El cocodrilo dorado

César Garza
César Garza
Cocodrilo dorado

   Te diriges con tu familia rumbo a La Unión Quintana Roo, por fin vas a visitar un cenote llamado “El Cocodrilo Dorado”, el sitio está cómo a cuatro horas de Mahahual. Te encuentras con muchos camiones de volteo en el camino, de esos que han inundado en los últimos tiempos a la península de Yucatán, por lo del tren militar. Es tal el tráfico que de pronto flasheas estar en la carretera Puebla - Veracruz, a vuelta de rueda, cuando por fin el camino se despeja, el paisaje retoma su importancia, te deleita, cruzas pequeños pueblos con gente sencilla que gusta de las cosas simples, gente de los pueblos mexicanos.

   Llegas a La Unión, el último pueblo de este camino a orillas del rio Hondo, ese que demarca la frontera de México con Belice, te hospedas, es un alojamiento sencillo, uno que Agustín, el dueño, está acondicionando para aquellos que visiten la zona. Lo preparó con hamacas, mesa, sillas y una cocinita con un tanque de gas, le agradeces.

   Por la noche das una caminata, el pueblo no tiene un cruce oficial con la república de Belice, pero los locales construyeron sobre el río un puente que permite el libre tránsito, se ha generado una economía muy particular, los mexicanos cruzan a Belice para trabajar en los campos agrícolas, los Beliceños vienen a México a comprar suministros.

   Está oscuro, llegas a una tienda de abarrotes que se llama Jumbo, un borrachín te saluda, le respondes, pero parece no escucharte, masculla algo y se levanta de su sitio, va hacia ti de manera decidida y un tanto atrabancada, tú lo esperas con tus sentidos en alerta, te da la mano y la bienvenida a La Unión.

   Comienza el día, Mario, nuestro guía, nos dice que después de desayunar nos dirigiremos al Río Hondo, abordaremos los kayaks y navegaremos una hora y media hasta llegar al sitio, habrá un sendero que nos lleva al borde de una elevación, a partir de ahí, descenderemos 70 metros a rapel para llegar al cenote, podremos nadar el tiempo que queramos, descansar y después regresar, otra vez en kayak, hora y media para volver a este mismo sitio a comer, suena emocionante, todos estamos expectantes y sonriendo.

   El río está tranquilo, no se percibe una corriente dominante en ningún sentido, lo cual agradeces, no tendrás que remar a contracorriente el día de hoy. El guía nos dice que hay cocodrilos en algunas partes de la ribera pero que no se acercan a las personas, les tiene miedo, hacen bien, si hubiera ataques, seguro estarían exterminados, así somos.

   En algunas partes el río está lleno de lirios flotantes, es difícil remar, debes hacerlo superficialmente para no atorarte, las imágenes te llevan a los nenúfares de Monet que viste hace algunos años y sus maravillosos reflejos en el cuerpo de agua, hoy, a diferencia de entonces, que estabas en un museo, están aquí, los puedes tocar y sentir, una maravilla que seguramente experimentó el afamado Claude.

   Mientras avanzan por el camino del agua, de la vegetación y de los sonidos de la selva, vas capturando en tu memoria estos momentos, para en cualquier ocasión traerlos de vuelta sin la necesidad de encender un teléfono o una cámara fotográfica. Lo mejor es el silencio.

   Después de 45 minutos estamos cansados de remar, no es un ejercicio al que estemos acostumbrados, el guía nos da la opción de dejar los kayaks en un sitio cercano y seguir caminando, aceptamos de forma unánime, bajamos a la ribera, aseguramos los kayaks e iniciamos la caminata, hay que usar un poco de repelente, estamos en tierra de insectos.

   Seguimos la travesía, caminamos lentamente cuesta arriba, el sol pega fuerte, las subidas en los caminos como en la vida, hay que hacerlas lentamente, con paso firme, respirando hondo. Por fin llegamos. Estamos en la cima de una pared vertical.

  El cenote del cocodrilo dorado está setenta metros debajo de nosotros, hay diversas versiones del porqué se llama así, lo cierto, es que ninguna de ellas incluye cocodrilos, bueno, ahora habrá que bajar.

   Los muchachos nos ayudan a ponernos un arnés, guantes, casco, se acomodan las cuerdas, piden un voluntario para ser el primero, levantas la mano, realizas una inspección rápida del soporte que habrá de sostener tu peso en la bajada, te parece firme, comienza el descenso asistido, vamos a pasar muy cerca de un panal, como a tres metros, nos dicen que las abejas están un poco inquietas, la instrucción es simple, no las toquemos, tengamos cuidado al manipular las cuerdas para no molestarlas y si alguna te pica, no la mates, hay que contener el reflejo, matar a una de ellas podría provocar un ataque generalizado.

   Llegas al fondo, el cenote te espera, tiene un diámetro de aproximadamente 90 metros, el agua tiene un tono azulado que pasa de claro al oscuro, dependiendo de la profundidad, te quitas el arnés a toda prisa y te pones el snorkel para tirarte al agua, como un niño pequeño que está en peligro de quedar fuera del equipo si no se apura, el agua fría te recibe, pasan algunos momentos para que tu cuerpo se atempere y te sientas cómodo.

   La visión es espectacular, grandes troncos están debajo del agua, muchos peces viven aquí, a diferencia de los coloridos que habitan el arrecife, éstos son de tonos grises, nadas hacia el centro, la parte mas profunda, en cierto momento percibes que la profundidad puede ser de  20 o 50 metros, no importa, con tres sería suficiente para ahogarte si entraras en la dinámica del miedo, tu idea era llegar al otro lado, pero luego tendrías que volver, el cansancio comienza a tocarte, decides regresar a la orilla.

   Estás en uno de los rincones menos conocidos de México, a unos metros de la frontera con Belice, en un cenote que aún no se ha explotado comercialmente, te sabes afortunado, pones tu toalla en el suelo y te tiras al cobijo de la sombra de un árbol, observas las nubes y como siempre, intentas asociar sus formas con algo conocido, siempre es así, interpretamos lo que nos presenta la vida en función de lo que hemos aprendido. Tienes sueño, es momento de una siesta. 

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