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Adivina quién viene a cenar

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Las personas se desenvuelven en función de su contexto social, de sus ingresos, cultura, educación, formas de esparcimiento y sobre todo por su ubicación en la estructura socioeconómica; las reglas establecidas, las leyes vigentes, los cánones aceptados, él común divulgado, la ética prevaleciente. Pero el mundo siempre estaría estático si estas normas sociales no se debatieran, si el hombre no se retara al cambio y a cuestionar la forma de organización social en la que vive. La sociedad siempre está en movimiento, en evolución.

Esta se vuelve una lección importante en la película Adivina quién viene a cenar (EUA, 1967), escrita por William Rose, dirigida por Stanley Kramer y protagonizada por Katharine Hepburn, Spencer Tracy, Sidney Poitier, Katharine Houghton, Cecil Kellaway, Beah Richards, Roy E. Glenn e Isabel Sanford. Ganó dos premios Oscar, mejor actriz principal para Hepburn y mejor guión original, además de recibir ocho nominaciones más, incluyendo mejor película y mejor director.

La historia trata de una joven proveniente de una familia adinerada, estadounidense, que lleva a casa de sus padres a su novio, un doctor de raza negra y mayor que ella, para que los conozca y se enteren de la relación afectiva que sostienen. La situación crea una dinámica que obliga a los involucrados, novios y padres de ambos, a valorar la situación a la que se enfrentan, especialmente debido a una postura social de racismo que aún imperaba entre la población de aquella época, a mediados del siglo XX, y que por cierto aún sobrevive en algunos núcleos sociales.

La película, cabe señalar, fue lanzada en un periodo en la que la discriminación racial en aquel país todavía era un tema que dividía ampliamente a la ciudadanía. Por una parte estaban las personas que apelaban por la equidad y la aceptación, que luchaban por el trato igualitario entre ciudadanos. Por otra parte estaban los grupos sociales más conservadores que no aceptaban una realidad de igualdad entre razas y, específicamente, rechazaban el matrimonio interracial, que fue prohibido por mucho tiempo en aquel país y aún era ilegal en varios estados para esos años, algo que cambió en junio de 1967, cuando la prohibición se volvió anticonstitucional.

Uno de los puntos de vista más interesantes respecto a esta disyuntiva de opiniones, que la película expone a través de sus personajes, proviene de Joanna Drayton, la hija de la familia. Para ella no existe ningún problema en su relación con John, un hombre viudo, catorce años mayor que ella y además de familia afroamericana. Mientras el común social ve en ellos a dos personas de razas diferentes, a punto de unirse en matrimonio y cambiar la dinámica social, Joanna ve a dos personas enamoradas, que no se limitan, ni limitan su relación, por prejuicios sociales o de raza. “No es sólo que nuestra diferencia de color no le importa. Es que parece no pensar que existe una diferencia”, dice John al padre de Joanna respecto a la forma de pensar de la joven.

El primer sobresalto de los padres de ella ni siquiera tiene que ver con una oposición a la relación como tal, sino que se sustenta en su preocupación respecto a la crítica social a la que se enfrentará la pareja, debido a un ambiente hostil en el que muchos consideran inconcebible una relación interracial, donde habrá gente que incluso se opondrá por completo a la idea o la enfrentará con suficiente recelo, sino es que con discriminación. El temor de los Drayton, específicamente del padre de Joanna, es que el matrimonio esté destinado al fracaso debido a que la presión social será tan intensa, intolerante, que obligará a los enamorados a, eventualmente, dimitir.

Joanna ve el amor, el presente, la felicidad del momento y la realidad de dicha que disfruta junto a su novio, pero los padres de la chica ven, antes que nada, las adversidades en el futuro al que se enfrentan, y se dan cuenta que esta decisión de vida los cambiará profunda y significativamente., no sólo a la pareja de enamorados, sino a sus respectivos padres y familiares, a sus amistades, a todo su círculo social. Su inquietud está justificada en ello, en entender que el mundo, aunque cambiante, tarda en adaptarse. Joanna no se guía por los prejuicios, ella acepta a las personas por quienes son, sin embargo, sus padres quieren estar seguros que ella entiende que no toda la gente, tal vez incluso hasta en su círculo más íntimo, pensará igual. Por tanto, el conflicto está latente.

La forma de pensar de la joven, sin embargo, liberal, moderna, abierta y amigable, es producto de su educación, o mejor dicho, de la educación que le proporcionaron sus propios padres. Así se los recuerda a los Drayton un amigo de la familia, un cura de la iglesia católica. Si la joven es capaz de ver y reconocer que a las personas se les debe juzgar por sus acciones, su forma de pensar, sus logros, anhelos o aspiraciones, o lo que es lo mismo, por quienes son como personas, sin importar su creencia religiosa, condición social o raza, es porque sus padres así le enseñaron a pensar. Son los valores familiares inculcados, pasando de una generación a otra, ratificados con el trato cotidiano en el seno de la familia. La pregunta es, insiste el cura, si los padres aún comparten esta opinión, o hasta qué grado, o si es que pueden aún defenderla, profesarla.

