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El cuarto poder

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

La noticia es un hecho o información importante que merece ser divulgado. ¿Pero quién así lo determina y cómo lo hace? La pregunta es relevante porque la construcción noticiosa es un proceso con propósitos a veces más que informáticos. El periodista y/o los medios de comunicación informan los hechos, pero la forma de hacerlo afecta directamente cómo estos son recibidos por las personas; es decir, su análisis no siempre es imparcial porque para captar la atención de su público meta, de la gente, deben crear un halo alrededor que llame la atención. La noticia entonces no pretende informar y formar, sino vender información, falsa o no, que pueda ser consumida por el público, que genere ganancias para los dueños de los medios masivos de comunicación y fama o prestigio a personas e instituciones que las instrumentan.

El cuarto poder (EUA, 1997), película escrita por Tom Matthews y Eric Williamsy, dirigida por Costa-Gavras y protagonizada por John Travolta, Dustin Hoffman, Mia Kirshner, Alan Alda y Blythe Danner, es una historia que gira en torno a un periodista decidido a ganar la primicia de un secuestro en un museo y capaz de hacer lo necesario para crear un espectáculo alrededor del hecho que llame la atención de los medios y de la sociedad.

Sam (Travolta) es el empleado del museo en cuestión que fue despedido porque los recursos no permitían a su dueña pagar la nómina de dos guardias de seguridad, por lo que el de mayor tiempo trabajado para el lugar es quien se queda con el puesto. Ahora, el inestable hombre despedido llega, con arma en mano, a hablar con su antigua empleadora, sin reparar en que el museo estaba siendo visitado por un grupo de niños durante el día. Max (Hoffman) es un periodista ávido por la nota sensacionalista en busca de que le de popularidad y renombre en su trabajo; un enfoque periodístico que su jefe no apoya. No puedes cruzar esa línea (ética), le dice a Max; entonces mueve la línea, responde él. Cuando el periodista llega al museo a cubrir una nota sencilla (frívola, según él) sobre el lugar, se encuentra con que Sam sin querer ha disparado su arma, hiriendo al otro guardia de seguridad.

Max ve la oportunidad de cubrir el suceso desde un punto de vista ventajoso, exclusivo, desde dentro del museo, con acceso directo a los hechos, más que cualquier otro medio o periodista pudiera tener y valorando cómo esto puede utilizarlo a su favor. Así, con poder de convencimiento y control de la situación, va manipulando a un inseguro y voluble Sam, pidiéndole la exclusiva de su historia y persuadiéndolo de cómo actuar. Debes conectar con ellos, le dice el periodista a Sam, debes conectar con ellos para que te perdonen, para que te ayuden. Su estrategia es filmar una entrevista desde dentro del museo y mostrar el lado “humano” de la situación en que se encuentra Sam, poniéndolo frente a la pantalla, en llanto, clamando por sus deseos de sacar adelante a su familia y a sus hijos, justificando sus acciones, victimizándolo a él.

La opinión popular crece a su favor según el sondeo realizado por otro periodista, rival de Max y quien también quiere ser protagonista de los hechos. La situación se vuelve un circo de opiniones,   manipulación de los hechos y, como lo afirman algunos personajes en la película, los medios de comunicación, dirigidos por las acciones de Max, con el enfoque de su entrevista, vuelven a un delincuente en un héroe, una celebridad, luego de escuchar las palabras que Max logró sacar de Sam.

La situación no deja de escalar y el ir y venir mediático no cesa, algunos entrevistan a familiares y amigos, otros se meten a filmar sin permiso al hospital donde está internado el guardia herido de bala, otros inventan testimonios con gente que se dice tener relación íntima con Sam, cuando ni siquiera lo conocen, mientras varias personas más se instalan fuera del museo, comercializando con la situación (vendiendo camisetas con la cara de Sam y otros productos similares de consumo). El mercado opera convirtiendo todo en mercancía, sin importar los sentimientos y deseos de las personas, ignorando los efectos que puede generar en la resolución del conflicto.

