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Constancia de Mayoría

Alfonso Villalva P.

Constancia de Mayoría

Alfonso Villalva P.

Ustedes sabrán disculpar, señores, pero en esta ocasión no les traje ningún informe, ningún reporte, ninguna tarjeta informativa, ninguna otra promesa por cumplir. No. Esta vez no cuento con cifras grandilocuentes de imposible comprobación que permitan llenar el espacio y el tiempo que cada seis años dedicamos a este rito bizantino de la toma de posesión. Asumo la responsabilidad de cualquier inconveniente que pudiera causarles, pero decidí que los incansables escribanos y expertos en estadística alquimista del equipo de transición, deben dedicar sus energías a cualquier cosa, cualquiera, pero ya no más promesas.

Quise venir hoy sin ningún elemento que pudiera representar una provocación a ustedes, o más bien, a los ciudadanos que ustedes representan, que representamos, que les quede claro, representamos a todos, no solo a nuestros aduladores y a quienes votaron por nosotros. Representamos aquí los mejores intereses hasta de último habitante de nuestras tierras.

Vine solo, y ese hecho es, en sí mismo, particular y significativo. No pienso hacer alusiones a familiares míos, ni tampoco continuar con la tradición –que yo mismo llegué a aborrecer- de ocupar esta tribuna para el auto elogio, para hacer un recuento de lo que quisiera fueran mis triunfos incuestionables, irrebatibles. No pienso tolerar más la servil y vergonzante práctica de recibir aplausos de mis simpatizantes por cuestiones que son simplemente mi obligación o meramente su oportunidad de agradar; ni tampoco quiero ser más, el objeto de las injurias de mis adversarios quienes solamente ambicionan estar donde yo.

¡Esto se acabó! Hemos olvidado la razón por la que estamos aquí. Y les confieso que, para venir aquí, en vez de ensayar mi enfoque a cámara, de recibir sugerencias rigoristas respecto de mi vestuario y practicar los estribillos de rigor, dediqué algunas noches a leer nuestra constitución, los diarios de debates del Congreso que la creó originalmente, sí, el de 1857; y también de aquél que la modificó, adaptó, modernizó, en los años de 1916 y 1917. Me puse el traje que a mí me gusta, mi camisa favorita y decidí que todavía estamos a tiempo.

Llegué aquí con ustedes solamente con una copia de mi constancia de mayoría en el bolsillo, eso, y nada más. Ese documento que me entregaron después de las elecciones de julio y que me legitima históricamente para ser un líder inédito de mi Nación. Un Presidente popularmente electo y arraigado, un mexicano que se ganó la confianza de la mayoría para ejercer el mando después de tantos años de lucha. Un ciudadano que hoy debe rendir una protesta autentica ante el espíritu profundo de nuestra bandera tricolor.

Solamente eso quise traer aquí, mi constancia de mayoría, y comenzar mi discurso de toma de posesión aplicando los principios metodológicos de los curas que me formaron: con un acto de contricción. Sí, señores, con un mea culpa sonoro, directo y honesto; con la mirada puesta en los ojos morenos de mi Patria. Con un par -que vaya que lo tengo-, para comenzar así, porque antes de iniciar cualquier panegírico inútil respecto de mis éxitos -inexplicables para quien sigue en la miseria-, antes, es necesario que confiese ante los representantes de quienes me designaron, que sí, me he equivocado, confié demasiado en las febriles ideas de quienes no pueden ver más allá de los modelos confeccionados en el pasado y en los discursos prometedores vacíos de humanidad, en quienes no saben hacer las cuentas del presupuesto, en los que insultan regodeándose en un supuesto triunfo que en realidad es un mandato y una responsabilidad. Pero no, yo me hice candidato por convicción, para contribuir a la grandeza de México. Mis intenciones siguen siendo las mismas: hacer que las cosas cambien por el bien común.

Mi discurso…, así decidí hacerlo. Porque este mea culpa del día de hoy, tiene que ser mi derecho de recuperar mi momento, tiene que ser el acicate que con fundamento en el artículo ochenta y nueve constitucional, se le confiere al Presidente para tomar la rienda de la Nación, acortarla y empujar a un destino unívoco de progreso, diversidad de opinión, seguridad, libertad y respeto; de conciencia ciudadana y sustento ambiental. Es mi responsabilidad que no puedo eludir con subterfugios disfrazados de consultas mal hechas y desaseadas.

