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De mendigo a millonario

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Hay películas que tratan temas serios y críticos, que, sin embargo, desarrollan con tal ligereza que el mensaje importante puede llegar a perderse. Esto sucede en De mendigo a millonario (EUA, 1983), una película de comedia simple, efectiva por disparatada, pero de sátira un tanto desenfocada, que plantea en su trasfondo críticas al clasismo, con énfasis en la realidad de vida definida por el contexto, así como por los privilegios que se dan por sentado para la clase adinerada, la llamada clase ociosa, toda vez que captura sus ingresos monetarios de la especulación en el mercado de dinero; o los prejuicios, igual predeterminados, hacia los más necesitados, a los que se asume causantes de su propia miseria.

Dirigida por John Landis y escrita por Timothy Harris y Herschel Weingrod, la película está protagonizada por Dan Aykroyd, Eddie Murphy, Jamie Lee Curtis, Ralph Bellamy, Don Ameche y Denholm Elliott. La historia se centra en la apuesta de dos empresarios del mercado financiero, de nombres Mortimer y Randolph Duke; el segundo cree que su mejor ejecutivo, Louis Winthorpe III, se vería irremediablemente envuelto en un acto criminal desesperado si no tuviera los privilegios de la clase alta en la que vive, mientras que alguien sumido en la miseria, como en este caso el indigente Billy Ray Valentine, lograría grandes éxitos si tuviera todos los medios y recursos a su alcance. Llaman a la apuesta un ‘experimento social’, pero en el fondo, no hacen más que jugar a los dados con la vida de otras personas, manipulando por mero entretenimiento personal (apuestan un dólar), dejando ver cómo su propio privilegio de clase social conduce a una arrogancia y sentido de superioridad para con aquellos que consideran inferiores, es decir, cualquiera que no vean como un igual, cualquiera que no tenga su mismo estatus social y poder económico.

La premisa planeta así preguntas como: ¿es el éxito de una persona resultado de las oportunidades que a veces llegan por mera ‘buena suerte’? ¿El triunfador ‘nace o se hace’? ¿Están las condiciones de vida determinadas exclusivamente por el orden social? ¿Se avanza en la vida por la capacidad intelectual o por el estatus social? ¿Es este escenario mutuamente excluyente? ¿Puede una persona abrirse más fácilmente camino en sociedad si vive en el privilegio? ¿Puede alguien sin condiciones privilegiadas llegar tan lejos como aquel otro?

Al cambiar las circunstancias del contexto de vida de los protagonistas, Winthorpe, accionista egresado de Harvard y experto en el mercado de materias primas, arrojado a la clase trabajadora, y Valentine, estafador de poca monta, convertido en ejecutivo empresarial, la historia propone una tesis abierta al debate: ¿qué tanto las personas son producto de su entorno socioeconómico? Sin embargo, el relato no siempre ahonda en la crítica social, privilegiando una trama cómica que se burla de las circunstancias, ridiculizando catárticamente, pero cayendo en los mismos vacíos humanos que parece cuestionar.

Para fines prácticos, en una realidad aterrizada, Winthorpe no podrá sobrevivir en el ambiente de la clase trabajadora, pues nunca ha realizado trabajo manual y no sólo no sabe cómo funcionan las cosas, sino que está tan acostumbrado a que hagan todo por él, que no tendría ni el conocimiento ni la actitud de esfuerzo o lucha para sobrevivir. Habría que recordar la gran cantidad de suicidios que se presentaron en los Estados Unidos con motivo del crack de 1929, que representó la ruina de inversores y la bancarrota de innumerables empresas. Al mismo tiempo, Valentine no podría con tanta facilidad, como se ve en la película, escalar profesionalmente, incluso si los problemas que se le presentan tengan que ver con la vida diaria y el sentido común, pues no tiene cultura social, ni preparación académica, menos el manejo de la bolsa de valores para el trabajo que se le impone. También de esto hay ejemplos en la vida real de personajes del mundo del espectáculo enriquecidos de la noche a la mañana que terminan perdiendo el sentido de sus vidas. No es más ‘fácil’ para el pobre convertirse en rico, que para el rico convertirse en pobre; así de simple, incluso si la historia no lo dimensiona.

