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El Tálamo de la Patria

Alfonso Villalva P.

Tálamo de la Patria

Alfonso Villalva

La verdad no ayuda a evadir la tentación del Prozac. Toneladas de papel han pasado por tus manos, millones de bytes por tus ojos y sigues percibiendo decadencia, frivolidad, evasión del núcleo de los problemas nacionales. Cada cual para su molino, para su milpa, su partido político o su cuenta bancaria. Lo que a ti te importa luce marginal en las abultadas agendas de quienes te representan –o dicen hacerlo-, de quienes por una mala jugada del azar, hoy toman decisiones que afectan tu patrimonio, tu bienestar. Sientes una punzada en el hemisferio izquierdo del hígado ¿y tus intereses? ¿y el plan de largo plazo para garantizar la jubilación de tu hermana de cuarenta que lleva veinte años trabajando? ¿y la tuya? ¿y el plan inmediato que detenga la carnicería humana que diariamente provee de noticias amarillistas a los del noticiario de la noche? ¿y tu tío que en Querétaro perdió tres dedos en el secuestro? ¿y el fomento industrial? ¿y las oportunidades para que tú mantengas empleo, o inicies tu propio negocio?

Nada, por más que buscas, nada. Un día ya te hartaste. Un día ya dijiste que estás hasta las narices de los devaneos de tu senador, de tu diputado federal, tu canciller dogmático e inexperto. Un día ya decidiste que estás harto de que todo el que tiene cinco minutos de fama para hacer una declaración, un planteamiento a los medios de comunicación, sacrifique su derecho a decir algo inteligente, su oportunidad para aportar algo en beneficio de su país, y ocupe esos cinco minutos para ver como denosta a otro que es su rival, o que tiene más talento, o es mujer, o simplemente no es de su partido, su grupo, su negocio. Estás hasta los higadillos de que la vida nacional sea una serie interminable de críticas, descalificaciones, condenas. Ya no soportas más las mentiras, los sofismas y la retórica hueca que trata de esconder las complicidades y los rencores, disfrazándolas con palabras lamentablemente desgastadas como patria, constitución, legalidad y democracia.

Un día, ya decidiste que no existe escapatoria en tanto todo el mundo dedique sus mejores esfuerzos a neutralizar cualquier idea, cualquier intento, cualquier expectativa del entorno, solamente por fregar, por demostrar lo hábiles que somos para confeccionar camisas de fuerza, para construir cárceles al progreso, para hundir en el fondo de la ignominia la inteligencia nacional, pues preferimos hundirnos todos antes que reconocer que existe algo llamado trabajo en equipo.

Un día, quizá por la tarde, muy cerca ya del vómito de la desesperación, apartaste de tu vista las páginas de política de cualquier diario nacional, acariciaste con nostalgia sus páginas impresas y olorosas de tinta, le diste quizá un sorbo a ese café veracruzano de marca nacional que tanto disfrutas, tan escaso está en la era de la globalización, en tiempos del embate colonialista estandarizante, y miraste a tu alrededor.

Sí, efectivamente reconociste lo que hace mucho tiempo no cavilabas. Recordaste que hay mucho más en tu vida que el arrebato nauseabundo del poder. Fijaste la mirada en esa muchacha que caminaba con ritmo tropical, que describía con sus caderas notas musicales que hacen palpitar el corazón. Al otro lado de la acera estaba un señor de mediana edad, con su hijito que no pasaría de los siete.

Recordaste a tus abuelos y tatarabuelos que ya estaban antes aquí, sí, mucho antes que tú, partiéndose el lomo para tener un país mejor, un sitio digno para tí, para tus hijos. Recordaste a tus tíos que daban clases de primaria y a tu madre, que cocinó para nutrir a todos tus hermanos, a tu padre y tus primos, a todos los que siempre contaron con una camisa limpia y bien planchada.

Recordaste esas tardes de graduación de la prepa, la universidad, con la frente muy en alto, con el orgullo del deber cumplido. Recordaste tus premios escolares, y el aumento de sueldo reciente que recibiste por tu excelencia profesional. Recordaste los luceritos de tu novia en los que te reflejas cuando sientes bonito, y en la tranquilidad que respiras cuando visitas a tus muertos en el panteón civil.

Volviste a acariciar tú periódico impreso. Apuraste de una buena vez tu bebida jarocha que sabe a nostalgia, sonreíste levemente –satisfecho-, sabiendo que a pesar de todo, la patria la haces tú.

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