Cuando Joanna llega a casa con John, ella le asegura a él que no tiene nada de qué preocuparse, porque sus padres nunca podrían oponerse a la relación, dice ella, segura de que los conoce bien y sabe que ellos no caerían en un acto de discriminación como el que temen y que saben, porque muchos otros lo dejan ver con sus miradas juiciosas, inquisitivas, con las que se topa la pareja en varias ocasiones en diferentes puntos de la historia, desde el taxista que los recibe en el aeropuerto hasta la empleada a cargo de la galería que administra la madre de Joanna.

Para los padres de la chica, el verdadero reto es enfrentarse a sus propios principios, porque cuando conocen a John, sabiendo que es un doctor reconocido y educado, pero desconociendo su relación romántica con su hija, lo aceptan con los brazos abiertos. ¿Qué cambia de un momento a otro, ante la información de que el doctor es el novio de su hija? Nada, sigue siendo un médico reconocido, sigue siendo un hombre educado, sigue siendo una persona respetable. No se puede profesar ser de pensamiento libre y después actuar de manera completamente opuesta, pero tampoco se puede cambiar de opinión de manera arbitraria, según a la persona le conviene, porque eso es ser, más que indeciso, inseguro o injusto, déspota y antagónico. Y cambiar de opinión sin fundamentos es en efecto, un prejuicio, o lo que es lo mismo, juzgar de manera desfavorable al otro sin conocerlo completamente o a fondo. El problema, lo que cambia, es que la relación romántica ubica el conflicto interracial en la “sala de su casa”, por así decirlo. La teoría sobre los derechos humanos se transforma en un asunto práctico que incide en personalidad y contexto social inmediato.

Para los padres de John, sin embargo, quienes después llegan a la casa de los Drayton y que, además, también desconocían que la novia de su hijo no es de raza afroamericana como ellos, la situación es, en apariencia, un tanto diferente. Su temor hacia la relación tampoco es de discriminación, sino que está desdibujado ante el hecho de que los jóvenes se están poniendo en la mira de las clases conservadoras, incluso sabiendo por anticipado que serán juzgados y que su decisión de matrimonio los expondrá a una dura crítica de la sociedad, o de la mayoría de esta. En el fondo también el matrimonio interracial los transforma en sujetos directamente afectados en sus costumbres y en sus relaciones sociales.

La pregunta que la historia plantea a la audiencia es analizar si lo importante es razonar la situación de manera analítica, valorando todos los escenarios posibles en que puede desembocar el futuro de ambos como pareja o, si lo mejor es defender la relación por su realidad significativa, el lado emocional de la ecuación, el de dos personas que quieren estar juntas, sin importar lo que diga la gente que no los acepta como pareja. ¿Es que los padres sobre analizan la situación? O, por el contrario, ¿es que los hijos, y en especial Joanna, se dejan llevar por sus emociones y no analizan lo suficiente su realidad?

¿Qué es lo que, objetivamente, podría realmente sobresaltar a los grupos más conservadores de la sociedad estadounidense, la diferencia de edad, el hecho de que él sea viudo, que ambos decidieran casarse sólo después de 10 días de conocerse o que se trate de una relación interracial? En cuyo caso, ¿pueden ser todos estos motivos al mismo tiempo los que nublen su juicio, o es que una razón pesa más que otra, y si es el caso, por qué y cómo es que esto se decide, o determina?

No importa lo que suceda con Joanna y John, o lo que dicten sus padres, en su futuro siempre habrá personas que los descalificarán como pareja, que los menosprecie por violentar valores establecidos, o que los califique de inmaduros por dejarse llevar por la emotividad; en cualquier caso también existirán quienes se acerquen por curiosidad malsana, por solidaridad o por simple extrañeza. A ello se de una u otra forma, pues la gente, inevitable e inequívocamente, tendrá una opinión al respecto.

Cuando la madre de John se entera de que su hijo le dice al padre de Joanna que no se casará con la chica a menos que él y la madre de la joven otorguen absoluto consentimiento de la relación, la señora le dice al médico que hay un punto muy negativo en esta acción aparentemente noble y considerada. Si el padre de Joanna dijera que no aprueba el matrimonio, esto no sólo llevaría a un distanciamiento de la chica con su familia, sino que en el acto de colocar el poder de decisión sobre los hombros del padre, John está relegando la responsabilidad, su responsabilidad, porque, como le dice su madre, la forma como él mejor puede demostrar su amor por Joanna es peleando por ella y por la relación.

Luchar por lo que se cree, por lo valores con los que se crece, por el afecto de la persona a quien se ama no significa retar al otro, a quien piensa diferente, más bien significa reconocer que las personas pueden elegir una postura diferente. Y tal vez el objetivo final no es hacer cambiar al otro, sino cambiar uno mismo, algo que, eventualmente, es más importante y significativo para el propio ser. Se trata de comprender que en las relaciones sociales, incluso las de pareja, los afectos se encuentran permeados por el contexto socioeconómico, la cultura, las formas y costumbres de trato social y que, todas ellas, se encuentran en proceso constante de modificación, a ritmos distintos entre diferentes países, etnias y grupos sociales.

Ficha técnica: Guess Who's Coming to Dinner - Adivina quién viene a cenar

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