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Ojos Grandes

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

¿Qué necesita una obra para ser denominada como ‘arte’? Como medio de expresión, observación y representación de la realidad a través de la estética, el arte es comunicación y sensibilidad humana, experiencia y creación, creatividad y reflexión. ¿Qué sucede entonces cuando se le pone un precio, cuando en la compra-venta la obra entra dentro de la dinámica mercantil de la oferta y la demanda? ¿Quién decide entonces el valor del arte: el creador, el crítico, el público o el capital? Y que pasa con el arte, con la creatividad, con cualquier forma de expresión estética o de reflexión filosófica cuando no encuentra valor de cambio en el mercado. El arte importa por lo que transmite, más allá de su valor comercial, pero, al mismo tiempo, los artistas necesitan recursos financieros y materiales para subsistir. Antaño había mecenas; hoy existen gestores. Un problema para los artistas mismos si quieren obtener beneficios de su creatividad.

Ojos grandes (EUA, 2014) es una película que se centra en la historia de Margaret Keane, la creadora de una serie de pinturas caracterizadas por los ‘desproporcionados’ ‘ojos grandes’ de sus personajes, y que su esposo Walter Keane se adjudicó, bajo el pretexto inicial de que así la estrategia de venta sería más redituable. La narrativa ahonda a través de los personajes y sus vivencias en reflexiones como el ‘precio del arte’, la habilidad de venta, la apreciación del trabajo artístico y la pregunta sobre quién se beneficia realmente de éste, así como la relevancia del papel del promotor, o mediador, entre público y autor, en su labor de divulgación y hasta reconocimiento de la obra.

La cinta está escrita por Scott Alexander y Larry Karaszewski, dirigida por Tim Burton y protagonizada por Amy Adams, Christoph Waltz, Danny Huston y Terence Stamp. Comienza en 1958 con la decisión de Margaret de separarse de su primer marido y mudarse con su hija a San Francisco en busca de nuevas oportunidades. Ahí conoce a Walter, un vendedor y, aparentemente, también pintor, que muestra interés en ella por sus capacidades como retratista. 

Para Margaret, esos ‘ojos grandes’ que pinta y caracterizan su obra son su forma de explorar ‘el alma humana’; para Walter, son un pozo de ingresos que se dedica a administrar a su favor, primero insertándose en la vida de Margaret y luego tomando control de ella. Para ello comienza con proponerle matrimonio casi de la nada y ya juntos se dedica a arreglárselas para colocar las pinturas en un club que funja como una especie de galería o exhibición. Su plan único hasta entonces es sacar una ganancia económica de la venta, pero poco a poco los cuadros comienzan a llamar la atención gracias a una combinación de factores, entre ellos la agilidad de ventas de Walter, pero también la sensibilidad artística de Margaret. 

Así, aunque los críticos no ven en el trabajo creativo de la autora una técnica que se apegue al tipo de disciplina y corriente artística del momento, por lo que son rechazados por el mismo distintivo que los hace propositivos, ese mismo detalle que los caracteriza, pinceladas muy marcadas y escenarios que parecen más bien surrealistas, son el atractivo que capta la atención del público. Es un algo diferente al canon, pero que además transmite emociones y sentimientos, invita a quien los mire a hacer lo mismo, a interpretar y absorber cada trazo, de forma que las pinturas comienzan a ganar seguidores y, desde luego, compradores.

Así mismo, el papel de Walter como promotor también carga con una importante influencia en el éxito comercial y popular que los cuadros alcanzan, si bien su actuar está ligado a su egocentrismo y oportunismo. Walter no es un artista, no ve cada pintura como un trabajo que expresa algo a través de su proceso creativo; para Walter, cada cuadro es un producto que debe venderse, y como tal, lo que importa es la transacción comercial, no la apreciación artística y estética impregnada en el arte. Su labor, no obstante, demuestra la forma como un producto se posiciona en el gusto del público gracias a la estrategia de venta y publicidad, donde, mientras más exclusiva es la pieza, más ‘valorada’ es la pintura, y en donde, para expandir masivamente al público el gusto por el arte, a fin de abarcar más mercados, se trivializa: en este caso la visión de Walter para ampliar su mercado lo lleva a proponer ventas a bajo costo de reproducciones impresas de las pinturas; lo que habla de nueva cuenta del arte como un negocio, accesible a todos, pero por ello mismo, vulgarizado.

