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Life: Vida Inteligente

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

La inteligencia, la capacidad de pensar, requiere habilidad, conocimiento, destreza, experiencia y lógica; no es sólo saber algo, es saber cómo utilizar esa información para resolver problemas y obstáculos, es imaginar, deducir e inducir a partir de lo conocido, de lo observado. La ignorancia es la falta de conocimientos, que no se limita a no tener cierta información, sino a su falta de entendimiento con razonamiento una vez que se adquiere, la ignorancia también se expresa en la incapacidad para relacionar y desprender conclusiones.

Ambos conceptos, información e inteligencia, se hacen importantes en la película Life: Vida Inteligente (EUA, 2017), dirigida por Daniel Espinosa, escrita por Paul Wernick y Rhett Reese, y protagonizada por Jake Gyllenhaal, Rebecca Ferguson, Ryan Reynolds, Hiroyuki Sanada, Olga Dihovichnaya y Ariyon Bakare.

En la historia, un equipo internacional de astronautas, instalados en la Estación Espacial Internacional, estudian unas muestras recuperadas del planeta Marte por una sonda. Su curiosidad científica y el impulso de adrenalina por saber encontrarse frente a uno de los descubrimientos más importantes de la historia, la prueba de la existencia de una forma de vida fuera de la Tierra, los lleva a no prever los riesgos de tratar con una especie viviente desconocida, a cometer errores, como creerse superiores ante un ser que desconocen y que toma ventaja sobre ellos gracias a una habilidad de supervivencia, inteligencia y adaptación más desarrollada que la de ellos.

Los científicos comienzan sus experimentos con base en el ensayo y el error, modificando los elementos de su ambiente, como el oxígeno o la temperatura, a fin de, eventualmente, dar con el contexto específico que le permita la vida a la célula. Pero una vez que lo logran, pareciera que su arrogancia los ciega y creyéndose dadores de vida, creadores, se asumen como superiores, menospreciando las capacidades del organismo. Lo ven como un ser inferior por su apariencia, creyendo, erróneamente, que pueden controlar y manipular su evolución vital dentro de un laboratorio [jaula-cárcel] , olvidando que como todo ser vivo su principal y prioritario instinto de supervivencia lo impulsará a buscar las condiciones para vivir en libertad, incluso si para lograrlo se torna hostil hacia quienes siente como sus agresores.

No lo conocen, no lo entienden, lo observan como un ser diminuto que pueden utilizar para sus experimentos, casi como un juguete sobre el cual podrán sentirse creadores condicionando su evolución o crecimiento, y eso es lo que los pone en desventaja. Cuando experimentan de nueva cuenta, una vez que el organismo se ha puesto en un aparente estado de hibernación, tras un supuesto accidente en el laboratorio, que cambió las condiciones del sistema de la caja donde está guardado este ser, los científicos deciden hacerlo reaccionar usando descargas eléctricas.

Su propósito es volver a despertar al organismo, pero esos son sus deseos personales, impulsivos, es pensar que un procedimiento común en nuestro mundo es aplicable, sin más, en otros contextos y frente a seres desconocidos. Para ellos, las descargas son un estímulo, pero nadie puede asegurar que el organismo no lo perciba como una forma de invasión de la que tiene que defenderse; tampoco se valora el efecto físico que tal descarga de energía pueda tener en el ser, el cómo afectará su crecimiento, resistencia y conformación orgánica. Así, cuando éste comienza a atacarlos, o a defenderse de lo que posiblemente percibe como agresión, entonces los humanos responden, pero, para defenderse, igualmente, también atacan, o contraatacan. El contacto se traduce en un enfrentamiento entre especies distintas que luchan cada una por sobrevivir. De acuerdo con Charles Darwin (1809-1882) se trata de la “supervivencia del más apto” o de la “supremacía del más fuerte”.

Se trata de una lucha de dos distintos instintos de supervivencia. Sin embargo, el organismo parece reaccionar con más lógica que el hombre. Querer quemar a la criatura con un soplete no es una decisión lógica de los astronautas, sino impulsiva, es defenderse en un momento de respuesta ante una agresión y frente a un ser que empiezan a considerar peligroso, pero sin pensar en las posibilidades de la situación, sus consecuencias o incluso su viabilidad.

Uno de los biólogos explica que la célula proveniente de Marte, no sólo se adapta fácilmente al entorno, sino que tiene la capacidad de ser todo ojos, cerebro y músculo al mismo tiempo, es decir, aprende de su entorno y crece conforme le es necesario y más conveniente.

