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Coincidencia matemática

Alfonso Villalva P.

Coincidencia matemática

 Alfonso Villalva P.

Alguna de esas tardes lluviosas en las que prefieres quedarte atrapado en la mesa que sea de un café urbano cualquiera, ante la ominosa disyuntiva de salir corriendo por las calles y empaparte de pies a cabeza. Alguna de esas tardes, te decía, me enfrasqué en una memorable discusión (no por memorable dejaba de ser bizantina) de la hipotética vida que tendríamos si alguna vez no hubiésemos torcido la balanza del control de la humanidad al género masculino.

Mi interlocutora era una de esas mujeres a las que les brillan los ojos con la potencia eléctrica de una mente brillante y equilibrada. Sí, charla de construcción de análisis de todo y de potenciales contenidos literarios. Pero, sobre todo, charla de imaginar realidades alternativas.

Y sí, a sorbos indiscriminados de varias tazas de expreso fabricado con café de Veracruz, aniquilábamos en el extremo absurdo la cuestión, con el ejercicio simplista y exagerado de observar a nuestro alrededor las manifestaciones de Ishtar Ninsuna, Aurora, Asera, Astarté, Turan, Afrodita, Venus, Cuatlicue, Tonantzin...

Esa "V" o ángulo agudo en posición vertical que legendariamente representa de manera criptográfica el origen, el vientre natural del que todos descendemos y cobramos vida para pulular y oficiar de terrícolas. Lo que para algunos es la Madre Tierra, para otros la bóveda celestial, el Santo Grial...

Por todos lados existe. A donde voltees. Y claro que también puede ser un accidente geométrico o una coincidencia matemática, pero ¿una "V" como símbolo antiquísimo del útero? ¿Del origen de la vida? ¿De la feminidad? Claro está que en el tono de aquella conversación parecía más una impresión latente de lo que en realidad somos y algún día dejamos de ser, o dejamos de reconocer. Una aplicación amateur y citadina de la semiología.

Y es que la lógica de la explicación es incontestable. Dejando de lado cuestiones teológicas o espirituales. Tú dime, analiza por tu cuenta, mientras sorbes tu café, tu té, o lo que sea que acostumbres beber por las tardes con tranquilidad.

Quien haya visto la fuerza incontenible que una mujer genera en el momento de parir, esa capacidad de asimilación del dolor, de generosidad, de amor regalado, lágrimas saladas que funden alegría y sufrimiento y asertividad para tomar las riendas del proyecto nuevo que nace de sus propias entrañas. Quien haya visto sus facciones al llegar a la meta, al ganar una batalla, al consolidar un proyecto, al encabezar una iniciativa, al arengar con sus convicciones, al tocar una vida...

Por distintas razones y muy variadas manifestaciones de la ambición humana, somos el producto de la acción planeada para dejarle al hombre la conducción hegemónica de nuestros destinos. Así, con mucho monopolio, con una visión plana, bidimensional de nuestro desarrollo.

Conforme el planeta se puebla con un número inimaginable de personas, conforme nos afianzamos en vivir en la era digital, conforme la aventura de vivir o al menos gravitar por el mundo se hace más sofisticada, queda más en claro el craso error de llevar al extremo la falsa lucha entre géneros.

Más allá de lo inaceptable que resulta relegar y desplazar a la mujer de todas y cada una de las manifestaciones humanas de existencia y civilización, más allá de la injusticia que la representa y de la grosera negación unilateral de su desarrollo, la única conclusión a la que llegamos en esa tarde lluviosa de café mi interlocutora y yo, es que hemos confeccionado por cientos de años una de las más absurdas maneras de limitar nuestra evolución; que hemos perdido oportunidades de oro y muchísimo de nuestro potencial, al haber traicionado nuestra inteligencia y no haber sabido combinar de manera equitativa y virtuosa todo lo que puede dar la acción armónicamente combinada de hombre y mujer. Vaya una especie de sincretismo de géneros que pudiera cambiar al mundo para siempre. Pues eso...

Twitter @avillalva_

Facebook: Alfonso Villalva P.

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