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Éxodo: la última marea

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Es imposible saber con exactitud qué depara el futuro para la especie humana, incluso para el planeta y todos los seres vivos que habitan en él. La sobrepoblación, la invasión de la tecnología en la vida cotidiana, la industrialización desmedida, el consumismo al extremo con sus secuelas de desechos tóxicos, los cambios climáticos, la destrucción de los hábitats, las guerras continuas y la sobreexplotación de los recursos naturales son temas preocupantes para las personas porque afectan su calidad de vida y la evolución de la especie. La sobrevivencia del más fuerte o de los seres vivos que mejor se adaptan a las nuevas condiciones naturales ha sido demostrada científicamente, incluido el hombre como especie.

Nadie puede, no obstante, asegurar que esto lleve o no a una extinción total porque, finalmente, tanto el humano como el resto de las formas de vida en el planeta evolucionan y se adaptan. Esto habla de cambios, de transformación no sólo en la forma de vivir, convivir y sobrevivir, sino también fisiológicos y, en humanos, sociales, de desarrollo y de coexistencia. 

De la adaptación, la supervivencia y la trascendencia del ser humano habla, entre otras cosas, la cinta Éxodo: la última marea (Alemania-Suiza, 2021), un relato de ciencia ficción ambientado en un futuro distante tras el que los humanos tuvieran que huir a otro planeta para sobrevivir, llamado Kepler 209, una vez que la Tierra se vuelve inhabitable para ellos.

Cientos de años más tarde, tras el aparente fracaso de una primera misión enviada de vuelta al planeta Tierra para determinar si la vida, especialmente la reproducción humana, es posible de nuevo, porque las condiciones de vida, ambiente y supervivencia en Kepler 209 han llevado a la infertilidad, una segunda misión aterriza en una superficie terrestre azotada por una constante y cambiante marea que dificulta los asentamientos y deriva en otras realidades que afectan directamente la flora y la fauna.

El mundo ha cambiado, pero la vida en él se ha adaptado. Los animales sobreviven, especialmente aquellos que pueden hacerlo en el agua o a pesar de ella, pero los humanos también, evolucionando para adecuar su vida a las circunstancias del contexto. No puede haber siembra, por ejemplo, no crecen árboles, pero los terrícolas se las ingenian para subsistir, comer, formar sociedades y trascender su tiempo y espacio. Lo que demuestra que aquellos sectores de la población humana que fueron abandonados en la Tierra o que no pudieron escapar del planeta cuando las condiciones se hicieron mortales para ellos, tuvieron la capacidad adaptativa para sobrevivir, para reproducirse y para crear formas organizativas de sociedad en la que han prevalecido.

Blake, la protagonista y eventual única sobreviviente de esta misión, es secuestrada por una tribu nativa que la mira como lo que es, una extraña invadiendo sus límites y hogar. Hay, sin embargo, algo útil que cada parte puede aprovechar de los conocimientos del otro. Para los nativos, la avanzada tecnología médica que Blake trae consigo representa algo sin precedentes que mejoraría su calidad de vida, especialmente dado el mundo tan hostil en el que habitan y su marcado retraso médico y tecnológico.

Para Blake, es así mismo importante la socialización e intercambio para entender cómo ha evolucionado este mundo para ella desconocido; información que ella necesita para entender las diferencias de unos estilos de vida muy diferentes entre la superficie terrestre y Kepler 209, donde su existencia está limitada precisamente por las condiciones artificiales de su entorno, como la falta de espacios abiertos por una atmósfera distinta a la terrestre, donde flora, fauna y ecosistema mismo obligan a condiciones diferentes de subsistir y, por ende, de evolucionar.

Eventualmente, Blake descubre que la misión anterior a la suya, en la que además viajaba su padre, tuvo éxito y llegó a la Tierra; ahora Gibson, el comandante de mayor rango, ha estado intentando recrear un sistema de organización social basándose en su experiencia en Kepler 209; sin embargo, su proceder es imponiendo y adiestrando, condicionando y militarizando, en franca actitud de conquistador que busca someter y explotar, nunca colaborar ni comprender.

Gibson opta por una postura de colonización marcada por autoritarismo, en que no llega al planeta con voz de respeto y convivencia, ni buscando la forma de coexistir con los nativos, sino que procede imponiendo, asumiendo que su forma de existir es la ‘correcta’, la civilizada, y por tanto, la única válida, descalificando a los otros como salvajes, sólo porque su forma de vivir es más primitiva (en esencia diferente en valores, principios e ideales), no incorrecta.

