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Una chica en apuros

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Los roles de género tienen que ver con estereotipos y son actitudes o comportamientos percibidos como ‘propios’ o ‘adecuados’ asignados a hombres y mujeres dentro del colectivo social. El problema es que encasillan y dictan, o definen, qué es femenino y qué masculino, o qué puede o no puede hacer una persona, basándose en su género y esperando por regla asumida que cada quien actúe de tal o cual manera para ‘encajar’, o para cumplir ‘funciones’.

Esto crea un condicionamiento limitante, porque se planta en aquello socialmente aceptado, con el inconveniente de que esta misma percepción termina por sesgar y reducir a las personas a modelos muy básicos, sin verdaderos matices de personalidad. Pero el ser humano no es así, sino que se distingue por ser más que los roles predeterminados a su alrededor; cada persona tiene habilidades, conocimientos, gustos, sentimientos, afectos que lo inducen a curiosear en determinadas facetas de la vida, a experimentar vivencias que les parecen atractivas; así definen su carácter y construyen su propio proyecto de vida.

Basándose en la obra de William Shakespeare ‘Noche de Reyes’, la película Una chica en apuros (EUA-Canadá, 2006) es una adaptación moderna ambientada en el contemporáneo, dirigida por Andy Fickman a partir de un guión de Ewan Leslie, Karen McCullah Lutz y Kirsten Smith; y con las actuaciones de Amanda Bynes, Channing Tatum, Laura Ramsey, Alex Breckenridge, Robert Hoffman, Vinnie Jones y David Cross, entre otros, en donde se aborda justamente los conflictos que se generan cuando alguien actúa rompiendo los moldes socialmente aceptados.

La protagonista de la historia es Viola, una joven que quiere demostrar que es tan capaz en el terreno deportivo como sus contrapartes masculinas, por lo que, una vez que el equipo de futbol femenil de su universidad desaparece y el equipo varonil se niega a darle la oportunidad de demostrar su talento, aprovecha que su hermano gemelo Sebastian se irá de viaje, para disfrazarse de él y tomar su lugar en su nueva escuela, donde ella pueda unirse al equipo de soccer.

La narrativa juega con el género de la comedia romántica y aprovecha los enredos muy propios de las obras de Shakespeare para nutrir el relato, pues Viola se enamora de Duke, quien a su vez está enamorado de Olivia, pero ella termina interesada en Sebastian, es decir Viola disfrazada. La obra original plantea en parte preguntas sobre la identidad y las máscaras, sobre el amor y el desamor, o la esencia misma del proceso de enamoramiento.

El trasfondo está aquí presente; Olivia se enamora de una personalidad que Viola no es, sólo está representando, copiando a su propio hermano; mientras que Viola y Duke encuentran una verdadera conexión porque, sin saber que se trata de una chica enamorada de él, Duke se permite ser abierto y verdadero, porque no está intentando conquistar, sino ser escuchado.

Se habla entonces de la careta frente a la autenticidad; de ser alguien o parecer alguien, a partir de las presiones sociales, los moldes predeterminados o las funciones y roles que la sociedad exige de las personas, condicionando lo que piensan, sienten, quieren y hacen; en corto, el estereotipo tóxico y negativo que dicta cómo un hombre o una mujer deben actuar, relacionarse y hasta cómo se les debe tratar; normas además dictadas desde el principio misógino de la dinámica social.

Todo esto lleva, además, precisamente a la cuestión de roles de género, específicamente del prejuicio y la discriminación en los que desemboca. Viola quiere demostrar a sus compañeros de equipo que son sus iguales, es decir, que no son más o menos que ella por el hecho de ser hombres, porque tanto ellos como ella, son capaces de ser buenos jugadores y ganar partidos, por su maestría y habilidad deportiva, no por su vestimenta, preferencia u orientación sexual, nombre, familia, raza, creencia religiosa o, claro, género, entre muchos otros parámetros con los que se barajea.

Viola pide las mismas oportunidades y un trato justo, sin prejuicios, sin menosprecio. Al final todos los personajes buscan finalmente eso mismo; hombres y mujeres por igual, libertad de ser ellos mismos, para cultivar su potencial, para perseguir sus metas o redefinirlas conforme sus personales y recientes experiencias, incluso para romper el molde preestablecido si este específico ‘título asignado’ no es algo con lo que se identifiquen, o no es lo que quieren ser. Porque se trata de jóvenes en proceso de crecimiento físico e intelectual que necesitan experimentar para sentir que son quien realmente anhelan ser, para definir un proyecto de vida.

No siempre lo consiguen, porque, para fines prácticos, están acostumbrados a cubrir su rol y saben que salirse del ‘orden’ establecido puede ser mal visto. ¿Qué pasa si Viola es una mujer femenina y coqueta, pero también deportista y guerrera? ¿Qué pasa si Duke es un deportista musculoso y atractivo, pero no conquistador, sino sensible? ¿Acaso no una mujer puede coquetear, seducir, enamorarse, al mismo tiempo que se dedica profesionalmente a un deporte de contacto que requiere gran esfuerzo físico? Y un hombre, fuerte y formal ¿no tiene derecho a expresar sus sentimientos, a sentir empatía con la mujer que desea?

También es importante considerar el por qué se le niega a Viola el camino abierto a demostrar sus capacidades como jugadora. Porque no es cuestión de si su rendimiento en el campo de juego puede o no empatar con el de sus compañeros; de hecho, como Sebastian, Viola se gana el respeto de su equipo al destacar por sus habilidades en el terreno de juego, una oportunidad que sólo llega por el hecho de que la asumen como hombre, como su igual. 

