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La Bruja

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Las brujas son seres con poderes mágicos que practican la hechicería. Se les asocia con el Diablo, o con Satán, del que se supone obtienen sus habilidades sobrenaturales, por lo que son catalogadas como mujeres malvadas. Su aspecto e imagen varía de una cultura o folklore a otro y en tiempos pasados, ciertos círculos sociales estaban muy seguros que las brujas eran reales y se les detestaba por considerarse mujeres de mal augurio, en el sentido de que si tenían un pacto con el Diablo, ellas mismas eran pura maldad. Específicamente en Nueva Inglaterra, una de las colonias británicas en Estados Unidos, en el siglo XVII, la idea de brujería estaba muy arraigada y pesaba porque su existencia, y lo que representaban, amenazaba las creencias y tradiciones de la religión puritana cristiana, traída del viejo al nuevo mundo.

¿Existen o existieron las brujas?, ¿fueron las responsables de todos los males que les sucedían a las personas en aquella época? Mucha gente pensaba que sí, porque eso era lo que la fe que se profesaba en ese entonces dictaba; creer lo contrario era motivo de rechazo y persecución, pues al que dudaba o cuestionaba las leyes, se le señalaba como pecador y por tanto debía ser castigado. La acusación de brujería además, fue impulsada por las autoridades religiosas y después también por las civiles con el aparente propósito de purificar las almas y sancionar a quienes actuaban en contra de las creencias de fe, aunque en realidad sirvió como instrumento para perseguir a disidentes ideológicos y políticos.

Alrededor de estas ideas se entreteje la película La Bruja (EUA-Canadá, 2015), escrita y dirigida por Robert Eggers y protagonizada por Anya Taylor-Joy, Ralph Ineson, Kate Dickie y Harvey Scrimshaw. La historia gira en torno a una familia exiliada de la comunidad en que vivían, por no coincidir con sus leyes, es decir, una acción absolutamente discriminatoria para excluir a disidentes. Buscando sobrevivir y prosperar por sí solos, se instalan cerca de un bosque, renegando del trato que recibieron, pero manteniéndose fieles, o intentándolo, a las creencias religiosas que habían aprendido, en las que creían y practican.

La familia está conformada por Katherine y William, la hija mayor Thomasin, su hermano menor Caleb, los gemelos Marcy y Jonas, y el bebé recién nacido, Samuel. Mientras que el padre se dedica a la cosecha y a enseñar a su hijo mayor, como el otro hombre de la casa, lo básico para guiar el rumbo en caso de faltar él, incluido aprender a cazar, Katherine se dedica a ordenar a Thomasin qué hacer, quien como la mayor de los hermanos, y mujer, queda a cargo de todas las responsabilidades y labores domésticas, desde preparar la comida hasta limpiar, cuidar a los niños más chicos o arreglar el granero.

Un día, mientras Thomasin cuida a Samuel, el bebé es robado por una presencia que la chica nunca ve. Su padre piensa que un lobo pudo habérselo llevado y considera que por tanto el niño ya está muerto, pero Katherine asume por inercia fatalista y negativa que la realidad es un ‘castigo divino’, producto de su actuar pecador, ya sea porque Samuel no ha sido bautizado, a raíz del exilio, o porque renegar de las reglas de la comunidad y huir para subsistir por sí solos, a los ojos de la iglesia, es una falta que directamente arremete contra la comunidad, la fe y su dios.

“Piensas como una niña”, le dice William a Katherine, cuando ella sugiere que una bruja se llevó a Samuel. Lo que William infiere es que ella piensa de forma inocente e irracional, pues la idea de magia como responsable de lo que sucede implica una falta de madurez mental. Katherine, no obstante, no puede pensar más allá, porque nadie le ha enseñado cómo hacerlo, cómo deducir, analizar, observar o razonar. Si de verdad ella cree que una bruja pudo haberse llevado a Samuel, que es lo que los gemelos, unos niños, también repiten, es porque estas son las ideas que permean en su contexto. Para Katherine es más fácil creer en un cuento que oye repetir, validado por su religión, para explicar a través de él lo sucedido, que buscar otro tipo de respuestas. Los aldeanos de esta historia no cuestionan, sino que aceptan, acatan las creencias comunes porque no tienen formación cultural que los oriente a buscar explicaciones racionales.

