El amor en la era de las apariencias

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

La preocupación por la apariencia física es algo natural, no sólo por la vanidad propia del ser humano, sino porque también tiene mucho que ver con los cánones sociales, con lo socialmente establecido y aceptado conforme a lo que el colectivo dicta como belleza, a partir de moldes estéticos específicos, muchas veces más idealistas que realistas. La persona entonces se encuentra invadida y condicionada por patrones, etiquetas y expectativas ajenas, que busca cubrir a fin de ser aceptada. Esto es algo que eventualmente impacta en la autoestima y  la autoconfianza, porque una persona comienza a sentir que si no cubre ese molde deseado ‘no vale’, o que sólo puede ser bien valorado y respetado si se parece o apega a todo eso que la sociedad valora, tenga sustancia o no.

El problema llega cuando hay más banalidad y superficialidad que esencia de personalidad, porque va a ser imposible encajar siempre en el prototipo exigido, dado que no es verdadero. Entonces surgen inseguridades, temores, angustia, problemas de adaptación y de comunicación, lo que afecta la autopercepción tanto como las relaciones interpersonales.

Todo ello juega un papel importante en algunas narrativas cinematográficas que, a modo de comedias románticas, hablan de temas como las apariencias y la identidad, además de las presiones sociales en temas de belleza, específicamente del físico corporal.

Hay tres ejemplos que lo abordan; el primero, la película Tall Girl (EUA, 2019), también conocida como A mi altura y cuyo título se traduciría literalmente como ‘chica alta’, que es de lo que trata la historia. Escrita por Sam Wolfson, dirigida Nzingha Stewart y protagonizada por Ava Michelle, Griffin Gluck, Sabrina Carpenter, Luke Eisner, Angela Kinsey y Steve Zahn; aquí Jodi es una joven preparatoriana que tiene ciertos complejos e inseguridades por el hecho de que su estatura es mayor a la del promedio de otras jóvenes de su edad.

Con 1.85 metros de altura, se siente acomplejada, resiente que la gente la señale o se burle y que las personas la definan por este único rasgo de su persona. Reacciona intentando pasar desapercibida, porque siente que no encaja ni es aceptada, que la gente no mira más allá del hecho de que es alta y que todas son críticas negativas por lo que esto conlleva; porque todos a su alrededor parecen sentirse libres de expresar su opinión, como si fuera correcto o bienvenido.

Pero si intenta esconderse es porque quiere hacer lo opuesto a lo que le sucede, sobresalir, porque en parte siente que no se lo ha ganado, ya que si destaca no es por quien ella es, sino por el mote que la gente le pone. No tiene el control de su altura, pero sí de sus pensamientos e ideas; es sólo que las personas en su mayoría no valoran esto, porque no se atreven a ver más allá de la superficialidad, de la fachada y del físico. La descalifican y menosprecian como si ser alto fuera anormal o un delito, cuando es resultado natural de sus genes y de su proceso de crecimiento. Ella lo debería saber, o lo sabe, pero la crítica social se impone sobre sus convicciones o sentimientos.

Las excepciones son pocas, entre ellas Jack, su mejor amigo y quien, enamorado de ella, la anima a aceptarse y sentirse orgullosa de sus particularidades, porque son lo que la hacen ella; y Stig, un estudiante de intercambio sueco que también es alto, de estatura similar a la de ella. La diferencia claro, es que él es hombre y los prejuicios son menores, porque las normas o cánones sociales más conservadores asumen que el hombre debe ser alto, sinónimo de carácter y presencia. Pero la mujer no; entonces, parece que el mundo dice que está bien que Stig sea alto pero Jodi no, por mera discriminación. Excepto que en el fondo no está ‘bien’ ni ‘mal’ que uno u otro chico sean altos, o que alguien sea bajito de estatura o cualquier otro detalle relacionado con su físico, porque esto no determina quiénes son.

Es gracias a la llegada de Stig que Jodi comienza a sentirse más a gusto con su altura, a aceptarla como algo de lo que sentirse orgullosa, porque no es un impedimento, sólo una parte de sí misma. Curiosamente, lo que le hacía falta a Jodi era más empatía y compresión; era ver que hay más gente igual de alta que ella, así que no es una excepción a la regla. Y entonces no es ‘diferente’ a los demás; es tan única como cada uno de ellos. 

