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Battle Angel: la última guerrera

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Los mundos distópicos son grandes oportunidades de análisis sobre la realidad actual, pues, aunque se trate de creaciones imaginarias, son lo contrario a la utopía, al mundo ideal; entonces, tienen la opción de señalar todo aquello que sería preferible cambiar en el presente para encontrar una mejora de las circunstancias y así dejar espacio para reflexionar sobre los errores y deficiencias en el orden y la convivencia social.

Las distopías usualmente tratan de escenarios futuristas, lejanos, con regímenes totalitarios, en donde la tecnología y el avance científico han marcado profundamente la realidad socioeconómica, a tal grado que los humanos se vuelven dependientes de máquinas y robots de todo tipo, incluso desarrollando formas humanoides resultado de biotecnología para potenciar las capacidades físicas, intelectuales y sensoriales humanas. 

La idea viene de la noción de que las máquinas y otros inventos, científicos o tecnológicos, pueden mejorar la vida del individuo, o esa es la intención; sin embargo, como suelen reflexionar las distopías, a veces, más que agilizar o facilitar el crecimiento igualitario en la sociedad, generando equidad de oportunidades, lo que provoca la aplicación indiscriminada de los avances tecnocientíficos es que se hagan más marcadas las diferencias sociales, toda vez que la élite dominante utiliza dichos saberes para perfeccionar los mecanismos de vigilancia y control del conjunto social.

Una película que ejemplifica esta realidad dispar y ahonda, además, en temas colaterales como identidad, evolución y rebeldía, es Alita: Battle Angel, o Battle Angel: La última guerrera (EUA, 2019), una distopía futurista ambientada en el año 2539, en donde la tecnología ha alcanzado un punto tal que permite modificar con ella al ser humano para hacerle ‘mejoras’. Ello, no obstante, no significa que en la estructura social las cosas sean realmente diferentes: la gente con mayor poder económico encuentra mejoras más exclusivas y, por ende, su modo de vida es más cómodo y placentero que el del resto de la población.

Hay realidades muy diferentes entre los que viven en la opulencia y los que sobreviven al día, es decir, entre la elite que disfruta lujos y aquellos sobre los que ejercen un control de explotación de su vida, alienados y manipulados a través del espectáculo, los juegos de competencia y la promesa de una ‘vida mejor’, que podrían ‘ganarse’ de salir victoriosos en un deporte de carreras que les daría entrada a la última gran ciudad flotante que aún queda ‘en pie’: Zalem.

En el fondo esta falsa sensación de oportunidades, no es más que un sistema de control que juega con las emociones, las expectativas y las aspiraciones, en esa idea de que la fama y el éxito puede llegar ‘en cualquier instante’, a través de sobresalir en un espectáculo mediático y para las masas, pasando sobre los demás que intentan también ganar; cultura de entretenimiento y espectáculo construido en la alienación, la violencia, el individualismo, la indiferencia hacia quienes se quedan en el camino, en el desarrollo de habilidades físicas para destruir al otro, de excluir a los “débiles”. 

En este escenario, Ido es un doctor que trabaja reparando a los humanos modificados, ofreciendo así ayuda a aquellos más necesitados que muchas veces eligen estas ‘mejoras’ más por necesidad que por deseo, pues son vitales, casi obligadas para poder subsistir, según las demandas del mercado, de su empleo mismo. Por eso Ido busca en la basura, en los desperdicios de chatarra, partes que le sean útil para aprovechar y darles un nuevo uso; así encuentra ahí un ciborg, que por definición es una criatura con partes cibernéticas que están pensadas para mejorar con tecnología la parte orgánica.

Esta criatura, que Ido luego bautiza como Alita, en honor a su propia hija fallecida, es, en efecto, un cuerpo robótico con señales de vida ‘humana’, pues su corazón y su cerebro aún son orgánicos. Ido la rescata, la repara y le da un nuevo cuerpo, el robótico que había construido para su hija enferma pero que ella nunca usó porque falleció. Así, Alita renace, vuelve a la vida y se gana una segunda oportunidad, al mismo tiempo que se convierte, simbólicamente, también en la hija que Ido tanto quiere proteger, pero que, en su momento, no pudo hacerlo.

