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Legítimos agraviados

Alfonso Villalva P.

Legítimos agraviados

Alfonso Villalva P.

Hay pocas excepciones, sabrá Usted. Pero las hay, en este maremágnum de consignas, epítetos y asignación cínica de culpas ajenas en voz y en pluma de quienes solamente han sabido aprovechar cada una de esas excepciones legítimas, cada una de nuestras desgracias, cada uno de nuestros muertos y desaparecidos, para acrecentar su patrimonio, para tomar un nicho de poder, para arrebatar curules u oficinas públicas desde las que puedan continuar -disfrazados en ideologías falsas e intercambiables que enarbolan la bandera de defensa a los pobres, los ancianos, los hambrientos-, esa acción extractiva de la dignidad nacional.

Francamente lo que veo, leo, por todos los medios impresos y electrónicos, son arengas caudillistas trasnochadas que ganan adeptos ante la generalización, la adopción de datos falsos como dogma, la gran oportunidad de gritar fuerte para aliviar un poco la frustración que nos aqueja en este país que sigue sin comprender como construir acuerdos. Adeptos que toman por cierto cualquier dato, que suman a la falta de rigor la viralización mediática de sus propias asunciones, la posibilidad de sentirse menos inermes ante los abusos de quienes los arengan para seguirles explotando.

¡Destruir el establishment! ¡La anarquía! ¡Destruyamos la República! ¡Incendiemos las instituciones! La última vez que nos arrebatamos la Patria de esa manera, tuvimos una guerra civil que duró más de una década, desgració la economía, canceló al menos dos generaciones y produjo alrededor de un millón de muertos.

Pocas excepciones, decía, como por ejemplo, la de los padres de los cuarenta y tres estudiantes víctimas de desaparición forzada, que legítimamente exigen a la autoridad una indagatoria profesional y transparente para poner fin a su incertidumbre y aplicar esa justicia que de cualquier manera está escrita en las leyes vigentes para bien o para mal. Que exigen alguna respuesta sin obtener aún de nadie un compromiso serio y dedicado, no piezas de oratoria, no audiovisuales creativos. Ejecución profesional de su función, tan sencillo, tan remoto…

También están las otras excepciones que con menos volumen sonoro y sin cámaras y micrófonos a la mano, exigen a la autoridad se ajusten las cuentas en tribunales competentes (en sentido jurídico y de pericia también) respecto de cientos de miles de muertos y desaparecidos en los últimos quince años, cuya desgracia parece haberse desvanecido del radar de una sociedad que solo funciona en devaneos y por impulsos generados por el escándalo mediático en turno semanal. Que solamente grita arengas impuestas artificialmente, pero olvida la razón de la solidaridad, la fibra de la comunidad que se nos desgarra irremediablemente agravando aún más nuestro desasosiego personal.

Esas exigencias legítimas, y excepcionales en el mar interminable de gritos, acusaciones y ofensas que se publican incesantemente y que se gritan en las calles, y que solo tienen como resultado dividirnos más, apartarnos más, sembrar la sospecha entre vecinos, entre hermanos, entre mexicanos al final.

Y las exigencias legítimas a las que ya nadie atiende porque no generan rating, porque no da brillo en la discusión de café. Las exigencias legitimas que son padres, y madres, hijos y hermanos, que demandan que, de una buena y maldita vez, la autoridad personifique la función pública que prometió ejercer, con seres humanos preparados para cumplir con una obligación más allá del interés mezquino de coquetear con las izquierdas, las derechas o quién diablos sea, para migrar a posiciones rentables en su patrimonio.

Suena a verdad de Perogrullo ¿no? Pero no creo que a ninguno de los legítimos agraviados les interese qué colores porta el Gobernador, el Presidente, el legislador, juez o ministerio público. No creo ni que a Usted, ni a mí, nos importe un pimiento la audacia de los oportunistas que siempre ganan con el caos, la carne de cañón puesta en las calles arriesgando la vida, descarrilando el futuro de la juventud.

A ellos, los legítimos agraviados, a Usted, a mí, solamente nos importa a final de cuentas que ellos, los legítimos agraviados, sepan qué pasó a su hijo, quien se llevó a su hija, por qué ya no ven a su madre y, en el peor de los supuestos, encontrar en todo caso su cadáver y regresar con sus restos mortales a su lugar de origen, a darle la sepultura que su tradición familiar y confesión espiritual les imponga, buscando una resignación inexistente, pero teniendo la fugaz esperanza de que a Usted, a mí y a todos, nos agraviará tanto como a ellos y juntos, no separados, propondremos, gestionaremos, exigiremos, construiremos, también de una buena y maldita vez, el País que queremos en el que la autoridad sirva sin impunidad al ciudadano; el criminal vaya a la cárcel; el niño juegue y construya el futuro que sueña; Usted, yo y ellos convivamos con respeto; y la mayoría de nuestros muertos mueran, pero de muerte natural…

 Twitter: @avillalva_

 Facebook: Alfonso Villalva P.

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