Lo que pronto también descubren es que el ser actúa más bien como un parásito y, con tal de sobrevivir, porque necesita tanto oxígeno como alimento, el organismo se afianza a una entidad viva para que le sirva, de alguna manera, de huésped, del cual absorber lo que necesita hasta que ya no le sea útil, y entonces desecharlo.

“Su curiosidad le gana al miedo”, dice uno de los biólogos respecto a este organismo, pero lo mismo puede decirse de ellos mismos, pues proceden inicialmente bajo la misma iniciativa, la curiosidad. Ellos se mueven en función del momento, de la acción, improvisando y, por tanto, rompiendo el protocolo. La curiosidad en sí es simplemente querer aprender algo desconocido, la diferencia es que el organismo actúa con más ingenio y habilidad que los astronautas, incluso dentro de ese deseo de curiosidad.

La actitud impulsiva de los personajes es simple falta de cautela y reflexión. Los posibles escenarios están previstos y para ello existen los lineamientos del protocolo, que les dicen qué hacer en caso de contingencia, sin embargo, en el momento que esto sucede, esas directrices son llevadas a menos, olvidadas o relegadas a un segundo plano, porque ante la amenaza, el hombre reacciona en el momento en forma emocional, no con base en el razonamiento.

La doctora Miranda North, una de los astronautas de la agencia espacial, es la oficial de cuarentena del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades. Ha sido enviada para prevenir cualquier escenario hostil como el que se presenta y su prioridad es el resguardo de la seguridad, más que la de ellos, la de la raza humana. Su misión es, en caso de tratarse de un organismo que pone en peligro al hombre, asegurarse que éste no llegue a la Tierra.

Sus protocolos siguen una ruta para que esto sea cumplido, pero el protocolo no toma en cuenta el factor humano, la posibilidad de que alguien en la estación desee ayudar al organismo, le auxilie a sobrevivir o, en otro posible escenario, pelee él mismo por sobrevivir, no aceptando el sacrificio de su vida a cambio del resguardo de la especie humana.

El problema de los lineamientos de cualquier protocolo es que no pueden prevenir todas las variantes de la ecuación, en este caso, además del factor hombre o la no prevista gran capacidad de inteligencia y adaptabilidad del organismo, están las fallas mecánicas. En la estación los sistemas comienzan a fallar y las comunicaciones poco a poco se pierden, fallas posiblemente incluso provocadas por el organismo externo.

La estación se convierte en una especie de prisión para todos dentro, donde tanto organismo como astronautas ven al otro como el enemigo, el obstáculo hacia la supervivencia. La diferencia es, ¿cómo reaccionar? Hace falta inteligencia. El homo sapiens debería ser capaz de pensar cómo superar a otra especie, pero no lo sabe, porque se mueve en un ambiente natural que no es el suyo, porque depende de máquinas y robots que puede (y de hecho presentan) fallas que no controlan los astronautas y porque enfrenta a una especie que también lucha por sobrevivir, especie de la que literalmente desconoce todo.

El hombre está acostumbrado a sentirse el ser superior sobreviviente, por su historia, por sus capacidades y por su evolución, pero eso no significa que lo sea, sólo que él así lo cree. Su arrogancia o la arrogancia de los astronautas, junto con un grado de inexperiencia e ineptitud para enfrentar imprevistos, los lleva a creerse capaces de afrontar el reto, hasta que no lo logran.

Incluso se le da un nombre a la célula, Calvin, escogido ni siquiera por los astronautas, sino por el colectivo en la Tierra que vota a través de un concurso que se lleva a cabo. La ciencia convertida en espectáculo. Esta no es más que una respuesta directa para alimentar esa necesidad de encontrar respuestas a aquello que no se comprende o se desconoce, en este caso, la vida extraterrestre.

El hombre, en la cotidianeidad, experimenta, por ejemplo, con animales; en la película, experimenta con el organismo, lo pone a prueba y, en el proceso, pone a prueba su propia capacidad de inteligencia y creación. Pero éticamente, ¿tiene el ser humano el derecho a hacerlo? ¿Cómo avanzar, cómo inventar y cómo evolucionar si no se hiciera?, podría ser la respuesta más lógica. Las implicaciones éticas, en ambos, tiene su grado de sustento y razón, crítica y debate.

Qué es la inteligencia sino comprensión, imaginación, conocimiento, entendimiento, juicio y razón. ¿Es el ente que sobrevive el ser más inteligente o, sólo el depredador más astuto? En cualquier caso, sobrevive el que mejor se adapta, o, el más fuerte. Tal como lo enuncia Darwin en sus teorías.

Ficha técnica: Life: Vida Inteligente

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