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Más Allá de las Palabras / La Virgen de Schoenstatt

Jacobo Zarzar Gidi

Segunda parte

A fines de la década del 30, el padre Kentenich -fundador del movimiento que tiene por objetivo la devoción a la Virgen de Schoenstatt- era uno de los sacerdotes de mayor prestigio en toda Alemania. Esta fama, en gran parte era el resultado de la atracción que sus retiros espirituales ejercían en el clero.

Durante los ejercicios predicados en esa época, era frecuente que alguna persona de confianza dejara un papelito en su mesa, con esta advertencia: “¡Cuidado; el enemigo escucha!’’. En realidad, la Gestapo venía observando y controlando al pueblito de Schoenstatt cada vez más de cerca.

Previendo que la Gestapo efectuaría allanamientos, el padre Kentenich dispuso que parte de los papeles y archivos fueran quemados y que otros documentos importantes fuesen llevados en valijas a diversos lugares de Alemania. El mensaje central del padre era siempre el mismo: Educar un tipo de hombre o mujer, capaz de superar, interior y exteriormente, las tormentas que se avecinaban: “Una época revuelta, cruel, tremenda y contraria al Señor, en la cual es importante ser niños ante Dios’’.

Al sentirse amenazado por los nazis, el padre Kentenich, en un retiro que tituló: “El sacerdote mariano’’, concluyó de la siguiente manera: “Sí María cuida de nosotros, por duro que sea lo que el Señor nos tiene preparado. Queremos estar dispuestos a morir, pero también debemos tomar en serio las cosas de la vida diaria. No hemos de jugar con palabras, sino probar con hechos que le pertenecemos por entero, que hemos muerto a nosotros mismos y al mundo’’.

El sábado 20 de septiembre de 1941, el padre Kentenich acudió a un citatorio en el cuartel de la Gestapo. Fue acusado de ser traidor a su pueblo y a su patria y conducido a una celda solitaria en el sótano del edificio. Desde las celdas vecinas de aquel “Bunquer’’ se escuchaban gritos de desesperación, maldiciones y gruñidos. En ese sitio lo obligaron a permanecer cuatro semanas. A través de emisarios, las Hermanas de María enviaron durante ese tiempo al padre Kentenich los utensilios necesarios para celebrar la Santa Misa, a pesar de que estaba estrictamente prohibido oficiarla.

La fortaleza del padre Kentenich se basaba en una aceptación plena de la voluntad de Dios. Frecuentemente repetía: “Tú me puedes enviar cualquier cosa... especialmente ésta (la que yo temo)’’. Una actitud así supone una radical confianza en Dios como padre, que nunca mandará una cruz o dolor, sin dar abundantes fuerzas para sobrellevarla. Los cristianos sabemos que si el dolor es soportado con paciencia, podemos transformarlo en amor para sacarle frutos.

El 13 de enero de 1942, la Gestapo sometió al padre Kentenich a un nuevo interrogatorio. Al no responder como ellos lo deseaban, amenazaron con enviarlo al campo de concentración. Después de varios exámenes médicos para saber si era “apto’’ para ingresar a ese terrible lugar, en la mañana del 11 de marzo, junto con otros prisioneros, el padre Kentenich era conducido a la estación de Coblenza.

Desde allí, un tren los transportaría hasta el campo de concentración de Dachau -un pequeño pueblo en el sur de Alemania, no lejos de la gran ciudad de Munich. El llamado “infierno de Dachau’’ tenía capacidad para 5,000 prisioneros, pero al arribar el padre Kentenich, se apretujaban allí unas 12,000 personas, que eran tratadas como esclavos, cifra que posteriormente se elevaría aún más.

En el interior del campo, la comida era tan escasa, que, de alimentarse sólo con la ración cotidiana, el prisionero prácticamente debía morir de hambre. Los prisioneros, al ver tantos muertos que yacían en el campo, les sacaban trozos de carne para comerla. Los soldados nazis, al darse cuenta que los desfallecidos de hambre estaban aún con vida, con sus pesadas botas terminaban de matarlos.

Al padre Kentenich le correspondió el número 29392, y a pesar de lo terrible de su situación, desde el primer momento comenzó a trabajar a favor de los sacerdotes que en el mismo sitio se encontraban prisioneros. Con mucho entusiasmo les daba temas de meditación para que su ánimo no flaqueara y en forma por demás secreta distribuía la Sagrada Comunión.

Después de varios meses, el padre Kentenich comenzó a sentir los primeros síntomas del tifus y su cuerpo se convirtió en un esqueleto. A pesar de sus limitaciones y sufrimientos, el dos de julio nombró solemnemente a la Santísima Virgen María, “Reina del campo de concentración y Madre del pan’’.

El 16 de julio de 1942, el padre Kentenich inició la fundación del Instituto de los Hermanos de Schoenstatt. Bajo un gran peligro de muerte, el sacerdote visitaba a sus novicios a pesar del riesgo que tenía de ser baleado.

Mientras avanzaba la Segunda Guerra Mundial, en el campo de concentración se desató una terrible epidemia de piojos. El padre Kentenich fue trasladado a una celda en la cual el prisionero no podía sentarse ni tenderse, sino sólo estar de pie.

Al día siguiente debió comparecer ante una comisión de altos jefes de la SS y de la Gestapo, que había llegado expresamente desde Berlín para interrogarlo. Concluido el interrogatorio, le permitieron regresar a su cuarto. Hacia fines de mayo de 1944, se habían formado en el campo de concentración varios grupos de sacerdotes schoenstattianos, todos ellos de diversas nacionalidades, unidos por el común amor a la Santísima Virgen y la voluntad de ser instrumentos suyos al servicio de la Iglesia.

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Continuará el próximodomingo

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