Al estilo de un ‘Frankenstein moderno’, que a su vez ya era llamado el ‘nuevo Prometeo’, la historia plantea el relato de un científico que lo da todo por crear a un ser que surge de las cenizas, pero que olvida que su creación es más grande que él, no sólo por lo que representa o por cómo fue concebida, sino porque esa criatura siente, piensa, vive y busca algo más que ser sólo la compañía de su creador.

Al ver en Alita una niña frágil y pequeña a quien cuidar, Ido asume a la joven como una persona desprotegida que le debe todo y que no puede crecer si no es a su lado. Pero Alita es mucho más, como ella misma poco a poco va descubriendo, al ir recordando su pasado, el de una guerrera que peleó en combate en las guerras de hace 300 años y que está entrenada para sobrevivir, luchar y derrocar al autoritarismo en el poder.

Alita asimismo no tarda en preguntarse sobre su identidad, sobre quién es y cuál es su propósito en la vida, cuál lo haría cualquier otra joven creciendo más allá de las cuatro paredes o burbuja de su zona de confort, ávida por experiencias, retos, desarrollo y madurez, reflejando así la inquietud del humano por entender su propósito y encontrar su camino.

Ella no puede conformarse con ser ‘la hija’ de alguien, no sólo porque antes de ser encontrada entre la chatarra por Ido era una guerrera entrenada para defender las causas justas, sino porque cualquier humano es mucho más que sólo un rasgo de su personalidad y porque un ‘padre’ (Ido en este caso, simbólicamente hablando), no puede sobreproteger ni dictar el camino de la persona que guía. Alita, con todo y su cuerpo ciborg, como cualquier humano en etapa de formación, no es un objeto al que se le manda qué hacer, sino un individuo al que se le enseña a sopesar, valorar y pensar para decidir por sí mismo.

Por iniciativa propia Alita busca, investiga, su mente se llena de curiosidad y preguntas y quiere ser más que un robot reparado, la compañía de su padre o la frágil creación robótica de un inventor; la clave está en su cerebro: humano, pensante, creativo, curioso, ávido por nuevas ideas. 

Eventualmente Alita encuentra su nave espacial y ahí, un cuerpo robótico más ad hoc a sus necesidades; un cuerpo más adulto, más apto, más fuerte y más evolucionado, que bien podría simbolizar el paso de Alita de la adolescencia a la adultez, no sólo en el sentido físico, sino también emocional e intelectual.

De esta manera, Alita ya no se conforma con escuchar sobre el mundo y las injusticias a su alrededor, quiere salir a conocer y explorar; ya no tiene intenciones de acatar callada y escondida, sino de pelear a favor de aquellos como ella, mitad humanos-mitad máquinas, que son presa de los delincuentes que se encargan de masacrar ciborgs para robar sus partes mecánicas; algo que muchos hacen para luego vender en el mercado negro a personas que quieren engrandecer sus propias mejoras con el fin de participar, y  ganar, en ‘Motorball’.

Este juego y espectáculo de competencia diseñado para el entretenimiento de las masas, que enaltece la violencia y concentra a la gente en el objetivo equivocado, dividiendo por enemistad a aquellos que tienen tantas cosas en común y un ‘enemigo’ compartido, el gobierno que rige con mano dura creando falsas promesas de realización, pero que pelean entre sí por esa bien arraigada ideología de sumisión y obediencia; la clase en el fondo de la pirámide no cuestiona su posición, quiere escalar, en lugar de derrocar, porque está convencida que el orden que rige es inamovible e inalterable, así que pierde de vista la injusticia para centrarse en rivalizar con su igual.

La gente vive idealizando la vida que no puede tener, creyendo que es posible alcanzarla como si un cuento de ‘Cenicienta’ de la época posmoderna se tratara; y eso es lo que promueve ‘Motorball’, una combinación entre odio al prójimo (la competencia misma pero lo adyacente implícito: el robo de partes mecánicas y la deslealtad entre participantes) y la falsa promesa de que hay ‘algo más’, algo ‘mejor’ a la vida que ya se tiene y que puede alcanzarse con la suficiente ‘suerte’, suerte mágica (pensamiento mágico) o suerte más bien construida en la filosofía de que gana no el más apto sino el que no tiene escrúpulos y pisotea, destruye, elimina a su competencia.

