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Alien, el octavo pasajero

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Lo que incita al hombre a explorar obedece a distintas razones: conocer, aprender, estar preparado, sobrevivir, alimentarse, reconocer sus alrededores o saciar su curiosidad son algunas de ellas; se trata, en suma, de conocer su ambiente y encontrar la forma de utilizarlo en su beneficio, de apropiarse de la naturaleza para hacer placentera y útil su propia existencia. Para los animales es más una acción-reacción, marcar su territorio, velar por su supervivencia, conseguir alimento o encontrar refugio, entre otras cosas. ¿Y para una máquina? Programación, órdenes e información, ejecutar lo que su diseñador le implanta.

Pero se puede entender lo que se conoce, no lo que se desconoce. Se puede descifrar, o interpretar el actuar de una persona, un animal y hasta una máquina, pero no se puede comprender a un ser completamente extraño y ajeno. ¿Cómo reaccionar ante lo desconocido? La pregunta es vital dentro de la historia en Alien: el octavo pasajero (EUA-Reino Unido, 1979), película dirigida por Ridley Scott con base en el guión de Dan O'Bannon y Ronald Shusetty, ganadora del premio Oscar a mejores efectos visuales y nominada en la categoría de mejor dirección de arte; protagonizada por Sigourney Weaver, Tom Skerritt, Veronica Cartwright, Harry Dean Stanton, John Hurt, Ian Holm y Yaphet Kotto.

¿Cómo reaccionar ante lo inesperado, la incertidumbre? ¿Acaso alguien sabe cómo va a reaccionar en una situación inesperada, cómo controlar sus miedos? Posiblemente nadie.

El relato narra el momento en que una nave comercial, el Nostromo, con siete pasajeros a bordo, se desvía de su regreso hacia la Tierra para atender una señal proveniente de otro planeta, detectada por la computadora de mando de la nave, lo que lleva a los tripulantes a encontrarse de frente con una forma de vida extraterrestre.

En primera instancia, responder a la llamada es su deber, en nombre de la ciencia, de la humanidad y del conocimiento. Pero también es su responsabilidad y su obligación, tal cual lo estipula su contrato; así lo deja claro uno de los tripulantes de la nave una vez que otro par de ellos se niegan inicialmente a seguir adelante y votan por continuar con su viaje como planeado.

Pero, ¿por qué una obligación? El contrato no existe simplemente para asegurar cumplir un deber, sino para que, en caso de duda (y casi siempre la habrá), se cumpla esta específica orden; además se trata de una cláusula preventiva ante la posibilidad del escenario, lo cual permite suponer que la empresa comercial se guía por sus intereses financieros, de investigación científica y de expansión territorial, dando prioridad a la obtención de información y adquisición de muestras o seres extraños por sobre la seguridad del personal de la nave; el ordenamiento legal asegura que esa posibilidad sea investigada.

Bajar al planeta en busca de respuestas es también un acto humano, producto de la disciplina laboral pero también de la curiosidad y del afán de saber y explorar, lo mismo que es humano intentar ayudar al otro o preservar la vida propia. No obstante todas estas acciones <curiosear, explorar, ayudar, proteger> deberían realizarse con prudencia, racionalidad, salvaguardando la tarea central que es sobrevivir y llevar la nave de regreso a la Tierra, pero en la acción relatada no es así, las decisiones de diferentes personajes se alejan de ello (conscientemente o no) y facilitan el contacto del octavo pasajero. De ahí el dilema: dos especies en el universo, cuando se encuentran, ¿serán receptivas mutuamente, o, por el contrario, su primera respuesta será sobrevivir frente al otro?

¿Qué hacen los tripulantes del Nostromo al momento en que descubren que este ser alienígena está cazándolos, acechándolos y matándolos? Defenderse. No siempre es mejor disparar y después preguntar, pero en este caso cualquier decisión que se tome tendrá sus problemáticas, en especial cuando no se sabe cómo actuar ante la situación, cuando se desconoce la naturaleza orgánica del ser extraño, cuando se desconoce su capacidad adaptativa y de respuesta defensiva. El estar preparado se complementa con el instinto de supervivencia, pero la incertidumbre, la sorpresa y el miedo se convierten en factores que no sólo llevan a una persona a cometer errores, sino que también la empujan a actuar más impulsivamente y menos racionalmente.

Las consecuencias que se desatan lo hacen a partir de que el hombre no está preparado para este encuentro. La pregunta clave entonces aparece: ¿Qué intenta el alienígena: sobrevivir, conocer, defenderse, exterminar? ¿Y que intenta el humano? Los tripulantes desde luego, pero también quienes a distancia facilitaron el encuentro con las órdenes ocultas en máquinas.

Matar, eliminar, huir y sobrevivir se convierte pronto en el plan de acción de los tripulantes, pero esta decisión choca o se enfrenta, de alguna manera, con el mismo actuar como reacciona el extraterrestre, peleando por su propia supervivencia. El ‘alien’ encuentra la forma de mantenerse con vida, uniéndose al cuerpo de un ser humano como si se tratara de un parásito absorbiendo los recursos de su huésped, pero también demostrando un grado de inteligencia al huir, camuflarse, conseguir comida y hasta matar a quien lo amenaza, en corto, adaptándose a las condiciones que le rodean.

