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Boiler Room

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Un fraude es un engaño que significa ir en contra de la verdad, de las reglas o el orden establecido para actuar de manera contraria, incumpliendo esos lineamientos, rodeándolos o rompiéndolos. Cuando esto toma lugar en negocios financieros, se trata más que de la pérdida de una persona convertida en la ganancia de otra; es, en todo caso, una burla a la legalidad, un deliberado intento para aprovechar las fallas del sistema en su beneficio personal, en este escenario capitalista, que funciona sólo a favor de un puñado de individuos que encuentra la manera de sacar (aún más) provecho de ello. Así lo experimenta Seth Davis, el protagonista de Boiler Room (EUA, 2000), una película escrita y dirigida por Ben Younger y protagonizada por Giovanni Ribisi, Vin Diesel, Nia Long, Nicky Katt, Scott Caan, Ben Affleck y Tom Everett Scott.

La historia trata de un joven, Davis, quien dirige un casino clandestino en Queens, Nueva York, y que es invitado a trabajar en una firma de corredores de bolsa que promete a sus empleados hacerlos millonarios y exitosos en poco tiempo. Lo que les piden a cambio es sobresalir en su labor, es decir, vender acciones lo más y más rápido posible a la persona al otro lado del teléfono.

La habilidad de aprendizaje y adaptación en este chico, más su capacidad para entender las reglas del juego y reaccionar conforme a ellas, lo van haciendo subir peldaños rápidamente, para pesar de su jefe de equipo inmediato, que fue quien lo invitó a trabajar en esta empresa. Ese éxito súbito, sin embargo, obliga a Davis a cuestionarse la dinámica del panorama que le rodea: ¿cómo es que una empresa desconocida, que no tiene ni oficinas en el distrito financiero en Wall Street, centro de negocios oficial en la zona, puede darse el lujo de ganar tanto dinero y tener un modelo de negocios incluso más funcional que el resto de las firmas establecidas? La respuesta es sencilla, un engaño que se sustenta en mantener cautivos a sus trabajadores dándoles lo que piden: dinero.

La empresa, por ejemplo, sólo contrata a jóvenes ávidos de experiencia y éxito inmediato, para así, proveyéndoles con lo que buscan, la salida más rápida bajo una ley del menor esfuerzo, mantenerlos controlados, evitar que hagan preguntas y, especialmente, asegurar que su sentido de conciencia, curiosidad e interés por conocer y a largo plazo crecer en su ambiente laboral, se vea sustituido por la maravilla momentánea del dinero, los lujos y la vida sin complicaciones. Buscan a jóvenes maleables que elijan la ganancia inmediata, no la administración de su dinero, alimentando su ego para mantenerlos en operación en busca de ganancia fácil pero ignorantes del sentido real del negocio, es decir, hacen el trabajo sucio que mantiene el fraude a flote.

En esa posición se encuentra la mayoría de los compañeros de Davis, sedientos por poseer autos lujosos, trajes de marca y la posibilidad de gastar y presumir de su economía exitosa por sobre el resto de quienes saben son sus similares y que, en ese mismo momento de su vida, aún se encuentran escalando y aprendiendo en los puestos más básicos de entrenamiento y formación laboral. Davis razona que él y el resto de sus compañeros lo ven y viven de esta forma porque así es como la sociedad les ha enseñado a ser, porque así se les valora como personas, midiendo el éxito y el reconocimiento social bajo esos parámetros, porque son su única referencia como indicadores de capacidad, parámetros que aprenden, por ejemplo, de las películas, los medios de comunicación, los concursos y competencias omnipresentes en todos los rubros de actividad humana (deportes, artes, política, formación escolar, religiones incluso), y por el constante enaltecer de las personalidades en el ojo público, o a través de la publicidad y mercadotecnia que vende productos innecesarios en atención a deseos inculcados en forma artificial para incrementar el consumo de bienes o servicios.

Davis destaca entre el resto de los vendedores porque se interesa por entender el mundo al que entra, para así poder desempeñarse mejor en lo que hace, como lo demuestra con su casino, por ejemplo, negocio ilegal pero eficiente, del que consigue dinero de una forma organizada, meticulosa, programada al saber acomodar las piezas que ponen en marcha acciones a su favor (sus clientes son los propios universitarios que viven en su mismo barrio). Estando en la nueva empresa, ese interés por hacer las cosas bien, con calidad y eficiencia, se expresa igual, es decir, provoca en él iniciativas por preguntar, conocer e indagar, lo que termina dándole una comprensión real y objetiva de lo que sucede, esto es, que el dueño de la empresa maneja un negocio fraudulento.

