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El arte sacro en manos de Marín

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El arte sacro en manos de Marín

El arte sacro en manos de Marín

Gregorio Muñoz

Muchos aún desconocen que uno de los edificios más emblemáticos de la colonial Zacatecas, su catedral, tiene una joya relativamente nueva: el retablo terminado apenas en 2010, autoría del connotado escultor michoacano Javier Marín. Hablamos de una obra deslumbrante que resulta indispensable conocer a profundidad.

El arte sacro, como todo verdadero arte, es una apertura al misterio.

Javier Sicilia

La obra del escultor Javier Marín (Michoacán, 1952) para la Catedral Basílica de Zacatecas, es una de las aportaciones más significativas en el ámbito del arte sacro de épocas recientes. En un medio donde prevalecen las posiciones conservadoras (la iglesia), gracias a su maestría el autor ha logrado una creación que sin el menor asomo de duda refleja el momento en que ha sido construido.

El lenguaje contemporáneo de las imágenes en combinación con la delicada composición de los elementos que dan sustento al retablo, es una muestra del valor que representa la conjugación de dos de las grandes expresiones estéticas: la escultura y la arquitectura integradas a un inmueble centenario.

Con esta magna pieza Marín recupera una tradición en la cultura religiosa de México, abordándola de una manera novedosa e imaginativa. Viene a llenar también un enorme hueco, en el amplio sentido del término, que durante un largo periodo mostró la austeridad interior neoclásica dominante en los siglos XIX y XX, en marcado contraste con la riquísima fachada barroca del templo.

El resultado es mucho más que la suma de las partes. A la soberbia portada de cantera, una de las más ricas y exuberantes del país, se ha adicionado el conjunto del altar sin demérito alguno. El desafío ha sido resuelto con originalidad y el arte de tres creadores de hoy, se agrega al trabajo producto de varias generaciones de artistas y artesanos del pasado.

ACOPLAR EL ARTE

El proyecto (que tardó en realizarse alrededor de dos años) se desarrolló junto a otros ocho artistas, luego de un concurso convocado en 2008 por las autoridades del gobierno estatal y el episcopado zacatecano. La selección favoreció a la propuesta de Marín, la cual incluyó también el esquema para todo el presbiterio, obra de los hermanos Claudio y Christian Gantous.

Teniendo en cuenta los rasgos espaciales del recinto con una planta en forma de cruz latina, las características de la nueva aportación logran culminar magistralmente el recorrido dentro del edificio, por virtud de los componentes verticales que dan sustento a las imágenes del retablo quedó subsanada la carencia de un elemento final al fondo de la nave principal.

La estructura geométrica de corte vertical ascendente, es un inevitable recordatorio de las formaciones subterráneas zacatecanas, pues los prismas rectangulares cubiertos con hoja de oro evocan los sedimentos minerales de las entrañas de la Tierra. Por otro lado, la viveza de las figuras suspendidas sobre la superficie dorada es una alusión al encumbramiento hacia el infinito.

Las secciones restantes alojan cómoda y sobriamente las actividades litúrgicas. Aquí se combinan los enseres relacionados al ritual católico con objetos esculturales complementarios, como el altar y los atriles.

ESENCIA REINTERPRETADA

Concretar una obra a la altura de la fachada fue en definitiva el mayor de los retos para Marín. Nombrada una de las máximas joyas del Barroco mexicano, ha permanecido como la mejor de las manifestaciones estilísticas de la antigua ciudad minera, enclave fundamental del norte de México.

Marín afrontó la solución del proyecto con un grupo de 11 imágenes monumentales. El producto último, a la vez que sintetiza aspectos del Barroco como el vigor y el movimiento de las efigies y la profusión de brillos del metal, eleva a la catedral a un nuevo estadio por su lenguaje contemporáneo.

Lejos de hacer una recuperación historicista o un remedo de discursos antiguos, el michoacano recupera la esencia de una expresión artística que estaba orientada a emocionar, a conmover. Por su habilidad creativa, enriquece el nicho generado en el ábside con la austera consistencia de los santos que armónicamente se fusionan con los prismas que les sirven de pedestal.

La quebrada superficie del retablo, es la prolongación de algunas de las estrías esculpidas en la cantera de las columnas, dando continuidad a la columnata que integra las naves laterales. Asimismo, el estrado de madera alojado bajo la cúpula principal da forma al presbiterio y sirve de conexión entre la nave y el muro de remate del fondo.

ESCULTURA ASCENDENTE

El orden de las imágenes se compone de tres niveles. Lo culminan la imagen de la Virgen María, patrona de la ciudad. La apariencia juvenil de su rostro y la enérgica ondulación de sus ropajes aluden a la Ascensión.

Enseguida están San Joaquín y Santa Ana, padres de la virgen, quienes con gestos de arrobamiento y devoción contemplan el prodigio.

La presencia de San Agustín de Hipona, San Francisco de Asís, Santo Domingo de Guzmán y San Ignacio de Loyola, es una clara referencia a las cuatro órdenes religiosas fundamentales durante la conquista, evangelización y educación del México novohispano.

Complementan la alineación iconológica San Antonio de Padua y San Juan Bautista. Mientras que fuera de la pieza, lateralmente, se erigen San Mateo Correa y el Beato Agustín Pro, mártires zacatecanos.

La carga emblemática es llevada hasta a las sillas de foro catedralicio, representando a cada uno de los apóstoles en placas que rematan los respaldos. La plataforma del ara incluye una estilizada cruz de bronce colocada en la base del retablo; cuatro placas rectangulares en el piso simbolizan las llagas de pies y manos de Jesús y la corona de espinas. El altar, integrado por dos enormes alas que sostienen la plancha de piedra monolítica, completa el conjunto.

DEL CUERPO AL TEMPLO

Cuando la obra de Marín fue seleccionada, en 2008, el autor se encontraba inmerso en diversas obras que le llevaron a Italia y a Holanda. Fue igualmente en ese lapso que se le declaró ganador de la Bienal de São Paolo en Brasil, cerrando así una etapa de intensa productividad y reconocimiento internacional.

Debe recordarse que el centro de las creaciones de Marín ha sido la figura humana. En torno a ella ha gravitado una fecunda producción que en sus inicios experimentó con la maleable naturaleza del barro y en la actualidad echa mano de los materiales más variados.

A contracorriente con la vertiente racional del arte contemporáneo, Javier ha desatado el vigor propio de la anatomía. Sus obras traen a la mente la voluptuosa esencia barroca, reinterpretada. La dinámica expresión de cada una de las partes del ser humano voltean a los esclavos de Miguel Ángel y abrevan en la contundencia de Rodin.

Con el retablo, Marín dirigió sus fragmentarias exploraciones del cuerpo a un tema en el que se ha confesado poco avieso. E indiscutiblemente consiguió dejar en este excepcional conjunto una síntesis de los valores que nutren su sólida trayectoria, la cual con temprana madurez ha abierto nuevos derroteros a la plástica mexicana.

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