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Pandemia

Eduardo Sepúlveda
Eduardo Sepúlveda

                                                                                                                                                                         domingo 15 de marzo, de 2020

El camino es el mismo de siempre. Poco antes de las 5:00 de la tarde, se ve llegar al autobús que transporta al equipo de casa al escenario de sus mil batallas. Hoy no hay gritos en la tribuna. No hay complicaciones para hacer el arribo. No hay vendedores. No hay color… casi casi no hay vida; es el desierto, solo el viento sopla y eso, sin mucha fuerza.  

Por primera vez, en el estadio Corona del TSM, se juega un partido oficial del Santos Laguna sin la presencia de su afición. Una playera gigante, réplica del uniforme, adorna la tribuna oriente. Y nada más.

No se trata de un veto o una situación en la que tenga que ver el club o sus aficionados; el motivo es una contingencia sanitaria. El famoso #coronavirus ha hecho que los estadios de México cierren sus puertas al público, pronto lo harán incluso a sus protagonistas.

En la cancha, los equipos comienzan a reconocer el terreno. Se escucha música a través del sonido local, sin mayor sentido. Los camarógrafos toman sus posiciones y en los palcos de prensa, los comunicadores hacen lo propio. Los pasillos están solos.

Salen los equipos enfundados en sus colores tradicionales, sin el tradicional colorido en la tribuna. No hay himno, la música se apagó. El juego comienza con un claro y sonoro golpe al balón.

Y así se van las acciones, de un lado a otro, entre los gritos de los jugadores que no siempre se hacen escuchar para los que ajenos estamos al campo. Y cada golpe a la pelota nos recuerda de qué se trata este deporte.

Caen los goles y pocos gritan. En la cancha, apenas celebran. Gritan más en los palcos, las delegaciones de cada equipo. Gritan más algunos comunicadores. ¡Qué triste es un estadio sin su gente! Parece como un interescuadras, una práctica cualquiera. Nadie bebe cerveza.

La noche llega, puntual como es su costumbre. El estacionamiento está casi vacío, será sencillo salir hoy del inmueble. Nadie bebe tampoco en los alrededores. No hay tránsitos, ni las clásicas “camineras”. Solo un lonchero despistado hizo guardia afuera del estadio para esperar a sus comensales. Pero no llegaron y se tuvo que retirar temprano. 

Nadie dijo hoy en el estadio cuál fue la asistencia. Porque el contagioso virus nos aísla poco a poco, ojalá pase pronto. Que el campo se alimenta de agua y del aliento del número 12, el fiel seguidor que no abandona.

Afuera hay solo soledad. Noche. Aire casi fresco. Y un dejo de nostalgia, porque las mejores jornadas futboleras requieren de alguien con quien compartir... y celebrar.

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