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La laguna

César Garza
César Garza

   Son las 7 de la mañana tiempo de Quintana Roo, en unos minutos aparecerá el sol, estás parado en un muelle a la orilla de la laguna de Bacalar, no podías dormir, a diferencia con los insomnes citadinos, en estos sitios siempre puedes recurrir al contacto con la tierra, con el agua o con el aire, eres afortunado.

   Vas al muelle, observas en tu horizonte la luminosidad que anuncia el sol naciente, la metáfora te lleva a esa rola, que interpretaba Erick Burdon, con ese estilo que algunos realmente apreciamos:

Oh mother, tell your children,
Not to do what I have done
Spend your lives in sin and misery,
In the 'House of the Rising Sun'

   En la concatenación de pensamientos, viajas a esa madrugada de hace 20 años, cuando te descubriste acompañado, pero solo, cansado de celebrar el Mardi Gras en el centro de Nueva Orleans. Te embriagaste de jazz, blues, mujeres, whiskey, tabaco y otras hierbas, “sin and misery” ahora, en retrospectiva, lo puedes ver.

   Regresas, el momento a la orilla de la laguna es mágico, los recuerdos te llevaron lejos, a otro tiempo y otro lugar, te hicieron perder segundos valiosos de tu vida, los de este lugar, en este momento, cierras tus ojos mientras realizas un ejercicio de respiración para limpiar tu mente, los abres de nuevo, el disco comienza a aparecer, anaranjado, tus ojos, que aún están en modo nocturno son sensibles a los cambios de luz, eso hace el espectáculo maravilloso, quisieras perpetuarlo, imaginas como lo podrías hacer, el perpetuar el instante del sol naciente. Tendrías que moverte en esta misma latitud hacia el oeste, a la velocidad precisa, digamos que, a un huso horario por hora, para que la estrella se mantuviera a esa misma altura relativa, por siempre.

   El agua parece un espejo, cristalino, suspendido en el tiempo, decides dar algunos pasos como enseña el Tai Chi, lento, armónico y circular, manteniendo el control del cuerpo en cada momento, te visualizas como el sujeto de una película que corre a 10 cuadros por segundo, ni más ni menos, el ejercicio parece fácil, sientes la tensión en tus muslos, en tus pantorrillas, el peso de tu cuerpo en la pierna de apoyo con la rodilla ligeramente doblada, parece un problema de equilibrio cuando en realidad es de precisión técnica, vas y vienes por el muelle, inhalas y exhalas en concordancia con tus pasos, te sientes uno, vivo, energético, como aquella vez que subiste a la pirámide de Calakmul; una familia de golondrinas aparece de pronto, revolotean a tu lado, descubres que sobre tu cabeza se encuentra su nido, has dejado de ser un extraño, están en casa. El sol sigue su camino, o el planeta el suyo, no importa, los únicos ruidos que percibes en estos tiempos de pandemia son los de las aves; sigues en meditación, pierdes la noción del tiempo, decides retirarte y regresar a ver a la familia, deben estar esperando, prometiste hacer el desayuno, pero, algo ha cambiado, la casa de la que saliste ya no está, las escaleras que te llevaron al muelle tampoco, en su lugar, hay una vereda de tierra roja, estás confundido, el sol sigue subiendo y calentando, estás sudando, entonces, te das cuenta que estás perdido, hay un letrero frente a ti, está en una lengua desconocida, un hombre bajo, moreno, casi desnudo se acerca a ti, algo te dice en un idioma extraño, parece preguntar ¿quién eres?, o ¿que deseas?, eso supones por su lenguaje corporal, solo sabes que te llamas César, no sabes en que tiempo estás pero si sabes que estás en otro lugar y que hace un momento estabas en Bacalar, la laguna del sol naciente.

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