Tras este incidente, Thomasin se ve rechazada por su madre y se vuelve víctima de otras acusaciones y represalias, la mayoría sin fundamento, pero que suceden porque al ser responsable del orden y cuidado de todo, y todos, en la casa, es sobre ella en quien cae la culpa cuando algo no sale bien. Además, sus padres quieren enviarla a servir a otra familia, para conseguir dinero, que buena falta les hace, pues la cosecha no prospera y no tienen suficientes reservas de comida para sobrevivir el invierno. Caleb se pierde el bosque y la culpan a ella porque lo acompañaba, en un viaje que fue idea de él y cuyo resultado responde a la curiosidad impulsiva del chico. Katherine también la hace responsable de una copa perdida, cuando en realidad el padre la vendió para comprar trampas para cazar en el bosque; y sus hermanos menores la acusan de bruja luego de que ella, jugando, les dijera que los iba a hechizar. Todo en conjunto la aísla, la separa, la condena por una serie de eventos malinterpretados, de los que Thomasin realmente no tiene la culpa.

La joven es víctima de desesperación y de desdicha, pues su familia sólo culpa, fruto de una ideología estricta, puritana, arraigada y ciega que, sin razonar, acusa por inercia; pero también producto de un temor irracional que no saben resolver, analizar o apaciguar. Thomasin misma no puede decir nada, porque, aunque cuestiona su entorno y su fe, en parte porque como joven adolescente está en la etapa de vida para hacerlo, su posición como hija no le permite enfrentarse a la autoridad, ya que eso es lo que marcan las reglas sociales, que no aceptan un desafío.

Las creencias e ideología determinan comportamientos y actitudes, dictan cómo las personas enfrentan al mundo y se relacionan con sus similares, o cómo las personas reaccionan ante distintas posturas de pensamiento, propias y ajenas. Si alguien no está a favor de una idea, tampoco significa que esté totalmente en contra, porque el mundo no puede ser radical. Los matices son los que hacen al humano precisamente humano. No respetar la creencia o la verdad del otro, abre paso a conflictos en las relaciones sociales, pues crea prejuicios y enfrentamientos que quiebran la convivencia.

Esto es lo que le pasa a la familia, un conflicto de perspectiva, entre ellos mismos y entre ellos con el resto de la colonia. La desconfianza y la falta de entendimiento que surgen en casa merman las relaciones y afectan la dinámica familiar, trayendo mentiras y desconfianza, resentimiento y duda. William nunca dice a Katherine que vendió la copa que busca, porque no quiere exponer su responsabilidad en el hecho, pero además, ello obliga también a Caleb a mentir a su madre con la intención de proteger al padre. Ni padre ni hijo, que saben la verdad, defienden a la inocente o aclaran la situación, porque parecen más interesados en velar por su propia gracia ante los ojos de Katherine, que aceptar su falta, generando un rencor cruel e innecesario entre la misma familia. Es entonces que las acusaciones de Mary y Jonas impactan, pese a que fingen, porque para ellos, como niños, todo es un juego. Culpando ‘inocentemente’ a Thomasin de ser bruja, o de ser la responsable de la enfermedad de Caleb, lo que consiguen es que sus palabras sean lo que Katherine quiere escuchar.

Todos ceden a sus emociones y miedos, a la fatalidad con la que ven el mundo desde que están solos. ¿Qué tanto ven lo que quieren ver, producto de esa desesperación, confusión y miedo?, ¿qué tanto ven la realidad de manera objetiva? Thomasin ayuda, acata, sigue órdenes e intenta ser útil para los demás, en cambio recibe marginación, rechazo y castigo, porque no importa lo que la hija es, sino lo que los demás asumen para limpiar sus propias culpas y debilidades. Se alimentan de supersticiones, de la opresión que dictan las reglas sociales de la época, segregando a Thomasin por ser aparentemente el eslabón más débil (los padres son la autoridad, Caleb es el hombre y los demás hermanos son sólo niños). ¿Quién es entonces Thomasin: la víctima, la débil, la presa o la bruja? ¿O la única en permitirse un poco de rectitud e inocencia? En un mundo en el que estas cualidades son pisoteadas y mal vistas, la posibilidad de que la natural rebeldía de la joven sea comprendida es casi imposible.