Los niños en el museo se toman la situación con divertimento ante la forma en que la historia es abordada, como entretenimiento de ficción que sirve para explotarse a sí mismo. Se miran en la televisión y ríen, toman las cosas a la ligera y consideran a Sam y a Max dos hombres que están ahí para amenizar el día. Adentro del museo no se siente un ambiente de peligro, porque el arma y dinamita que esconde Sam no son un vehículo de sometimiento, sino decoración de un escenario ficticio montado sin credibilidad alguna.

El control por el sentir de superioridad es lo que representa para Sam el arma que carga. ¿Qué querías al llegar aquí?, le pregunta Max. No lo sé, le contesta el otro. La policía pregunta por las demandas del secuestrador, protocolo policiaco en este tipo de situaciones. No tengo ninguna, razona Sam. Él no sabe lo que quiere y se deja manipular por un periodista que sólo se mueve según sus intereses ante su propio beneficio (profesional), que se traduce en tomar el control de la situación. ¿Para qué trajiste entonces el arma?, insiste Max. He visto en la televisión que con un arma recibes atención, se excusa el otro. El objeto, el arma, se vuelve un símbolo de poder y control, cuyo relativo para el periodista es su cámara y micrófono.

Los medios comienzan a tener más poder de autoridad en la situación que incluso la policía, en especial la cadena para la que trabaja Max, quienes tienen la exclusiva del evento y son dueños legales de todo el material: audio, video, imagen, sonido, testimonios y grabaciones. Con el periodista entrando y saliendo del museo para realizar piezas noticiosas de transmisión en la televisión, la situación se vuelve una farsa mediática, policiaca y social, donde lo importante es saber dónde poner la cámara y cuándo hacerlo.

Así lo va aprendiendo la asistente de Max, una joven que va asimilando la técnica de conveniencia y engaño dentro del mundo televisivo y mediático en que viven estos personajes, como lo es el poder de la imagen (Sam edita parte de las entrevistas para que con los cortes de edición, parezca que los entrevistados dicen comentarios a favor de Sam, cuando su opinión en realidad es todo lo contrario), las declaraciones guiadas, el dirigir una noticia, conducir, influir y direccionar la opinión pública o dar un enfoque controversial y de escándalo a lo que se presenta públicamente en pantalla.

La película es una historia que habla sobre la fabricación de noticias mediáticas, la forma en que se puede crear una falsa perspectiva de un hecho a partir del manejo fraudulento con que la noticia es fabricada, la forma en que se sacan de contexto declaraciones, cómo se “cortan” testimonios para desvirtuar lo dicho, cómo se organiza la información para hacer creer lo que se quiere proyectar, independientemente de lo realmente sucedido; cómo se engaña a partir de apariencias bien orquestadas que manipulan al espectador, en su sentir y pensar, según cómo recibe la noticia, mejor dicho, cómo un medio o un periodista quiere que la reciba.

Max sabe que Sam no es un hombre violento y, por tanto, aprovecha el secuestro para crear bullicio alrededor del suceso, convirtiéndose él en el punto central del acontecimiento, reportando desde el punto más íntimo de la situación, desde dentro del museo, sabiendo que tal es el tipo de escándalo que atraerá audiencias, le dará renombre, popularidad y un futuro posiblemente prometedor como figura pública. ¿Pero a qué precio? Si reportar un crimen puede convertirse con facilidad en un espectáculo, que los medios esperan la sociedad consuma y ésta así lo hace, ¿puede entonces aún llamársele una noticia? ¿Son los medios instrumentos de espectáculo que sólo entretienen, banalizan?  ¿O son instrumentos de control y manipulación para mantener a la sociedad en un nivel cultural que garantiza que no cuestionen como ciudadanos la sociedad en la que viven?

Ficha técnica: El cuarto poder - Mad City

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