La cinta lo asume con ligereza, burlonamente, pues se centra en la idea básica de la premisa: si el rico es rico, es porque tiene los medios para abrirse o comprarse el camino, así como el pobre no sale de su pobreza porque está acostumbrado a actuar y comportarse de modo que no cambia el ciclo circunstancial que lo mantiene en ese contexto, es decir, su actitud es de sumisión y conformismo. Esta idea es importante, porque habla de una sociedad tan acostumbrada al modelo social en que vive por inercia, que está reacio a cambiar las cosas para sí mismo, incluso si fuera a su favor.

Si Valentine embauca al prójimo con tal de conseguir unas monedas para sobrevivir, dice la película, no es forzosamente porque sea malintencionado o gandalla, sino porque su realidad de vida lo empuja a encontrar cualquier forma a su alcance para vivir al día. En corto, el personaje delinque no por una malicia perversa, sino porque está desempleado, porque las condiciones de vida a su alrededor no le dan otras oportunidades o alternativas.

¿Sería él diferente, si su contexto fuera diferente?, se preguntan los Duke y la respuesta para ellos es que sí. El problema narrativo aquí es que luego encaja con demasiada facilidad en un mundo al que no está acostumbrado. Recapacita sólo cuando, habiéndose mudado a una mansión y teniendo en el bolsillo todo el dinero en efectivo que desea, entiende que despilfarrar y presumir sólo lo hace el tipo de persona de la que siempre renegó, ahora que ‘ganar’, ‘le cuesta’. Valora lo que tiene hasta que lo pierde, dijera el dicho, o en este caso según prevé que lo puede perder. Pero ¿cómo es que nunca valora lo que ya tenía? ¿No falla la película en no recalcar el mensaje de que los bienes materiales no hacen la felicidad y que lo que importa no es lo que se tiene, sino lo que se es, o quien se es? ¿Acaso es así como la película se ríe del espectador, evidenciando cómo, pese a todo lo vivido, sus personajes no logran entender el mensaje vital de su experiencia?

Valentine, parece decir la historia, es bueno de corazón y por eso triunfa si se cambian sus circunstancias vitales, pero también habría que notar que ser exitoso o triunfador no va ligado sólo al dinero que se tiene, sino a los logros afectivos y sociales que se alcancen conforme a sus capacidades y saberes.

La comedia con que la cinta aprecia estos escenarios no hace más que reírse del sinsentido del contraste de vida ‘al que el rico llega cuando lo pierde todo y el pobre experimenta cuando se convierte en el <nuevo rico>’; pero en ello, termina cayendo en aquel cliché que dice que la persona con riqueza es pedante y codiciosa y que, aquellos en el espectro contrario, se rigen siempre por valores y principios opuestos, homogeneizando sin distinción, borrando los conflictos sociales.

Winthorpe en persona es víctima de los prejuicios y la discriminación clasista cuando, acusado de ladrón por los Duke -siguiendo con su plan de llevarlo a una crisis personal que lo empuje a delinquir (quitándole su casa, empleo, dinero y hasta el apoyo de su novia y amigos)-, el ejecutivo pierde el trato privilegiado asociado a su nombre y, venido a menos profesionalmente, es procesado por la policía con insultos y burlas. La película no hace más que reflejar una trágica realidad: a las personas se les trata según las apariencias, pero también según los prejuicios, a través de una discriminación clasista y racista. Winthorpe lamenta haber perdido todo lo que valora en la vida, su ropa de marca, su auto de lujo o su vida cómoda con empleados en casa que hacen todo por servirle, pero nunca llega a entender la importancia de valorar su realidad no por su posición en la escala social, sino por la esencia de vivir y de estar en el mundo.

Ni él ni Valentine lo aprenden nunca, menos Mortimer y Randolph, que apuestan en la vanidad y la soberbia, reflejando así el arquetipo del pudiente petulante para quien las personas no son nada más que el beneficio que puedan sacar de ellas; codicia capitalista clara y concreta, que la película refleja con exageración pero buen tino.

No es correcto jugar con la vida, los sentimientos o las emociones de las personas, especialmente cuando el único fin es un entretenimiento o espectáculo para unos cuantos; la pregunta es, ¿cuántas veces esto sucede en la vida real, cuando la reflexión, como en la película, se pierde entre risas, burlas, minimización de la situación y hasta la ignorancia?

La mejor forma de hacer a los Duke pagar por su falta moral es quitarles todo su dinero, concluyen descaradamente los protagonistas, como diciendo que lo único que importa en la vida es el dinero y que lo único que afecta a la clase alta es la idea de perder eso que los caracteriza; simplista y prejuiciosamente: estatus y dinero. ¿Pero, es que el dinero realmente hace la felicidad? ¿Encuentra alguno de los personajes realización personal a través de algo que no tenga que ver con el dinero? Es ahí donde tambalea la historia, al evitar la moraleja (aparentemente) evidente que dice que lo importante es valorar a las personas por quienes son, no por lo que tienen, para terminar subrayando todo lo contrario. En conclusión: una elección narrativa sarcástica pero no siempre analítica.