La respuesta por parte de los tripulantes debe ser acorde, salir adelante basándose en su habilidad para resolver problemas y hacerlo conforme a las circunstancias como se presenten, utilizando los recursos a su alcance y evaluando sus prioridades y propósito final. Al principio saben que deben cumplir con su deber, bajar al planeta y descubrir cuál es el origen de aquella señal (que eventualmente con deducción descubren no es un llamado de auxilio, sino una señal de alerta), pero más tarde se mueven entre la duda y el conocimiento; para cuando la situación se torna riesgosa, entonces su instinto primario toma el control, matar a la amenaza, para vivir, o sobrevivir al escenario.

La elección se hace a partir del contexto. El problema es que la decisión es personal y que lo más importante para uno, no forzosamente lo es también para los demás. La aparente racionalidad se hace individual, ignorando el análisis colectivo, actuando por tanto, también por impulso afectivo o interés no explícito. Cuando la suboficial de la nave Ellen Ripley señala que hay un protocolo de cuarentena que seguir antes de dejar entrar a la criatura, alguien refuta que hay que pasar por alto las reglas para intentar salvar la vida de su compañero, a quien el ser extraterrestre ha tomado como huésped para sobrevivir.

Cada persona asume el panorama y conducta según sus intereses, o sus miedos: el que lo hace bajo el estandarte del deber, el que lo hace bajo el del beneficio propio (motivado por un incentivo monetario); el que sigue las reglas, el que rompe las reglas y el que crea sus propias reglas.

Ante la falta de elementos para sustentar una decisión, el capitán delega la responsabilidad al científico encargado, bajo la excusa de que el experto sabrá con mayor racionalidad qué hacer, es decir, el viejo y gastado argumento de que los profesionales expertos siempre saben qué hacer en beneficio del colectivo y con base en el saber científico. Pero el científico no actuará en función del bien común, sino en función de sus intereses. Él elige lo que él quiere hacer, no lo que es mejor para la nave o los otros pasajeros, en este caso, recuperar a uno de estos especímenes para llevarlo a la Tierra.

Finalmente el equipo se da cuenta que además, la elección de su compañero está basada más bien en una orden predeterminada, un comando previsto y ejecutado sin que los demás sepan de esta misión alterna. La primacía es la vida del alienígena por sobre la de los demás humanos, en el entendido de que, para la compañía que los ha contratado en la Tierra, las vidas humanas son menos importantes en comparación con el descubrimiento de evidencia de vida extraterrestre.

El actuar del hombre y la máquina no son iguales, porque uno basa sus acciones en órdenes y sus prioridades no son las suyas, sino las que le mandan. El mismo precepto depositado en un humano sería razonado desde otro punto de vista, donde la vida extraterrestre se prioriza hasta que su presencia amenaza la existencia del individuo; entonces, la orden se rompe para salvar al otro o para salvarse a uno mismo, porque la vida del hombre siempre está por encima de cualquier otra cosa, porque el razonamiento se sustenta en la lógica y la habilidad deductiva, en un análisis de datos y las probabilidades de sus consecuencias, en los valores y la ética, en la supervivencia de la especie.

No es así coincidencia que el mandato de esta misión secreta se le dé a un androide; y en esa misma línea, la máquina que controla la nave es la que despierta automáticamente a los tripulantes al detectar la señal cercana proveniente de otro planeta, en un acto igualmente mecanizado que le ha sido programado. Un humano bajo la misma orden, recuperar un espécimen extraterrestre, se detiene a reevaluar sus órdenes en el momento en que se encuentra con un foco rojo, la hostilidad y peligrosidad del alienígena en este caso. La máquina no se detiene ante una variación de este tipo, porque no tiene los parámetros para hacerlo, es decir, no razona como un humano lo haría, no considera las variantes añadidas, porque no está programado para ello.

“No entienden a qué se enfrentan”, les insiste el androide. Ese es uno de los grandes temores de la humanidad, enfrentarse a algo extraño, desconocido, algo que, como en el caso de la película, se adapta mejor y más rápido a la situación. El temor al otro, a lo extraño, está siempre presente y casi siempre la respuesta es la aniquilación. Después de todo cada ser vivo lucha por sobrevivir.

Explorar es indagar con cautela y cada explorador delimita sus parámetros al respecto pero, ¿cómo sabe el investigador que él es el observador y no el objeto estudiado? ¿Somos la humanidad los únicos que observamos al universo? Más aún, si el contacto y la incursión en el espacio infinito se presenta bajo la determinante de nuestra estructura social (y no puede ser de otra manera) los intereses comerciales de las grandes corporaciones y el desarrollo de la ciencia como fuerza productiva seguirán produciendo tripulantes-empleados desechables, más allá del heroísmo de Ripley y subsecuentes héroes y heroínas de relatos subsiguientes.

Ficha técnica: Alien

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