En todo el mundo, los aeropuertos son uno de los lugares óptimos para tomar el pulso de un país. Los extranjeros que arriban a la terminal de Ezeiza, en Buenos Aires, suelen encontrarse con folletos informativos sobre temas de actualidad. Entre ellos, en estos días hay dos que llaman la atención porque explican la historia de un nuevo billete de cien pesos argentinos que contiene la figura de Eva Perón.
Dice el folleto: "Este billete es el desenlace emocionante de una heroica aventura, llena de triunfos y resistencias. Un proyecto perdido y redescubierto casi 60 años después. Salvado de la fiebre antiperonista del golpe de Estado de 1955, gracias a la intervención de un anónimo empleado de la casa de moneda". El nuevo billete, asegura la casa de moneda, "representa la exaltación de Evita y su obra".
En este contexto me ha sido inevitable recordar una de las mejores novelas que haya leído jamás: Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez. Se trata de una exploración literaria sobre una de las obsesiones más acentuadas de la literatura argentina: los difusos límites entre realidad y ficción. Para este experimento, Tomás Eloy se vale de quien encarna, quizá el mito mayor del siglo XX argentino: Eva Perón, personaje que no es ajeno a las letras cocinadas al borde del Río de La Plata, pues dio pie a cuentos de Borges, a una novela de Julio Cortázar, a una crónica de Rodolfo Walsh, e incluso a algunas páginas de Juan Carlos Onetti.
Pararrayos por igual de admiración, gratitud, odios y burlas, la compañera de Perón representó, a lo largo de su vida, una fuente casi inagotable de anécdotas: de huérfana descastada a mediocre actriz de radioteatros, de allí a primera dama y finalmente a "jefa espiritual de la nación", Evita se caracteriza por sus caóticas medidas populistas, ciegas, como regalar casas, dentaduras postizas y vestidos de novia, e incluso conseguirle novio a las solteronas.
No obstante, transpuesto el umbral de la muerte (una muerte dolorosa, que bien podría calificarse de martirio), Evita dejó de "ser lo que dijo e hizo" para ser "lo que dicen que dijo y lo que dicen que hizo". Es en este punto, la ciénaga entre la vida y la muerte, donde Tomás Eloy Martínez toma al personaje histórico para transformarlo en un personaje literario. Apuntalando su texto con datos precisos, investigados con minuciosidad, y mezclándolos con ficciones, Eloy Martínez logra una pieza a caballo entre la novela y el periodismo.
Uno de los mayores aciertos de Tomás Eloy Martínez es tomar en cuenta la condición imperfecta de la memoria: nos resulta imposible recrear las acciones tal como ocurrieron, ya que "todo relato es, por definición, infiel". En 424 páginas el autor deja claro que, al margen del río de La Plata no hay aspecto de la vida que no esté tocado por el mito, a pesar de la afirmación que hace uno de los personajes más escépticos: "pensábamos que ningún desvarío de la realidad podía tener cabida en la Argentina, que se vanagloriaba de ser cartesiana y europea". De la extinción de los personajes autóctonos de la pampa a los estrategas militares europeos, Santa Evita es una novela en la que las múltiples aventuras que le ocurren al cadáver de Eva Perón son sólo un pretexto para cronicar la vida en Argentina a mediados del siglo XX, pero es también una reflexión sobre la complejidad del alma humana, en la que es fácil trocar el odio en pasión o viceversa: ¿Por qué se enamoran los hombres del cadáver de Evita cuando entran en contacto con éste? ¿En verdad el cadáver acarreaba una maldición a sus custodios, o se trata sólo de una cadena de casualidades imposibles?
Muy destacable, además, es la precisión con que Tomás Eloy Martínez arma el mosaico de la novela y que logra recrear el carácter oscuro de la verdad: oponiendo perspectivas, dando distintas versiones de los hechos y saltando de un personaje a otro, Martínez crea una realidad compleja que nos impide tener una certeza total de lo que leemos. Queda así en manos del lector decidir qué cree y que no entre todo lo que escucha.
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