A partir de ahí la historia se construye alrededor de un triángulo amoroso con varios clichés en la fórmula más particular que responde al género de la comedia adolescente romántica, pero que reflexiona al menos en sus temas, aunque sin adentrarse a fondo en reflexiones como el bullying, los valores sociales y el amor propio. Las ideas están ahí: que seas diferente no significa que seas menos, aunque claro, la forma como el mundo percibe y dicta las normas y marca los estándares de lo que considera ‘normal’, afectan, porque éstos no entienden que lo normal, es no serlo.

Otra cinta que se adentra en ideas sobre lo mucho que la sociedad pone énfasis en el aspecto físico a partir de modelos establecidos de belleza, marcados más por la división y la exclusión, es Beastly (EUA, 2011), o El encanto de la bestia, película escrita y dirigida por Daniel Barnz y protagonizada por Alex Pettyfer, Vanessa Hudgens, Mary-Kate Olsen, Peter Krause, Lisa Gay Hamilton y Neil Patrick Harris.

Está basada en la novela literaria homónima escrita por Alex Finn, que a su vez es una adaptación libre y moderna del cuento de ‘La Bella y la Bestia’. Parte de la base más conocida y popular del cuento francés original, pero al ambientar en el contexto moderno y contar desde el punto de vista de él y no de ella, habla más bien sobre ideas como el amor verdadero, la conectividad real más allá de las apariencias y el amor basado en algo más que la atracción física.

En esencia, la historia habla de un hombre convertido en ‘bestia’ por un hechizo que se romperá cuando alguien lo ame de verdad, no por cómo se ve, sino por quién es. En este caso, Kylie es un joven vanidoso y presumido que cree tenerlo todo: riqueza, inteligencia y atractivo; sin embargo, esto impacta en su ego y es dado a humillar y burlarse de los demás, por un sentimiento de superioridad. Su creencia es que el ser guapo, de familia rica y, por consiguiente, popular, es suficiente para ser el mejor. Basa todas sus percepciones de las cosas, de la gente y lo que valora en la vida, sólo en la banalidad del ser. 

Dado que trata a los demás bajo una soberbia de la que se vanagloria, la gente lo rechaza por su personalidad déspota, mientras que los que se mantienen cerca parecen hacerlo sólo por mero interés de conveniencia. No es casual, pues justo el sistema competitivo en que vivimos y somos educados privilegia el origen de clase, y sobre todo la riqueza financiera, como factores de éxito; de ahí que los jóvenes estudiantes busquen cercanía con quien tiene esos atributos, con la firme convicción de que así se impregnan del beneficio social.

Una de sus compañeras de escuela, Kendra, le lanza un hechizo que le desfigura la cara y le dice que sólo podrá revertirse una vez que alguien lo ame por lo que es como persona, no por cómo se ve, es decir, alguien que vea en su interior, más allá de las cosas materiales o la belleza externa. Kyle entonces es rechazado por su propio padre y, avergonzado, se recluye en un departamento a vivir con una asistente y un tutor. Con el tiempo Kyle entabla amistad con Lindy, una compañera de la escuela, quien comienza a conocerlo realmente, por lo que piensa, le interesa y le anima.

Las ideas son claras, porque más allá del romance y el trazo narrativo, tanto predecible como genérico, la historia hace énfasis en el cómo una persona es mucho más que la percepción unidimensional de un rasgo que lo identifica; también habla de los prejuicios y la necesidad de la aceptación, pero antes que la de otros, la propia. Porque también es cierto que su apariencia física y la adulación que conlleva forman su carácter agresivo y burlón, en tanto que al ser físicamente deforme, al tener un aspecto poco “humano” sufre rechazo y aislamiento, influyendo su nueva forma de vida en sus afectos y pensamientos. Si Kyle no se conoce, si sólo le da valor a lo transitorio, no hay forma de que crezca más allá de su propia burbuja de cristal.

El hechizo es una carcasa metafórica porque al final, ese amor que lo romperá, habla de un camino a la introspección, a la identidad y el entendimiento; es una historia de amor, sí, y una muy blanda y de cliché, incluso algo forzada, hablando de la película, pero que al menos intenta hablar de la belleza como algo mucho más allá que la apariencia física, que se ha convertido, y cada vez más, en una trivialidad venerada, en algo insustancial pero irónicamente admirado o idolatrado. La belleza física cuenta, cierto, pero los valores de lo que estéticamente es bello en el cuerpo humano pueden variar entre culturas y en el tiempo; más allá, la belleza espiritual, la comunicación, la empatía, la identidad de intereses que pueden conducir al surgimiento de afectos profundos como el amor.