El rechazo recae entonces más bien en decirle que no por el hecho de ser mujer, por la sensación de que una mujer ‘no es capaz de hacer lo que hace un hombre’. Pero igualdad significa mismas oportunidades, derechos, responsabilidades y obligaciones. Viola no quiere un trato especial, quiere un trato justo, para demostrar que las mujeres son igual de buenas en el deporte que los hombres.

Pero tratar al otro como un igual puede crear cierta inseguridad, señala Viola en un punto de la historia, porque esto no empata con los roles de género prestablecidos que se han pasado de generación en generación. Es el miedo a ser ‘más o menos’ que el otro, producto también en parte por una mentalidad de competitividad; y pesa igualmente la predisposición machista de un perfil específico que regula cómo ‘debe’ comportarse un hombre y una mujer; o la incertidumbre de contradecir esas mismas reglas y moldes sociales, por temor a las consecuencias, pese a que no son más que principios retrógrados reproducidos por una mentalidad conservadora.

No es que Viola ‘tenga’ que actuar como un chico, es que se niega a ser reflejo o expresión del molde machista de mujer ‘callada y sumisa’ que le traza una línea específica de lo que puede hacer, soñar, desear, intentar o lograr; una decisión tomada por otros para ella, no por ella para ella. Viola se interesa en ‘cosas de chicas’, pero eso no significa que no se interese en otras cosas; y viceversa.

La percepción social importa y tiene peso, pero el estereotipo sólo genera más prejuicios y ello se sustenta en las etiquetas, en la chica ‘popular’, ‘bonita’, ‘estudiosa’, ‘deportista’ o ‘fiestera’; y lo mismo para los hombres, el ‘conquistador’, ‘inteligente’, ‘amiguero’ o ‘dicharachero’, por ejemplo. ¿Cómo romper el molde, si se le repite a la gente que el prototipo, o la fórmula, dicta quiénes tienen que ser? ¿Dónde queda su libertad; dónde queda su identidad? ¿Por qué rechazar a todo el que es diferente y único? ¿Por qué premiar al que no propone nada ni proporciona algo nuevo a la conversación? El conflicto es una manifestación de la educación prejuiciosa que deriva de una concepción de la familia que responde a intereses de control y reproducción social en donde la mujer se valora como simple objeto de consumo y sostén del entorno familiar, en tanto el varón es el símbolo de fortaleza, el insensible, el dominante, el cazador.

Duke encuentra conectividad y empatía con Sebastian, que es Viola, porque el disfraz elimina el prejuicio. No tiene que ser ese tipo de hombre que las chicas esperan que sea, porque asume que ella no es una mujer y, entonces, se preocupa menos por cumplir con su rol y más por encontrar su propia esencia, siguiendo sus intereses, tomando sus decisiones.

Idealmente se deben crear oportunidades para todos, sin que estén determinadas o condicionadas por cuestiones de género. No es que ‘tenga’ que haber el mismo número de hombres y mujeres en el equipo, es que hay que aceptar que habrá una u otra mujer que sobresalga igual en talento que los hombres; porque de igual manera, no ‘todos los hombres son buenos deportistas’.

Entonces Viola no quiere más que demostrar que es capaz de sobresalir como jugadora, tanto o más que los otros; y en la trama, sólo encuentra la disposición cuando no están de por medio etiquetas descalificando, colocando estereotipos o anteponiendo calificativos hacia ella antes de ni siquiera darle una oportunidad de demostrar su valía.

¿Qué hace a alguien un buen atleta?; ¿qué hace a alguien un individuo que sobresale en algo que se propone, independientemente de todo lo demás que lo hace ser quien es? No es el hecho de que sea un hombre o una mujer, sino que tiene que ver con sus capacidades y preparación. Si Viola es buena atleta, es ‘buena atleta’, no ‘buena atleta mujer’. Lamentablemente en el mundo real las cosas no siempre son así y muchas puertas se cierran sólo porque quien solicita ser escuchado, es una mujer. Esto se traslada a muchos ámbitos cotidianos de la vida, en las múltiples esferas laborales y en el ambiente escolar y familiar, incluso en los espacios de las instituciones religiosas, dificultando así el camino para un sector de la población que tiene que luchar a contracorriente, sólo para ser considerada, escuchada, atendida y valorada.

La madre de Viola le pide que sea más femenina, más delicada y recatada, más una ‘dama’; pero no es que su hija niegue esto, es que no quiere seguir un molde inflexible que no le permita perseguir sus propios intereses; un molde que le dice que si es una dama no puede ser todo lo demás, no puede decidir lo que quiere y conviene. Su negativa a seguir lo que su madre le pide, tiene que ver con el hecho de que parece que la intención es borrar al futbol de su vida, en lugar de entender que esto es parte de su esencia, como lo son también muchas otras cosas, la delicadeza femenina incluida.

Cada quien persigue sus sueños a su manera, traza su propio presente y construye su propio destino, el problema es cuando una cuestión de género se convierte en una limitante sobre la que no se tiene el control, porque impone cómo trazar o vivir las cosas, cuando la presión social te impide incursionar en asuntos que te interesan sólo porque nunca se ha hecho, o porque la inseguridad de otros construye muros para tener áreas exclusivas, discriminando así al distinto, al que piensa y actúa diferente al común. Así que no se trata de ser ‘más’ o estar por encima de los hombres, o de las mujeres según sea el caso, sino de reflexionar que oportunidad en condiciones de igualdad significa mirar más allá de la sola etiqueta y la discriminación misma que, en sí, ya es inequidad.

Ficha técnica: Una chica en apuros - She's the Man

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