En primera instancia Margaret se convence que las intenciones de su esposo son loables, que, si al firmar con su nuevo apellido de casada -Keane- , hace que el público asuma a su esposo como el autor, la confusión es lo de menos, mientras la gente aprecie su trabajo y en consecuencia lo compre,  pues así se convierte también en un medio de vida.  Su actitud es sumisa, falta de decisión y asertividad, que es exactamente de lo que Walter se aprovecha para engañarla y aprovecharse de su talento para obtener él, el beneficio del éxito a su favor, traducido en elogios, dinero y presencia mediática.

Lo que Margaret no ve en su momento es la esencia manipuladora y engañosa de Walter, quien sabe calcular sus movimientos, eligiendo las palabras que el otro quiere escuchar, actuando siempre con carisma y habilidad de palabra, porque sabe que así obtendrá el beneficio que busca de toda relación y dinámica en la que se coloca. Lo hace, por ejemplo, cuando se casa con Margaret, en parte motivado por el potencial que ve en su trabajo y que sabe puede explotar a través de la opresión; pero lo hace también con los demás a su alrededor: los compradores, coleccionistas, dueños de galerías, críticos, periodistas y demás, a quienes se les acerca como amigo, para ganar su confianza y entablar una relación cordial, pero a los que trata como clientes, de quienes espera algo a cambio.

Sólo con el tiempo y al enterarse del plagio descarado de su esposo, Margaret entiende que la actitud de Walter no es tan empática y solidaria como ella creía, sino que éste miente y manipula aparentando ser alguien que no es, a fin de sentirse talentoso, exitoso y agradable, todo con tal de alimentar su propio ego. Ver que Walter disfruta de la atención y se aprovecha de su trabajo oportunistamente, hace evidente para Margaret que lo que mueve a su esposo no es el bien de su familia, sino el suyo propio, movido por su deseo de admiración, control y poder, lo que logra presionando las inseguridades de ella, encerrándola en casa y aislándola del mundo, e insistiendo en que su trabajo no sería igual de valorado y reconocido si se supiera que ella es la autora.

Esta idea de exclusión femenina se sustenta en el marcado machismo que impera en la época en que se desarrolla la historia -la década de 1960 en Estados Unidos-, y que en parte explica por qué Margaret acepta por tanto tiempo obedeciendo a Walter: el miedo a contradecirlo y el temor al rechazo que pudiera existir si se descubre la mentira, pues si la sociedad está acostumbrada, aleccionada, a que el hombre u esposo es quien provee a la familia y la mujer es la encargada del hogar, útil sólo para las labores de casa y condicionada a complacer, su razonamiento es que la palabra de su esposo es ‘ley’ y la verdad sólo será usada en su contra, hasta ser humillada o rechazada por su reclamo; algo que no debería suceder y que sin embargo era lo cotidiano en esa época en que la desigualdad de género provocaba tantas injusticias hacia la mujer. 

Si a la mujer no se le respeta porque no se le trata como una igual, cómo puede Margaret defenderse y defender su creación artística. El mayor problema en este caso es que Walter se escuda en esas lecciones machistas, luego las repite como reforzador para mantener a Margaret bajo un control dominante y de abuso emocional en donde él tiene el poder de decisión, lo que de paso alimenta su egocentrismo y vanidad. Walter busca aplausos, reconocimiento, dinero y fama, a costa de lo que sea necesario hacer para alcanzarlo, no importa si ello significa pasar por sobre los demás o engañar y mentir, pero además, repite tanto la mentira de cómo y cuándo pinto cada cuadro, que incluso él mismo llega a creérsela, de ahí que su falsedad parezca tan convincente; él también se convierte en presa de su propia falacia y soberbia. 

Dado que es incapaz de crear algo por iniciativa propia, carente de creatividad y habilidad pictórica, Walter se centra en aprender a convencer y persuadir, en aparentar y crear falsas expectativas, de manera que sea imperceptible para los demás cuando se aprovecha de ellos. Esta actitud de Walter es en parte lo que lo hace tan buen comerciante; sabe qué decir y a quién dirigirse, y entender que para promocionar las pinturas necesita que su proyección sea a la mayor escala posible, es decir que lleguen a todo público. Más que vender Walter convence, y más que promover cada cuadro se promueve él, su marca y su imagen, pidiendo favores para que los periodistas escriban sobre él, o apareciendo en televisión para defenderse de los críticos que cuestionan el valor artístico de las pinturas, e incluso promoviendo los cuadros dentro de estratégicos puntos de explotación, como consigue al obsequiar pinturas a personalidades de la farándula o la política con tal de crearse así una credibilidad auto-gestionada que traza ambiciosamente. 

