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Shopaholics en delirio

Alfonso Villalva P.

En realidad, encarnan una especie de legión del desparpajo, un híbrido entre el descuido total de las formas rigoristas de antaño y la vanguardia del mundo práctico, desechable, de dos minutos.  En una especie de ritual místico, se arremolinan en torno de cualquier centro de culto al consumismo, sin hablar entre ellos, sin entablar un vínculo social, simplemente para recorrer hombro con hombro, las interminables millas en las que los aparadores ofrecen exactamente la respuesta a todas sus necesidades.

 

En delirio, así. Ofertas pre navideñas, navideñas, post navideñas. Baratas de fin de año, de nuevo año, especiales de Reyes, post Reyes... Una gama infinita de oportunidades para satisfacer el creciente apetito por comprar, shop until you drop - dirían los shopaholics iniciados, vaya los de nivel avanzado.

 

Llegan desde temprano, con su aguinaldo en el bolsillo bien dispuesto, o los jirones de patrimonio que, después de los festejos navideños, aún permanecen intactos, incluyendo el saldo disponible de la tarjeta plástica que con la magia de su crédito abre acaso nuevas oportunidades.

 

El atuendo mucho habla también de su empeño por invertir cuantas horas sean necesarias para satisfacer hasta la necesidad más exigente. Con furia incontenible, se desplazan de un lado al otro del centro comercial, de una tienda a la otra, ocupados, concentrados, con seriedad inusitada, con la comodidad que brindan los pants holgados para un día de compras.

 

Reciben la sugerencia del recatado experto en la tienda de departamentos que ofrece la fragancia adecuada para la temporada, analizan con rigor científico los contenidos textiles de una chamarra de esquimal, que nunca usarían, pero que está marcada con el cincuenta porciento debajo de un precio que, ya de por sí, era razonable. Un precio perfecto para un shopaholic perfecto. 

 

Pasean por las tiendas que ofrecen tecnología con una dedicación solamente envidiable para un visitante serio de un museo cosmopolita, y hacen preguntas cuya inteligencia es un asunto –a juzgar por sus muecas y semblante-, definitivamente incuestionable.

 

Salen nuevamente a los pasillos con verdadera determinación por conseguir todo aquello que está en barata, rebaja, en sale. Hacen una parada breve en la zona generalizada de comida cuyo olor no puede ser más que el propio signo de las circunstancias, en las que se mezcla practicalidad, harina precocinada y carne que no es carne pero se puede preparar en un santiamén, para evitar mayores dilaciones en la carrera por comprar. Un pequeño santuario a la gastronomía rápida, práctica y post moderna que solamente conserva de antaño los hedores de los mercados inmundos del medioevo.

 

Se arrebatan las prendas en los montones desordenados que se ubican bajo un pequeño letrero que dice liquidación, y los señores compran pantaletas y leotardos, para la gordita de su corazón, y ellas, adquieren equipo deportivo para una pareja que seguramente no practicará nada, más allá de la simple contemplación de la edición quincuagésima del Super Bowl.

 

Todos preparados para gastar los últimos centavos del aguinaldo y comenzar el año, como debe ser, desesperados por llegar a la primera quincena para comenzar a pagar los excesos de las fiestas de navidad, pero con la frente muy en alto, representando lo que ellos entienden como el honor de ser la quintaesencia del nuevo milenio, de un shopaholic de verdad, esos de pata negra, ungidos para gastar.



Twitter: @avillalva_



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