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Okja (2017)

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

El mundo se rige por un orden social de jerarquías donde, idóneamente, todos trabajan para aportar algo a la comunidad y propiciar el buen funcionamiento de la sociedad. No importa la corriente ideológica que sostenga o impere en el colectivo, ni el sistema político que predomine en uno u otro rincón del planeta, ya que aunque ello influye, la esencia finalmente es la misma: cada persona hace su parte a favor del bien común, o lo que es lo mismo, cada individuo tiene su función.

El resultado es inevitablemente en la mayoría de los casos (según el orden social que impera en las sociedades) una división del trabajo y, en consecuencia, a raíz de los modelos políticos y económicos que más imperan, una división de clases, donde arriba están los dueños de los medios de producción y el capital que, siguiendo la balance de la oferta y la demanda, la mercadotecnia y la ganancia monetaria, velan usualmente por sus intereses, no a favor de las personas, sino de sus bolsillos.

Es una corporación que opera así la que desata la trama de la película Okja (EUA-Corea del Sur, 2017), en donde una empresa llamada Mirando crea a través de experimentación y mutación genética varios súper cerditos, que luego envía a vivir a 26 partes distintas del mundo para, diez años después, analizar su crecimiento y ‘productividad’ para determinar al ganador de la competencia del ‘mejor súper cerdito’.

La idea en realidad es una estrategia de mercadotecnia que esconde detrás de una cortina de humo -que es la parafernalia del concurso-, la verdad de lo que sucede en sus laboratorios genéticos, donde se modifica el curso del orden natural para crear animales más grandes, más productivos y más vendibles, desatando mutaciones en esencia ‘anormales’ (un cerdo gigante no es algo a tomar como ‘natural’). 

Su preocupación o fin último no es alimentar a las más personas o erradicar la hambruna, como podría pensarse, sino vender y ganar lo más posible (cerdos más grandes, más carne para vender). Lo que hacen con el concurso es esconder del ojo público, distrayendo su mente con un espectáculo mediático, las prácticas faltas de ética, incluida la genética, de su proceder mercantil, envolviendo en una aparente buena acción (un concurso con un premio que da oportunidad a graneros de todo el mundo para ‘triunfar’) sus faltas. 

La campaña es amena y agradable, convincente y endulzada para que aparente cosas buenas, como oportunidades, premios, mejoras y diversión, y así no propiciar que alguien cuestione el origen y fin último de estos animales (y experimentos) de laboratorio. ‘Son cerditos lindos y bonitos’ <incluso si fueron modificados en su ADN para mutar>, parecen decirle al público con su campaña, para que la opinión pública, la sociedad, tiendan a asociarlos con animales de casa, mascotas, no con animales que se crían para ser usados como comida, aunque este sea su verdadero fin. En el fondo, lo que se hace es recubrir con un envoltorio distractor una propaganda que hace a la gente asociar el nombre de la compañía con los conceptos positivos que se desprenden de la campaña, como solidaridad, ayuda, alegría o apoyo, incluso si la empresa detrás no respalda ni profesa estos valores.

Uno de esos cerdos es Okja y diez años después de ser enviado a Corea del Sur, es ahora el mejor amigo de Mija, una adolescente de 14 años que lo mira no como un animal de criadero, no como un animal de competencia, ni como un animal creado en un laboratorio y enviado a un granjero con el fin de mejorar la calidad de su carne ‘vendible’. Para Mija, Okja es una mascota, un amigo y un compañero.

Mija trata al animal con respeto y con empatía, comunicándose con él, no como si fuera otro humano pero sí con una sensibilidad que lo reconoce como un ser vivo que siente y tiene necesidades. Para Mija, Okja nunca es un futuro platillo a la mesa (un cuerpo procesado como carne para comer) o un animal al que se matará para convertirlo en comida, incluso si ese es el motivo por el que existe, y no porque la joven no entienda que la crianza de animales de corral tiene ese propósito, sino porque, por su historia de vida, la relación con Okja ha sido igual a la de una niña con su mascota, creciendo con ese vínculo que sucede entre humanos y animales que conviven al ser estos segundos domesticados.

Aquí es donde entra el lado más metafórico de la ciencia ficción del relato, al retratar un cerdito aparentemente inteligente que ‘comprende’ lo que Mija le dice, necesita y piensa. Finalmente, en su representación, Okja es un animal de apoyo y compañía que, con su presencia y dinámica, lleva a reflexionar sobre la necesidad del humano por un sustento que otorgue confianza y seguridad que a veces no encuentra en otras personas, sino en mascotas o animales entrenados. 