Ese algo por lo que pelean y tanto anhelan son los lujos y comodidades de la clase privilegiada que, pese a prometer que compartirán dando igualdad de oportunidades, no hacen más que operar manipulando a las masas. Esa promesa de que la persona ‘promedio’, el trabajador, el competidor, el ciborg que sobrevive el día, podría algún día disfrutar de esa opulencia y libertad, es sólo ilusión. La elite no planea aceptar a nadie que no haya nacido en su exclusivo círculo, pero profesan que sí, como motivador para que la competencia sea más aguerrida, más violenta, más intensa y con más participación.

La relación entre la evolución de la sociedad y el avance tecnológico siempre ha sido estrecho; van de la mano pues no puede haber uno sin el otro. Las herramientas han permitido el desarrollo del ser humano con su impacto en el orden social y la configuración como se desenvuelve la vida de cada persona. Quien controla esto, controla a la sociedad, especialmente en escenarios como este, en que la tecnología es parte tan importante en la vida del colectivo, en sus relaciones, labores, transacciones y hasta forma de entretenimiento.

La tecnología divide entonces a la población en clases y crea, marca y engrandece las diferencias en la vida de las personas, sea su profesión, sus ingresos, su modo de vida y hasta la realidad de su contexto. Así que la persona promedio no dicta sus reglas, se atiene a las que impone el que tiene el poder sobre la tecnología.

Alita era una guerrera ‘marciana’ que participó en una gran batalla hace 300 años y cuyo cuerpo ciborg está hecho de una tecnología más avanzada; esto la hace una guerrera única, la última de su especie, con una fuerza que puede derrotar a este enemigo ‘invisible’: la verdadera mente que maneja los hilos, que apenas y se deja ver, pues opera a través de otros, a los que da órdenes y encarga hacer el ‘trabajo sucio’. 

La joven protagonista es entonces esa fuerza capaz de cambiar la balanza en una sociedad que sobrevive no gracias a las condiciones sociales y los avances tecnológicos, sino a pesar o al margen de ellos, porque se han convertido más en una limitante que en un aliado, porque las mejoras robóticas dan oportunidades de vida, segundas oportunidades como en el caso de Alita, pero también quitan oportunidades de crecimiento y superación, porque se depende de ellas y, sobre todo, porque se ha aprendido a vivir dependiendo de la tecnociencia, sin cuestionar o sin encontrar cómo realmente usarlas a favor propio.

Basada en el manga ‘Battle Angel Alita’ de Yukito Kishiro y ambientada en un escenario ciberpunk (subgénero de la ciencia ficción que reflejan distopías en las que la tecnología juega un papel importante), la historia habla de Injusticias y corrupción, minorías subordinadas, empobrecidas, enriquecimiento mediante explotación de otros seres, de lucha de clases entre le élite dominante y sus aparatos de represión frente a grupos o individuos aislados que buscan la forma de sobrevivir; pero también del poder de la resistencia, de aprovechar segundas oportunidades, de no venderse sino buscar alternativas para  hacer las cosas diferente: eso demuestra Alita al ser rescatada de los desechos, así lo representa Alita con la rebelión que comienza a plantar en la mente de algunos, y así lo muestra incluso el personaje de Ido que se ha aferrado a la desdicha de la destrucción de su matrimonio y vida familiar tras la muerte de su hija.

Dirigida por Robert Rodriguez, quien coescribe al lado de Laeta Kalogridis y James Cameron, la película está protagonizada por Rosa Salazar, Christoph Waltz, Jennifer Connelly, Mahershala Ali, Ed Skrein, Jackie Earle Haley y Keean Johnson, y no es sólo una historia distópica sobre un mundo futuro, sino una mirada crítica a un mundo en el que la tecnología y el conocimiento científico adquieren tal nivel de aplicación con base en la propiedad privada que se constituyen en el factor fundamental para mantener el dominio y explotación sobre la vida de la mayoría de la población. Como al parecer ya se presenta con la digitalización de múltiples facetas de la vida contemporánea. 

Ficha técnica: Battle Angel: la última guerrera - Alita: Battle Angel

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