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Torreón es más que un equipo de futbol

Eduardo Sepúlveda

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Durante el impresionante operativo de seguridad que se desplegó el sábado pasado, miles de laguneros se sintieron más seguros que nunca en un estadio de futbol, mientras la mayoría de los que habitamos esta región seguíamos en las mismas. ¿De qué se trata? o ¿A qué creen nuestras autoridades que estamos jugando? Que juegue Santos todos los días, a todas horas y en cada rincón de nuestra Comarca. Que las miradas del país apunten siempre al desierto, para que miles de armas en silencio nos regresen la paz que hemos perdido años atrás.

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Qué bueno y qué bonito que la fiesta del futbol se llevó en santa paz. El negocio está intacto; no hay pérdidas. Seguramente en los siguientes encuentros en el TSM seguirá habiendo policías de los tres niveles, pero el tema se irá perdiendo en el día a día, mientras no ocurra algo fuera de lo normal. Desde el 20 de agosto de este año, cuando el estruendo de las balas apagó el correr del balón, las llamadas a esta tierra han sido constantes. El mundo no voltea tan fácil a un lugar olvidado, a menos de que el morbo se haga presente.

Qué imagen tan conmovedora ver entrar al campo, unidos mano con mano, a árbitros, bomberos, jugadores rivales, paramédicos, fotógrafos, empleados, sacerdotes, negros y blancos. Y que el balón ruede bajo la mirada de dos helicópteros que sobrevuelan el perímetro, con policías atentos a la mínima provocación para jalar el gatillo. Qué buen show.

Cuando termina el encuentro, todos buscan la salida, hay que aprovechar el momento y a los policías antes de que se vayan. Horas más tarde, la ciudad luce desierta. Las luces alumbran sólo pavimento.

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Alejandro Irarragorri es un hombre joven, preparado e inteligente. Tomó las riendas de un equipo de Primera cuando estuvo a punto de perder la categoría. Formó a un equipo de trabajo y apostó fuerte, siempre con el respaldo de la empresa cervecera más importante del país. Salvó al equipo del descenso, le regaló el tercer título a una fiel afición y bajo su mandato se construyó el sueño de un nuevo estadio, una casa digna. Pero ese hombre de apellido rebuscado se aferra a querer enterrar el pasado, como si éste nunca hubiera pasado.

El presidente del Santos llama a todos ser “santos y guerreros”, como si los laguneros no estuviéramos acostumbrados a luchar. A nosotros, los que nacimos bajo un clima caprichoso, el frío nos ha curtido la piel y el calor ha forjado nuestro carácter, más allá de la camiseta que vistamos el día de futbol. Ser lagunero es ser guerrero, coincido, pero un guerrero de la vida, no exclusivo de la cancha. Irarragorri vende su discurso, pero no siente como siente un lagunero. Santos existe desde antes de que él llegara, y La Laguna vive haya o no haya futbol.

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Basta que un gringo pise el aeropuerto y que el equipo no tenga técnico para sea la foto de primera plana, la noticia. Santos, con todo su misterio en el que se quiere envolver, no pudo ocultar a Bradley, ni siquiera pudo llegar por él a tiempo. Peor aún, lo trajo de visita y lo dejó ir, sabrá Dios por qué. A cambio, Irarragorri apela al santismo, y trae de regreso al “Maestro”, querido y respetado, pero con un currículum que deja mucho que desear. Ya no me queda duda, al presidente del Santos los números no le dicen nada; si fue capaz de traer a Cocca sin que hiciera méritos, lo de Benjamín Galindo habrá que aplaudírselo, al menos él es un ídolo en la Comarca.

Pero el rendimiento del “Maestro” es pobre como entrenador. En Santos dirigió siete encuentros en su primera etapa y no ganó ni uno (con un plantel más modesto, admito). Y su mayor logro es un subcampeonato, que logró gracias al trabajo que le dejó hecho Sergio Markarián en Cruz Azul (sin demeritar la labor del mexicano). Sin embargo, todos merecemos segundas oportunidades, terceras, cuartas… Hay que darle oportunidad al “Maestro”, un Guerrero de Honor.

DEPORTES

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A diferencia de cuando trajo a Cocca, ahora Irarragorri se tomó un tiempo prudente para designar al nuevo entrenador. Y a pesar de que no le gusta que le ganen sus exclusivas, al directivo no le quedó otra salida, se queda con Galindo. Sin la premura de tomar su decisión, habrá que exigirle más que a su antecesor. Y luego de ver lo que pudo hacer Santos para que le vigilaran su juego el sábado pasado, propongo a Irarragorri como presidente municipal. Que haya cerveza en los bebederos de las plazas principales. Que la ciudad sea un campo de juego y sus habitantes albiverdes. Lo que sea, pero que la paz se acuerde de los laguneros siempre, no sólo durante noventa minutos de vez en cuando. Que la paz sea con todos.

Me despido, chao!

Nota aclaratoria:

Pido una disculpa a mis dos lectores del periódico La i por no hacer entrega de la opinión semanal. Un saludo y gracias.

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