Ello también lleva a considerar sobre por qué a veces se crean vínculos más significativos con los animales que con las personas, donde no hay una correspondencia ‘humana’ porque la mascota no es un individuo, pero que expresa y refleja problemas sociales como la soledad, la falta de empatía, la indiferencia del ser hacia sus similares, o la inhabilidad que persiste en la actualidad para entablar vínculos directos, afectivos y saludables entre personas, a raíz del distanciamiento y apatía entre la gente, producto de un bombardeo de información, dependencia tecnológica y la carencia de valores.

En su inocencia y al mismo tiempo deducción lógica para resolver su situación, Mija propone a su abuelo ‘comprar a Okja’, pues el cerdito es ‘propiedad’ de una empresa que lo ve así, como un producto o mercancía. Lo que ella no sabe es que la empresa lo ‘creó’ con un fin: encontrar al espécimen de ‘mejor calidad’ para mejorar con su genética su propio criadero comercial, mejorar la calidad y cantidad de la carne de cerdo que pondrán a la venta. 

Así que cuando la corporación Mirando llega a Corea del Sur por Okja para llevarlo de vuelta a sus laboratorios en Estados Unidos, y sin la posibilidad económica real de comprarlo (Mija piensa en cientos, pero la empresa valora su producto en miles), la vida cambia radicalmente tanto para el animal como para Mija, quien sólo piensa en cómo rescatarlo para continuar con su pacífica existencia en las montañas, libre; así mismo, coloca con ello sobre la mesa una pregunta importante: ¿es su carne ‘mejor’ que la de los otros cerditos porque es tratado con amor?

No se trata de otorgarle al animal sentimientos, porque no es humano, pero sí dimensionar cómo la actitud y el actuar humano, o inhumano, de las personas hacia los animales, y en sus acciones en general, reflejan la ética de la sociedad; así mismo el cómo los valores con que se guía cada persona impactan en su realidad, sea la dinámica, creencias y hasta relaciones entre las personas, o las personas como colectivo con sus instituciones de orden, poder y gobierno.

Para Mija la misión es clara, recuperar a Okja, especialmente una vez que se entera de su verdadera finalidad, al entrar en contacto con una organización de activistas que luchan en favor de los derechos de los animales, quienes, pese a su fin loable y noble, el cuidado de las especies, terminan por caer en sus propios extremos radicales, a veces más preocupados por lo que profesan, el cuidado de la fauna, que por los humanos mismos; de tal forma que sus métodos terminan por pisotear la ética y a cualquiera en su camino que no coincida con sus ideas.

Jay, la persona que guía a este grupo de activistas, que forman parte del Frente de Liberación Animal (FLA, una organización clandestina internacional que de verdad existe y pelea por los derechos animales, extrayéndolos de laboratorios para liberarlos), le explica a Mija que su misión primordial actual es evitar que la Corporación Mirando sacrifique a Ojka y al resto de los ‘súper cerdos’, pero, más importante, impedir que continúen con los experimentos que hacen en secreto y, por ende, la producción y comercialización de esta carne que, mutada –insisten-, ni siquiera es sana para el consumo humano.

La realidad dentro de la narrativa se torna exagerada quizá, siguiendo al pie los cánones de la sátira, que es su género cinematográfico y narrativo, pero es igualmente representativa de un mundo palpable en que, por ejemplo, el activista se radicaliza hasta un punto casi terrorista. En esencia, no se puede ni se debe pelear por la ética si se procede sin ella, en esos mismos actos que demandan valores sociales.

La mutación biogenética a cargo de la Corporación Mirando al mismo tiempo plantea la realidad comercial de la cadena alimenticia y la estrategia mercantil y capital detrás de la propia industria.

El hombre se alimenta de aquello que encuentra en su entorno; esta es una realidad histórica que dio paso a la evolución del humano, que desde tiempos remotos sobrevive porque come lo que hay en su medio y contexto: incluye semillas, plantas, raíces, vegetales y frutas, pero también animales. El hombre es un ser omnívoro, por tanto, su dieta incluya carne casi desde su aparición sobre la Tierra. Elegir no comer carne por razones culturales o prejuicios, no significa despreciar o criticar a quien sí lo hace, sino proceder con respeto y entendiendo, sopesando, el impacto que en el medio ambiente implica hacerlo, o no hacerlo, pero visualizando el panorama general de la situación: el impacto ambiental, evolutivo y biológico para el mundo natural, tanto como para el hombre. 

