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César Garza
César Garza

                                                                                                      “La fotografía ayuda a las personas a ver”

                                                                                                                                          Berenice Abbott

 

                                                                                                           Para Juan José Romero y Javier Sarlo

 

   Llegas al Museo Arocena, hermosa tarde, nos juntamos alrededor de 30 personas bajo una convocatoria del maestro Miguel Espino, haremos una caminata por el centro de Torreón buscando lograr, con suerte, una buena fotografía. Observen, nos dice, busquen el detalle que vuelve a la foto interesante, diviértanse.

   Nos dispersamos por las calles de la ciudad observando, buscando la escena que nos deje satisfechos, que valga la tarde. Te gusta caminar, la tarea de observar el entorno es poco practicada, como la reflexión, muchos vamos por este mundo viendo solo lo necesario para llegar a nuestro destino, a nuestra meta; el observar conscientemente el camino es un ejercicio al que la caminata de hoy obliga, buscar el detalle, aprovechar la ocasión, el encuentro real con cada instante, veo, siento, pienso, disparo.

   ¿Cómo lograr algo interesante?, reflejando dualidades tal vez, alguna sorpresa, ironía, capturar algo que cuente una historia más allá del momento, que emocione. Camino, veo, siento, pienso, disparo.

   Disparas, una y otra vez, pretendes lograr encuadres definitivos a sabiendas que existen programas que nos pueden ayudar a limpiar imágenes, a redefinir composiciones, no te gusta revisar tus fotos en el momento, como antes, cuando la tecnología no brindaba esa posibilidad y no nos había robado la develación paulatina, la sorpresa, el descubrimiento, en fin, el romance ritual que se daba en el cuarto oscuro, el momento de la revelación, esa imagen lograda contra la que creíste haber capturado, esa, la que se desnuda frente a tus ojos en una palangana llena de un químico mágico y que terminarías por desechar en un cesto o guardarla en un recuerdo.

   Vas por la Juárez y te topas con un indigente, una persona que podrías haber sido tú, alguien a quien la locura le ha indefinido su edad, está sentado en la banqueta comiendo un trozo de pan; a su lado, un espacio de estacionamiento está reservado para autos de personas con capacidades diferentes, “Exclusivo”, reza el letrero a propósito del espacio, te detienes, buscas encuadrar esa palabra en el primer tercio de la composición  dejando para el último opuesto, equilibrando, al sujeto-objeto de tu interés, esperas a que vuelva el rostro solo un poco, oprimes el botón.

   Disfrutas estos encuentros con tu ciudad, con su gente, plasmar lo real de cada momento, en un cuadro limitado, acotado a dos dimensiones, buscando que las luces y sombras emulen el espacio, pretendiendo que alguna imagen tenga la fuerza necesaria para llevar al espectador más allá del marco, arrancándolo de un mundo asfixiado de imágenes, aunque sea por unos pocos segundos, los suficientes para generar alguna emoción que lo lleve, con suerte, a una reflexión, más allá del juicio técnico o estético.

   Sigues, algo llama tu atención en la esquina de Juárez y Falcón, la iglesia del Perpetuo Socorro te enfrenta, pero no es el edificio, hay una formación nubosa muy particular, parece una mano con el índice extendido, como aquella que pintó Miguel Ángel y que ha sido reproducida, apropiada e intervenida miles de veces, no puedes creer lo que ves, tienes tu foto, bajas la banqueta caminas dos o tres metros y esquivas un auto, te agachas y pones tu Nikon casi en el suelo en una toma inferior, buscando un efecto de grandeza en el templo, piensas, te acomodas un poco ajustando la toma para que el índice “toque” la segunda torre de la iglesia, estás excitado, nervioso, sabes que los momentos son efímeros, como la vida, la formación nubosa parece estar a punto de mutar, tu mano, la de Miguel Ángel comienza a desaparecer, enfocas la cruz en lo alto, un fuerte rechinido te vuelve al mundo, a este, al real, al de las costillas rotas, al de los pulmones colapsados, al de la falta de oxígeno mientras se acercan a ti tus amigos fotógrafos, gritando, levantas la mirada, la nube se ha ido.

                               

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