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Culpable en la mafia

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

La ‘Real Academia Española’ define el ‘honor’ como la ‘cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo’. Es una virtud que denota respeto, porque reconoce la consideración que se hace de un código social, personal o familiar, respecto a la convivencia con otros seres humanos. A veces el honor es más fuerte que la verdad, incluso más fuerte que la justicia. El honor define de alguna forma, si alguien es digno de confianza.

Así sucede en Culpable en la mafia (EUA, 2006), película dirigida por Sidney Lumet, escrita por él mismo junto con T.J. Mancini y Robert J. McCrea; además, protagonizada por Vin Diesel, Peter Dinklage, Linus Roache y Ron Silver, entre otros.

Se trata de un docudrama que recrea el verdadero juicio que se llevó a cabo en la década de 1980 en contra de la familia Lucchese, una organización criminal operando en Nueva York y Nueva Jersey, en Estados Unidos. La película incluso toma algunas transcripciones directas del juico y las traspasa tal cual a la pantalla, lográndose así el género cinematográfico al que pertenece. El caso real, además, ha sido registrado como el juicio en contra de la mafia más largo que se ha hecho en una Corte de Estados Unidos.

La historia sigue a Giacomo "Jackie" DiNorscio, un hombre acusado de manejar los negocios de tráfico de drogas para la familia Lucchese en la zona de Nueva Jersey. Cumpliendo ya una condena en la cárcel por sus negocios ilícitos y harto de la ineficacia de su abogado, Jackie decide afrontar este juicio masivo en el que todos los acusados son juzgados en un mismo proceso legal, de forma independiente, directa y personal, es decir, decide representarse a sí mismo ante la Corte.

Sin conocimientos legales apropiados para dirigirse durante el juicio, Jackie se respalda en lo único que sabe hacer, hablar, hablar hasta el cansancio, con bromas, confrontación, chistes y un tono muy directo para afrontar a las personas. Su actitud amigable, bonachona y dicharachera, sin embargo, puede convertirse en un arma de doble filo: o será visto como un bufón que caerá mal, o al contrario, su misma personalidad desinhibida y sociable creará empatía con el jurado, poniéndolo a su favor de forma automática y, por asociación, con el resto de los acusados.

“Un jurado que ríe no es un jurado que ahorca”, señalan tanto el Fiscal como uno de los abogados que representa a los criminales en el caso; recalcando con ello que precisamente la falta de conocimientos en el área legal de Jackie, más su actitud tranquila y bondadosa, hacen que sea percibido como un hombre común, normal y ordinario, en pocas palabras, alguien con quien identificarse, un hecho que derribará las barreras y prejuicios del jurado, quienes al verlo como un igual, quedarán más abiertos y receptivos hacia su persona y sus problemas. Jackie deja de ser el enemigo y el criminal, para pasar a ser todo lo contrario.

No es la única ocasión que el personaje juega con esta herramienta, incluso tal vez sin quererlo. Él apela por el tema del honor, la lealtad y la familia unida. Pide a sus compañeros no aceptar el trato del Fiscal para arreglar el juicio fuera del juzgado y él mismo rechaza la oferta una vez que se le presenta, todo en nombre del respaldo y la consideración entre compañeros y amigos.

La clave para no perder el juicio está en que ninguno flaquee y delate a los demás; la única forma de evitarlo es unanimidad, unión entre los acusados, lealtad a la familia ante todo. Al final, Jackie le dice al jurado que, si los encontraran culpables, lo acusen y condenen sólo a él, quien de por sí ya está cumpliendo una condena en la cárcel, pero que dejen libres al resto de sus compañeros para que puedan regresar con sus familias. Esta no es más que una forma de manipulación en la que el criminal juega el papel de víctima. “Encuéntrenme culpable a mí”, dice él, en una frase que hace alusión al título original de la película (Find me guilty).

Con eso es suficiente para rogar por la piedad de las personas, demostrando de paso el lado emocional de la situación inmersa en la demanda y el juicio, la familia. Con sus palabras Jackie gana el respeto de la gente, del jurado y de su propia familia criminal, que antes de esto lo tomaba por un soplón e inútil y lo trataban como paria desde hace tiempo.

“Tu ignorancia sólo está por debajo de tu arrogancia”, le dice uno de los abogados a Jackie, haciendo notar que su forma de actuar en el juicio tiene el efecto de minimizar la situación. El proceso legal termina siendo visto como un espectáculo o como una broma que no puede tomarse en serio. Lo que sucede es que, en este caso, el jurado parece preferir esto a un juicio formal en contra del crimen organizado. Y todo sucede por una falla en el argumento con que se presenta la Fiscalía, quienes optan por abordar el caso como un juicio en contra de una familia, no de unos criminales.

Dicho de otra forma, el fiscal a cargo del caso presenta la evidencia que los inculpa como una familia envuelta en actividades ilícitas, pero no los culpa directamente sobre sus crímenes. Ellos ponen sobre la mesa las pruebas que demuestran cómo unidos se apoyan en sus actividades, ya sean apuestas ilegales o tráfico de drogas, pero nunca se ahonda en las consecuencias de estos crímenes, el impacto social de las acciones ilícitas, la gente que ha muerto por ellos o la forma como las actividades delictivas afectan, directa o indirectamente, una o varias vidas humanas.

Pareciera que se les acusa sólo de ser una familia unida y, por tanto, lo único que tiene que hacer alguien de entre los acusados (papel que asume Jackie), es preguntar al jurado: ¿Qué hay de malo con ser unidos?, ¿Qué tiene de negativo ser solidario con la familia?, para que los miembros del jurado, o los observadores externos de la opinión pública, se pongan de su parte.

Defendiendo el lazo de unidad familiar, cual sería su propio instinto, que se encuentra atado a su propia naturaleza humana, el jurado los encuentra a todos inocentes. ¿Pero, inocentes de qué específicamente? ¿El sistema los ha excusado de ser una familia organizada o los ha perdonado de sus crímenes, dejándolos además exentos de ellos?

Es como si la falta de rumbo claro, la incapacidad para centrar el debate en los ilícitos de tráfico de drogas o apuestas clandestinas, más la ambición de una fiscalía desesperada por encontrar culpables y confiada en que el simple hecho de realizar negocios ilícitos ya los condena, no esforzándose en demostrar con pruebas evidentes la actividad al margen de la ley, más una pieza circunstancial, Jackie y su forma de aligerar la presión sobre el caso, aunado a la ausencia de estrategia jurídica y emocional para enfrentarla, logran que la justicia en ese momento sea menos importante que otros valores humanos.

La Fiscalía no logra que la gente vea lo peor de los acusados, no convence al presentar las denuncias, mientras los acusados sólo dejan ver su lado más humano, parecer víctimas de las circunstancias por su preocupación por el prójimo. Ninguno de los escenarios parece el correcto, pero en cuanto el acusador se convierte en perseguidor, se convierte rápidamente en el malo de la película, en el enemigo y, en este caso, eso abre la puerta a que los demandados tomen el papel contrario, obtengan empatía, logrando así ganar, casi de forma automática, porque en el juicio se refleja una falta de equidad, y sin equidad, no hay justicia.

Ficha técnica: Culpable en la mafia - Find me guilty

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