El problema no es comer carne o no, el problema es que hay tantos humanos en el planeta, que no hay carne suficiente para todos; y entonces se come lo que hay. Comprendiendo esto, se entiende no sólo la preocupación por la falta de recursos naturales sino la forma como la industria opera explotando esta realidad a su favor.

La lógica industrial, comercial y de investigación genética, obedece a un razonamiento de buscar mayor productividad para aumentar la ganancia. La respuesta de las multinacionales y capitales de esta industria es crear y criar animales con modificaciones genéticas o modificar genéticamente los productos de consumo, resultando en los productos transgénicos para ‘satisfacer’ al consumidor, que se traduce, en esencia, en vender más, para que otros consuman también más. 

Vegetales más grandes, animales que crecen más rápido o comestibles que son menos naturales y más sintéticos, son sólo algunas de las prácticas que se ven en el presente actual. Como consecuencia, la ingesta de esta comida no sólo afecta al hombre en su biología y evolución, pues lo que come cambia su crecimiento y modifica su organismo, sino que impacta igualmente en el medio ambiente y en las especies que existen en él. Lo que comemos y cómo comemos, lo que desechamos y cómo alimentamos también a los animales; todo está relacionado.

Si se cambia el curso de la naturaleza, hay consecuencias; la cuestión no es señalarlo o criticarlo, sino actuar para no deteriorar el medio ambiente en que existimos. La dificultad es que las implicaciones son muchas: desde la forma en que percibimos y tratamos a otras especies de seres vivos, pasando por hábitos alimenticios,  de vestido, agotamiento de recursos naturales, condiciones socioeconómicas, cultura, sobrepoblación, extinción de las especies y destrucción de hábitats, entre otras; hasta la real posibilidad de la extinción  de la especie  humana.

Los mataderos son sangrientos y es un lugar cruel desde un punto de vista emocional y emotivo, pero es una realidad de una sociedad basada o construida alrededor del consumo. En todo caso, la sociedad elige no ver la realidad salvaje, prefiriendo en cambio ignorancia, o aceptando la utilidad de ser práctico, de proceder con ‘civilidad’ (otra cosa sería si cada humano del planeta tuviera que conseguir su propia comida), en lugar de modificar hábitos de consumo de alimentos y/o racionalizar las prácticas de distribución de los bienes producidos, eliminando la explotación, el sacrificio violento y cruel, el desperdicio, el acaparamiento. La opción seleccionada: más animales generados artificialmente, más grandes y un mayor consumo y ventas crecientes, lo que asegura más ingresos, acumulación del capital. Pero, ¿y las consecuencias?

Ese es el motor de la Corporación Mirando, que ignora y entierra el fanatismo del activista y la casual conciencia colectiva que usualmente voltea la cara y evita alzar la voz. La película quizá caricaturiza o exagera el trasfondo de la lucha por los derechos de los animales <como excusa anarquista>, y la falta de ética de las corporaciones que actúan como gestor de marionetas, a través de la propaganda, la publicidad engañosa, la alienación inducida y la manipulación en redes sociales, pero la historia no erra en reflexionar sobre las accidentadas y deterioradas relaciones humanas y el abuso excesivo de los recursos naturales que, cuando ya no son suficientes, se explotan todavía más, para sacar el mayor provecho posible, beneficiando sólo a aquellos que tienen los medios para pagarlos. Como siempre, el beneficio en favor de la propiedad privada, en perjuicio del bienestar colectivo.

Dirigida por Bong Joon-ho, quien coescribe junto a Jon Ronson, la película está protagonizada por Ahn Seo-hyun, Tilda Swinton, Jake Gyllenhaal, Paul Dano, Giancarlo Esposito, Steven Yeun, Lily Collins, Devon Bostick, Shirley Henderson y Yoon Je-moon, entre otros. Su tono narrativo permite una mirada a problemas de preocupante actualidad. Quizá la reflexión de fondo debería llevar a cuestionar la industria alimenticia, la industria capitalista en sí y los experimentos biogenéticos, en toda y cada de sus variantes.

Ficha técnica: Okja

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