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Único Mando

Alfonso Villalva P.

 Único Mando

Alfonso Villalva P.

 

¿Y tú qué me ves? ¡Soy el alcalde! ¿No te das cuenta? Aquí el único que manda soy yo. No sabes de los escasos milímetros que me separan de una decisión radical, definitiva, para tomar una piedra de río entre los dedos de la mano derecha y sorrajártela en el centro de tu punto más vulnerable; para partirte la crisma de una buena vez, para inhabilitar la función que por destino te ha dado este mundo inexplicable que se empeña en poner trampas a mi exquisita felicidad. Así, a lo macho, como se deben resolver los problemas en verdad.

No creo que te alcanzara la duración de tu efímera vida, para saber cuanto te detesto. Estoy convencido de que, quien diablos haya sido que te creó, jamás se enterará de lo nocivo que te has convertido en mi vida. Sí, mi vida, verás, porque sin tu existencia las cosas serían simplemente perfectas, como en un culebrón de horario estelar en el que el protagonista es guapo y listo, dueño de una carrera meteórica que le transporta de Tepito a la adoración de cien mil gargantas en el estadio Azteca vistiendo la casaca nacional, y luego a la política morelense en la que encabeza, con mucha audacia y conocimiento, un gobierno de progreso y felicidad. Un ídolo futbolero y popular que nunca, pero nunca se equivoca, ni tiene que dar explicaciones a nadie.

Por que esa es otra, resulta que sin derecho alguno, en la que debiera ser la más sagrada e infranqueable intimidad de mi habitación, me exiges, con una brutalidad sanguinaria, que me encuere ante ti, que me enseñe exactamente como soy, sin toda la parafernalia de excusas, justificaciones y excluyentes de responsabilidad que me he creado para tener mi mundo perfecto. Me ridiculizas, te burlas arteramente de mi ignorancia, del hecho de que fui manipulado, de que sí me la creí.

¿Por qué diablos no te conformas -como los demás-, con mi imagen ficticia de retoque insertada en la propaganda de mi cargo de alcalde, en toda la basura urbana que inunda Cuernavaca y que me han hecho creer se genera para el bien de mi comunidad? ¿Por qué diablos no te das por satisfecho y aceptas que los escrúpulos en esta época no son más que un puñado de estupideces anacrónicas que no pueden reconvertirse en activo productivo, en algo de valor? Lo sé, yo ni siquiera entiendo aún de que se trata esto de gobernar. La campaña fue más fácil, solo había que leer lo que me daban y dar autógrafos al público al que me debo. Lo sé, lo mío son las patadas al balón, las imprecaciones al árbitro, la provocación al contrario, el descontón…

Por qué no comprendes que no pueden transformarse los escrúpulos en capital político ni en nada que genere ese halo de confort que hace que a un funcionario público que se respeta, cualquier crisis le venga guanga. Entérate, yo soy el ídolo de la cancha, y ahora prometo seguridad, reformas estructurales, empleos y riqueza para todos, porque eso me piden que prometa, aunque en realidad muy poco entiendo de lo que me han hecho leer en público.

Por qué te empeñas en exigir que me encuere, maldito espejo, si ya había olvidado los principios de antaño que mi abuelita me inculcó, y que en tan repetidas ocasiones me llevaron a soltar lágrimas hasta en la tele, a ser aún más querido por mi afición. Si ya había logrado olvidarlos, digo, ¿por qué vienes ahora a enfrentarme con ellos y restregármelos en el hocico? No lo comprendo. Debieras limitarte a alimentar mi vanidad, exclusivamente.

Ellos me sedujeron, la verdad. Me dijeron que mi fama faraónica podía ser un trampolín electoral. Es lo de hoy, la fama por el prestigio, la popularidad por la propuesta y el contenido. Es la audaz ocurrencia de la mano que mueve los hilos del poder; el zarpazo astuto a los de enfrente que se disfrazan de izquierdas para apropiarse del mismo botín. Sí, dejé de ser el protagonista fresco y bien querido en los hogares mexicanos en los que me admiraban a través de una pantalla chica o una nota feliz en las páginas interiores de los diarios, y obtuve esto, ser parte de una máquina que genera mentiras, pactos inconfesables y dinero, mucho dinero. Se siente bien creer que el único que manda soy yo.

Una máquina que garantiza ser parte de la oligarquía inepta y desinformada que pretende administrar vorazmente las consciencias de millones de almas, siempre y cuando uno sepa apretar la horcajadura para prometer sonriendo cosas que de antemano sabemos imposibles de cumplir, para engañar a los incautos que siguen pensando que aún puede aparecerse por allí alguien en quien creer y que manifiestan su desesperación votando por cualquiera que esté dispuesto a personificar la farsa.

Sí, con rabia te confieso que me entregué a esa máquina a cambio de mis convicciones, de mi ignorancia, de mis buenas y legítimas intenciones. Sé que pude haberlo evitado, pero también te pido que te pongas en mi lugar, hasta cuando puede durar el glamour de ser una estrella del espectáculo deportivo, del desempeño físico y la mágia futbolera, antes de tener que presentarse derrotado con arrugas, reumas y vergüenza en eventos en los que hay que pagar para ser invitado. No olvides Irapuato… Cuantos metros más podía avanzar sin empezar a ser un parche en la memoria de los demás, un espectáculo lastimero para todos los que alguna vez me ungieron rey azteca.

Me duele el alma y me escondo a veces para chillar. Por eso te detesto, porque a ti no puedo darte la cara falsa que me he confeccionado, porque tu mirada quemante me obliga a abrir el alma y reconocer que yo pude haber hecho más por mí, y por todos mis compañeros, mi raza, mi barrio, mi dignidad. Esa, estarás contento, es la única cara de la verdad. Es lo único que manda aquí. Te odio tanto…, maldito espejo de cuerpo completo.

 Twitter: @avillalva_

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