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El brindis pasó

Alfonso Villalva P.

Ya pasó el brindis que seguramente tuvo Usted, querido profesor, en donde por un momento parecía que toda la parafernalia de nuestro lastre educativo quedaba atrás y se materializaban estas fiestas navideñas en risotadas, platos de mole con romeritos, ponche con piquete y las infames despensas -que incluyen papel para el retrete-, que se obsequian al maestro como signo de la perdición y desprecio a su profesión. Ya pasó y con sonrisas falsas parece que borramos todo lo que es en realidad, todo lo que sangra en verdad en esta Nación ilustre.

Y es que mire, profesor. Se lo voy a poner bien en claro. No hay nada más exasperante que encontrarse padeciendo en la absoluta ignominia, mientras personajes muy perfumados, muy sonrientes -y, sobre todo, muy distantes a sus problemas cotidianos-, se regodean en el paroxismo de la autocomplacencia, la indiferencia, y la inveterada vocación de describir los frutos de su peregrina imaginación como si fuesen activos tangibles, resultados incuestionables; que verdaderamente implican que problemas culturales, sociales y financieros de un país desordenado y polarizado, pueden resolverse porque se pronuncian discursos muy rancheros, muy románticos, o muy color de rosa, quizá. Con el pretexto de la esperanza, la noche buena y el efímero aguinaldo en los bolsillos. El ajuste de cuentas anual en mensajes televisados, bajo esferas y pinos iluminados; audaces entrevistas a modo, flashazos de Periscope.

Y así, sin más, proclaman ellos- a los cuatro puntos cardinales, que sí, que ya cambió, que ya somos otros; y todo gracias a sus audaces estrategias, planes, proyectos y cruzadas que, usted profesor, bien lo anticipa, no son más que el resultado de emociones que emanan de la plática en torno al café; no son más que un puñado de ideas con buena voluntad -en el mejor de los casos- pero carentes de método, rigor técnico, datos concretos, acciones contundentes, decisiones fundadas en la testosterona y en el cumplimiento de un deber, no en la percepción de lo políticamente correcto, de lo electoralmente rentable, verá.

Y no es distinto a lo que nos sucedía antes, ya ve. Sin embargo, ahora resulta que de izquierdas y derechas, de manadas de cachorros de la revolución, de líderes corporativistas y candidatos independientes que dependen de todo menos de su libre albedrío, surgen sentencias que aseguran que en sus manos todo estará resuelto. Es una coartada para sus verdaderas intenciones, lo sé, pues ya llegamos al punto en el que ni siquiera prestamos atención, descartamos a priori, y nos rebelamos ante cualquier idea que no provenga de nosotros. Sé, profesor, que usted apreciaría más que, con dominio de la realidad y honestidad absoluta, le dijeran que sí, que el esfuerzo existe, pero que no será sino hasta que se cumplan los ciclos, cuando veamos resultados. Que no le digan, ¡por Belcebú¡ que ya cumplieron, mejor que junten su hombro al suyo y trabajen, suden, para que los que nacen hoy, tengan una realidad diferente. Así, aunque no le den brindis, ni rollos de baño, pues, sino respeto y apoyo.

Usted bien lo sabe profesor, porque usted, además de enseñar geografía, verbo y predicado y operaciones básicas de la aritmética, también tiene que lidiar con la violencia que ejerce el padre de Juanita, o el de José, dentro de su casa; tiene que combatir la desnutrición provocada por la alimentación fundada en el refresco gaseoso y las frituras de maíz, que la ignorancia y el descuido económico del país, han hecho sean los satisfactores más inmediatos e higiénicos para el hambre.

Y usted profesor, con sus escasos ingresos que demuestran la estupidez nacional, -esa que no invierte en el futuro de nuestra infancia-, tiene que comprar sus libros para no creerse la sarta de patrañas que cada sexenio le insertan a los libros gratuitos, según el humor, la ideología o el fanatismo en turno. Usted lo sabe bien y seguramente se pregunta qué saben ellos de la deserción escolar por el hambre y la necesidad de trabajar; qué saben ellos de las nulas oportunidades que, de antemano, usted sabe, tienen sus alumnos para incorporarse a una vida que les permita aspirar a recuperar la dignidad que sus padres y abuelos perdieron en los arrebatos de poder de quienes siguen empeñados en ignorarlo a usted, señor profesor, a sus alumnos y al inexorable futuro oscuro que se avecina sin ninguna esperanza, por más copas de sidra que pongan el sindicato, los padres de familia o el presidente municipal. No es de santacloses, de Melchor, Gaspar ni mucho menos Baltazar. Es de dedicación, firmeza, inteligencia, fiereza para ayudar a quien de verdad necesita la oportunidad de contar con un futuro diferente.

Qué sabrán ellos profesor, de la devoción que usted le profesa a la ortografía, de su voluntad de organizar los honores a la bandera, de su disciplina para agregar temas de música o arte a los programas de estudio oficiales que cada vez son más raquíticos; de su necedad de seguir conduciendo a los muchachos a pesar de recibir insultos, a pesar de verlos desertar enamorados del dinero fácil, de la troca del año; alucinados por los enervantes y las fiestas Rave; a pesar de haber tenido que ir una que otra vez a la plancha del forense a reconocer a algún ex alumno, de esos que abandonaron la escuela en el tercer año, uno de esos que según sus cálculos, profesor, con las adecuadas herramientas, pudo haber sido un matemático capaz, un médico brillante o un ebanista talentoso.

Qué sabrán ellos, profesor, si no existe un maldito mecanismo que nos enseñe a apoyarle, a donarle, a colaborar con usted. No existe quien se decida a desprenderse de una porción de su patrimonio en su beneficio, porque usted, profesor querido, no expide recibos deducibles de impuestos. No existe una forma de contribuir con sus labores, una manera de financiar su éxito con recursos ciudadanos que, al final, conecten la instrucción con la producción, la fuente de trabajo, al margen del absurdo costo de nuestra burocracia.

El brindis pasó y de usted profesor, se lo aseguro, ellos no saben nada, porque yo le he visto a usted -sí, a usted-, en la sierra, en los pueblos polvorientos, en la selva, en los cinturones de marginación urbana. Le he visto ignorar a los revoltosos del sindicato que buscan la forma de imitar a los líderes de siempre y tratan de obtener beneficios por medios no convencionales. Le he visto a usted, señor profesor, renunciar a esos embates populistas, y quedarse trabajando con el Atlas y el compás. Le he visto la mirada escalofriante de obstinación, porque usted, aún cree, que existe remedio; porque usted, señor profesor, al margen de los falsos parabienes de estas épocas tomo alguna vez y para siempre la decisión –con un par- de empujar a la niñez a un futuro diferente. 

Twitter: @avillalva_

 

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