que esto es imposible; Jules tiene que vivir con las consecuencias de sus actos, aquellos que, por más que intente sabotear la boda, nunca podrán regresar las cosas a como estaban antes, porque los sentimientos de ambos, sus intereses y gustos se han modificado. Jules tiene que cambiar, porque Michael ya lo hizo y el mundo a su alrededor también. 

Así que Jules no tiene que ‘ganar’ porque eso significa que alguien tiene que ‘perder’. Más bien, tiene que aceptar que las personas se van formando su propio destino y ahora es su turno de avanzar, pero sobre todo construir el suyo. Ya no será con ‘el hombre de sus sueños’, pero mejor, porque ahora será en base a algo real, o alguien real y no soñado, si así lo eligiera. Es su vida, así que es su decisión, mientras ella la construya y no sólo siga la inercia, es decir, independientemente del paradigma tradicional o los cánones sociales que siguen la mayoría de las personas, porque la vida real no es una comedia romántica trillada, pues no todo va a salir conforme a esquemas preestablecidos.

Ficha técnica: La boda de mi mejor amigo - My Best Friend's Wedding

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