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El Discípulo

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Si engañar significa que hay una falta de verdad en algo, implica mentira y falsedad; información quizá en algún grado verdadera, pero que ha sido tergiversada, acomodada de tal manera que diga algo no cien por ciento certero, sólo lo suficiente para, por ejemplo, manipular la situación, obtener un beneficio, sacar ventaja. El engaño socava la confianza y construye relaciones destructivas. No obstante, en la sociedad el engaño ha sido la esencia de estrategias de guerra, de campañas mercadotécnicas, de relaciones diplomáticas y, desde luego, es la base de las tareas de espionaje o “inteligencia” política, como se define a esas acciones encaminadas a saber el comportamiento de aquellas personas, grupos o países a los que se considere enemigos.

¿Qué, en quién, cuándo creer y cuándo no creer en la información que circula, o que se escucha, si la persona, como individuo, en una sociedad en que mentir y engañar es un común cotidiano, está predispuesta a no confiar? El predicamento alrededor de la cuestión es la idea constante en la película El Discípulo (EUA, 203), escrita por Roger Towne, Kurt Wimmer y Mitch Glazer, dirigida por Roger Donaldson y protagonizada por Al Pacino, Colin Farrell, Bridget Moynahan y Gabriel Macht.

James Clayton es un programador informático reclutado por el agente Walter Burke para unirse a un programa de entrenamiento para la CIA, la agencia de inteligencia de Estados Unidos. “Lo que ves, lo que oyes. Nada es lo que parece”, les dice Burke a los reclutas una vez iniciado el entrenamiento, que se basa en, en efecto, un proceso para convertirlos en los ‘mejores espías’: aprender a engañar, manipular, convencer, desconfiar y anticiparse a lo que pueda usar el otro en su contra, según un perfil de habilidades y debilidades.

El mismo juego de engaños se practica sobre ellos, con dinámicas que propician la desconfianza, incluyendo el cómo infundirla, presionándolos hasta un punto límite que los lleve a darse cuenta que, si nada es real, en un mundo donde las percepciones lo son todo, la clave es la habilidad para engañar y convencer con sutileza con base en apariencias, pero, al mismo tiempo, no dejarse atrapar en las redes entretejidas sobre la misma estrategia. No obstante, la lección implica pisotear ciertos valores sociales y morales.

Espiar es conseguir información secreta; mientras que el espía es ese alguien que para lograrlo observa y reúne información en secreto, reportando sus hallazgos a las fuerzas superiores que entran en juego en los intereses que se barajean dentro de la ecuación.

La capacidad para detectar debilidades y fortalezas, para aminorar las primeras y sostenerse en las segundas, o para convertir las primeras en las segundas, implica un trabajo ya en sí de engaño y explotación, que se sostiene en mentiras para obtener resultados. Un ejercicio durante el entrenamiento, por ejemplo, pide a los reclutas encontrar a una persona en un bar dispuesta a pasar la noche con ellos. Dado que para James su debilidad es Layla, otra joven en entrenamiento de quien se está enamorando, la misión de ella es evitar que él complete su misión, algo que logra engañándolo, diciéndole que necesita ayuda y compañía porque la han sacado del programa. James cede, queriendo ayudarla, poniendo sus sentimientos y emociones por encima de su misión, resultando en no sólo fallar la prueba, sino demostrar con ello la forma como es posible explotar al otro a través de su punto débil; en este caso él, a través de sus sentimientos hacia Layla.

Es por medio de dinámicas como éstas, de choque y confrontación, que la CIA haya el camino para cansarlos, física, pero sobre todo emocionalmente, y jugar con su mente hasta hacerlos perder hasta el sentido común. Escucha a la voz en tu interior, le dice Walter a James, un consejo que entonces el segundo parece echar en saco roto.

“Durante los próximos meses vamos a enseñarles cómo engañar, desempeñar papeles y evaluar, vender y explotar psicológicamente”, les dicen a los reclutas el primer día que llegan a la CIA, al programa conocido como La Granja. Así pues, además de aprender a pelear, desmontar armas o explotar bombas, los reclutas también repasan estrategias para debilitar al otro.

Una vía para demostrarlo sucede durante un ejercicio de interrogatorio, que consiste en más que sólo hacer preguntas y esperar a que el detector de mentiras dé resultados. El interrogador también debe saber cómo acercarse el entrevistado, para hacerle hablar y responder lo que ellos necesitan que el otro confiese. James cuestiona a Layla, por órdenes de Walter, y aprovecha para cuestionarla sobre si ella considera que sus interacciones hasta ahora denotan verdadera empatía entre ellos o son sólo otra estrategia para meterse en su cabeza.