Lo que Davis descubre es que los jóvenes que reclutan y entrenan como agentes de ventas ofrecen a las personas a las que llaman por teléfono acciones inexistentes, y/o que ya no valen nada, o que simplemente están a la baja. El dinero que pagan las personas comunes y corrientes a las que llaman se lo quedan ellos, o mejor dicho el dueño, que proporciona una parte mínima de la ganancia a sus empleados, y quien, además, gana dinero extra porque las acciones que se venden son suyas. “Depende de nosotros para literalmente crear el mercado para él”, explica Davis, haciendo notar que el valor de las acciones al momento de la venta sube porque todos sus compañeros están moviéndolas en el mercado con sus propias llamadas telefónicas, pero, pasado ese periodo, como nadie más hace compra-venta de ellas, finalmente caen, dejando a los compradores o clientes de la firma con nada más que la pérdida de su dinero.

Se trata de algo así como una ‘demanda artificial’ que, sin un verdadero eco de interés financiero, termina por desplomarse. Se trata, finalmente, de un espejismo pasajero, una ilusión de algo que no es, que no existe, pero que pasa el suficiente tiempo en el mercado pareciendo algo más, aparentando ser lucrativo, lo suficiente como para engañar al otro. Entenderlo, para Davis, es una llamada a su consciencia ética, que remuerde su sentimiento de culpa sabiéndose responsable de la bancarrota de personas no necesariamente ricas, a las que llamó pidiendo su confianza, ofreciéndoles beneficios, engañándolas para confiar en algo que no existe.

“Actúa como si”, les dice el capacitador de la firma a los empleados; una idea que se convierte en motor de dinámica dentro de la compañía. Él se los dice respecto a su aspecto físico, la ropa que llevan, cómo hablan y cómo actúan, pero la recomendación se repite al momento que realizan llamadas de venta, donde los incita a decir mentiras como táctica de convencimiento. Por ejemplo, si hablan con un padre de familia, ellos mismos deben inventar que tienen también familia, para lograr a través de ello una conexión empática; o se dicen alguien con un puesto clave dentro de la compañía para asegurar que depositen confianza en su palabra, o aseguran que las acciones del producto que venden son algo que no son y prometen el éxito de un producto que no conocen y que a veces ni siquiera existe (algo que, además, muchas veces ellos mismos no saben), todo con tal de vender. Se trata de un discurso de falsedad más que de persuasión, de mentira más que de convencimiento, de engaño deliberado, en suma, de fraude.

Vender a toda costa es lo que les enseñan a estas personas, engañar y elegir la apariencia por sobre la realidad, porque en la sociedad del inmediato, del mundo líquido y volátil en dónde todo se desvanece en el acto, no se aprende a medir consecuencias, no se piensa en el mediano plazo, sino en la imagen, en lo aparente, en lo del momento, lo instantáneo. Esta realidad es la que propicia el fraude, porque los implicados parecen elegir voltear la cara al problema mientras no les afecte a ellos. Davis pelea consigo mismo, intentando convencerse que saber la verdad no lo compromete, o no le compete, porque técnicamente él no está haciendo nada malo, porque estrictamente sólo está haciendo lo que le dijeron, cumplir órdenes. La lucha interna que vive es parte de su compromiso social y moral con el mundo que le rodea, y consigo mismo, que no elige responder sino hasta que el resultado absorbe directamente sus intereses y envuelve a sus allegados.

Corregir el error no es tan fácil como propiciarlo, pero hacer lo correcto es, por lo menos, elegir aceptar haber tomado una decisión incorrecta. El todo en este negocio es una apuesta, donde algunos ganan y otros pierden, pero, ¿qué tan alejado está esto de la forma como el resto de las empresas del mismo ramo operan en el marco legal de lo que hacen? ¿Quién apostaría a una inversión en acciones que pueden elevarse o desplomarse de la noche a la mañana? Mucha gente, aparentemente, tal es la esencia del sistema que se mueve alrededor del capital financiero en la mayoría del mundo actual.

Ficha técnica: Boiler Room

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