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Histeria del estrés

Alfonso Villalva P.

Histeria del estrés

 

Alfonso Villalva P.

 

Dicen los que saben que el estrés es una de esas enfermedades malignas que en cualquier momento puede tomar el control de la salud o la mente. El estrés se ha convertido en una constante de la vida cotidiana, principalmente de los habitantes de ciudades complicadas y, como la contaminación, ya ni Dios Padre nos la quita.

 

La intensidad es diversa, y depende de las circunstancias físicas y emocionales de cada individuo, pues hay desde los que padecen jaquecas, hasta los que sufren enfermedades gástricas, dermatitis, ansiedad, dolores musculares, asfixia, disfunciones importantes y hasta infartos.

 

Psicológicamente, el estrés es un extraño agente que se puede apoderar –como en novela de ficción-, de nuestra voluntad. Hay hombres y mujeres que se vuelven insufribles y amargos. Otros más se hacen intolerantes y agresivos, y hay hasta quien pierde a su familia o trabajo preso del estrés.

 

La apoteosis se presenta en situaciones extremas de crisis emocional, en las que el individuo pierde el control de la razón de tal forma,  que en una regresión vertiginosa, es incapaz de resolver con ideas y, de manera primitiva, se ve obligado a emplear la fuerza física para defender una posición, hacer valer un derecho u obligar a otro que haga o deshaga.

 

Si a esta combinación explosiva agregamos el desquiciamiento social, la pérdida de aprecio por valores como integridad, vida y justicia, entonces podemos encontrar verdaderas máquinas de asesinar, depredadores sociales, pues los golpes e insultos son insuficientes para la desesperada mente incapaz de racionalizar.

 

José Guadalupe, hace un tiempo, por ejemplo, con 65 años a cuestas, y acreditación de ciudadano soso y ordinario como cualquier otro, no pudo más, y en la crisis del equilibrio mental y el empobrecimiento galopante, cedió su voluntad a los instintos asesinos -según la crónica de un periódico-, echó mano de su revolver .38 especial, y despachó a balazos a dos compañeros del gremio taxista que supuestamente le impedían trabajar. Recordé este episodio quizá mientras iba a bordo de un flamante Uber cuyo conductor hablaba de sus miedos de acercarse al aeropuerto.

 

José Guadalupe permanecerá en la cárcel,  no saldrá rápidamente –ese es privilegio del crimen organizado-. Pero, ¿cuántos José Guadalupe están hoy circulando por las calles? ¿Cuántos más, desquiciados, traen calado el revolver en la cintura para obligar a entregar el equipo al que se interponga en su camino?



A las autoridades compete mantener orden y legalidad –aunque parezca producto de mi febril imaginación- pero a nosotros corresponde impedir que nuestra sociedad decaiga en niveles de locura semejantes, y comience a producir habitualmente asesinos en serie, o psicópatas que propinen siete balazos a quien piense diferente.

 

Twitter: @avillalva_

 

 

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