En esta idea de ‘enseñar’ a los nativos a ‘evolucionar socialmente’, impone sus ideas, tomando el control, arrebatando y colocando sus ideales como la única ley válida. Se mueve a través del sentimiento de superioridad y arrasa, destruyendo, sometiendo a una sociedad, a una población, que no puede verlo sino como un invasor, como una amenaza a su existencia, porque por su actitud y acción, lo es.

Colonización es dominar un territorio, pacíficamente o por la fuerza, para un fin que puede ser político, cultural, económico o de desarrollo. En este caso, lo que los ‘keplerianos’ buscan es un lugar donde asentarse, pero además sobrevivir y trascender, procrear y desarrollarse, haciendo uso de los recursos, explotándolos a su conveniencia e intereses, exterminando o controlando a las especies existentes, los humanos nativos en este caso incluidos.

Lo que Blake eventualmente entiende, al llegar al barco controlado por Gibson, e igualmente con la intuición y perspectiva de Narvik, una mujer nativa que busca a su hija secuestrada por los hombres de Gibson, es que lo que motiva al líder invasor es el sometimiento de los nativos para beneficiarse ellos a raíz del control de los otros, administrando a la fuerza los recursos del planeta, incluso las vidas humanas.

Con mano dura, autoritaria y recurriendo a la fuerza, Gibson crea una dinámica de orden y control en donde los privilegiados reciben todos los beneficios y los de abajo en la pirámide trabajan. Los privilegiados, además, elitistamente escogidos según su función y productividad para con la dinámica de producción y consumo de bienes, o en beneficio de la misma reproducción de los originarios de Kepler, pensando en su llegada a la Tierra en forma masiva en fecha próxima.

Este colectivo autócrata se rige bajo un principio de superioridad que divide por clases, dando privilegios, como ropa, comida, armamento y educación, a los que pueden aportar un beneficio ‘útil’. En este caso, sobre todo, a las niñas, principalmente aquellas que Gibson secuestra, pero no porque se preocupe por su educación, desarrollo y formación, sino para condicionar su mentalidad para adecuarse a la suya y luego convertirlas en fieles seguidoras de su causa, para fungir un papel específico: la perpetración de la especie, es decir, tener hijos.

En Kepler 209, donde se asentaron los humanos que huyeron de la Tierra años atrás, las condiciones ambientales y por ende, de alimentación y salud, hicieron infértiles a las personas. La misión en la Tierra es buscar las condiciones para revertirlo, o solucionarlo. En la Tierra, a diferencia de Kepler 209, la infertilidad no es un problema; el cuerpo se readapta y se vuelve fértil de nuevo, por lo que Gibson razona que su problema no es ya el ambiente y el contexto, sino la capacidad de la mujer para embarazarse y tener ‘niños sanos’. En lo que tardan en llegar a la Tierra las mujeres de Kepler, argumenta Gibson, llegarán en una edad adulta en la que tener hijos ya no es o posible o recomendable. Su solución: seleccionar un grupo de niñas que al crecer, cuando lleguen los ’keplerianos’, tengan la edad para procrear y así perpetrar la especie. En esencia, Gibson ve a las mujeres como objetos y a las niñas como futuras mujeres adultas en edad para ser madres de las futuras generaciones, a quienes por eso busca condicionar desde la edad infantil, bajo sus creencias, enseñanzas e ideología, imponiendo su forma de pensar, cultura, creencias y tradiciones.

El problema no es sólo ese control sino la razón que lo motiva. Narvik razona como dañino este trato inhumano, esta falta de derechos y libertades, incluso si el concepto como tal no se maneja así en esta sociedad. Blake no, no inicialmente al menos, no sólo porque desconoce al principio el plan de Gibson, sino porque también ella misma es mantenida en la ignorancia y bajo vigilancia, no en exclusiva por su  condición de mujer, sino por ser astuta y con capacidad de liderazgo y lucha. Gibson intuye el riesgo de que Blake no comparta sus proyectos, por lo que prefiere no darle la información total de lo que sucede, para que no se pueda preguntar por las consecuencias de este plan.

La figura de Gibson es dictatorial y de opresión, su forma de imponer ideales se aprovecha de una ventaja de desarrollo tecnológico que no comparte, sino usa de muletilla para hacer su voluntad en un orden patriarcal y machista, no equitativo sino impositivo, que mira con desprecio a todos por debajo del que considera su rango; esto incluye a los nativos, a los que califica como ‘no civilizados’  porque hablan otro idioma, tienen otros principios o buscan fines diferentes.

