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Mi vecino Totoro

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Hayao Miyazaki es un realizador (director, animador, productor y escritor) japonés, cuyos filmes suelen tocar temas apegados a la convivencia y la armonía entre personas, o entre personas y los elementos que les rodean, la naturaleza en especial. El cine de Miyazaki ha tenido éxito en ventas en su país de origen, así como en el ámbito internacional. Progresivo y positivo, las historias de animación que el realizador lleva a la pantalla suelen caracterizarse por tener un claro aura de vivacidad y alegría; más que una pelea entre buenos contra malos, sus películas exploran al ser y la forma en que éste se comunica (en su interior o hacia el exterior).

Mi vecino Totoro (Japón, 1988) cuenta las aventuras de dos niñas que se hacen amigas de un espíritu del bosque, Totoro. Con el fin de estar más cerca del hospital donde está internada su madre, Mei, Satsuki y su padre se mudan a una nueva casa; ahí aprenderán de los diversos seres míticos que habitan los alrededores, entablando una relación de convivencia y compañía mutua con ellos, las niñas juegan y se divierten con los espíritus y éstos gustan de la fortaleza y el entusiasmo que las menores despliegan.

La historia se alimenta principalmente del enfoque infantil que las niñas proporcionan. Ellas no se asustan por los fantasmas que habitan la casa, al contrario, intentan entenderlos y se alegran de su presencia. De la misma manera los adultos tampoco ven como negativa la presencia de estos seres, pues al parecer la casa se encuentra embrujada. Es como si la película sostuviera la idea de que todo con lo que las protagonistas se encuentran en su camino es tan natural como la vida misma, no hay que tenerle miedo, al contrario, hay que encontrar el lado bueno de las cosas. “Continúa sonriendo y (los fantasmas) pronto se irán de la casa”, dice la Nana; “Riamos para que el coco se vaya”, les dice el padre.

A través de los ojos de Mei y Satsuki, todo tiene un lado bueno, un lado de donde aprender y un lado del cual disfrutar; con un poco de inocencia, curiosidad y ánimo, las niñas conviven con lo novedoso que se presenta en sus vidas en mismo grado, sin excluir ni discriminar: desde sus nuevos amigos del colegio, sus vecinos o los espíritus que habitan fuera de su casa. Tal vez éstos últimos sean productos de su imaginación y de lo que trata la historia es del despliegue creativo y juguetón de dos niñas, de edades 10 y 4 años, en su adaptación, pero lo claro es que dichos espíritus representan algo simbólico: confianza, fe y la lucha por los sueños.

Ese es el eje central del mensaje, la armonía entre los elementos que lo conforman y que forman parte del universo en el que habitan sus personajes. Las niñas le ofrecen una sombrilla a Totoro cuando éste está parado esperando el autobús bajo una fuerte lluvia, la amistad nace entre ellos y cuando Mei se pierde y Satsuki pide ayuda, Totoro ofrece los servicios de un autobús-gato para llevarla hasta su hermana. Ellas agradecen la ayuda, pero en especial agradecen la amistad y la colaboración. Eso es lo principal que se puede aprender de esta historia (y por extensión también de las leyendas de la cultura japonesa), el respeto.

Sean de carne y hueso o no, sean reales o no, es el respeto entre los seres vivos (por muy espiritual que esto suene), la naturaleza, los animales, las personas o la tierra misma, lo más importante para una sociedad en pro de una comunidad en armonía, desarrollo, florecimiento y crecimiento.

Existe un halo de magia que envuelve las películas de Miyazaki. Mi vecino Totoro logra representar la realidad de la infancia, entrar a la mente infantil, con todas sus aventuras y desventuras, en una fantasía combinada con la imaginación y el alma alegre de las niñas. Los personajes son reales y eso ayuda a que la historia se sienta real (incluso si eso hace que el desarrollo parezca simple en exceso), pero es la magia y el encanto que le rodea lo que hace que la película sea placentera. Infantil pero sin ser melosa ni exagerar, aventurera pero creíble, positiva pero sin querer dar lecciones de moral (en realidad se acerca más a una fábula que a un relato, sin una lección definida a enseñar).

Totoro viene de la mala pronunciación que Mei hace de la palabra trol (en japonés), algo así como ir de “tororu” a “totoro”, cuando se encuentra con éste ser por primera vez, un ser que, por cierto, reconoce gracias a los libros infantiles que ella y su hermana leen.

Tal vez haya una razón por la cual los espíritus, Totoro incluido, sólo puedan ser vistos por los niños: su imaginación, su inocencia o sus sueños, como algunas posibles opciones; el distintivo puede representar un esperanzador mensaje inmerso en el relato, algo siempre bueno en las historias dirigidas, como su principal público meta, a la población infantil.

Ficha técnica: Mi vecino Totoro

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