“Seguí los deseos de mi voluntad, no los del Espíritu Santo”, reza Thomasin en una plegaria que dice recién se han instalado fuera de la colonia. La frase indica que su mente, evidentemente no libre de culpa, se pregunta y descubre lo que significa libertad, voluntad y el atrevimiento a romper las reglas, quizá en parte por la rebeldía propia de su edad adolescente, que sus padres no entienden y por tanto castigan. Ella cuestiona su existencia y su fe; darse cuenta de esto y crecer más allá de las reglas básicas que le han enseñado es, por consiguiente, madurar. En el contexto de la época, no obstante, creer y razonar diferente, pensar en otras posibilidades de vida, de entendimiento, puede resultar en represalias, porque así era la sociedad conservadora de aquel entonces, estrictamente inflexible, que castiga al que se sale de la norma establecida. ¿Tiene Thomasin posibilidad de encontrar un camino en el que crezca más allá del encasillamiento en el que la sociedad pone a la mujer joven como ella? ¿Tiene en algún momento la posibilidad de romper el molde y cambiar? ¿Lo tienen sus padres y hermanos?

La familia comete el error de no darse cuenta que el exilio es aventurarse a una vida en solitario, que no podrán sobrevivir sin el apoyo de una comunidad que les provea de alimento, seguridad y orden, aunque no tienen alternativa, pues sus creencias y prácticas religiosas distintas a las de la comunidad es lo que motiva su expulsión. Caminan a ciegas, pero además lo hacen llenos de soberbia, orgullo, avaricia, ira y miedo (entre otros pecados), de los que todos (tal vez excepto Thomasin) son ejemplo. Katherine pensando en vender su copa o enviar lejos a su hija, para ganar dinero; Caleb en su despertar sexual, que vuelca sobre la única mujer joven cercana, su hermana; los gemelos, mintiendo y desobedeciendo por diversión; o William, que elige llevarse a su familia lejos antes que aceptar su equivocación; antes de aceptar ser marcados como desobedientes, prefiere el exilio a la aceptación de sus errores. William plantea que mudarse al ‘nuevo mundo’ desde Inglaterra fue buscar una segunda oportunidad, un cambio. Pero, ¿cómo empezar de nuevo cuando se cometen las mismas equivocaciones?

Estas personas viven en una oscuridad metafórica, consolidada porque les han condicionado a seguir a la autoridad y temen salirse de lo establecido. ¿Quién aprovecha esta incertidumbre y desconfianza? Es el Diablo el que lo hace en la historia, que engaña con espejismos, corrompe y maldice, pero el demonio bien puede representar la decadencia y miseria humana en sí misma, y ser una metáfora de todo lo malo que hay en el hombre, cuando vive en un mundo que no entiende. Es la expresión de la profunda enajenación mental que provoca la reproducción de supersticiones, de ideas irracionales basadas en el pensamiento mágico.

Thomasín vive en carne propia lo que significa entrar a un mundo de resentimiento y castigo, donde las calumnias pueden destruir por el simple hecho de expresarse. Ella experimenta lo que es tener que vivir en un mundo que margina, discrimina y castiga por el simple hecho de ser una mujer, sola y aislada. No encuentra apoyo de sus padres y hermanos, pero tampoco recibe sustento de la sociedad en la que vive, cuyos lineamientos y reglas le dicen que no está más que para servir a los demás, sin tener voz ni voto. La realidad de Thomasin no dista mucho de la realidad que viven muchas personas en la actualidad, acusadas, rechazadas, castigadas y segregadas, porque la comunidad en la que existen las señala por ignorancia. Personas que por ser mujeres o por estar solas, o por no cubrir con las expectativas de su contexto, son rechazadas. Personas que se vuelven víctimas de las reglas sociales establecidas, que no tienen ni el derecho ni la oportunidad de cuestionar, retar o contradecir, sin ser castigadas por hacerlo.

La frase ‘nada es lo que parece’ habla de incertidumbre e interpretación, de un mundo que no gira en absolutos, porque la escala de grises es donde el humano realmente se mueve. Las cosas no deben asumirse por inercia, sino investigarse antes de interpretarse. Más importante, la frase habla de que cada mente interpreta de manera distinta la realidad y, por tanto, lo que para uno es absolutamente cierto, para alguien más puede ser todo lo contrario. Si nada es lo que parece, ¿por qué asumir que sí? o ¿por qué creer tan ciegamente en algo, si cuestionarlo es la parte más importante para aprender, madurar y evolucionar?

Ficha técnica: La Bruja - The Witch: A New-England Folktale

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