¡Se acabó! Tomo decididamente el mando y ejerzo mis facultades, con reformas estructurales o sin ellas, pues, a fin de cuentas, aun cuando estas no lleguen, tengo mucho por hacer, es hora de ordenarnos. Y se terminaron los discursos señores…, y la ley se aplica porque así lo determina mi mandato... Y se acabaron los líderes sindicales acomodaticios, y los chantajes, y las revanchas políticas que solamente redundan en inestabilidad social y financiera. Al que insulte, descalifique, divida y corrompa, le espera el fuego eterno de la pira de la proscripción política.

He invitado a los líderes de todas las fuerzas políticas de la Nación que me sustituirán en seis años precisamente, para gobernar juntos en un proyecto común, para encontrar la fórmula que sume todos los talentos nacionales, políticos, académicos o empresariales, que rebase las esferas del capricho y la ignorancia, y abandone de una buena vez el egocentrismo. Vamos a ofrecerles juntos a los ciudadanos una propuesta política conjunta a partir de este 2018 con herramientas filosóficas, científicas, jurídicas y sociales. Una visión de largo plazo que excluya las ocurrencias y las apetencias individuales, y que se sustente en un modelo de comunión ciudadana. Un modelo que impulse a nuestros niños de hoy a ser dueños de su futuro. El 2018 hará historia porque, de mi cuenta corre, que, para los ciudadanos, en las elecciones futuras, el dilema será elegir a quien tenga las mejores cualidades según su trayectoria, sin importar su partido, y no a quien haya salido mejor librado en la lucha sucia por el poder.

Mexicanos y mexicanas, he comprendido que es ocioso pretender gobernar igual que mis antecesores –todos-, pues nuestro país requiere que trabajemos primero en reconciliar nuestra identidad y reconocer juntos un destino común. El cambio no puede ser la alternancia en el poder de los partidos políticos, ni el incremento porcentual de entrega a campesinos de títulos de propiedad. El cambio, tiene que ser el establecimiento de un proyecto de largo plazo en el que todos nos convirtamos en coautores, tiene que ser la renovación de las instituciones –o su reinvención- para devolverles su credibilidad, la sistematización y creación de reglas claras y permanentes que rijan nuestra conducta en cualquier circunstancia, y el compromiso inequívoco de someternos a ellas.

Este no es un problema de nacionalizar o extranjerizar, no es un tema de ricos contra pobres. Es el momento de identificar lo más favorable para la Nación, sin falsos dogmas, con absoluta seriedad. Desde este momento me entregaré a la tarea de hablar con todos los demás de nuestras diferencias; los persuadiré para que nos sentemos en mi oficina a redactar, conciliar, negociar y concluir acuerdos que nos permitan coexistir. No dedicaré un minuto más a descalificar a nadie ni a anunciar con triunfalismo el producto del cumplimiento de mis obligaciones. ¡Vamos a hacerlo juntos! Vamos a crear las condiciones para que nuestros compatriotas ya no tengan que morir a manos de un pollero, para que nuestros ancianos reciban pensiones dignas, que nuestros campesinos no mueran de disentería, para que nuestros trabajadores alcancen un nivel de vida digno por su trabajo y no por la gracia de sus líderes. Para que nuestros empresarios creen riqueza y empleos, para que el erario sea garante de nuestra calidad de vida, no de fortunas malhabidas de políticos deleznables y sus descendencias. Vamos a incorporar a los indígenas de una buena vez, y a respetar todo lo hecho. Vamos a evitar que mueran más mujeres, vamos a darles a los hijos de todos nosotros, una oportunidad de progresar.

Aquí está mi constancia de mayoría. En realidad, es lo único que tengo. Quisiera ver que, en seis años, alguien más, quien sea, se ciña a ella y continúe con un rumbo que debe tener como denominador común lo que nos hace a todos precisamente mexicanos. Este es el inicio de una nueva oportunidad para que todos regresemos a casa, y que ¡por una maldita vez! De mil héroes la Patria aquí sea. Comienzo hoy y mirando fijamente a los ojos morenos de ella, nuestra Patria, me someto incondicionalmente, al juicio de la historia. Muchas gracias.

Twitter: @avillalva_

 Facebook: Alfonso Villalva P.

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