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San Juan Chamula

César Garza

“En la provincia de la mente, lo que uno cree que es verdadero o bien es verdad o se convierte en realidad”

John C. Lilly

 

   Chamula, nombre que significa “agua espesa, como de adobe”. San Juan Chamula es un pueblo del hermoso y exuberante estado de Chiapas, antes de la llegada de España, el sitio era hogar de los tzotziles y hasta nuestros días, sigue siendo el principal centro de concentración de esta etnia, su historia occidentalizada se remonta a 500 años atrás, cuando el conquistador Luis Marín, con la ayuda de otras etnias sometió a los señoríos indígenas, después un viejo conocido de nuestros libros de texto, Bernal Díaz del Castillo lo tuvo como encomienda.

   Caminas sus calles que son en realidad mercados, eres un ladino, un no-indígena, te delatan tu vestir, tu andar, tus intereses, México y muchos otros países son ricos en subculturas, esas perfecta y orgánicamente acotadas dónde los usos y costumbres delimitan fronteras, hermanan a los hombres haciéndolos iguales, en sus raíces, en su lengua, en sus creencias.

   Como visitante del pueblo, te diriges al centro, a la iglesia, alguien te comentó en alguna ocasión que es un sitio que hay que ver, por fin llegas, hace calor, te sientas en una sombra mientras le das un trago a tu botella con agua. Se te acerca un hombre, se presenta contigo, se llama Agustín, tiene un tono de voz suave y musical, se nota que escoge sus palabras cuidadosamente, es muy formal, algunos dirían que es parte del marketing para ofrecer sus servicios de guía, le funciona, le dices que sí, que te muestre el sitio. 

   Entras a la iglesia, aunque la arquitectura es como muchas otras de este país, lo que destaca es que es un ambiente oscuro, con muy poca luz, no hay bancas para los creyentes, la periferia está rodeada de muchas imágenes, todos santos, el suelo del espacio está cubierto con hojas de pino que hacen las veces de una alfombra, percibes su aroma, muchas personas sentadas sobre ella, otras de rodillas, hay muchos niños y veladoras encendidas, algunas sobre el piso, otras frente a las imágenes, la oscuridad violentada por las luces en perpetuo movimiento, el olor de la cera y de otras hierbas, te lleve a otro sitio, pensabas que estabas en una iglesia católica, pero el producto del sincretismo de dos culturas que chocaron hace 500 años te recibe aquí y ahora, en otro lugar.

   Caminas despacio, muy despacio, recuerdas a la maestra Rosano de la secundaria, ella te decía cuando requería toda tu atención, quiero que abras tus poros de este tamaño, lo hacía mientras formaba con sus manos un círculo como de 10 cm de diámetro, En tu imaginación de aquellos años pensabas como sería posible hacer eso, visualizabas todo tu ser atravesado por agujeros, ahora, lo que haces para abrir tus poros es, en una atmósfera diferente, quitarte las botas y los calcetines, caminar despacio, sentir cada paso, abrir tus fosas nasales para tratar de identificar cada olor, algunos extraños, otros desagradables, estar atento a cada sonido que percibes en ese espacio de susurros concatenados, aquel donde mientras mueren unos, nacen otros, es una lengua que no entiendes, pero en la que percibes la angustia de la plegaria, ¿por qué las plegarias casi siempre llevan ese componente?, ahora se trata de una mujer que parece de 80 aunque pudiera tener 50, nuestras miradas se cruzan mientras ella habla con todos los santos, tus ojos se han acostumbrado a la falta de luz, tus pupilas dilatadas te permiten ver; aunque no pretendes molestar, hay algo en la mujer que te atrae y no puedes dejar de mirarla, ves las arrugas alrededor de sus ojos en una piel morena, está suplicando, ya, te recuerda a tu abuela Adela, sabes ahora que con esa imagen, tratarás de construir una historia que no podrá contar lo que esa persona siente en este momento, el más importante de esta noche, el de su acercamiento con Dios. 