El principio publicitario y mercadotécnico en mucho sentido es eso, construir una idea de magnificencia alrededor de un producto, donde al final lo que importa no es sino la ilusión generada alrededor de la mercancía. Esto, sin embargo, contradice o choca con el principio del arte que lo define como una actividad con finalidad estética, pues si una pieza artística se crea bajo el principal objetivo de venta, entonces no es en principio arte, es comercio, o al menos así lo reflexiona la película a través del personaje de John Canaday, un crítico de arte que repetidamente tacha el trabajo de Margaret como grotesco, por su técnica moderna (las pinturas de ‘ojos grandes’ en su momento fueron consideradas demasiado ‘kitsch’: pretenciosas y de mal gusto), y a la estrategia de ventas de Walter como denigrante.

Queda para el público una reflexión crítica sobre la manera en que el capital y la búsqueda de ganancia trivializan la creatividad artística, al mismo tiempo que replantea el debate sobre arte culto y arte popular. Si el arte es único, ¿qué sucede cuando la pintura comienza a aparecer en todas partes, impresa en posters, tazas y otros materiales promocionales? ¿Qué sucede, en efecto, cuando una obra de arte se convierte en un ‘producto’? ¿Dónde queda el respeto de valoración hacia el artista? Hacia Margaret en este caso, que pinta para explorar su mundo, impregnando en cada trazo sus experiencias, sinsabores, alegrías, tristezas y frustraciones.

En la película, la gente le pregunta a Walter por qué pinta tan seguido niños que parecen melancólicos. Él no tiene una respuesta, porque él no es el autor; por ende, al mentir y decir que refleja la realidad de los niños que quedaron huérfanos después de la Segunda Guerra Mundial (una historia que se inventa), sus palabras le quitan mérito al trabajo de Margaret y a ella como persona, quien pinta por una necesidad de expresar eso que siente, piensa, observa y reflexiona. 

“Creo que puedes ver cosas en los ojos. Los ojos son la ventana al alma. Los ojos son mi forma de expresar mis emociones”, explica Margaret a Walter cuando, apenas tras conocerse, él le pregunta sobre por qué pinta ojos tan grandes en sus retratos. “La creatividad viene desde adentro” o “El arte es personal”, menciona también ella en otros momentos de la película. Sus palabras hablan del proceso creativo del artista, de la capacidad de comunicar y expresar ‘desde adentro’, externando ideas y pensamientos a fin de que otros encuentren en cada obra algo que les conecte con su propia esencia. Ese proceso, esa sensibilidad para expresarlo, eso es de lo que se trata el arte.

“La gente compra arte porque les conmueve”, dice Margaret en otro momento, haciendo hincapié en ese lazo que une al autor con su obra y a la obra con el espectador (y por ende al autor con el espectador), en que lo importante no es sólo que el arte exprese algo, sino también que el público interprete algo nuevo y propio a partir de él, porque de eso mismo se nutre también el arte, de construir lazos, manifestar experiencias y ser sensibles al mundo y las vivencias que hacen y forman a cada individuo. 

La insistencia de Walter para vender cada pintura antes que apreciarla, o su creencia de que la gente compra arte por mero interés de moda y poder adquisitivo, es todo lo contrario a lo que piensa Margaret. No obstante la realidad es que mucha gente actúa como él, compra por tener y adquiere para coleccionar, competir o ganar estatus, sea o no de su interés el valor artístico de aquello que compra. Este actuar no es ‘correcto’ o ‘incorrecto’, sólo refleja la realidad de una sociedad que se mueve por el dinero y la escala social, donde el éxito o el prestigio se gana o se mide según el poder adquisitivo. Walter es así y al final esto se vuelve una obsesión problemática, pues su ambición se convierte en un engaño desleal, abusivo y cruel, que sólo Margaret y su hija pueden -y eventualmente deciden-, denunciar.

¿Puede entonces el arte ser ambas cosas, creatividad estética y producto redituable? ¿Puede haber una forma de llevar el arte a todas las personas, sin banalizar la pieza o el trabajo del autor? ¿Es que el arte realmente tiene un precio, o lo que se paga es el prestigio y renombre que la máquina mercadológica hace de un autor u obra, al que de alguna forma convierte en ‘marca’? ¿Es que el arte popular y el arte “culto” son realmente dos cosas diferentes? Los ‘ojos grandes’ de Margaret nunca recibieron la aprobación de los críticos de arte, pese a la popularidad de las pinturas, pero es por esta popularidad y demanda social que las pinturas siguen siendo culturalmente vigentes, ¿o no?

Ficha técnica: Ojos Grandes - Big Eyes

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