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La leyenda de la Cubana

Paola Astorga
Paola Astorga

 Las leyendas se fraguan en la boca de los testigos, y son lanzadas a un camino sin retorno,  la memoria popular.

     Esta leyenda nació en el corazón de la Ciudad de Torreón, en la Alianza. Este mercado  fundado en 1895 frente a las vías del ferrocarril. Se volvió una  parada obligatoria para los visitantes y los lugareños, para abastecerse y entretenerse.

      La leyenda nace en las calles de los focos rojos, donde la noche se encendía en los burdeles y cantinas de la pujante ciudad. De las vitrolas brotaba el canto nocturno  que invitaba a los visitantes a conocer sus entrañas; llenas de alcohol de olvido, y mujeres fáciles de olvidar.

      Entre ellas había una que cargaba la maldición de su belleza; su boca era un capullo en flor, y húmeda como el aliento de la mañana, su cuerpo eran montículos redondos y tersos. Embriagaba con su mirada a quién la conocía. Varios perdieron la tranquilidad después de perderse en ese cuerpo color del bronce. Venían desde lejos siguiendo su fama. No se supo su nombre, o tal vez ella no lo quiso dar, tal vez era el nombre de un pasado que no quería recordar. Pero en el burdel la llamaban la Cubana.

     Al entrar en cualquier habitación no podía evitar robar miradas de atención.

     ─Morena, dejaría mi vida en tus manos si pudiera.

      ─Yo te entrego todo lo que poseo por dejarme  hundirme en tus curvas, preciosa.

      ─ Arráncame la vida, es tuya.

“Volverán las oscuras golondrinas
En tu balcón los nidos a colgar,
Y, otra vez, con el ala a sus cristales
Jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
Tu hermosura y mi dicha a contemplar,
Aquellas que aprendieron nuestros nombres...
ésas... ¡no volverán!”

     Sus compañeras nocturnas no dejaban de vomitar bilis ante la dispareja competencia.                     

      ─ A cualquier garra le dicen ropa

      ─ Como siempre nos quedaremos con las migajas de está vieja.

      ─ Mal parida

      La Cubana los miraba con coquetería, y se alejaba con uno de ellos.

      Corría  el año de 1906. Torreón preparaba sus marquesinas para anunciar el edicto que la subiría a rango de ciudad. Cuando una terrible enfermedad se incubaba entre los pobladores: La viruela negra.

        El manto de la muerte se dispersó por las calles y maldijo con su aliento a miles de infelices. No respeto género ni clase social. Cuando tocó la puerta del burdel eligió a la más bella. La Cubana no pudo escapar del abrazo de la muerte en vida. La fiebre, el vómito y los dolores de cabeza empezaron a quebrar su salud. Las manchas se convirtieron en llagas que tapizaron su garganta, y se volvieron horrendas pústulas negras que la marcarían hasta el último día.

      Fue encerrada en el mismo cuarto donde llenaba de placer a los hombres del mundo, que ahora la repudiaban. Todos los clientes se retiraron del servicio del burdel, nadie quería acercarse al “burdel de la viruela negra”. A la mujer la daban como un buen recuerdo y la enterraron en él.

 

     El Doctor terminó de revisar a la enferma.

     ─ Efectivamente, viruela negra. 

      ─No la puedo tener aquí Doctor. Me está espantando la clientela. Era la mejor, la más trabajadora. Ahora es un despojo humano. Es horripilante estar en su presencia. Se  pudre en vida.

      ─ Tenga compasión señora, no le queda mucho tiempo.  Es inhumano lo que hacen con los enfermos en algunos lugares. Los sacan de las casas a las calles, esos seres están tan débiles que no se pueden defender. La carroza del panteón los recoge, y los echan a las fosas aún con vida.

    ─ Así es, no tiene compasión

       La maldad es como la belleza, no se puede ocultar. La dueña del burdel no tardo en planear como llevar a la tumba prematura a la inocente joven, que una vez le trajera tanta bonanza a su congal.

     Cuatro hombres fueron encargados de tan horrible misión, de arrancarla de su habitación. La metieron en una caja sin una pizca de compasión. Aún afiebrada y con espantoso dolor, la Cubana se defendió, perdió ante su destino que ya estaba escrito, yacer en una tumba fresca antes que  la vitrola cantara su eterna canción. Sus últimos gritos  debieron ser  una maldición, porque los cuatro hombres perderían la razón.

     De la Cubana ya no se hablaba,  supusieron la muerte de tan impresionante belleza. Su recuerdo cayó en el olvido. Hasta esa noche, que una mujer  vestida de negro cubierta con un velo, solicitara el servicio de una carroza a las afuera de la cantina la feria.

      El chofer preguntó su destino.

     ─ ¿A dónde la llevo señorita?

     ─ Al panteón municipal I, por favor. (muy bajito, gutural)

      ─El trayecto fue silencioso, el chofer debió pensar que dormía o que era tímida. Al llegar al panteón ella preguntó.

     ─ ¿Cuánto le debo?

     ─Señorita,  si quiere la puedo esperar, este lugar es muy solitario para una dama como usted, no importa que se tarde.

     ─No me espere…aquí vivo… desde hace tiempo ¿Qué acaso… no me conoces?

      El chofer negó con un movimiento de cabeza. Ya en ese momento sintió  un viento helado circulándole  por la columna. La mujer de negro le empezó a inspiró un espanto que le erizo la piel. Cuando lentamente se descubrió el rostro, pudo reconocer tras los orificios carcomidos de la viruela negra, a la Cubana. La muerte misma la había hecho su compañera eterna.

      El latido del chofer casi se detuvo del terror, y cayó desmayado.

       Cuenta la leyenda, que aún ahora, se puede ver a la mujer con el velo negro buscando la música de la vitrola  y las luces rojas de la Alianza. Pidiendo a los hombres solitarios, que la lleven a su descanso eterno.

   

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