El ejercicio, más allá del drama entre ellos dos, expone una lección propia de la estrategia del engaño: el trabajo es dar resultados, no importa cómo se llegue a esos resultados. Con la misión por delante y la ética convertida en un punto distante y borroso, porque ese es el trabajo para el que están siendo entrenados, conseguir información cueste lo que cueste, James es empujado a dudar si está en una posición para la que quizá no está calificado. ¿Cuál es su incentivo y cuáles sus fortalezas? ¿Cómo descubrir que están jugando con sus debilidades, cuando ni él se ha dado cuenta de cuáles son estas debilidades? Esto es sin duda la parte esencial de cualquier proceso de aprendizaje, conocerse a uno mismo, valorar el evolucionar propio en la construcción de la identidad, conformar la ética con la que la persona se siente identificado, percibir sentimientos hacia otros y manejar emociones en las relaciones sociales en la que se encuentra uno inmerso. Justo el problema que enfrenta el discípulo, es que no sabe cómo responder ante los acontecimientos y duda de sus capacidades y decisiones.

James es una persona emocional, que no siempre se rige por la lógica, sino la impulsividad, punto débil que cualquiera puede explotar si sabe cómo maniobrar esa información con sutileza, para engañar, para inducir su comportamiento. Eventualmente Walter lo pone en práctica presionando el deseo de James de probar su valía.

Una vez que es expulsado del programa, tras quebrarse durante un último ejercicio que pensó sucedía en la vida real, el secuestro de Layla, Walter se acerca a James diciéndole que su despido es sólo una tapadera para convertirlo en el espía especial del equipo y que debe descubrir a un doble agente: Layla. Walter hace un trabajo de convencimiento basándose en una falsa empatía con James, dándole un incentivo (le promete revelarle información sobre su padre, de quien James cree trabajó también para la CIA), para que acepte. El todo es una mentira, apariencias y desinformación, orquestado por Walter sobre un agente que sabe manipulable: James.

Walter juega a convertir al otro en su subordinado, porque James ya ha sido condicionado para seguir órdenes y creer que tiene el control, dudar de su propia iniciativa y especialmente desconfiar de las personas a su alrededor, sobre todo de los que participaron en el entrenamiento en La Granja, sus antiguos compañeros. Su deseo de ser el héroe, de complacer a sus superiores y de demostrar su valía, producto de sus fracasos durante el programa, que Walter se aseguró fomentar, son las razones que lo empujan a aceptar la misión, una lógica en que pone de nuevo sus emociones por sobre el razonamiento.

Layla no es una espía, sólo trabaja monitoreando los programas de seguridad interna de la CIA. James se da cuenta del juego engañoso de Walter y cómo lo ha estado utilizando todo este tiempo, para traicionar a la institución para la que trabajan y obtener beneficios personales. Cuando descubre esto, se da cuenta que él es el eslabón más débil y, por tanto, maleable, la victima propicia para manipular.

Quizá James es inteligente pero no siempre es competente. Es hábil, pero trabaja solo. Sabe resolver problemas, pero rara vez se detiene a reflexionar sobre el problema en sí. Quizá ha aprendido tan bien a desconfiar, producto de una historia de vida trágica que vivió incluso antes de conocer a Walter, que ya ni siquiera la voz dentro de su cabeza, su instinto, le parece confiable. ¿Tiene absoluta seguridad de lo que sucede? Nunca; pero quizá el espía nunca lo hace, nunca lo sabe porque nunca puede estar seguro de lo que es real, de qué es un engaño y qué usarán en su contra o puede usar a su favor y en contra del otro. ¿Por qué? Porque ese es el mundo en el que vive. Ahora, si este es el espía, una persona especialmente entrenada para engañar y desconfiar, ¿qué pasa con la persona promedio, en su realidad cotidiana? ¿Se encuentra el ciudadano indefenso ante la manipulación y el engaño que promueven los medios como mecanismo de mercado?

¿Cuál es la clave para saber que algo es verdadero y no un engaño? ¿Es posible saberlo o es natural, cual si fuera parte de la esencia del hombre, siempre dudar? No es malo cuestionar pero, ¿acaso hay un punto en el que se hace demasiado, en el que ya no se pregunta con el afán de conocer, de informarse, sino sólo de infundir dudas? La respuesta, pese a ser el traidor en la historia, la tiene efectivamente Walter cuando dice: “Escucha la voz en el interior de tu cabeza”.

Ficha técnica: El Discípulo - The Recruit

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