Los que abandonaron el planeta hacia Kepler 209  representan una elite pudiente, económica y con los medios tecnológicos para construir su propio camino hacia la subsistencia una vez que el planeta Tierra se topa con el apocalipsis. A su regreso a la Tierra, su pensamiento sigue siendo así,  creyéndose que son ‘más’ que el otro, superiores por acumular conocimiento teórico y tecnológico. Pero olvidan que el que sobrevivió también tiene sus cualidades y capacidades, ese conocimiento empírico que los ha llevado a adaptarse y sobrevivir, a convivir y mantenerse en pie. Según Gibson, su interés es evitar su extinción, bajo el pretexto de evitar la extinción humana, pero la infertilidad no los afecta más que a ellos, estando en Kepler 209. En corto, su extinción como ‘keplerianos’ no representa el fin de la especie, sino el fin de su dominio sobre la especie. 

La cinta habla entre otras cosas de cómo el impacto climático modifica las condiciones de vida y con ella el contexto y la supervivencia; por lo que al mismo tiempo habla de la adaptación y evolución, del humano visto a partir de su funcionalidad (el capital humano) y del colonialismo, el autoritarismo, la destrucción y esclavismo. Los temas, no obstante, se presentan colaterales pero no se profundizan, narrativamente hablando, si bien las ideas inmersas que sirven como marco del escenario tienen su eco reflexivo importante que lleva atinadamente al espectador a considerar el precio que se paga por la supervivencia y la existencia humana cuando se presiona al mundo, el medio ambiente, las sociedades y las condiciones, resultando en guerras, hambruna, sobrepoblación, deforestación y demás. 

Si el hombre hace todo por permanecer, por evitar su extinción, ¿cualquier límite que se rebase está justificado? Se destruye el medio ambiente, se someten a los círculos sociales más expuestos y más débiles y se repite continuamente, como sucede en la historia, según le enseñaron a Blake desde pequeña, que todo es ‘por el bien mayor’.  Pero, ¿lo es? Pues aunque haya un sacrificio de pocos para el beneficio de muchos, éste no puede suceder sin sopesar las implicaciones ni pasar por alto los filtros de la ética y la moral. El bien común no significa pisotear a algunos para ganar los muchos, sino, en todo caso, sacrificar lo menos posible a fin de que haya un beneficio sustancial para el resto, y no sólo para algunos de los demás. 

Cuando Blake sigue las instrucciones y las reglas a las que ha sido condicionada y repite por inercia, olvida que las decisiones deben ser una combinación entre racionalidad y principios, basadas en la lógica pero también en la sensibilidad humana, en sus emociones, en entender que la supervivencia de la gente que abandonó su nuevo planeta no puede forzarse, mucho menos si eso significa eliminar a un grupo de nativos que así mismo están en su derecho a pelear, a defenderse y a luchar por lo que es suyo. Debe haber humanidad, como comprensión y solidaridad, no un actuar mecánico que justifique el supuesto ‘bien de muchos’ en la extinción o pérdida de libertad e individualidad de otros. Una consigna por lo demás engañosa, porque, ¿quiénes son esos muchos? que valen más que los otros muchos.

Qué es el bien común y cuál es la humanidad que necesita ‘ser salvada’ si en la Tierra ya hay sociedades que han sabido evolucionar, adaptarse y sobrevivir; existir. Esta ‘elite’ juega a los dados como si tuvieran el derecho de tratar a los demás como piezas de su tablero, sin importar el planeta ni importar las otras personas que habitan en él. Lo desecharon cuando lo consideraron prudente y ahora regresan con afanes de dominio, en actitud sobremanera egoísta.

También llamada The Colony (La Colonia) y de título original Tides (Mareas), la cinta está dirigida por Tim Fehlbaum, quien coescribe junto a Mariko Minoguchi; protagonizada así mismo por Nora Arnezeder, Iain Glen, Sarah-Sofie Boussnina, Sebastian Roché y Joel Basman. Esta realidad futurista y de ciencia ficción tiene además su eco en la realidad actual y constante, de ahí que las lecciones sean trascendentes, porque es así como el género cinematográfico refleja al mundo, trasladando su realidad a un relato aparentemente distante, irreal, pero cimentado en muchas verdades latentes.

Una historia para repensar en las posibilidades que tendríamos como especie si los valores que guían la conducta humana pusieran por delante la capacidad de dialogar, de valorar los efectos perniciosos de autoritarismo y de la sobreexplotación, de comprender la importancia de la naturaleza para la vida en general, o de los riesgos deshumanizantes del uso indiscriminado de la tecnología, entre otros factores que están deteriorando el nivel de vida humano y a la propia Tierra.

Ficha técnica: Éxodo: La Última Marea - Tides

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