   Todos los santos observan, también tú, hay una familia sentada en círculo, Agustín te explica que las acompaña un curandero, en el pueblo las personas cuando se enferman no van con el médico, es el chamán el que tiene el poder de la sanación, como en muchos pueblos del mundo, las formulas de los ancestros, las transmitidas a fuerza de la costumbre son las que sanan a los pueblos, a pesar de la modernidad. El chamán cura, el chamán sabe el mal que te aqueja, te pulsa, pone el pulgar y el índice alrededor de la muñeca del enfermo y ahí sabe que pasa, si se trata de un mal menor, una limpia con huevo o albahaca es suficiente, si se trata de algo mas fuerte, hay que llevar a la iglesia un pollo vivo para la ofrenda. 

   El chaman reza, no entiendes lo que dice pero de vez en vez la familia en coro responde, el chamán sigue, la familia responde, los sonidos en su cadencia terminan por asemejar algún mantra que conoces, todos los mantras parecen tener un solo origen, piensas, el hombre en algún momento extiende un brazo, una mujer saca un pollo de una bolsa, lo hace con cuidado para que no escape, el hombre lo toma del pescuezo y mientras reza, le rompe el cuello, cuidando la cadencia del sonido, lo vuelve a meter en la bolsa y lo entrega a la mujer, después se sienta, termina el ritual; la familia y el curandero sonríen, celebran el destierro del mal, todos beben, los menores una coca cola, los adultos el pox, una bebida maya que dicen, calienta los corazones.

   Observas que hay algunas personas atentas a todo lo que sucede, son mayordomos te dice Agustín, estas personas dedican parte de su vida a atender las necesidades de alguna imagen en particular, cambio de flores, reposición de hojas de pino, encendido de veladoras, tienen esta responsabilidad hasta por un año, si hay una festividad se encargan de la comida y bebida, ellos cubren de su propia bolsa todos los gastos que se presenten, de ahí que para ser aceptados como mayordomo, deben probar una buena conducta y contar con los fondos que les permitan afrontar los gastos que exige tan honroso cargo.

   En tu camino, ves que todas las imágenes de los santos llevan espejos, uno, dos o tres los acompañan en diferentes ángulos y alturas, es para la auto confesión, te explican, el creyente se para frente a alguna de las imágenes, se ubica de la tal manera que se vea reflejado en uno de los espejos y es ahí cuando confiesa sus pecados, la creencia dice que no puedes mentir o engañarte a ti mismo. Muchas gracias, dice Agustín cuando da por terminado su trabajo, le extiendes un billete y se lo entregas mientras le dices, no, gracias a ti.

   Te quedas solo en ese espacio, los susurros han desaparecido, los aromas los has normalizado de modo que dejas de percibirlos, el piso está frio como tus pies, el espacio ha dejado de ser oscuro. Te acercas a una de las imágenes, por supuesto, no sabes de quien se trata, te mueves un poco hacia la derecha y hacia adelante hasta que tu rostro y esa pañoleta en tu cráneo se reflejan. 

   Yo confieso, susurras, una avalancha de situaciones vienen a tu mente, gestos, actitudes, personas lastimadas, actos de egoísmo, cuando tenías 15, 20, 35, 50, 55, los actos más vergonzosos de tu vida vomitados en un instante cósmico, la auto confesión es poderosa, nadie se puede engañar a si mismo dicen los tzotziles, imaginas como será el día de tu juicio final, el que hagan de ti tu familia y tus amigos, los mensajes que circularán en los grupos de WhatsApp, o de Facebook, mensajes que no podrás leer, muchos recordarán tus mejores gestos, los otros, los actos que la mayoría desconoce y que también ayudaron a definirte, se quedarán aquí, atrapados en este espejo, en la iglesia de San Juan Chamula, Chiapas.

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