En esta misma línea se encuentra la cinta Penélope (Reino Unido-Estados Unidos, 2006), una historia de fantasía y romance que habla también de reconocer las cualidades de una persona más allá de su aspecto físico. Escrita por  Leslie Caveny, dirigida por  Mark Palansky y protagonizada por Christina Ricci, James McAvoy, Catherine O'Hara, Richard E. Grant, Peter Dinklage y Reese Witherspoon; Penélope es una joven proveniente de una familia de clase alta que, ellos inmersos en un mundo de apariencias, la esconden de la gente dado que cae sobre la joven una maldición por la que su nariz es, literalmente, de cerdo.

Su madre se siente horrorizada, avergonzada, y hace todo por encontrarle a su hija pareja, porque casándose con alguien que la ame de verdad, el hechizo se romperá. Pero la madre de Penélope no actúa pensando en el bienestar de su hija, o en su felicidad, sino bajo sus propios intereses de clase, de posición social, de imagen, de narcisismo que refuerza la superficialidad de su ser, de su existencia,  alimentado por el mundo exclusivo, elitista, en el que vive.

Un reportero intenta conseguir una fotografía exclusiva de Penélope, para poder venderla y ganar fama del escándalo que ocasionaría, por lo que contrata a alguien para enamorar a la joven; excepto, claro, que él termina enamorándose de ella, sin saber la verdad de los hechos; porque esto es justo lo que pasa a Penélope con todos sus pretendientes: ellos quedan encantados y enamorados, hasta que ven su rostro al descubierto y se horrorizan.

Penélope decide romper con el ciclo y, a diferencia de varias otras historias de amor, se da cuenta que no ‘necesita ser rescatada por su príncipe’, así que declara su independencia y sale a conocer el mundo, luego de años encerrada en las cuatro paredes de su mansión. Eventualmente es ella quien acepta dar a conocer su historia, en gran medida para dejar de ser tabú o un secreto a voces.

El mensaje de la cinta es uno muy claro y habla del amor propio, de aceptación, de autoconfianza, de encontrar sentido a tu vida; para qué esconder quién se es, en lugar de mostrarlo al mundo, enfrentando las críticas y no escondiéndose, sino más bien abriéndose al mundo. Ocultarse no resuelve el problema y sí limita sus posibilidades de vivir.

Entonces, al aceptar mostrarse públicamente, Penélope se da cuenta que esto llama la atención de las demás personas, porque hay gente que termina por identificarse con ella; personas acomplejadas por su físico, rechazadas por no cubrir con los estándares de belleza que caen en la fantasía y que entienden lo que significa ser excluidos por una particularidad que la sociedad libremente llama defecto; sociedad que está acostumbrada a señalar con el dedo al que es diferente, dado que ello rompe con la homogeneidad pasiva. Pero, lo curioso es que los “diferentes” los marginados, los raros, en los hechos constituyen multitud.

La historia, que incluso hace un guiño crítico a los matrimonios arreglados, entendidos como una transacción de beneficio económico, no un símbolo de amor, recalca en su mensaje más importante el tema del amor propio. El hechizo de la nariz de cerdo se romperá una vez que Penélope encuentre el amor, pero se había asumido que se refería a una relación de pareja, cuando en realidad habla de muchas otras cosas, entre ellas, el quererse a uno mismo, en valorarse personalmente por sus atributos y donde también entra en jugo tanto la autoestima como la aceptación.

Al final, poder romper el hechizo siempre estuvo en Penélope misma, en el simple hecho de dejar de esconderse, de avergonzarse de ella misma, sino, por el contrario, sentirse orgullosa de ser quien es, definiendo cómo se ve ante y en el mundo, no cómo el mundo la ve o quisiera que se viera, y no sólo en el terreno físico, sino de hecho más bien en lo que constituyen sus experiencias vitales, sus relaciones con los otros, sus saberes, sus afectos, su atención a la naturaleza y al mundo circundante, en breve, reconocer y valorar su propio vivir. 

Y la idea final es que todas las personas viven bajo su propio hechizo, o maldición, en el momento en que esconden su forma de ser porque no la aceptan, con un grado de crítica social sobre por qué esto ocurre, lo que tiene que ver con una sociedad que promueve modelos que se hacen a partir de la frivolidad, explotando intrascendencias, generando simulación e hipocresía, por el mero interés de explotar el concepto de belleza, o mejor dicho, la idealización de la belleza.

En síntesis, tres relatos cinematográficos que llevan a pensar en la importancia de la autoestima y la aceptación personal para evitar ser tratados y catalogados como personas inadaptadas, condenadas a la marginación y el sufrimiento, enriquecidas las tres con dosis de optimismo y humorismo.

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