Valentine eventualmente se da cuenta que una posición privilegiada implica responsabilidades, es decir, aprende a cuidar el beneficio de su posición, en lugar de darlo por sentado. Y Winthorpe se da cuenta que se rodeaba de personas banales que lo valoraban exclusivamente por el capital en su cuenta bancaria y la posición en la empresa para la que trabajaba. El problema es que los personajes no hacen nada al respecto con estas lecciones de vida. ¿Aprenden algo si no actúan en consecuencia de las injusticias que han vivido? Como comedia, el plan es vengarse para reírse del otro, los Duke, como aquellos hicieron con ellos, pero en la vida real, recorrer caminos para terminar en el mismo punto, es aferrarse a no cambiar ni crecer.

Si una persona busca la felicidad idealizando el ‘sueño americano’, la ‘Cenicienta moderna’ o la historia del ‘pobre convertido en rico’ por la suerte y la casualidad y cómo único sinónimo de éxito, lo que resulta es una sociedad banal, superflua, elitista, sumida en las apariencias, la codicia y la frivolidad, con personas egoístas, indiferentes, superficiales, incultas y conformistas. Es el esquema capitalista convertido en realidad, personas dedicadas a consumir, sin más perspectiva que tener, presumir y ostentar, actuando en beneficio del capital e ignorando la miseria ajena.

La película presenta ridículamente a aquellos que se aprovechan de la desdicha del prójimo y de la información exclusiva a su alcance para sacar un beneficio propio, los Duke, que realizan fraude empresarial haciéndose de información secreta sobre el mercado de la bolsa, para sacar más dinero en sus negocios, revelando así aquellas estafas que se esconden tras el sistema de mercadeo, posible por la estructura piramidal que da poder preferencial a los de arriba, a los pudientes. A través de esto la película señala el problema en la estructura social y las diferencias culturales; rematando cínicamente (y esperando que la elección narrativa sea sarcasmo), cuando el único ‘final feliz’ para sus protagonistas es ganar y acumular riqueza.

En el fondo, la cinta habla de la codicia como parte de la condición humana. ¿Qué ganan los Duke de su apuesta, destruyendo la vida de otros para su entretenimiento? Orgullo; saber que uno de ellos tenía la razón y el otro no. ¿Qué ganan Winthorpe y Valentine al quitarles de las manos el negocio a los Duke? Orgullo. Al final, la película muestra, erróneamente, que la desigualdad económica sólo existe por personas ensimismadas en ser parte de ‘los de arriba’, porque no hay ni condiciones de igualdad ni el interés por propiciarlas, sino envidias y ambición. Mortimer y Randolph no tienen realmente nunca planeado darles una verdadera oportunidad de crecimiento ni a Winthorpe ni a Valentine, pero una vez que llega su oportunidad, estos también sólo velan por sí mismos, a través de las inversiones de quienes les ayudan interesadamente: el mayordomo de Winthorpe, Coleman, y la prostituta Ophelia que acepta apoyarle a cambio de una compensación económica; porque ese es su fin último, ayudarse primero, a costo del otro. Utilizando además la misma información secreta robada anteriormente por los banqueros. En suma, unos Mortimer y Randolph en potencia, cerrando el ciclo que hará que las cosas nunca cambien, sino que propicie que el capitalismo y el clasismo sigan dando vueltas en sí mismos, reproduciéndose.

La propia premisa se ríe de la sociedad que representa preguntando a las personas en qué clase de mundo viven, pues la idea, descrita en el título original de la cinta, ‘Trading places’ (un juego de palabras para hablar sobre ‘cambiar de lugar’, pero también referente a un ‘lugar donde comerciar’), pregunta: ¿qué persona viviendo en la pobreza no querría cambiar de lugar con alguien en condiciones privilegiadas? Sin embargo, ¿qué persona adinerada aceptaría (sin un beneficio claro de por medio) cambiar de lugar con alguien viviendo en la miseria? Si para la sociedad moderna todo lo que importa en la vida es el dinero, ¿tienen precio la vida, la felicidad o la autorrealización?

Ficha técnica: De mendigo a millonario - Trading Places

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