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Testamento manipulador

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Juan Manuel Torres Vega

Elaborar el testamento como expresión de la última voluntad de una persona, es un acto a través del cual se manifiesta el amor y cariño por los seres queridos. Pero no siempre sucede así: a menudo este documento se convierte en una forma de manipular y agredir el vínculo familiar.

Elaborar el testamento es una acción importante, irrenunciable y personalísima: es la expresión sensible del amor conyugal, paterno o fraterno, enmarcada por la reflexión profunda y la entrega total. A la vez, un trámite legal que brinda tranquilidad, seguridad y libertad a quien lo completa; promueve la armonía en el ambiente familiar, facilita un vínculo saludable, no exento de conflictos pero sí alejado de la violencia, y obsequia con un testimonio de calidad tanto a la pareja como a la descendencia. Prepararlo es, usual y esencialmente, un tiempo para ejercer la gratitud y la gratuidad.

Sin embargo, hay otro posible escenario: con más frecuencia de la que podemos suponer la sola mención de elaborar este documento se convierte en un instrumento a través del cual las familias entran en una dinámica de manipulación, en un condicionamiento de cómo deben actuar los posibles herederos si quieren verse favorecidos con el legado.

COMO ‘CONTROL’

La posesión de recursos económicos, sin importar su valor monetario, convierte a quien los tiene en poderoso, y dicho poder necesita administrarse, es decir, ponerse al servicio de algo o alguien. Una buena administración buscará el bien de todos los involucrados, en este caso tanto de quien deja las posesiones como de aquellos que las recibirán. Por el contrario, una mala administración concentrará el beneficio en uno o varios, y dejará fuera o afectará a otros tantos. Cuando esto último sucede, la tentación de manipular a los potenciales herederos es muy grande.

Los motivos que un padre (o un abuelo, un tío, incluso un hermano) puede argumentar para condicionar o eliminar la permanencia de un hijo en su testamento, tienen un enorme abanico de posibilidades. Todos ellos conllevan la existencia de un vínculo no saludable con los demás, el cual se manifiesta a través de la relación dependiente, cuasi comercial, que engancha y esclaviza a las partes involucradas, siguiendo la dinámica específica de los procesos de adicción. Una vez que la persona ‘vende’ sus riquezas y encuentra un ‘comprador’ interesado en ellas, arranca una ‘operación’ desigual, frustrante y peligrosa, tanto para salud física del individuo como para su bienestar mental (por el estrés que va minando los recursos y el nivel de satisfacción con la propia vida).

Amedrentar es sencillo y las consecuencias, complejas. Dicho verbo se ejercita mediante el condicionamiento del legado, imponiendo y exigiendo un comportamiento específico, por ejemplo: cumplir los gustos paternos, obedecer sin cuestionar, mantener la tradición familiar, cuidar de los progenitores hasta su muerte, permanecer en la misma casa y/o ciudad sin derecho a mudarse, asumir sin chistar una carrera o un trabajo más allá de la vocación propia, conservar la soltería o renunciar a la elección de la pareja (es decir: no casarse con alguien que desagrade de los papás), o tener hijos, o un número determinado de estos. El ambiente es maquiavélico, enrarecido, tenso, muy pesado y cargado de toda la gama de emociones negativas.

Conforme pasa el tiempo (meses y años) la probabilidad de quedar atrapados se incrementa y con ello la necesidad de un suceso extraordinario (como la muerte o la violencia) para convencer al padre, o a sus posibles herederos, de buscar apoyo externo en su círculo de amistades o en el acompañamiento psicológico. Estamos ante el peor de los ‘negocios’, ese que consume los bienes y la vida misma, ese que termina en la ‘quiebra’ de la salud en todos sus sentidos. El hogar pierde su calidad y se transforma en una trinchera, en un auténtico campo minado donde los enemigos se enfrentan con lo mejor de su arsenal y todos terminan perdiendo.

El botín, si es que se consigue, es una ‘papa caliente’, alejada del buen sazón y cargada de recuerdos non gratos. El desenlace muestra a un progenitor y a sus sucesores consumidos por el fuego que destruye, la acidez que corroe y la culpa que tortura. Él se rinde ante la ‘asfixia suicida’, ellos ante la angustiosa y lamentable espera. La desolación suele estar presente en el paisaje resultante y las probabilidades de sanar disminuyen dramáticamente conforme al tamaño y la duración de las heridas.

COMO LIBERACIÓN

Cada persona está invitada a la realización integral, a la felicidad y al bienestar. Es una meta final cuyo camino se divide en muchas victorias parciales, cada una de las cuales se convierte en reto y oportunidad para el desarrollo. Lo importante se encuentra en el camino y no en el punto de llegada, así la felicidad se asume como un estilo de vida, no como el instante donde todo se consigue.

La experiencia testamentaria es una ocasión magnífica para ofrecer los frutos cosechados, obsequiar lo que se tiene, enriquecer el tiempo de morir y construir la paz. Requiere de libertad, autodisciplina, prudencia y calidad humana. Es un acto de amor que se asume con alegría por la misión cumplida, y con tristeza por la existencia que termina.

La parábola del hijo pródigo (Lc. 15, 11-32), que podría llamarse del padre misericordioso, muestra con crudeza y claridad el acompañamiento paterno en los conflictos, la toma de decisiones y los resultados. La misión de los progenitores encuentra su mayor gloria en acompañar al hijo en todo tiempo y momento. En ello se cumple a cabalidad con la responsabilidad de ser padre; y ¿qué hace o hará el hijo con su vida? Esa es su responsabilidad. Los papás orientan, recomiendan, proponen, sugieren, pero no eligen por sus descendientes. En este contexto, la decisión testamentaria necesita de una libertad plena, de modo que se ejerza con base en “así lo quiero, por el amor que te tengo”. En un sentido saludable, no acepta condicionamiento alguno ni se presta para el chantaje o la manipulación. Es la última enseñanza del padre para su hijo, la huella final sobre el sendero de la existencia, el testimonio que cierra la presencia física y el encuentro cara a cara.

Así, cada uno decide qué, cómo, cuándo y a quién legar su patrimonio. Si al cónyuge, a los hijos o a un tercero (por ejemplo a una obra de beneficencia). Pero debe hacerlo no como una manera de controlar a sus futuros herederos sino con base en el amor, incluso cuando excluye a una o varias personas del conjunto de sus beneficiarios, y como decisión definitiva, considerando siempre la posibilidad de modificar los términos en el acta testamentaria. Si hay cambios, es preciso que estos respondan a la reflexión profunda y sincera, buscando el mayor aprendizaje y el bien de todos los involucrados.

Los recuerdos están marcados por la cima y por el cierre, ambas etapas se manifiestan en el testamento, y así quedarán para siempre.

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